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jueves, 28 de abril de 2011

Recomendamos: “Cuentos pequeños”.



Cuentos Pequeños, por Flavio Mateos. 160 páginas.

Querenciosas del Castellani de las “Camperas”, pero también del Stevenson fabulista, entre la sencillez de la fábula, la juiciosa ironía, y la intimidad de la conversión religiosa, estos cuentos breves y fantásticos, aunados por una visión católica de la vida, elevan la mirada hacia una Eternidad que nos ilumina a través de las criaturas de la naturaleza que dialogan con nosotros, recordándonos olvidadas verdades trascendentes con la agudeza y el humor de un corazón que, buscando la verdad con sencillez, encuentra el misterio en lo cotidiano.

El libro “Cuentos Pequeños” está en venta (por ahora, luego ampliaremos el listado) en las siguientes librerías:

Librería Cardenal Mindszenty: Venezuela 1320 Ciudad de Buenos Aires, anexo a Capilla “Nuestra Señora Mediadora de todas las Gracias”. (011) 4383-0873.

Librería del Seminario: Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora - La Reja, Moreno: (0237) 405-7987 (011) 5290-4614.

Librería y editorial Santiago Apóstol: La Plata 1721, Bella Vista, Pcia. de Buenos Aires. (011) 4666-3817. santiagoapostol_libros@yahoo.com.ar

Librería Acción: Solís 282 – Ciudad de Buenos Aires – (011) 4382-2798. libreriaaccion@uolsinectis.com.ar

Librería y editorial Dunken: Ayacucho 357 Ciudad de Buenos Aires – (011) 4954-7700. Venta telefónica y por email. Envíos al interior y exterior. info@dunken.com.ar http://www.dunken.com.ar/.

martes, 26 de abril de 2011

Libertad Religiosa. Por Juan Manuel de Prada.

Juan Manuel de Prada, periodista español, resume muy bien en éste breve pero consistente artículo, el problema de la llamada “libertad religiosa” desde el punto de vista del sentido común.


Para condenar los actos de hostilidad contra la fe católica suele aducirse ingenuamente que constituyen «atentados contra la libertad religiosa»; cuando en realidad son la consecuencia natural de la «libertad religiosa», tal como se configura en las declaraciones de derechos humanos. La propia Iglesia adoptó el lenguaje propio de tales declaraciones cuando consagró que la libertad religiosa es «inherente a la dignidad de la persona»; expresión barullera que nace de la confusión entre libre albedrío y libertad de acción. La «dignidad inherente a la persona» radica en su libre albedrío; pero en modo alguno en su libertad de acción, salvo que tal libertad la conduzca a adherirse a la verdad y al bien. La «libertad religiosa» es libertad de acción que puede conducir a la persona a adherirse a cualquier secta destructiva o idolillo grotesco; esto es, empujarla a la indignidad más sórdida e infrahumana. Como afirmaba León XIII en su encíclica Inmortale Dei: «La libertad, como facultad que perfecciona al hombre, debe aplicarse exclusivamente a la verdad y al bien. Ahora bien: la esencia de la verdad y del bien no puede cambiar a capricho del hombre, sino que es siempre la misma y no es menos inmutable que la misma naturaleza de las cosas. Si la inteligencia se adhiere a opiniones falsas, si la voluntad elige el mal y se abraza a él, ni la inteligencia ni la voluntad alcanzan su perfección; por el contrario, abdican de su dignidad natural y quedan corrompidas. Por consiguiente, no es lícito publicar y exponer a la vista de los hombres lo que es contrario a la virtud y a la verdad, y es mucho menos lícito favorecer y amparar esas publicaciones y exposiciones con la tutela de las leyes».
La «libertad religiosa» consagra exactamente lo contrario: esto es, concede la tutela de las leyes a todo tipo de creencias, sean buenas, malas o mediopensionistas, de tal modo que todas valgan lo mismo; o sea, nada. Y allá donde todas las religiones toleradas valen nada, es natural que el orden temporal quiera erigirse a sí mismo en religión única, usurpando los atributos divinos y exigiendo adoración. Esto es lo que se oculta bajo la afirmación de «libertad religiosa» contenida en las declaraciones de derechos humanos: puesto que todas las religiones valen un ardite, la única religión valiosa es la que se postula en tales declaraciones; y toda religión que ose contrariar su designio se convertirá ipso facto en una religión contraria a la «dignidad humana». Esto es lo que está sucediendo hoy con la religión católica.
Las declaraciones de derechos humanos nacieron emboscadas detrás de una vaga ética cristiana que las hacía aparentemente compatibles con la doctrina de la Iglesia. Pero aquella «compatibilidad» era una añagaza; desde que tales declaraciones fueran formuladas hasta hoy, los derechos humanos han sido mil veces redefinidos y reinterpretados, como inevitablemente ocurre cuando se afirma que la verdad y el bien pueden cambiar a capricho. Frente a esta visión de los derechos humanos como inatacable religión de conveniencia en constante metamorfosis se alza la vieja religión católica, o sus escombros; y la «libertad religiosa» se revuelve contra ella, por considerarla —¡con razón!— un obstáculo en su hegemonía. Los actos de denigración y hostilidad contra la fe católica no harán sino crecer en el futuro, en volandas de la «libertad religiosa», como ocurre siempre que la inteligencia se adhiere a opiniones falsas, como ocurre siempre que la voluntad elige el mal y se abraza a él.

Juan Manuel de Prada, 17 de Abril del 2011, Informe21.com.

Cita del Papa Pío IX: a propósito del falso ecumenismo.

Y aquí, queridos Hijos y Venerables Hermanos, es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren de ignorancia invencible acerca de nuestra santísima Religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria. Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, “a quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la viña”, no pueden alcanzar la eterna salvación.
Pío IX, Carta Encíclica “Quanto confiamur moerore”, 10 de agosto de 1863.

lunes, 25 de abril de 2011

Domingo de Pascua de Resurrección.


“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas otras: « ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro? » Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: « No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que va adelante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo.»”
(Mc. 16, 1-7)

La Pascua es la fiesta más grande de los cristianos como lo era y lo es de los judíos: para los judíos festejaba la liberación de la esclavitud en el Egipto; para los cristianos festeja la liberación de la Muerte: Pascua de Resurrección.
¡Aleluya! La Iglesia quiere que nos alegremos y hace todo lo posible para que nos alegremos: es la Pascua Florida. En Europa cae en la estación de las flores; aquí en el hemisferio Sur, las estaciones están cambiadas y las fiestas litúrgicas caen a contrapelo: la Navidad en verano, el Corpus en invierno y la Pascua en otoño; pero esto último está bien: el otoño es la estación de los frutos: no es Pascua Florida, es Pascua Frutal; y San Pablo compara la resurrección de la carne a los frutos [1]. Sembramos una semilla y muere, como hemos muerto al mundo y al pecado —por lo menos así lo prometimos en el Bautismo—; y Dios a ese granito de trigo enterrado le da cuerpo en muchos otros granos: le da flor y fruto. La flor no es el último fin de la planta: representa nuestras buenas obras en nuestra vida. El fruto es el final de la planta: el fruto de nuestra vida es la resurrección.
San Pablo dijo: “Sí Cristo no resucitó, somos los más desdichados de los hombres: nuestra fe es vana, vana nuestra esperanza” [2]. La condicional contraria es verdadera: “Si Cristo resucitó, somos los más felices de los hombres”; o “los menos desdichados”, si quieren. Porque el que cree que su cuerpo va a resucitar sano y glorioso y su alma semejante a Dios, ¿qué trabajos, qué desgracias, qué aflicciones no podrá superar, incluso con alegría? Cúlpense a sí mismos los cristianos que se aplastan o desesperan bajo los contrastes desta vida: tienen en sus manos un remedio que no usan, la fe en la Resurrección. —¿Por qué no prevalece tu fe? —Porque tengo poca fe. —¿Por qué tienes poca fe? —Porque Dios no me la da. —¿Por qué no oras entonces? “¿Está afligido alguno de vosotros? ORE”, dice el Apóstol Santiago [3].
¿Cómo sabemos que Cristo resucitó? Es un hecho histórico; es también un hecho metahistórico, por encima de la historia, por ser un hecho sobrenatural, milagroso; digamos “increíble”; pero es un hecho histórico, es el hecho histórico que tiene más peso de testimonio histórico que todos los otros hechos históricos del mundo. Si alguno hoy no creyera que Cristóbal Colón existió, sería tenido por loco; y hay mayor testimonio histórico de la Resurrección de Cristo que de la existencia de Colón. ¿Entonces los que no creen en Cristo son locos? Son peor que locos, son impíos. Pues para creer en Cristo es necesario, además de la evidencia histórica (que hay que saber), encima un acto de fe, que éstos se niegan a hacer. Dicen: —Porque la resurrección de Cristo es contra la razón. —Es sobre la razón, no es contra la razón. —Me basta que sea sobre la razón para negarla. —Culpablemente la niegas.
Basta la evidencia histórica para que uno no pueda negar la existencia de Colón; pero no basta la evidencia histórica para forzarnos a creer en la Resurrección: basta para que yo pueda creer, pero no basta a forzarme a creer, como en el otro caso. Falta un acto de mi voluntad, hay que dar un salto, de la evidencia a la creencia; o un pequeño vuelo. Los que no quieren dar ese salto dan muchas veces un salto contrario, hacia abajo de la razón, hacia el absurdo.
La fe es libre, no es forzada; la evidencia natural es forzosa o forzante. Por eso existen y han existido durante veinte siglos incrédulos que dicen: “No resucitó”, y creyentes que afirman, incluso con su vida y con su sangre: “Sí, resucitó”. Como dice San Pablo: “¿Para qué me estoy matando yo aquí, si Cristo no resucitó?” Ponía su propia vida como testimonio [4].
¿Cuál es la evidencia histórica que tenemos de la Resurrección? La indicaré brevemente (porque el tiempo es breve) en cuatro cabezas:

I. Han escuchado el Evangelio de hoy: es una narración seca y escueta de la aparición de Cristo a las Mujeres que fueron al sepulcro la mañana del Domingo. Los cuatro Evangelios son así: son crónicas secas y escuetas de hechos pelados, anotados sin emoción y sin comentarios: no hay signos de admiración ni de alegría ni de tristeza, no hay epifonemas, no hay exclamaciones; son más “objetivos” (como dicen hoy) que la crónica de la guerra del Peloponeso por Tucídides. Estas cuatro crónicas independientes cuentan después de esta “aparición” de Cristo vivo, otras nueve apariciones, una dellas a más de 500 discípulos juntos, el día de la Ascensión. Tenemos pues cuatro documentos históricos, fidedignos, de primer orden, que nos relatan la Resurrección de Cristo [5].

II. Los Apóstoles, que estaban derrotados y aterrorizados, después del Domingo de Pascua se vuelven valientes como leones, más valientes que leones. Se ponen públicamente a predicar la Resurrección del Maestro: son arrastrados al Tribunal, condenados, azotados, uno dellos muerto, Santiago el Menor; los fieles que creen en ellos son despojados de sus bienes, excomulgados, perseguidos, algunos dellos muertos, como San Esteban; y no cejan, sino que aumentan cada día. “Creo a testigos que se dejan matar” —dijo Pascal. Muchos dellos eran testigos presenciales, dice San Pablo en el año 57: “Y algunos dellos todavía viven” [6].

III. El año 323 “todo el mundo era cristiano” [7] (ya San Pablo dijo esta frase), es decir, el Imperio Romano, todo el mundo civilizado. Existían manchas de “paganos” en los “pagos” o poblachos, que se iban convirtiendo al Cristianismo. Existían herejías, que eran combatidas y eran vencidas todas. Existían algunos incrédulos, contra los cuales San Agustín hacía su famoso argumento de los Tres Increíbles, que dice así:
“Hay tres Increíbles: increíble es que un hombre haya resucitado de entre los muertos. Increíble es que todo el mundo haya creído ese Increíble. Increíble es que doce hombres rudos, ignorantes, desarmados y plebeyos hayan persuadido a todo el mundo, y en él también a los sabios y filósofos (de los cuales San Agustín era uno), de aquél primer Increíble. ¿El primer Increíble no lo queréis creer? El segundo no tenéis más remedio que ver, y no lo podéis negar. De donde por fuerza tenéis que admitir el tercero, es decir que los doce Apóstoles han convencido al mundo; y éste es un milagro tan grande como la resurrección de un muerto”.
Estos Tres Increíbles de San Agustín son lo que el Concilio Vaticano I llamó “el Milagro Moral de la Iglesia”; que solo él basta a probar la verdad de la Iglesia; y de la Resurrección que ella predica.

IV. De entonces acá, la mayor y la mejor parte del mundo, la raza blanca de Occidente, es decir Europa y América, ha creído durante quince o dieciséis siglos en la Resurrección; y los hombres sabios dentro della [8]. Que un día esa muchedumbre de millones y millones va a desaparecer, y quedarán muy pocos que crean firmemente en la Resurrección, yo lo sé; pero eso durará solamente tres años y medio: la Gran Apostasía que precederá a la Segunda Venida [9].

Ése es el fundamento de nuestra fe. ¿Qué dicen los incrédulos contra él? Lo mismo que dijeron los judíos el siglo I, dos disparates que no tengo tiempo de refutar y pondré solamente delante de la consideración de Ustedes; esto basta: son disparates manifiestos.
Primero, dicen que los Apóstoles vinieron y robaron el Cuerpo de Jesús y lo ocultaron: no pudieron negar los judíos que el Sepulcro estaba vacío. Los Fariseos dieron dinero a los Guardias del Sepulcro para que atestiguasen eso: “que estando nosotros dormidos, los Apóstoles robaron el Cuerpo” [10]. “¡Oh ciegos —dice San Agustín— que traéis testigos dormidos para atestiguar un hecho que pasó estando ellos dormidos!”
Segundo, que Cristo estaba vivo, y se levantó con una lanzada en el corazón y todo, levantó la enorme lápida del sepulcro, y disparó; o bien estaba bien muerto y se pudrió allí en el sepulcro, y los Apóstoles después tuvieron alucinaciones visuales y auditivas e incluso táctiles todo junto (lo cual médicamente es imposible), incluso 500 hombres juntos. Eso lo dice, por ejemplo, un libro muy malo, que ha salido traducido entre nosotros, del inglés Lawrence, Editorial Losada: es un libro blasfemo y obsceno. Una curiosidad diré: resulta que una revista católica, hecha por religiosas, la revista “Señales”, lo recomendó. ¿Por qué? Por un error que yo no puedo comprender. Les escribí una carta avisándoles del error, y se enojaron conmigo. También dice lo mismo el voluminoso “Esquema de la Historia” de Herbert George Wells, también traducido y que corre entre nosotros: una historia plagada de gordos errores históricos [11].
Esas dos hipótesis (que son dos gordos absurdos) las dejo al sentido común de Ustedes.
Este hecho histórico es el fundamento de nuestra fe. Pero como dije, hay que hacer actos de fe: hay que alimentar la fe, que si no, languidece, y aun perece, tan amenazada y combatida como está hoy día. El cristiano tiene obligación grave de hacer actos de fe, que es su primera obligación para con Dios; y cumplimos con esa obligación cuando rezamos con atención y devoción el Credo, como dentro de algunos minutos: “Creo que resucitó dentre los muertos; creo en la resurrección de la carne”.

R.P. Leonardo Castellani, Tomado de “Domingueras Prédicas II, Ediciones Jauja, Mendoza, R. Argentina, 1998.

Notas: 
[1] I Corintios 15, 36-44.
[2] Ibíd. 15, 19 y 17.
[3] 5, 13.
[4] En II Corintios 11, 23-29 San Pablo hace un impresionante inventario de sus padecimientos por el Evangelio: “Trabajos, cárceles, azotes, muchas veces en peligro de muerte. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche fui náufrago en el mar. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligro de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?”
[5] En “Semillas de Heléchos y Elefantes”, Lewis contrapone el carácter legendario de ciertas historias del Antiguo Testamento a la narración evangélica: “El Libro de Jonás es un relato cuyas referencias históricas, incluso las aparentes, son tan escasas como las del Libro de Job; grotesco en sus incidentes, y con una veta perceptible -aunque por supuesto edificante- de humor típicamente judío. Luego vuélvanse al Evangelio de San Juan. Lean los diálogos: el que Jesús mantuvo con la mujer samaritana junto al pozo (4, 1-26), o el que sigue a la curación del ciegonato (9, 8-41). Miren las imágenes. Jesús (si se me permite usar la palabra) garabateando en el suelo (8, 8); la inolvidable expresión “éen dé nyx” (“Era de noche”, 13, 30). He estado leyendo poemas, ficciones, escritos de visionarios, leyendas, mitos toda mi vida. Sé cómo son. Sé que ninguno de ellos se parece a esto. De este texto sólo hay dos juicios posibles: o esto es reportaje -bien ajustado a la realidad-, o algún escritor ignoto del siglo II, sin predecesor ni sucesor conocido, repentinamente anticipó toda la técnica de la narrativa moderna, novelesca, realista. Si esto es falso, debe ser narrativa de esta clase. El lector que no ve esto, sencillamente no ha aprendido a leer. Le recomendaría la lectura de Auerbach*” (la cita está abreviada).
[6] I Corintios 15, 6.
[7] En el 311 un edicto ordenó el cese de la persecución a los cristianos en todo el Imperio. Dos años después el edicto de Milán estableció una serie de disposiciones muy favorables a la Iglesia. En el 321, Constantino ordenó el descanso dominical de los tribunales y trabajos corporales, y en mayo del 323 promulgó una ley que castigaba severamente a quienes obligasen a los cristianos a tomar parte en los sacrificios paganos.
[8] En otra homilía sobre este mismo Evangelio Castellani escribe: “El mal es siempre estúpido; la impiedad, aunque se revista o disfrace de ciencia, es necedad: 'Dijo el necio en su corazón: No hay Dios' (Psalmo 13, 1; 52, 1). Si Cristo no resucitó, tendríamos que abdicar de nuestra razón; porque la Resurrección de Cristo está conectada con todo lo que siguió después en la Historia hasta nuestros días; y si la Resurrección es una patraña cualquiera, todo eso se vuelve no solamente incomprensible sino insano y demente; toda la Historia. ‘El terremoto de la mañana de Pascua’, le llaman; es un terremoto que dura hasta hoy”.
[9] Sobre la Gran Apostasía, ver Lucas 18, 8; // Tesalonicenses 2, 3; Apokalypsis 11, 3; 12, 6.
[10] Mateo 28, 13.
[11] Hilaire Belloc escribió un libro en que señala los errores del "Esquema", y como consecuencia de ello la obra de Wells perdió el crédito científico

* Erich Auerbach, “Mimesis. The Representation of Reality in Western Literature”, traducido por Willard R. Trask, Princeton, 1953.

Visto en el Blog de El Cruzamante.

Carta a los amigos y benefactores Nº 78.


Mons. Bernard Fellay, superior general de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, cabeza de una de las principales congregaciones católicas tradicionalistas, en su “Carta a los amigos y benefactores Nº78”, expresa con preocupación los próximos hechos que se realizarán dentro del seno eclesiástico, los cuales, significarían un agravante más para la crisis que sufre hoy la Iglesia. Con un lenguaje más dramático del acostumbrado para estos mensajes, decidió pedir a todos los fieles realizar un ramillete espiritual de por lo menos 12 millones de rosarios para el día de Pentecostés de 2012, domingo 27 de mayo 2012, con las intenciones de “que la Iglesia sea librada de los males que la aquejan o que la amenazan en el futuro próximo, se consagre a Rusia y que llegue pronto el triunfo de la Inmaculada”.

 
Carta a los amigos y benefactores Nº 78

Queridos amigos y benefactores:

El nuevo año nos ha reservado muchas sorpresas, más bien desagradables, para no decir dramáticas. Hablamos, por supuesto, de los acontecimientos que afectan a la Iglesia, no de la serie de desastres de Japón, o los trastornos en los países árabes y en África, ¡que sin embargo deberían servir de advertencia a todos! ¿Pero quién los interpreta así?
En efecto, las catástrofes que perjudican y aniquilan las almas son mucho más perniciosas que toda catástrofe natural, con sus muertos, sus tragedias y sus sufrimientos muy dolorosos. El rostro del mundo cambiaría si los hombres se preocupasen por sus almas al igual que de sus cuerpos. Sin embargo, lo que a justo título lleva a reaccionar y buscar la curación a nivel del cuerpo humano, a causa del dolor inmediato experimentado, prácticamente no existe a nivel de nuestro espíritu. El pecado, que tanto mal causa a toda la humanidad y a cada ser humano, es muy poco sentido y por eso no se buscan los remedios adecuados. Nos referimos a una catástrofe espiritual. En efecto, ¿qué otro nombre se puede dar a un acontecimiento que descarría a una multitud de almas y que pone en peligro la salvación de millones, quizás miles de millones de almas? Ahora bien, en Roma, a comienzos de este año, se anunciaron al menos dos hechos susceptibles de acarrear la no conversión, y por ende la condenación eterna de las almas: la beatificación del Papa Juan Pablo II y la renovación de la jornada de oraciones de Asís, con motivo del 25º aniversario del primer encuentro de todas las religiones organizadas en Asís por el mismo Juan Pablo II.
Para aquellos a quienes se les dificulte entender el significado de estos dos acontecimientos, reproduciremos simplemente lo que escribió el Padre Franz Schmidberger, primer sucesor de Monseñor Marcel Lefebvre al frente de la Fraternidad San Pío X, hace veinticinco años en esta misma Carta a los amigos y benefactores. Daba una lista no exhaustiva de los actos realizados por el Papa Juan Pablo II, que será beatificado:

“El 25 de enero de 1986, el Papa, en un sermón dado en la Basílica de San Pablo Extramuros, invitó a todas las religiones a Asís para rezar juntos por la paz. Basta echar un vistazo sobre los acontecimientos de los últimos tres años para ver hasta qué punto nos acercamos ahora al establecimiento de una gran religión universal encabezada por el Papa y con la libertad, la igualdad y la fraternidad de la Revolución Francesa y de las logias masónicas como único dogma.

1. El nuevo Código de Derecho Canónico, promulgado por el propio Papa el 25 de enero de 1983, suprimió el estado clerical. En lo sucesivo la Iglesia es el «pueblo de Dios», en un sentido protestante e igualitario, sin subordinados y sin autoridades. La jerarquía no es más que un «servicio»; según palabras de Juan Pablo II en su Constitución, la Iglesia se define como una «comunión» y por su «preocupación por el ecumenismo». El Canon 844 permite expresamente la intercomunión; el Canon 204 entremezcla el sacerdocio ministerial con el sacerdocio espiritual de los fieles, etc.

2. El domingo 11 de diciembre de 1983, el Papa predica en una iglesia protestante de Roma, y ello después de haberse invitado más o menos a sí mismo.

3. El Obispo de Sherbrooke, en Québec (Canadá), ha acogido reiteradas veces a los protestantes en su catedral para realizar falsas ordenaciones. Él mismo participó en una de estas ceremonias y recibió la “comunión” de manos de una pastora recientemente ordenada.

4. El 18 de febrero de 1984 se firmó un nuevo Concordato entre la Santa Sede e Italia. En lo sucesivo, por aplicación de la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa, Italia ya no es un Estado católico sino un Estado laico, es decir, ateo. Según el mismo documento, Roma ya no es más una ciudad sagrada.

5. El 10 de mayo de 1984 el Papa visita un templo budista en Tailandia, se descalza y se sienta a la par del bonzo budista, sentado él mismo ante el altar en el que se encuentra una gran estatua de Buda.

6. En su carta pastoral del 16 de septiembre de 1984, los obispos suizos llegan a la importante conclusión de que «el deseo de recibir juntos el mismo pan en la misma mesa, es decir, el deseo de que la misa y la cena ya no sean celebrados separadamente, tiene su origen en Dios (…) Sin embargo, debe considerarse con cautela el momento en que concretaremos este deseo», añaden los obispos. Además, apoyaron el proyecto de ley que apuntaba a cambiar las normas matrimoniales y que destruye, ni más ni menos, el matrimonio y la familia. Y bien, gracias a este apoyo el 22 de septiembre de 1985 se aprobaron en Suiza las nuevas normas matrimoniales. Una vez más los obispos parecen ser no sólo los sepultureros del orden sobrenatural, sino también del orden natural establecido por Dios.

7. El episcopado francés continúa difundiendo el catecismo herético «Pierres vivantes» en la instrucción religiosa, con gran detrimento de los niños. «Mas quien escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le colgasen del cuello una de esas piedras de molino que mueve un asno, y así fuese sumergido en el profundo del mar» (San Mateo, 18, 6).

8. Una declaración conjunta del Cardenal Höffner y M. Lohse, Presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica de Alemania, firmada el 1º de enero de 1985, concede a los esposos de matrimonios mixtos la libertad de casarse, hacer bautizar a sus hijos y educarlos en una u otra Iglesia. Ahora bien, el Código de Derecho Canónico de 1917, Canon 2319, reprime cada uno de estos tres delitos con una excomunión especial.

9. En su libro «Entrevista sobre la fe» (1985), el Cardenal Ratzinger afirma que las demás religiones, estrictamente hablando, son medios «extraordinarios» de salvación. ¡No, Eminencia, sólo Jesucristo, únicamente Él es la Vía, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por Él!

10. En una nota sobre la presentación del judaísmo en la catequesis, publicada el 24 de junio de 1985, ¡el Cardenal Willebrands afirma que esperamos el Mesías junto a los judíos! Y se remite al propio Papa, que declaró ante los judíos, el 17 de noviembre de 1980 en Maguncia, que la Antigua Alianza no ha sido aún abolida.

11. Durante el verano de 1985, el Vaticano envía una delegación oficial a la colocación de la piedra fundamental de una nueva mezquita gigante en Roma.

12. En agosto de 1985 proclama ante jóvenes musulmanes en Casablanca (Marruecos), que nosotros, los cristianos, adoramos el mismo Dios que ellos —¡como si en el Islam existiese la Santísima Trinidad y la Encarnación de Dios!—. Pocos días después se encamina junto a sacerdotes animistas y su séquito a la periferia de Lahomay, a un culto en el «bosque sagrado» en el que se evoca «la fuerza del agua» y las almas divinizadas de los antepasados. Y por lo menos en dos ocasiones, en Kara y en Togoville —¡en Kara antes de la Santa Misa!—, vierte agua y arroja harina de maíz en el fondo seco de una cáscara de calabaza, gesto con el cual se profesa una falsa creencia religiosa.

13. Una comisión católico-evangélica, constituida para concluir la visita del Papa a Alemania en 1980, declara en su informe final publicado el 24 de enero de 1986 que ya no existen divergencias entre las dos confesiones en lo que se refiere a la justificación, la eucaristía, el sacerdocio y el papado. A un observador avisado no se le escapa que aquí se proclama abiertamente la religión ecuménica unificada.

14. Y ahora, el 25 de enero de 1986, convoca a todas las religiones a reunirse en Asís en otoño para orar por la paz (…). «¿A qué Dios van a rezar, pues, los que niegan expresamente la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo? Se configura allí una verdadera invocación del diablo», comenta Monseñor Lefebvre.

15. En fin, durante un viaje en la India, el Papa no habla sino de diálogo, de comprensión recíproca de las religiones, en aras de promover conjuntamente la fraternidad humana y el bienestar social.

¿Creen Ustedes, queridos amigos, que esta enumeración representa para nosotros una buena noticia? La hemos redactado transidos de dolor, preocupados por el bien de la Santa Iglesia. Asimismo, estamos lejos de querer juzgar al Papa; declinamos de grado esta empresa delicada a un juicio ulterior de la Iglesia. No nos enrolamos entre quienes declaran a la rápida que la sede papal está vacante, sino que nos dejamos guiar por la historia de la Iglesia. El Papa Honorio fue anatematizado por el 6º Concilio Ecuménico a causa de sus falsas enseñanzas, pero jamás se ha pretendido que Honorio no era Papa. Con todo, nos resulta imposible cerrar los ojos ante los hechos.
Las directivas secretas de los Carbonarios y su correspondencia, alrededor de 1820, ¡también son hechos! Allí leemos: «El trabajo que vamos a emprender (...) puede durar varios años, quizás un siglo (…) Lo que debemos buscar y esperar, como los judíos esperan el Mesías, es un Papa según nuestras necesidades (...) Con ello, para destrozar la roca sobre la que Dios construyó su Iglesia (…) tenemos el dedo meñique del sucesor de Pedro comprometido en la conjura (…) Para asegurarnos un Papa de las debidas proporciones, se trata primero de modelar para ese Papa una generación digna del reino que soñamos (…) Ganaos una reputación de buen católico (…) Esta reputación hará llegar con facilidad nuestras doctrinas al seno del joven clero (…) Dentro de algunos años este clero joven, por lógica consecuencia, desempeñará todas las funciones (…) Será el llamado a elegir al Pontífice (…) y este Pontífice, como la mayor parte de sus contemporáneos, estará necesariamente más o menos imbuido de los principios (…) humanitarios que comenzaremos a poner en circulación».
«Debemos (…) llegar por medios pequeños, bien graduados, al triunfo de la idea revolucionaria gracias a un Papa (…) Este proyecto siempre me ha parecido sobrehumano».
Por otra parte, leemos en el pequeño exorcismo de León XIII, en su versión original: «Los más insidiosos enemigos han llenado de amargura a la Iglesia, esposa del Cordero inmaculado, le han dado a beber ajenjo, han puesto sus manos impías sobre todo lo que Ella tiene de más preciado. Han erigido el trono de abominación de su impiedad donde fue establecida la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las naciones, de modo que, golpeado el Pastor, puedan dispersar la grey».
¿Qué se puede hacer frente a esta situación desesperada humanamente hablando? Rezar, trabajar y sufrir con la Iglesia”.
¿Acaso veinte años más tarde estas palabras han perdido su vigor? Con el advenimiento de Benedicto XVI se pudo esperar un cambio de la situación, ya que él mismo admitía que la Santa Iglesia se encontraba en una situación dramática. Y de hecho, en medio de una gran hostilidad, ha plantado varios hitos que pueden servir ciertamente para una restauración. Tenemos muy presentes en nuestra memoria agradecida los actos de buena voluntad que ha realizado a favor de nuestra Fraternidad. Sin embargo, la reiteración de Asís, incluso edulcorada, aún cuando modificada, según parece ser su intención, evocará inevitablemente el primer Asís, que fue escandaloso bajo tantos aspectos; uno de los más notables fue aquel triste y lamentable espectáculo, en el que se pudo ver al Vicario de Cristo a la par de una multitud abigarrada de paganos, invocando a sus falsos dioses y a sus ídolos —la colocación de la estatua de Buda sobre el sagrario de la iglesia de San Pedro de Asís sigue siendo la más increíble y abominable ilustración. Ahora bien, proyectándose festejar el aniversario de tal reunión se renuncia, por lo mismo, a criticar a su iniciador. A un pastor evangelista, que protestaba contra este nuevo Asís, Benedicto XVI le escribió que haría todo lo posible para evitar el sincretismo. Sin embargo, ¿se dirá a los participantes provenientes de otras religiones que no existe sino sólo una verdadera que salva? ¿Se les dirá que no existe bajo el cielo ningún otro nombre por el cual podamos ser salvos, sino el nombre de Jesús, como enseñó San Pedro, el primer Papa? (cfr. Hechos 4, 12). Estos son dogmas de fe.
Si se silencian ante ellos verdades tan esenciales, ¡se les engaña! Si se les oculta lo único necesario, unum necessarium, haciéndoles creer que todo está bien, ya que el Espíritu Santo también se sirve de las otras religiones como medios de salvación, incluso si se habla de medios extraordinarios según el magisterio nuevo del Concilio Vaticano II, se les induce a error y se les priva de los medios de salvación.
En cuanto a la beatificación de Juan Pablo II, su efecto inmediato será consagrar el conjunto de su pontificado, todas sus empresas, incluso las más escandalosas, como las que están expuestas más arriba y las otras, como besar el Corán y las múltiples ceremonias de arrepentimiento, que llevan a pensar que la Iglesia es culpable de los cismas, por los que se perdieron multitud de almas cristianas que se separaron de nuestra Madre, la Santa Iglesia, y adhirieron al error y a la herejía. En la práctica todo ello conduce al indiferentismo en la vida de todos los días y los ocasionales esfuerzos de Roma para revertir un poco un atolladero tan nocivo para la Iglesia sólo reportan magros resultados: es que la Iglesia misma está exangüe.
Se nos dirá que exageramos, que dramatizamos o que apelamos a una retórica de circunstancia; con todo, esta dramática comprobación sale de boca misma de los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Aparece, empero, como una estrella fugaz en el firmamento; se olvida rápidamente y deja totalmente indiferente a la multitud, que no se preocupa por mirar hacia arriba, en dirección al Cielo.
¿Qué hacer? ¿Qué podemos hacer por nuestra parte, queridos amigos? “Oración y penitencia” fue la consigna que nos dejó nuestra buena Madre del Cielo, la Santísima Virgen María, tanto en Lourdes como en Fátima. Estas directivas celestes siguen vigentes, e incluso con mayor razón que cuando fueron pronunciadas. Muchos de ustedes se preguntan cuál fue el efecto de nuestra Cruzada de Rosarios terminada el año pasado. Hemos transmitido el resultado, acompañado de una petición, al Sumo Pontífice, que no nos ha respondido, aunque más no fuese acusando recibo. Sin embargo, esto no debe desalentarnos. Nuestra oración se dirigió al Cielo, a Nuestra Señora, a nuestra Madre tan buena y misericordiosa, y al Dios de las misericordias. No tenemos, pues, derecho a dudar que no seremos escuchados según las disposiciones infalibles de la Divina Providencia. Sepamos tener confianza en Dios. Con todo, la situación de la Iglesia y del mundo nos sugieren que les pidamos instantemente no detener este movimiento de oración por el bien de la Iglesia y del mundo, y por el triunfo del Corazón Inmaculado de María. La intensidad de la crisis, la proliferación de todo tipo de calamidades que afectan o amenazan a la humanidad, exigen de nuestra parte una actitud correlativa: “Conviene orar perseverantemente y no desfallecer”, oportet semper orare et numquam deficere (San Lucas, 18, 1).
Por tanto, nos parece más que oportuno y urgente, a vista del aumento de la intensidad de los males que abruman la Santa Iglesia, lanzar una nueva Cruzada de Rosarios, una cruzada de oración y penitencia. Los invitamos a unir todos sus esfuerzos, todas sus energías, para conformar a partir de Pascua de este año hasta Pentecostés de 2012 un nuevo ramillete espiritual, un nuevo eslabón de estas rosas tan agradables a Nuestra Señora, para suplicarle que interceda a favor de sus hijos ante su Divino Hijo y del Padre omnipotente. La confusión no deja de aumentar entre las almas, que están a merced de lobos rapaces presentes en el redil. La tribulación es tan grande, que incluso los elegidos se perderían si no fuese abreviada. Los pocos datos reconfortantes de estos últimos años no son suficientes para atreverse a decir que las cosas hayan cambiado verdaderamente en profundidad. Dan grande esperanza para el futuro, a la manera de una luz que se percibe cuando uno aún se encuentra adentrado en un túnel. Así, pues, pidamos de todo corazón la intervención de nuestra Madre del Cielo, a fin de que esta prueba terrible sea abreviada, que el corsé modernista que blinda la Iglesia —al menos desde el Vaticano II— se rasgue, que las autoridades cumplan con su papel salvífico para con las almas, que la Iglesia recobre su esplendor y su belleza espiritual, que las almas del mundo entero puedan escuchar la Buena Nueva que convierte y recibir los sacramentos que salvan, volviendo a hallar el único redil. ¡Ah, cuánto desearíamos poder utilizar un lenguaje menos dramático! Pero sería una mentira y una negligencia culpable de nuestra parte tranquilizarlos, dejándoos en la esperanza de que las cosas se recompondrán por sí solas.
Contamos con la generosidad de todos para conformar una vez más un ramillete de, al menos, doce millones de rosarios, para que la Iglesia sea librada de los males que la aquejan o que la amenazan en el futuro próximo, se consagre a Rusia y que llegue pronto el triunfo de la Inmaculada.
A fin de que nuestras oraciones sean aún más eficaces y que todos puedan obtener un beneficio mayor, querríamos concluir recordando que cuando se reza el Rosario, lo más importante no es la cantidad de Ave María que se dicen, sino la manera en que se los reza. El peligro de la monotonía o de la distracción pueden ser conjurados eficazmente rezando el Rosario según las indicaciones dadas por María misma: al desgranar las cuentas, hay que meditar las escenas de la vida y los misterios de Nuestro Señor y de su Santa Madre. Lo más importante es este contacto con la vida del Salvador que se establece cuando se medita amorosamente en los acontecimientos enunciados en cada decena, los “misterios” del Rosario. Los diez Ave Marías se transforman en una melodía de fondo, que acompaña y sostiene este contacto suave y potente con Dios, con Nuestro Señor y Nuestra Señora. Sor Lucía de Fátima, haciéndose eco de los Papas, ha dicho que Dios que ha querido conceder una eficacia especial a esta plegaria, de suerte que no existe problema alguno que no pueda ser resuelto por esta magnífica oración. Nos permitimos insistir sobre la oración en familia, que todos los días da pruebas de eficacia al proteger a los niños y a los jóvenes de las tentaciones y peligros espantosos del mundo moderno, que protege la unidad familiar en medio de tantas amenazas que la acechan. No debemos desanimarnos por el aparente silencio de la Divina Providencia tras nuestra última cruzada. En las cosas importantes, Dios quiere que, por nuestra perseverancia en la oración le probemos que sabemos lo que vale lo que le pedimos y que estamos dispuestos a pagar el precio correspondiente.
A las puertas de entrar en la Pasión de Nuestro Señor, la Semana Santa y la gloriosa Resurrección del Salvador, pedimos a Nuestra Señora que se digne bendecir vuestra generosidad, acogeros bajo su graciosa protección y prestar oídos a vuestras instantes plegarias.

Menzingen, Primer Domingo de Pasión.

+ Bernard Fellay, Superior General de la Fraternidad San Pío X, “Carta a los amigos y benefactores Nº 78”.

Resistid fuertes en la fe, contra todos aquellos falsos cristianos.


Aunque ya el tiempo de la Cuaresma ha finalizado, creo que conviene publicar esta carta que me ha llegado. Es una carta fechada el 17 de febrero de 1895 perteneciente al Cardenal Giuseppe Sarto, siendo entonces Patriarca de Venecia, quién luego sería el Papa santo Pío X. En esta carta exhortaba a su grey, en el comienzo de la Cuaresma, con la práctica de las virtudes y la resistencia a los errores que se avecinaban sobre el orbe católico.
La carta resulta profética y digna de ser leída en estos tiempos, ya que los enemigos de la Verdad, se encuentran disfrazados de falsos cristianos revestidos de una falsa piedad acomodada a los slogans modernos que el mundo levanta como banderas incuestionables, falsos cristianos que, en el fondo, desconocen la fe con profundidad y que “pretenden erigirse en maestros de la Iglesia afirmando que debe adaptarse a las exigencias de los tiempos”. Nunca tan profética esta carta de quién luego sería el, último pontífice elevado a los altares.


Carta del Cardenal Giuseppe Sarto.

Teniendo como deber, por exigencias de mi ministerio apostólico, exhortar a todos a observar puntualmente el cumplimiento de la Santa Cuaresma, y de esta forma estar en actitud digna de recibir a Jesucristo en la solemnidad pascual, se abren mis labios espontáneamente con esas palabras con las que la Santa Liturgia inicia este tiempo de retiro, de ayuno y de oración.
“Transcurrido el pasado tiempo en medio de la somnolencia y de una detestable indiferencia y ociosidad, levantémonos con presteza de nuestro sueño y cubrámonos de ceniza, puesto el cilicio y con ayunos y llantos invoquemos al Señor; haciendo penitencia para enmendarnos del mal que por ignorancia o malicia hayamos cometido”.
Mas si esta exhortación al ayuno, al cilicio y a la penitencia supusiese demasiado para el espíritu mundano, entremos no obstante en el espíritu de la Iglesia que como Madre benigna, y con el deseo de adaptarse a la fragilidad de sus hijos, ha mitigado todas estas prácticas santas, por lo cual no puedo dejar de traer aquí las palabras de San Pedro dirigidas a los cristianos de su tiempo: “Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario el diablo da vueltas a vuestro alrededor, como león rugiente, buscando a quien devorar: resistidle fuertes en la Fe” (I San Pedro V, 8-9); y sin ninguna duda, si practican estos santos consejos, la Santa Cuaresma será un tiempo aceptable, será el tiempo de la salvación.
Necesidad de la Penitencia. La recta razón y la Fe nos manifiestan conjuntamente esta verdad: fue precisamente en el momento en que se rompió la amistad con Dios en el Paraíso terrenal, cuando se suscitó dentro de nosotros la concupiscencia, incentivo y alimento de las más escondidas pasiones, germen de los vicios y causa fatal de la guerra entablada entre la carne y el espíritu, la cual con magistrales trazos y elocuentes palabras fue descrita por San Pablo de la forma siguiente: “Me complazco en la Ley de Dios según el hombre interior: mas llevo otra ley en mis miembros opuesta a la ley del espíritu, que me hace esclavo de la ley del pecado, y esta ley está impresa en mis miembros. ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?”
El único remedio para obtener esta liberación es combatir en nosotros esa raíz que es la causa principal de nuestros vicios y de nuestras pasiones, y como nuestro gran enemigo es el cuerpo, habrá que esforzarse en humillarlo para reconducirlo a su verdadero fin, dada la carga de pereza que lleva consigo, y mediante esta humillación se adquirirá una vida más vigorosa en perfecta armonía con el espíritu.

Templanza corporal.

¿Cómo podrá llevarse a cabo este prodigio? Por el amor cristiano y la virtud de la penitencia, la abnegación del propio yo, el abandono del mundo, las mortificaciones y la cruz. Para todos aquellos cristianos que no tienen el valor de imponerse otros sacrificios, se tornan necesarias aquellas virtudes prácticas ya en los círculos paganos, pero conocidas solamente desde un punto de vista natural, tales como la templanza que regula el uso de las cosas puestas a nuestro servicio y que afectan nuestros sentidos, sin quedar prohibido el placer, pero limitándolo a ponerlo en conformidad con la razón y la santa ley de Dios. Virtudes que en la Sagrada Escritura vienen plasmadas en la abstinencia que modera el uso de los alimentos, la sobriedad que nos aleja del exceso en el consumo de bebidas alcohólicas, la castidad que lleva a sus justos términos, dentro del deber, la inclinación carnal, el pudor que nos defiende contra todo aquello capaz de dañar la pureza, la humildad que nos hace que otorguemos a Dios todo el bien que podamos hacer y la dulzura que mantiene el alma serena en la tranquilidad. Todas estas virtudes, elevadas así al rango de su verdadera dignidad, deben ser practicadas.
Entiéndase bien que cuando recomendamos la templanza no exhortamos a que se deje el mundo alejándose del propio hogar, solamente queremos decir que permaneciendo en el mundo no sigan sin embargo sus preceptos, opuestos a una vida santa, ni practiquen sus obras, sino que dentro del mundo vivan con un cristiano distanciamiento.
Tampoco quiero decir que maceren con austeridad sus cuerpos, sino que procediendo en toda obra con la necesaria virtud, mortifiquen las pasiones de tal manera que rindan un buen servicio al espíritu en lugar de oprimirlo y acallarlo. Tampoco deseo exhortar a que ayunen durante un número de días superior a lo ya establecido, sino que observen un ayuno discreto, el prescrito por la Santa Iglesia, que conoce bien la fragilidad de sus hijos: ayuno que desde la época antigua no nos recuerda sino que debemos sentirnos confundidos y humillados.

Templanza espiritual.

Dado que el hombre está compuesto de cuerpo y de espíritu, conviene añadir a la templanza de tipo corporal la templanza espiritual, la cual es más y más larga y penosa en la medida que resulta indispensable para resistir a ciertos impulsos, cortar ciertos afectos o poner orden en determinadas inclinaciones.
La templanza mesura el uso de las cosas de la tierra, nos pone en guardia en cuanto a la vestimenta, amor de los placeres, el deseo de conocer y saberlo todo, en guardia respecto a espectáculos, amistades, modas y demás aspectos de la vida. No concuerda bien con la templanza el espíritu de impaciencia que trae consigo la discordia, e igualmente si existe rechazo hacia una determinada persona, con la templanza este espíritu se cambia en una actitud de dulzura, de amor, de buena voluntad, decidiéndose a actuar con corazón sincero y generoso. Con la templanza se llega a desarraigar también cualquier afecto desordenado, como el que a veces ciertos padres sienten por sus hijos, queriendo poseerlos exclusivamente, desarraigar también los conatos de envidia por lo que no llegamos a tolerar a los demás, situando nuestro bien en el mal ajeno: desarraigar nuestro orgullo que domina tal vez nuestros pensamientos, haciendo inflexibles nuestras decisiones, no pudiendo tolerar cualquier consejo o aviso por parte de los otros. La templanza siempre está vigilante para hacer valer la ley, las formas y las buenas maneras en todos los arranques de nuestro corazón, no permitiendo ir más allá de los límites de la razón y de la Fe.
El camino y el medio más seguro para que no nos dominen las pasiones es de conservar la templanza y no dejarnos sorprender; y así nos lo recomienda el Apóstol cuando nos dice que vigilemos frente al enemigo: “vigilad porque el diablo, vuestro adversario, da vueltas en torno vuestro buscando a quien devorar”. Y démonos cuenta que cuanto abarca nuestra mirada todo puede ser nuestro enemigo: nuestra propia casa y nuestra propia persona, lo más cercano a nosotros puede ser nuestro adversario más encarnizado, alimentando nuestras pasiones y deseos, y por eso nuestra propia carne es la que con más furor nos asalta, sin tregua, existiendo hasta la muerte esa enemistad entre ella y el espíritu.
Amadísimos hijos, estad vigilantes para que no seáis presa de las sugestiones de la carne que se lamenta de su propia impotencia para guardar la práctica del ayuno y de la abstinencia, y por lo tanto no olvidéis que un cuerpo demasiado bien alimentado es enemigo de lo espiritual.
Cuidad vuestra mirada ya que por lo ojos entran las funestas imaginaciones en la mente y los afectos perversos invaden el corazón. Preservad los oídos ya que a través de ellos el espíritu puede verse atrapado en sugestiones maliciosas. Igualmente mucha atención con la lengua, porque aquel que habla mucho no estará exento de culpa; y de forma especial tengamos sumo cuidado con nuestro enemigo más recalcitrante, el amor propio, que finge, seduce y engaña, valiéndose de mil maneras para no ser reconocido.
No olvidemos que una simple antipatía –así nos parece– que sentimos por algunos de nuestros hermanos puede convertirse sin pasar mucho tiempo en una abierta enemistad. Si se siente una inclinación especial hacia una determinada persona, afecto inocente por otra parte, no bajemos la guardia, pues en caso contrario se verá afectada la castidad, y tanto en el trato como en las expresiones seamos puros y moderados. En cuanto a los bienes materiales guardémoslos como conviene pero estando muy atentos que este cuidado no acabe en una dañina avaricia. Aunque se afirme que ciertos espectáculos y lecturas no son peligrosos, conviene recordar que la serpiente maligna permanece oculta e incluso en las flores y en el aire que se respira puede haber un veneno mortal.
No olvidemos nunca que nuestro adversario, que se esconde para atacarnos, no nos presente desde el primer momento el mal, sino que después de mostrarnos algún bien nos lleva poco a poco a un espíritu de tibieza en el servicio divino y tras esto nos hunde en la disipación y la ruina o apatía.

Firmeza en la verdad.

Si existe un tiempo en el cual debemos estar vigilantes de una forma especial es el de nuestros días, pues el mundo, con espíritu diabólico, favorece y ayuda a los perversos planes, sobre todo dirigidos contra la Iglesia, con el fin de provocar sentimientos antirreligiosos, y así disminuir el prestigio y la reputación respecto a los hombres que la gobiernan, haciendo resaltar todos los defectos, en todos los grados de la jerarquía, por lo cual concluimos con el Apóstol: resistid fuertes en la fe. Permaneced firmes en la verdad que se encuentra substancialmente en Jesucristo, a quien Dios Padre ha constituido piedra angular en la edificación de la nueva Jerusalén, la Iglesia Católica, y todo aquel que tenga en El cimentada su Fe no será confundido. Fuente de gracia para los que son fieles, esta piedra misteriosa se convierte sin embargo en piedra de escándalo y de ruina para todos los que pretenden edificar sin ponerla como base en sus sistemas.
Estad alertas, queridísimos hijos, y mantened viva la Fe; guardaos de sus enemigos declarados, que han dejado arrinconado en el pasado el carácter secreto de sus conciliábulos, y ahora, con banderas desplegadas, se esfuerzan por arrebatar al pueblo su joya más valiosa: La Fe; y esto, con sutiles artimañas intentan socavar la autoridad de la Iglesia y de sus ministros denunciándolos como perturbadores, blanco de todas las sospechas y extremistas, hasta tal punto que no pocos católicos, ingenuos o hipócritas, acaban por admitir todas estas cosas, y se creen cuando les dicen que no se combate a la religión, sino que únicamente se quiere liberarla de los abusos que se han introducido, separar la Religión y la política; no se quiere perseguir a la Iglesia, pero hay que saber –dicen ellos que no se puede actuar rectamente si se desconoce el espíritu de los tiempos. Deseamos el bien de los pueblos, afirman, para lo cual nos empeñamos en la paz de todas las naciones.
Resistid fuertes en la fe, decimos a aquellos cristianos que conociendo sólo superficialmente la ciencia de la Religión, y practicándola menos, pretenden erigirse en maestros de la Iglesia afirmando que debe adaptarse a las exigencias de los tiempos, sacrificando para ellos algún punto de la integridad de sus santas leyes; que el derecho público de la cristiandad debe mostrarse sumiso entre los grandes Principios de la era moderna, y manifestar esta sumisión ante el nuevo vencedor, incluso la moral evangélica, demasiado severa, debe adaptarse a estas nuevas normas más complacientes y acomodaticias. Finalmente la disciplina eclesiástica debe prescindir de sus prescripciones que resultan molestas a la naturaleza humana, para abrir paso al progreso de la ley en la libertad y amor.
Resistid fuertes en la fe, contra todos aquellos que pretenden dirigir y guiar a la Iglesia en provecho de sus propios intereses y decisiones, juzgando sus enseñanzas e impidiendo sus censuras y condenas; todo esto constituye un pecado enorme de soberbia, y para no ser víctimas de su gran castigo, tengamos el valor de luchar en nuestra sociedad contra todos estos enemigos, descubriendo la malicia de sus ideas perniciosas y haciendo frente al terror de sus maquinaciones o desafiando sus ironías o insultos.
Resistid fuertes en la fe, especialmente los que se glorían en verdad del nombre de católicos, sobre todo para no dejarse seducir por los falsos apóstoles que como Satanás se disfrazan de ángeles de luz, y fingen lamentos, temores e inquietudes por los males de la Iglesia y por los peligros por los que atraviesa, y en virtud de una caridad fingida y con un corazón hipócrita aceptan las máximas que poco a poco llevan a la Iglesia a una situación de enfermedad y de males mortales Aunque es cierto que ciertos triunfos de la moderna iniquidad pueden escandalizarnos y poner a prueba nuestra fe en la providencia, sin embargo la fuerza misma de los acontecimientos va serenando la inquietud de la Fe. Las Sagradas Letras nos advierten así: “¡Ay de los que al mal llaman bien, que de la luz hacen tinieblas y de las tinieblas luz, y dan lo amargo por lo dulce y lo dulce por lo amargo! ¡Ay de los que son sabios a sus ojos, y son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y fuertes para mezclar licores; de los que por cohecho dan justo al impío y quitan al justo su justicia!” Y en otro pasaje dice: “¡Ay de ti, Asur, vara de mi cólera, bastón de mi furor! Yo le mandé con una gente impía, le envié contra el pueblo objeto de mi furor, para que saquease e hiciera de él su botín, y le pisase como se pisa el polvo de las calles, pero él no tuvo los mismos designios, no eran éstos los pensamientos de su corazón, su deseo era desarraigar, exterminar pueblos en gran número”.
¡Como los acontecimientos que contemplamos en la Iglesia se ven iluminados con estos pasajes! Meditémoslos, queridísimos hijos, y aceptemos todo lo que sucede como una prueba y una expiación; convirtámonos al Señor y respondamos con prontitud a la paternal llamada de su misericordia. Que estos días de la Santa Cuaresma sean para nosotros días de propiciación y así nos encontremos algo más dignos para celebrar con Nuestro Señor Jesucristo la gloriosa Pascua de Resurrección.

Cardenal Giuseppe Sarto, carta fechada el 17 de febrero de 1895, siendo entonces Patriarca de Venecia y venerado hoy en todo el orbe católico como San Pío X, Papa.

domingo, 24 de abril de 2011

Saludo Pascual de Stat Veritas a sus lectores.

Estimados lectores,

Nuestro Señor Jesucristo quiso dejarnos su imagen en la Sábana Santa, y en su misteriosa imagen podemos recorrer lo que fue toda Su Pasión, por eso algunos la llaman devotamente “el quinto evangelio”. En la sábana no vemos un cuerpo glorioso y resucitado, vemos un cuerpo lacerado, el cuerpo del “varón de dolores”.
Mensaje claro nos ha dejado El Redentor que, para llegar a la Resurrección, el camino es el de abrazar con amor la Cruz. Sin Cruz no hay gloria que podamos alcanzar.
Ya sé que no es el típico saludo Pascual con la imagen de un Cristo triunfante emergiendo del sepulcro pero, me parece, una interesante reflexión el tener presente la impronta que ha dejado Nuestro Señor en la Síndone en lo que, muchos piensan, fue el instante de la Resurrección.

Resurrexit sicut dixit, Allelluia.

A todos, les deseo

¡una santa y feliz Pascua de Resurrección!

El Editor

La Resurrección de Nuestro Señor.


“Y al tercer día resucitó de entre los muertos”: no quiere decir que Cristo Nuestro Señor haya estado tres días en el sepulcro, sino que muerto el Viernes revivió y salió del sepulcro el Domingo temprano; estuvo en el sepulcro más de 30 y menos de 40 horas.
La Resurrección de Nuestro Señor es un suceso histórico, el suceso sostenido por mayor peso de testimonio histórico que ningún otro en el mundo.
Los cuatro Evangelistas narran los hechos del Domingo de Pascua en forma enteramente impersonal, lo mismo que el resto de la vida de Cristo; no hay exclamaciones, comentarios, afectos, asombros ni gritos de triunfo. Los Evangelios son cuatro crónicas enteramente excepcionales: el cronista anota una serie de hechos en forma enteramente enjuta y escueta. Aquí los hechos son las apariciones de Cristo redivivo; al cual vieron, oyeron y tocaron los que habían de dar testimonio.
Este testimonio se puede resumir brevemente en las siguientes cabezas:

Hay cuatro documentos diferentes, escritos en diferentes tiempos y sin connivencia mutua, cuyos autores no tenían el menor interés en fabricar una enorme e increíble impostura: al contrario, arriesgaban la vida contando lo que contaron.

Los Fariseos y Pilatos no hicieron nada; y tenían que haber hecho cosas, de ser una impostura; sería una impostura facilísima de reventar: bastaba exponer el cadáver, y juzgar y sentenciar a los impostores. Al contrario, hicieron trampas y violencias para hacerlos callar.

En la mañana de Pentecostés, los antes amilanados Apóstoles salieron audazmente a predicar a la multitud que Jesús era el Mesías y había resucitado. En la multitud había muchos testigos presenciales de los hechos de Cristo, incluso de su pasión y muerte. La multitud creyó a los Apóstoles.

En el espacio de una vida de hombre, en todo el vasto Imperio Romano existían grupos de hombres que creían en la Resurrección de Cristo, y se exponían por creerlo y confesarlo a los peores castigos.

Tres siglos más tarde todo el Imperio Romano, es decir, todo el mundo civilizado creía en la Resurrección de Cristo; y la religión cristiana era la Religión oficial de Roma; para llegar a eso, millares y aun millones de mártires; y entre ellos los 12 primeros Testigos, habían dado la vida en medio de tormentos atroces. “Creo a testigos que se dejan matar” -decía Pascal en el siglo XVII.
Había incrédulos en el Imperio Romano, por supuesto: siempre los habrá. Contra ellos hacía san Agustín su famoso argumento de “los Tres Increíbles”.

“INCREIBLE es que un hombre haya resucitado de entre los muertos; INCREIBLE es que todo el mundo haya creído ese increíble; INCREIBLE es que 12 hombres rústicos y sencillos y plebeyos, sin armas, sin letras y sin fama, hayan convencido al mundo, y en él a los sabios y filósofos, de aquel primer INCREIBLE.
“EL primer INCREIBLE no lo queréis creer; el segundo increíble no tenéis más re-medio que verlo; de donde tenéis que admitir el 3er. INCREIBLE. Pero ese tercer increíble es un portento tan asombroso como la Resurrección de un muerto”.
Así decía san Agustín; y esto es lo que el Concilio Vaticano llama “el milagro moral” de la Iglesia.
De san Agustín acá, ese hecho histórico asombroso que es el cristianismo siguió adelante; conquistó el mundo, modeló la Europa y después la América, creó la admirablemente adelantada raza blanca, y todas las ventajas y comodidades de lo que hoy llamamos “la civilización”. Se puede decir que la mejor parte del mundo ha creído siempre en la Resurrección; y que esa creencia ha producido los, mayores sabios, los mayores artistas, los mayores gobernantes y los mayores moralistas, que son los Santos.
Supongamos ahora que, por un imposible, todos los hombres del mundo actual dejaran de creer en la Resurrección de Cristo y la dieran como una impostura -puesto que física-mente PUEDEN arrojar la fe los que quieren: la fe es un acto libre. Si aconteciese una total apostasía (y algo deso puede suceder) ¿borraría ese hecho nuevo el otro hecho secular de la universal fe cristiana y de la existencia im-perturbable y progresiva de la Iglesia durante 20 siglos? Es imposible: ni Dios mismo puede hacer que un hecho deje de haber sido hecho. “Quod factum est, nequit fíeri infactum”, decían brevemente los filósofos antiguos. Simplemente los apóstatas tendrían qué tergiversar, como hicieron los judíos y Herodes después del Domingo de Pentecostés: tendrían que ocultar los hechos, imponer silencio por la fuerza, y dar muerte a los que hablaran; mas en el fondo de su alma tendrían conciencia de que no niegan o descreen por un acto del entendimiento sino por un acto de voluntad; no por la razón sino por un capricho.
“Sic volo, sic jubeo, sit pro ratione voluntas”. Cristo Resurrecto apareció a su Santísima Madre, después a la Magdalena, luego a san Pedro, a Santiago el Mayor, a los dos desconsolados discípulos de Emaús, y finalmente en ese mismo Domingo de Pascua a todos los Apóstoles reunidos en el Cenáculo; y después otras muchas veces en la Galilea, patria de todos ellos. Apareció humilde, sereno y gracioso, llevando en manos, pies y costado las gloriosas heridas de su Pasión, vueltas hermosas como joyas. Habló, comió, alternó con ellos; fue visto y tocado, fue interrogado y adorado. Y después hizo la gran demostración de su Ascender a los Cielos. Y desapareció de la vista de los hombres.
Si estamos engañados, OH Dios, entonces Tú mismo nos has engañado.
Con razón decía san Pablo: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, nuestra esperanza es vana: somos los más infelices de todos los hombres”. Pero Cristo resucitó; y entonces la contraria es verdadera: somos los más felices de todos los hombres; o si quieren, los menos infelices.

Leonardo Castellani, Tomado de “El rosal de Nuestra Señora”.

sábado, 23 de abril de 2011

Sábado Santo. Solemne Vigilia Pascual.


Jesús ha pasado toda la noche y pasará también todo el sábado en el sepulcro, custodiado por los soldados, sobornados por el Sanedrín para testificar contra su Resurrección. La Iglesia está hoy toda absorta en ese hecho, y en virtud del decreto del 9 de febrero de 1951 de la Sagrada Congregación de Ritos, en el que se restituyó todo el rito de la Vigilia pascual a la noche del sábado al domingo, conforme al uso primitivo, todo el día del sábado lo dedica a conmemorar y venerar la muerte y sepultura del Redentor, a las que alude todo el Oficio del día. Tal debe ser también la preocupación de los fieles por todo el Sábado Santo: meditar y venerar la sepultura del Redentor, asistiendo, en cuanto les sea posible, a los oficios litúrgicos y funciones extralitúrgicas del día.
La Sagrada Congregación de Ritos, atendiendo a tantos; ruegos y deseos de liturgistas contemporáneos (nosotros mismos lo reclamábamos en las ediciones anteriores de este Manual) y de obispos de todos los países, después de haber estudiado seriamente el asunto a la luz de los documentos antiguos, se resolvió a restituir el rito de la vigilia de Pascua, que hasta ahora se celebraba en la mañana del Sábado Santo, a las horas de la noche, para que así recobrara todo su significado y sirviera de preparación inmediata a la Pascua de Resurrección. La novedad, aunque anunciada sólo como a título de “experiencia” para el año 1951, fué recibida con aplauso general. Ella significaba no sólo un feliz retorno a la antigüedad, sino también al buen sentido, en el terreno litúrgico.
Según, pues, el aludido Decreto, el Sábado Santo es un día “alitúrgico”, es decir, sin sacrificio eucarístico, pero con el Oficio Divino completo. Éste, por lo tanto, se compone de Maitines y Laúdes, Horas Menores, Vísperas y Completas, y ha de rezarse en sus horas correspondientes. Por lo mismo, las Tinieblas del Viernes Santo ya no tienen lugar, como antes, al anochecer de ese día, sino el sábado por la mañana.
El Oficio Divino del Sábado Santo, a excepción de Maitines y Laudes, es el mismo del Jueves Santo, con algunas pequeñas variantes que se han hecho necesarias para acomodarlo al Sábado, que es un día medio de luto, medio de alegre esperanza. Así, por ejemplo, se ha suprimido el salmo “Miserere”, que, por otro lado, no existía en el Oficio del Triduo pascual antes del siglo XII; se ha compuesto una Antífona apropiada para el “Magníficat” de Vísperas, y se ha sustituido la oración “Réspice” por la “Concede”, que alude a la devota expectación del pueblo cristiano en la Resurrección del Hijo de Dios.
No habiendo, pues, en el Sábado Santo actual, como acabamos de exponer, más que Oficio Divino, los fieles harán bien en asistir a él y en visitar en los templos el Santo Sepulcro, preparando sus corazones para la celebración pascual.

Solemne Vigilia Pascual:

Bendición del Fuego Nuevo y del Cirio Pascual.

La Vigilia pascual comienza con la Bendición del fuego nuevo, el cual ha de encenderse por medio del pedernal para significar que Cristo, a quien el pedernal representa, es el origen de la luz, la cual ha de brotar de ese fuego bendito.
Este rito puede hacerse o en el atrio o dentro del templo, pero cerca de la puerta, como pueda ser mejor visto por los asistentes.
Terminada la Bendición del fuego, el celebrante prepara el Cirio pascual trazando sobre él con un estilete una cruz, escribiendo con el mismo la primera y la última letra del alfabeto griego (Alfa y Omega) y los números correspondientes al año en que se vive, en esta forma y diciendo las palabras del caso. Luego, se bendicen cinco granos de incienso (si no están ya benditos de otro año) y se los clava en el Cirio el cual se enciende con el fuego nuevo, y entonces, finalmente, es él bendecido con una breve fórmula:
Este Cirio, así con tanto cuidado preparado por el sacerdote y por fin encendido y bendecido, representa a Jesucristo Resucitado y recuerda a la vez a la columna luminosa que acompañaba y guiaba por la noche a los hebreos, a su paso por el desierto. Los granos de incienso recuerdan por un lado las llagas del Crucificado y por otro los perfumes y ungüentos que prepararon las santas mujeres para embalsamar el cadáver de Jesús. Por eso va a ser el Cirio el blanco de las miradas y de los homenajes de los fieles cristianos reunidos esta noche en el templo para la Vigilia pascual, y su luz va a iluminarlo y alegrarlo todo y a todos.

Exultet o Pregón Pascual.

En solemne procesión introduce el diácono en el templo el Cirio encendido, encendiendo con él, primero, el celebrante su propia vela; segundo, todo el clero, y tercero todo el pueblo y la luminaria del templo, inundándose así de la nueva luz, que simboliza a Cristo, todo el ambiente sagrado. A continuación el diácono canta el “Exultet”, previa incensación del libro y del Cirio, que ocupa un lugar céntrico del coro.
El Exultet o “Angelica”, o más propiamente Praecónium paschale o “anuncio pascual”, es un poema lírico dedicado a la luz y a la Resurrección de Jesucristo. Primitivamente su composición estaba librada a la inspiración personal del diácono encargado de cantarlo, lo que dio margen a veces a retóricos abusos y adornos excesivos de estilo, de los que el actual está exento. En cambio está henchido de teología, acerca del misterio de la Redención.
Antiguamente (y también hoy, por fortuna), se procuraba hacer en este momento una muy profusa iluminación dentro del templo, para que los hechos concordasen con las palabras del diácono. Este Cirio quedará en el presbiterio todo el tiempo pascual, como testimonio de la Resurrección de Jesucristo.

Consagración del Agua Bautismal.

La Bendición de la Pila bautismal, que podemos decir es el rito central de esta noche, es sumamente interesante y está llena de un rico simbolismo. Para expresar la infusión del Espíritu Santo sobre el agua bautismal, el celebrante sopla y alienta repetidas veces sobre ella y sumerge en la pila el Cirio pascual, pidiendo descienda con él en el agua “la virtud” del Paráclito. Reservada, luego, el agua necesaria para el uso del templo y de los fieles, a la que se destina para el bautismo se la mezcla con el óleo de los catecúmenos y el. Santo Crisma y se la guarda en el baptisterio.
Antiguamente se administraba en este momento el bautismo a los catecúmenos, que eran multitud, y luego se les confirmaba. Hoy, si se presenta el caso, se administra el bautismo, más no la confirmación.

Santa Misa de Gloria.


 Misa de Gloria Papal.

Se engarza con las Letanías de los Santos, cuyos Kyries finales reemplazan a los de la Misa. Los ministros usan ornamentos blancos. Al entonar el “Gloria”, rompen su silencio el órgano y las campanas, descórrense las cortinas moradas que cubren los altares, y el templo entero recobra el aspecto festivo.
Después de la Epístola hace su entrada triunfal en los oficios litúrgicos el “Aleluya”, que el celebrante y el coro cantan seis veces alternando. No hay Credo, Ofertorio, ni Agnus Dei, ni ósculo de paz, y también se han suprimido las Vísperas, que antes se intercalaban a continuación de la Comunión. Con el “Ite missa est” aleluyado, terminan los oficios de esta “noche feliz”, los cuales son como la primera estrofa del himno triunfal de la triunfante y gloriosa Resurrección.
Es de esperar que, antes de dar a esta reforma su forma “definitiva”, se le restituirá a esta Misa toda su solemnidad, sin suprimir ni el Credo, ni el Ofertorio, etc., y colocando los Laudes al fin de la misma, como acción de gracias.
En las iglesias benedictinas, al Ofertorio de la Misa se bendice el Cordero Pascual, figura de. Jesucristo, para reanudar, con esa carne bendita y con el beneplácito de la Iglesia, la comida de carnes prohibida a los monjes durante toda la Cuaresma. Además, simbolízase en él a Jesucristo, Cordero de Dios, inmolado por los hombres, y asado, que diríamos, en la parrilla de la Cruz y. dado en manjar en la Comunión.
Demás estará advertir que los qué asisten a esta Misa de media noche cumplen con ella el precepto dominical, y que los que en ella comulgan no pueden volver a comulgar el día de Pascua. Sin embargo, harán bien los cristianos en asistir a la Misa solemne del día, para santificar y distinguir al día más grande del Año litúrgico.

R.P. Andrés Azcárate O.S.B., tomado de “La flor de la liturgia”.