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domingo, 3 de abril de 2011

Domingo cuarto de Cuaresma: La primera multiplicación de los panes (1963).


Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos? » Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: « Doscientos denarios de pan nobastanpara que cada uno tomeunpoco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:« Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos? » Dijo Jesús: « Haced que se recueste la gente. » Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizada, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a lomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo”. (Jn. 6, 1-15).

El Evangelio de la Dominica IV de Cuaresma trae la primera multiplicación de los panes y peces; pues repitió este milagro otra vez sin ninguna duda —más tarde, en otro lugar y con otras circunstancias [1]. Es un relato histórico de testigo presencial, que recuerda hasta cuántas canoas había en la ribera ese día, y el número del inmenso auditorio de Cristo, cuyos pormenores conocen ya Uds. y no tienen necesidad de explicación, sino dos puntos: uno, la simbólica del milagro, que es la Eucaristía; y otro, el carácter de los milagros de Jesucristo, que es la modestia.
Cristo hizo de la multiplicación de los panes un símbolo de la Eucaristía, como explicó Él mismo al día siguiente en la Sinagoga de Cafarnaum, donde llegó huyendo, y lo siguió la multitud [2]. La multitud dijo al ver la multipanificación: “Realmente éste es el Gran Profeta que está escrito había de venir” —y esta conclusión era lo que interesaba a Cristo al hacer el milagro; pero a las turbas venidas de todas partes les interesaba más el milagro; y querían hacerlo Rey, ansiando otros mayores milagros. Se los dijo Cristo: “Venís persiguiéndome por el pan de la tierra: buscad el pan del cielo”. “Sabemos que Moisés dio a nuestros padres el Pan del Cielo”. “Yo soy el Pan del Cielo; vuestros Padres comieron el pan del cielo de Moisés y murieron”.
Cristo hacía sus milagros solamente para sostener sus promesas acerca la otra vida, la vida eterna. Platón y Aristóteles habían enseñado ya que la salvación del hombre está en el más allá; aunque puede haber un comienzo de felicidad en esta vida, que ellos ponían en la “contemplación”: no me pidan explique ese término difícil [3]. Pero los judíos querían el Reino en esta vida.
Cristo entonces hace un largo recitado acerca del Pan del Cielo, que es Él; primero acera de Él conocido por la fe, luego acerca de Él recibido en el Sacramento; las dos juntas, pero al comienzo poniendo el acento más bien en la fe; al final poniendo el acento en el Sacramento que promete. Esta promesa unida a las palabras de la Última Cena no dejan ninguna duda acerca de la natura de la Eucaristía, por increíble que ella sea; pues es un milagro mucho mayor que la Multipanificación. Se escandalizaron los judíos al oír que para vivir eternamente habían de comer su cuerpo; murmuraron, protestaron y muchos lo abandonaron. Y entonces Jesucristo les advirtió claramente que no comerían su carne carnalmente sino espiritualmente, en lo que llaman “estado sacramental”.
Es un milagro mayor que el otro. Yo doy aquí una laminita de pan sin sal consagrado a una persona, y después a otra persona que está al lado; y reciben el Cuerpo de Cristo. ¿Están allí dos Cuerpos de Cristo? No. ¿Se hace el Cuerpo de Cristo grande como toda esta Iglesia? Tampoco [4]. —No se puede concebir —No ciertamente: nuestra imaginación no lo puede concebir: está aprisionada por la categoría de la extensión, del espacio, de las dimensiones y no puede salirse de allí: pero los espíritus no tienen extensión y el Cuerpo de Cristo ya resucitado tiene cualidades de espíritu [5], como las tendrán todos los cuerpos resucitados [6]. Eso no es debido al cuerpo humano: lo hará Dios por milagro: lo hizo ya.
Los estudiantes de la Edad Media inventaron un problema chusco (muchos problemas chuscos inventaron) para ayudarse en su estudio de la Filosofía:
“¿Pueden mil ángeles caber en la punta de un alfiler?”
Y respondían: “Sí, pueden, porque los ángeles no tienen extensión”. Pero estaba mal la respuesta. Es un falso problema, un problema mal planteado, porque la palabra “caber” no tiene nada que hacer con un ángel en ninguna forma, porque el ángel no tiene extensión [7]. Los científicos modernos dicen que no existe la extensión, que el átomo no tiene extensión, que TODO ES ENERGÍA, no hay masa: es falso también, pero muestra que es posible concebir (en nuestro intelecto, no en nuestra imaginación) esas dos cosas separadas, la sustancia y la extensión. La extensión es una propiedad de la materia, y hay sustancias que no tienen materia, sustancias espirituales. Extensión y sustancia no se implican mutuamente como pensó Descartes: y así en la Hostia está la sustancia del Cuerpo de Cristo sin su extensión [8]; y está la extensión del pan sin la sustancia del pan, cosa que podemos concebir, aunque nunca imaginar.
A pesar de ser la Multipanificación el más grande de los milagros de Cristo (o el más ruidoso, porque el más grande fue su Resurrección), es un milagro modesto, como todos sus milagros. Les dio de comer un día a todos esos hombres, mujeres y niños, pero eso no resolvió ninguno de sus problemas: al día siguiente tendrían hambre de nuevo. Verdad es que Cristo también dio la salud, curó ciegos y resucitó muertos. Pero ¿cuántos? Curó un ciego entre 100 ciegos, dio la vida a un muerto entre 100.000 muertos. O sea, los milagros de Cristo no eran para esta vida, sino para la otra. Cristo no vino a cambiar el destino de los hombres: vino a COMPARTIR el destino de los hombres. En la Conquista del Perú por Pizarro, cuenta Don Pedro Calderón que los españoles convencían de la religión a los quichuas diciéndoles: “¿El Sol murió por vosotros?” “No”. “¿Y el Sol os pide que muráis por Él?” “Sí”. “No hay derecho”. (Los Incas hacían al dios Sol sacrificios humanos: había sacerdotisas vírgenes en el Templo del Sol, de las cuales tomaban una de vez en cuando y le cortaban el pescuezo para agradar al Sol; diciéndoles que era una suma felicidad porque con eso quedaban hechas esposas del Sol; lo cual no impedía que las collas se dispararan siempre que podían). Los españoles, pues, decían: “Nuestro Dios nos pide que muramos por Él, pero Él murió primero por nosotros”. Y parece que eso convencía a los indios.
Jesucristo vino a participar de los males de los hombres, remitiendo el remedio total dellos a la otra vida; y para eso eran sus milagros, para probar había otra vida. Los judíos le decían: "¿Por qué no haces un milagro como Josué, vamos a ver, que hizo pararse al Sol? ¿O como Moisés, que dio de comer a nuestros padres 40 años en el desierto? ¿O como Elias, que hizo bajar fuego del Cielo?" Si hubiese hecho eso, le hubieran pedido después hiciese aparecer toneladas de monedas de oro en la calle. Jesucristo se entristecía o se irritaba; hasta que al fin les dijo: “Esta cría mala y adulterina pide milagros; y no se le dará más milagro que el milagro de Jonás Profeta: pues así como Jonás estuvo tres días sepultado en el vientre de un cetáceo, así el Hijo del Hombre será dado a muerte y sepultado, y saldrá de la sepultura al tercer día” [9]. Un milagro para la otra vida y para la fe; no para esta vida.
El gran milagro es que Dios haya querido participar de nuestros dolores y hacernos participantes de su misma vida, que Él haya muerto y nosotros hayamos resucitado con Él. Corre una blasfemia hoy día, inventada por el francés Stendhal, el cual viendo los muchos dolores desta vida, dijo: “Es una suerte que Dios no exista; porque si existiera, habría que fusilarlo”. La respuesta es muy sencilla: “Bien: bajó a la tierra y lo fusilaron. ¿Qué más quieren Uds.?” Éstos querrían que Dios suprimiese de golpe y porrazo todos los dolores, curase todos los enfermos y resucitase a todos los muertos... Paciencia, ya lo hará con el tiempo. Hará eso con todos los que han comido el Pan del Cielo; pero no ciertamente con los que han proferido gansadas como ésa, que no las dijeron ni los mismo indios quichuas.

Leonardo Castellani, tomado de “Domingueras Prédicas”.

Notas:[1] Mateo 15, 32-38. Ver Homilía del Domingo Sexto después de Pentecostés.
[2] Juan 6, 22-59.
[3] Sobre la contemplación, ver Domingueras Prédicas, Homilías del Domingo Primero después de Epifanía y Domingo de Pasión, y Psicología Humana, 2} Edición, 1997, Excursus XIII (págs. 273-276) y Excursus XVI (págs. 334-336).
[4] Cuando el sacerdote consagra el pan y el vino, se produce una conversión de substancia a substancia: del pan, en el cuerpo de Cristo; del vino, en su sangre. Así, el Señor está en la Eucaristía al modo de la substancia, que es una realidad total e incapaz de división. Esto explica que el fraccionamiento de la hostia consagrada no produzca la división de Cristo; ni la consagración de nuevas hostias, su multiplicación.
[5] La Eucaristía contiene al mismo Cristo que ahora está glorificado en el cielo, pero el Señor se encuentra en el Sacramento del altar bajo un modo diferente: con una presencia sacramental que no podemos concebir porque es milagrosa. Bajo las especies del pan y del vino, Cristo está presente en estado sacramental, no ocupa lugar (no está circunscrito).
[6] La Eucaristía contiene a Cristo crucificado y glorificado. El influjo transformante de Dios da al cuerpo glorificado la incorrupción, gloria y fortaleza (I Corintios 15, 43).
[7] Una creatura espiritual está accidentalmente localizada cuando actúa sobre un cuerpo localizado.
[8] El cuerpo humano es inseparable de sus dimensiones, pero como la transubstanciación es una conversión de substancia a substancia, las dimensiones del cuerpo de Cristo están aquí al modo de la sustancia y por tanto no se produce la extensión de las partes con respecto al lugar. El lugar es ocupado por las dimensiones del pan y del vino; el cuerpo del Señor está localizado en el cielo.
[9] Mateo 12, 38-4.