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miércoles, 2 de febrero de 2011

Don Massimo Sbicego: Porqué me incorporo a la FSSPX.


“En las tres cartas reproducidas a continuación, Don Massimo Sbicego, 38 años, cura de la Parroquia de Pedemonte, en la Diócesis de Vicenza, (Italia) explica las razones que lo “obligaron” a incorporarse a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

Carta del 11 de Enero del 2011 a sus antiguos feligreses:

Muy queridos fieles,

Me parece oportuno, pasados algunos días, salir de la reserva que caracterizó mi partida; sepan ante todo que me ha causado pena a mí también no haberlos saludado personalmente para testimoniarles la estima que les tengo.
Mi decisión de entrar en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y las motivaciones que la han determinado no son de ayer. Hace ya dos años que había hablado con Monseñor Nosiglia, por ese entonces arzobispo de Vincenza, para solicitarle un año “sabático” para ir a una casa  de la Fraternidad.
A mediados de diciembre hablé nuevamente con toda franqueza de mi decisión con Monseñor Furian, administrador diocesano, que me recibió y escuchó con extrema benevolencia, manifestándome su deseo de dejar a la autoridad diocesana  encargarse de dar las explicaciones correspondientes. Esta intención me fue igualmente manifestada por el Vicario del lugar. Este pedido me pareció razonable y pensé que aceptarlo era de mi parte, un signo de buena voluntad hacia mis superiores a los que quería dejar la libertad de manejar lo mejor posible la situación que se presentaba. Me fui entonces silenciosamente con el fin de, entre otros, evitar implicarlos  a ustedes directamente en esta delicada cuestión de conciencia. Eso es todo.
Encontrarán adjunta la misma carta y la misma esquela de acompañamiento que mandé a Monseñor Furian después de nuestra entrevista personal a mediados de Diciembre 2010; son textos  que expresan no sólo la conciencia  de una situación eclesial,  sino también lo que yo pienso en lo profundo de mi ser.
Agradezco a todos los que en el transcurso de los últimos días me expresaron su comprensión y su cercanía. Los saludo afectuosamente y pido al Señor que los bendiga.

Don Massimo

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Carta del 21 de diciembre de 2010 a Don Ludovico Furian

Muy estimado Don Ludovico,

Te agradezco de todo corazón por la entrevista paternal del 14 de diciembre y por la carta que me has enviado seguidamente; he sentido en esta carta la estima, la comprensión y la humanidad que por otra parte, son recíprocas.
La elección de las Fraternidad San Pío X, aparte de ser una elección de conciencia, se basa en profundas convicciones doctrinales, en una búsqueda de la Verdad, que es Nuestro Señor, que me hicieron interrogarme y a veces inquietarme durante años, hasta llegar a poner en cuestión el ministerio que recibí. En la Fraternidad encontré el sentido profundo del Sacerdote Católico, a tal punto que podría osar decir: “la mayoría pensará que dejo la Diócesis; en realidad, en tanto que Católico, estoy volviendo a casa”.

Don Massimo

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Carta del 14 de diciembre de 2010 a Monseñor Ludovico Furian, Administrador diocesano

Me apresto a escribir estas líneas para dar la razón de una elección que es una elección de conciencia, de Fe y sobretodo de coherencia con el llamado de Nuestro Señor al Sacerdocio y con el ideal sacerdotal.
A menudo nos preguntan a nosotros, sacerdotes si hemos encontrado a Jesús; hoy puedo decir: “Sí, lo he encontrado”. Lo he encontrado a los pies de una cruz sobre un viejo altar, mientras ofrecía la Víctima Santa e Inmaculada por mis pecados, por los que asistían a la Santa Misa, por todos los fieles cristianos vivos y difuntos. Lo he encontrado a través de un rito litúrgico, el de siempre, el que el Santo Padre quiere revalorizar a pesar de los millares de obstáculos y que significa mucho más que una ceremonia exterior: ese rito hace realmente presente el Calvario y el Sacrificio de la Cruz entre mis manos, de una manera misteriosa pero clara, me hace estar y sentirme unido al Cristo, sobre todo a través del deseo de imitarlo como sacerdote, pastor, y de cierta manera, como víctima, ofreciendo mis cruces cotidianas en unión con Él.
Mientras celebraba el Santo Sacrificio, el Señor mismo ha despertado en mí una semilla adormecida, casi sofocada por las pastorales que no llevan a nada y por “virajes antropológicos” poéticos, la semilla de Su llamado al Sacerdocio: “Te quiero para Mí, para la Salvación de las almas”. Esa es la idea que surge del Santo Sacrificio de la Misa, la única, la Santa Misa de siempre. Para mí es hoy increíble e insoportable que la Santa Misa, el corazón vivo y latiente de la Gracia en la Iglesia, sea sometida a la criba de aquellos que la encuentran “fastidiosa”, que haya necesidad de “reflexionar sobre como valorizar los signos” de manera creativa, con personas que de la vida y del Sacrificio de Nuestro Señor han comprendido poco y nada. Además me doy cuenta que ese problema está vinculado a la naturaleza convival del Novus Ordo: la comida si no es seductora, viviente, emocionante es una invitación inoportuna; pienso que el riesgo concreto es de construir una celebración y una iglesia adolescentes que buscan “seducir” más que “santificar”.
Una voz influyente ha hablado de “apostasía silenciosa”: la misma que he visto por experiencia extenderse en nuestros niños y jóvenes a través de la enseñanza en los colegios y los liceos, encontrándola en la parroquia más que en la calle; pienso que eso deriva de haber revestido inconcientemente la mentalidad del mundo contemporáneo con su egoísmo, la ausencia de espíritu de sacrificio, de la mortificación, de la negación o ignorancia de lo sobrenatural, del relativismo religioso y ético, etc. Por lo tanto el punto doloroso es que nuestros cursos de catecismo, los grupos, la Enseñanza de la Religión Católica, favorecen todo eso, mientras que la doctrina católica es olvidada, no enseñada, a veces hasta ridiculizada a favor de “dimensiones humanas” que no llegan nunca al hecho de madurar una elección e incondicional de Fe y de vida Católica.
Frente a eso, la Santa Misa Tridentina impone, con la fuerza de la Gracia y de la Tradición, una misa que cuestiona nuestra tibieza, una reforma personal de vida, al mismo tiempo que una eclesiología sensata en la que los fieles continúan su combate en el mundo, en el trabajo, en familia, en el deporte, descubriendo que el mundo no los ama porque son de Cristo y de la Iglesia Católica; los Sacerdotes se consagran a Dios en la oración y en el apostolado para sostener, exhortar, hacer madurar, dar la Gracia sacramental que es Cristo mismo.
Un combate pacífico y no irénico y ciertamente no con un “bajo perfil”; siento que no se puede aplazar una Iglesia que tenga el coraje de predicar la Verdad, el coraje de repetirla hoy día, porque la Doctrina no es su propiedad sino que representa el Buen Depósito que Cristo le ha dado: la  Unicidad de la Salvación de Nuestro Señor; el sentido de la vida orientada hacia los cuatro fines del hombre; el sentido del Sacrificio de Cristo del que cada uno puede recibir la Gracia que salva; el sentido de un compromiso serio hecho de ascesis y de caridad, que el Señor recompensará en el momento oportuno; el sentido de la Presencia Verdadera, Real, de Cristo en la Hostia; el sentido de la Esperanza para todos los crucificados de la historia, porque el Cristo ha sido el primero entre ellos y continua siéndolo cotidianamente en el Altar; el sentido de una Iglesia capaz todavía de enseñar a los jóvenes a ponerse de rodillas para recitar el Santo Rosario; el sentido de una Palabra al servicio del Santo Sacrificio; una Palabra iluminada por la Tradición constante más bien que abandonada a interpretaciones fuera del tiempo, efímeras, al “magisterio” subjetivo de cualquier ama de casa, más bien que el del improbable exégeta de turno, en oposición con el Magisterio de la Iglesia.
Cuánto me ha hecho reflexionar ese pasaje de San Pablo que dice: “En efecto, llegará un día en que no se soportará más la sana doctrina, pero, por el placer de oír algo, los hombres se rodearán de maestros según sus propios deseos, rehusando escuchar la verdad para volverse hacia las fábulas”… Y cuanta confusión oigo, cuántas banalidades, cuántas tonterías, cuántas “teologías” de moda.
Hoy estoy preparado para elegir a Nuestro Señor, quizás más aún que cuando fui ordenado hace diez años, porque veo la historia que ha escrito conmigo; aunque me siento triste por tantos colegas que, aún recientemente, han abandonado el ministerio, con un poco de nostalgia por la Diócesis que sigo queriendo y a la que quedo profundamente vinculado, hoy elijo continuar mi vida de consagración adonde El está presente con Verdad, Fe, Doctrina, Esperanza, para un futuro de reconstrucción de la Iglesia: elijo la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Solicito humildemente a un hombre simple, de sonrisa sincera, a un Obispo, de enorme dimensión, Monseñor Bernard Fellay, de recibirme en el combate contra la autodemolición de la Iglesia, a fin de que el Cristo resucite en los corazones y en las sociedades.

Por la presente entrego mi dimisión en tanto que sacerdote de la Unidad pastoral Alto Valdastico a partir del mediodía del 30 de diciembre, rogando por Usted, Monseñor Vicario, pidiéndole de velar por el cuidado pastoral de esos fieles que amo.
Mientras yo estuve les he dado mi corazón y me esforcé por transmitir un poco de Fe católica. Sin embargo sin la Santa Misa de siempre, la Misa Tridentina, el cielo permanece cerrado y la deriva es inevitable. (Michael Davies, “La reforma litúrgica anglicana”).
Convencido del respeto recíproco por esa elección de conciencia tan largamente preparada y de la oración recíproca que nos une a la Única Iglesia Católica, le suplico al Señor a fin de que: “Corpus Domini nostri Iesu Christi custodiat animan nostram in vitam æternam”.

Don Massimo, Traducción de La Porte Latine, sitio oficial del distrito de Francia de la FSSPX, Enero de 2011.