Luego de una larga espera, en medio de la crisis por la cual está atravesando la FSSPX, sale
publicada en Dici, 15 de abril de 2013, la carta de Mons. Bernard Fellay,
Superior de la misma, a los amigos y benefactores.
Carta a los amigos y benefactores (Abril de
2013)
Queridos
amigos y benefactores,
Hace mucho tiempo que esta carta se hacía esperar, y es con alegría, en
este tiempo pascual, que quisiéramos hacer un balance y exponer algunas
reflexiones sobre la situación de la Iglesia.
Como ustedes saben, la Fraternidad se halló en una posición delicada
durante gran parte del año 2012, a resultas del último movimiento hecho por
Benedicto XVI que intentaba normalizar nuestra situación. Las dificultades
provenían, por un lado, de las exigencias que acompañaban la proposición romana
– a las que no pudimos y seguimos sin poder suscribir–, y por otro, de una
falta de claridad de parte de la Santa Sede que no permitía conocer exactamente
la voluntad del Santo Padre, ni qué estaba dispuesto a concedernos. El problema
causado por esta incertidumbre se disipó desde el 13 de junio de 2012, con una
confirmación neta el 30 del mismo mes, mediante una carta del propio Benedicto
XVI que manifestaba claramente y sin ambigüedades las condiciones que se nos
imponían para una normalización canónica.
Estas condiciones son de orden doctrinal. Recaen sobre la aceptación
total del Concilio Vaticano II y la misa de Pablo VI. Por otra parte, como
escribió Mons. Augustine Di Noia, vice-presidente de la Comisión Ecclesia Dei
en una carta dirigida a los miembros de la Fraternidad San Pío X a fines del
año pasado, en el plano doctrinal seguimos estando en el punto de partida, tal
como estaba en los años 70’. Lamentablemente no podemos hacer más que suscribir
a esta comprobación de las autoridades romanas y reconocer la actualidad del
análisis de Mons. Lefebvre, fundador de nuestra Fraternidad, que no ha variado
en las décadas que siguieron al Concilio hasta su muerte. Su percepción muy
justa, a la vez teológica y práctica, sigue teniendo vigencia, cincuenta años
después del inicio del Concilio.
Deseamos recordar este análisis que la Fraternidad San Pío X siempre
hizo suyo y que sigue siendo el hilo conductor de su posición doctrinal y de su
acción: reconociendo que la crisis que sacude la Iglesia también tiene causas
exteriores, el Concilio mismo es el agente principal de su autodestrucción.
A fines del Concilio Mons. Lefebvre expuso al Cardenal Alfredo
Ottatiani en carta del 20 de diciembre de 1966, los daños causados por el
Concilio a toda la Iglesia. Yo ya la citaba en la Carta a los amigos y
benefactores n° 68 del 29 de septiembre de 2005. Es conveniente releer hoy en
día algunos pasajes:
“Mientras el Concilio se preparaba para proyectar un haz luminoso en el
mundo de hoy si se hubiesen utilizado los esquemas preparados, en los que se
encontraba una profesión solemne de doctrina segura frente a los problemas
modernos, se puede y se debe desgraciadamente afirmar:
“Que de una manera casi general, cuando el Concilio ha innovado, ha
hecho tambalear la certeza de verdades enseñadas por el Magisterio auténtico de
la Iglesia como pertenecientes definitivamente al tesoro de la Tradición.
“Ya se trate de la transmisión de la jurisdicción de los obispos, de
las dos fuentes de la Revelación, la inspiración de la Escritura, de la
necesidad de la gracia para la justificación, de la necesidad del bautismo
católico, de la vida de la gracia en los herejes, cismáticos y paganos, de los
fines del matrimonio, de la libertad religiosa, de los novísimos, etc. Sobre
estos puntos fundamentales la doctrina tradicional era clara y enseñada
unánimemente en las universidades católicas. Ahora bien, numerosos textos del
Concilio acerca de estas verdades permiten que ahora se dude.
“Las consecuencias han sido rápidamente extraídas y aplicadas en la
vida de la Iglesia:
“- Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia y de los sacramentos
implican la desaparición de las vocaciones sacerdotales.
“- Las dudas sobre la necesidad y la naturaleza de la ‘conversión’ de
toda alma implican la desaparición de las vocaciones religiosas, la ruina de la
espiritualidad tradicional en los noviciados y la inutilidad de las misiones.
“- Las dudas sobre la legitimidad de la autoridad y la exigencia de la
obediencia provocadas por la exaltación de la dignidad humana, de la autonomía
de la conciencia y de la libertad, conmueven todas las sociedades, comenzando
por la Iglesia, las congregaciones religiosas, las diócesis, la sociedad civil
y la familia.
“- El orgullo tiene por consecuencia natural todas las concupiscencias
de los ojos y de la carne. Quizá una de las comprobaciones más horribles de
nuestra época es ver a qué degradación moral llegó la mayor parte de las
publicaciones católicas. Se habla sin ningún pudor de la sexualidad, de la
limitación de los nacimientos por todos los medios, de la legitimidad del
divorcio, de la educación mixta, del coqueteo, de los bailes, como medios
necesarios para la educación cristiana, del celibato sacerdotal, etc.
“- Las dudas sobre la necesidad de la gracia para ser salvados provocan
la desestima del bautismo, ahora relegado para más tarde, y el abandono del
sacramento de la penitencia. Además, se trata sobre todo de una actitud de los
sacerdotes, no de los fieles. Lo mismo sucede con la presencia real: son los
sacerdotes los que actúan como si ya no creyesen, escondiendo el Santísimo
Sacramento, suprimiendo todas las muestras de respeto hacia el Santísimo y
todas las ceremonias en su honor.
“- Las dudas sobre la necesidad de la Iglesia como única arca de
salvación, sobre la Iglesia católica como la única verdadera religión,
provenientes de las declaraciones sobre el ecumenismo y la libertad religiosa,
destruyen la autoridad del Magisterio de la Iglesia. En efecto, Roma ya no es la Maestra
de Verdad única y necesaria.
“En consecuencia, impulsado por los hechos, hay que concluir que el
Concilio ha favorecido de una manera inconcebible la difusión de los errores
liberales. La fe, la moral y la disciplina cristiana son conmovidas en sus
fundamentos, tal como lo predijeron todos los Papas.
“La destrucción de la Iglesia avanza a paso rápido. Gracias a una
autoridad exagerada concedida a las conferencias episcopales el Sumo Pontífice
se ató de pies y manos. ¡Cuántos ejemplos dolorosos en un sólo año! Sin
embargo, el Sucesor de Pedro y sólo el Sucesor de Pedro puede salvar la
Iglesia.
“Que el Santo Padre se rodee de vigorosos defensores de la fe, que los
nombre en las diócesis importantes. Quiera a través de documentos importantes
proclamar la fe, perseguir el error, sin temer las contradicciones, sin temer
los cismas, sin temer desafiar las disposiciones pastorales del Concilio.
“Quiera el Santo Padre alentar a los obispos a recuperar la fe y la
moral individualmente, cada uno en sus diócesis respectivas, como conviene a
todo buen pastor; sostener a los obispos valientes, incitarlos a reformar sus
seminarios, a restaurar los estudios según Santo Tomás; alentar a los
superiores generales a mantener en los noviciados y en las comunidades los
principios fundamentales de toda la ascesis cristiana, sobre todo la
obediencia; alentar el desarrollo de las escuelas católicas, la prensa de buena
doctrina, las asociaciones de familias cristianas; en fin, reprender a los
fautores de errores y reducirlos a silencio. Las alocuciones de los miércoles
no pueden remplazar las encíclicas, las directivas y las cartas a los obispos.
“¡Sin duda soy muy temerario expresándome de esta manera! Sin embargo,
compongo estas líneas movido por un amor ardiente, amor por la gloria de Dios,
amor por Jesucristo, amor por María, por su Iglesia, por el Sucesor de Pedro,
obispo de Roma, Vicario de Jesucristo”.
El 21 de noviembre de 1974, tras la visita apostólica hecha al
seminario de Ecône, Mons. Lefebvre juzgó necesario resumir su posición en la
célebre declaración que tendrá como consecuencia, algunos meses más tarde, la
injusta supresión canónica de la Fraternidad San Pío X, que nuestro fundador y
sus sucesores siempre consideraron nula. Este texto capital se abría con esta
profesión de fe, que es la de todos los miembros de la Fraternidad:
“Adherimos de todo corazón y con toda nuestra alma a la Roma católica,
guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para mantener esta
fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad.
“Rechazamos en cambio, y hemos siempre rechazado, seguir la Roma de
tendencia neo-modernista y neo-protestante que se manifestó claramente en el
Concilio Vaticano II, y después del Concilio, en todas las reformas que
salieron de él.
“Todas estas reformas, en efecto, han contribuido y contribuyen aún a
la demolición de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la aniquilación del Sacrificio
y de los sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza
naturalista y teilhardiana en las universidades, en los seminarios, en la
catequesis; enseñanza salida del liberalismo y del protestantismo condenados
repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia”.
Y esta
declaración concluía con las siguientes líneas:
“La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica,
para nuestra salvación, es el rechazo categórico de la aceptación de la
reforma.
“Por eso, sin ninguna rebelión, sin ninguna amargura, sin ningún
resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la égida
del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos hacer un servicio más
grande a la Santa Iglesia católica, al Sumo Pontífice y a las generaciones
futuras”.
En 1983, recordando el sentido del combate por la Tradición, Mons.
Lefebvre dirigía un manifiesto episcopal a Juan Pablo II, firmado junto a Mons.
Antonio de Castro Mayer, en el que denunciaba una vez más, la devastación
causada por las reformas postconciliares y el espíritu nefasto que se difundió
por todas partes. Subrayaba en particular los puntos siguientes en relación al
falso ecumenismo, la colegialidad, la libertad religiosa, el poder del papa y
la nueva misa:
- El
falso ecumenismo:
“Este ecumenismo también es contrario a las enseñanzas de Pío XI en la
encíclica Mortalium animos:sobre este particular es oportuno
exponer y rechazar cierta opinión falsa, que está en la raíz de este problema y
de este movimiento complejo por medio del cual los no-católicos se esfuerzan
por realizar la unión de las iglesias cristianas. Los que adhieren a esta
opinión citan constantemente las palabras de Cristo: “Que sean uno… y que no
exista más que un sólo rebaño y un sólo pastor” (Jn. 17,21 y 10,16) y pretenden
que a través de estas palabras Cristo manifiesta un deseo o una plegaria que
nunca fue realidad. Pretenden de hecho que la unidad de la fe y de gobierno,
que es una de las notas de la verdadera Iglesia de Cristo, prácticamente hasta
hoy en día nunca ha existido y actualmente no existe.
“Este ecumenismo, condenado por la moral y el derecho católicos, llega
a permitir la recepción de los sacramentos de la penitencia, de la
eucaristía y de la extremaunción de manos de ‘ministros no-católicos’ (Canon
844 N. C.) y favorece la ‘hospitalidad ecuménica’ autorizando a los ministros
católicos a dar el sacramento de la eucaristía a los no-católicos”.
- La
colegialidad:
“La doctrina ya sugerida por el documento Lumen gentium del
Concilio Vaticano II será retomada explícitamente por el nuevo Derecho Canónico
(Can. 336); doctrina según la cual el colegio de los obispos junto al Papa goza
igualmente del poder supremo en la Iglesia y ello de una manera habitual y
constante.
“Esta doctrina del doble poder supremo es contraria a
la enseñanza y a la práctica del magisterio de la Iglesia, especialmente del
Concilio Vaticano I (DZ. 3055), y de la encíclica de León XIII Satis
cognitum. Sólo el Papa goza del poder supremo, que él comunica en la
medida que juzga oportuno y en circunstancias extraordinarias.
“A este grave error está ligada la orientación democrática de la
Iglesia; los poderes residen en el ‘pueblo de Dios’, tal como es definido en el
nuevo Derecho. Este error jansenista ha sido condenado por la BulaAuctorem
fidei de Pío VI (DZ. 2602)”.
- La
libertad religiosa:
“La declaración Dignitatis humanae del Concilio
Vaticano II afirma la existencia de un falso derecho natural del hombre en
materia religiosa, contrariamente a las enseñanzas pontificias, que niegan
formalmente semejante blasfemia.
“Así, Pío IX en la encíclica Quanta cura y en el
Syllabus, León XIII en sus encíclicas Libertas praestantissimum e Immortale
Dei, Pío XII en su alocución Ci Riesce a los juristas
católicos italianos, niegan que la razón y la revelación funden semejante
derecho.
“El Vaticano II cree y profesa, de una manera universal, que ‘la verdad
no puede imponerse más que por la fuerza propia de la verdad’, lo cual se opone
formalmente a las enseñanzas de Pío VI contra los jansenistas del conciliábulo
de Pistoya (DZ. 2604). El Concilio llega al absurdo de afirmar el derecho a no
adherir y a no seguir la verdad, a obligar a los gobiernos civiles a ya no
hacer discriminaciones por motivos religiosos, estableciendo la igualdad
jurídica entre las falsas y la verdadera religión (…).
“Las consecuencias del reconocimiento del Concilio de este falso
derecho del hombre destruye los fundamentos del reino social de nuestro Señor,
conmueve la autoridad y el poder de la Iglesia en su misión de hacer reinar
nuestro Señor en los espíritus y en los corazones, llevando adelante el combate
con las fuerzas satánicas que subyugan las almas. Es espíritu misionero será
acusado de proselitismo exagerado.
“La neutralidad de los Estados en materia religiosa es injuriosa para
nuestro Señor y su Iglesia, cuando se trata de Estados con mayoría católica”.
- El
poder del Papa:
“Por cierto, el poder del Papa en la Iglesia es un poder supremo, pero
no puede ser absoluto y sin límites, dado que está subordinado al poder divino,
que se expresa en la Tradición, en la Sagrada Escritura y en las definiciones
ya promulgadas por el magisterio eclesiástico (DZ. 3116).
“El poder del Papa está subordinado y limitado por el fin para el cual
su poder le ha sido dado. Este fin ha sido claramente definido por el Papa Pío
IX en la Constitución Pastor aeternus del Concilio Vaticano I
(DZ. 3070). Sería un abuso de poder intolerable modificar la constitución de la
Iglesia y pretender invocar el derecho humano contra el derecho divino, como en
la libertad religiosa, como en la hospitalidad eucarística autorizada por el
nuevo Derecho, como en la afirmación de los dos poderes supremos en la Iglesia.
“Está claro que en estos casos y otros semejantes, es un deber de todo
clérigo y fiel católico resistir y rehusar la obediencia. La obediencia ciega
es un contrasentido y nadie está exento de responsabilidad por haber obedecido
a los hombres más que a Dios (DZ. 3115); y esta resistencia debe ser pública si
el mal es público y es un objeto de escándalo para las almas (Suma teológica,
II, II, 33, 4).
“Estos son principios elementales de moral, que regulan las relaciones
de los sujetos con todas las autoridades legítimas.
“Esta resistencia encuentra además una confirmación en el hecho que
actualmente son castigados los que se aferran firmemente a la Tradición y a la
fe católica, y que aquellos que profesan doctrinas heterodoxas o realizan
verdaderos sacrilegios en modo alguno son inquietados. Esa es la lógica del
abuso de poder”.
- La
nueva misa:
“Contrariamente a las enseñanzas del Concilio de Trento, en su sesión
XXIIª, contrariamente a la encíclicaMediator Dei de Pío XII, se ha
exagerado el lugar de los fieles en la participación en la misa y se ha
disminuido el lugar del sacerdote, convertido en simple presidente. Se ha
exagerado el lugar de la liturgia de la palabra y se ha disminuido el lugar del
sacrificio propiciatorio. Se ha exaltado la comida comunitaria y se ha
laicizado, a expensas del respeto y de la fe en la presencia real por la
transustanciación”.
“Suprimiendo la lengua sagrada, se han pluralizado al infinito los
ritos, profanándolos con aportes mundanos o paganos, y se han difundido falsas
traducciones a expensas de la verdadera fe y de la verdadera piedad de los
fieles”.
En 1986, a propósito del encuentro interreligioso de Asís, que
constituía un escándalo inaudito en la Iglesia católica, y sobre todo una
violación del primero de todos los mandamientos – “tu adorarás un único Dios”
–, durante el cual se vio al Vicario de Cristo invitar a los representantes de
todas las religiones a que invocasen a sus falsos dioses, Mons. Lefebvre
protestó vehementemente. Dirá incluso haber visto en este acontecimiento
insoportable para todo corazón católico uno de los signos que había pedido al
Cielo antes de poder proceder a las consagraciones episcopales.
En la Carta a los Amigos y Benefactores n° 40 del 2 de febrero de 1991,
el Padre Franz Schmidberger, segundo Superior general de la Fraternidad San Pío
X, retomó el conjunto de la cuestión y recordó la posición católica en un
pequeño compendio de los errores contemporáneos opuestos a la fe. Y nosotros
hemos pedido a algunos sacerdotes resumir en una especie de vademécum el
conjunto de estos puntos en diversos escritos después publicados, uno de los
cuales es el notable Catecismo de la crisis de la Iglesia del
Padre Matthias Gaudron.
Actualmente, siguiendo la misma línea, no podemos hacer más que repetir
lo que afirmaron Mons. Lefebvre y el P. Schmidberger en pos de él. Todos los
errores que ellos denunciaron, nosotros los denunciamos. Nosotros suplicamos al
Cielo y a las autoridades de la Iglesia, en particular al nuevo Sumo Pontífice,
el Papa Francisco, Vicario de Cristo, sucesor de Pedro, que no dejen que las
almas se pierdan por no recibir más la sana doctrina, el depósito revelado, la
fe, sin la cual nadie puede salvarse y agradar a Dios.
¿De qué sirve dedicarse a los hombres si se les oculta lo esencial, el
fin y el sentido de sus vidas, y la gravedad del pecado que los aleja de
aquello? La caridad por los pobres, los más desfavorecidos, los relegados, los
enfermos, siempre ha sido una verdadera preocupación de la Iglesia y no hay que
prescindir de ello; pero si esto se reduce a la pura filantropía y al
antropocentrismo, entonces la Iglesia ya no cumple su misión, no conduce las
almas a Dios, lo cual no puede hacerse realmente más que a través de medios
sobrenaturales, la fe, la esperanza, la caridad, la gracia; y por tanto,
denunciando todo lo que se le opone: los errores contra la fe y contra la
moral. Porque si ante la ausencia de esta denuncia los hombres pecan, se
condenan para toda la eternidad. La razón de ser de la Iglesia es salvarlos y
hacerles evitar la desgracia de su eterna condena.
Evidentemente, esto no será del agrado del mundo, que entonces se
volverá contra la Iglesia, frecuentemente con violencia, como nos lo muestra la
historia.
Estamos, pues, en Pascua de 2013 y la situación de la Iglesia está
prácticamente sin cambios. Las palabras de Mons. Lefebvre tienen un acento
profético. Todo se ha verificado y todo continúa para gran desgracia de las
almas que ya no escuchan de sus pastores el mensaje de salvación.
Sin dejarnos abrumar, ya sea por la duración de esta crisis terrible o
bien por la cantidad de prelados y de obispos que prosiguen la autodestrucción
de la Iglesia, como lo reconocía Pablo VI, nosotros continuamos proclamando, en
la medida de nuestros medios, que la Iglesia no puede cambiar sus dogmas ni su
moral. Porque sus venerables instituciones no se tocan sin provocar un
verdadero desastre. Si ciertas modificaciones accidentales que recaen sobre la
forma exterior deben ser hechas – como se produce en todas las instituciones
humanas – ellas no pueden ser hechas en ningún caso en oposición a los
principios que han guiado a la Iglesia en todos los siglos precedentes.
La consagración a San José, decidida por el Capítulo general de julio
de 2012, sucede justo en este momento decisivo. ¿Por qué San José? Porque es el
Patrono de la Iglesia católica. Él continúa teniendo para con el Cuerpo místico
el papel que Dios Padre le había confiado respecto a su Hijo divino. Siendo
Cristo el jefe de la Iglesia, cabeza del Cuerpo místico, de allí se sigue que
aquel que tenía el cargo de proteger al Mesías, al Hijo de Dios hecho hombre,
vea extenderse su misión a todo el Cuerpo místico.
Así como su papel fue muy discreto y en gran parte oculto – pero al
mismo tiempo perfectamente eficaz–, así también este rol protector –igualmente
eficaz para con la Iglesia– se realiza hoy en día en una gran discreción. Sólo
con el paso de los siglos se fue manifestando más y más clara la devoción a San
José. Uno de los santos más grandes, uno de los más discretos. Siguiendo a Pío
IX, que lo declaró Patrono de toda la Iglesia, sobre los pasos de León XIII,
que confirmó este papel y que inauguró la magnífica Oración a San José,
Patrono de la Iglesia universal – que nosotros rezamos todos los días
en la Fraternidad –, siguiendo a San Pío X, que profesaba una devoción especial
por San José, cuyo nombre llevaba, queremos hacer nuestras, en este momento
dramático de la historia de la Iglesia, esta devoción y este patronazgo.
Queridos amigos y benefactores de la Fraternidad San Pío X: los bendigo
de todo corazón, expresándoles mi gratitud por vuestras oraciones y vuestra
generosidad en favor de la obra de restauración de la Iglesia iniciada por
Mons. Lefebvre. Más aún, pido a San José que les obtenga las gracias divinas
que vuestras familias necesitan para permanecer fieles a la Tradición católica.
+ Bernard Fellay