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lunes, 11 de abril de 2011

El Padre Yannick Escher, otro sacerdote que se incorpora a la FSSPX.


El Padre Yannick Escher, sacerdote suizo, ha descubierto la Tradición a través de la Fraternidad San Pío X y se ha incorporado a la misma. Interrogado en una videoconferencia (http://www.dici.org/actualites/la-crise-de-leglise-vue-par-un-pretre-suisse/), eleva una alarmante constatación de la situación del clero después del Concilio Vaticano II.


El sacerdocio de hoy descrito por un sacerdote, el Padre Yannick Escher.

El sacerdote de hoy día es una víctima.

Imaginen un sacerdote que llega destinado a una parroquia. Con frecuencia se encuentra solo en medio de ruinas. Se dirá que decir esto es excesivo, caricaturesco, pero hay que afrontar a la realidad de una vez por todas. ¿Qué halla? Pocas personas que asisten al catecismo, cabezas grises, iglesias en un estado no demasiado bueno – dependiendo de la región y del país – y después una sobrecarga de trabajo, misas, ministerios. Finalmente lleva una vida de funcionario, siempre en tren de preparar alguna cosa, de correr de un lugar a otro, y parece ver pocos resultados. Y encima de eso una gran soledad. Es víctima de lo que se montó en los años del post Concilio, cuando todo el tejido parroquial fue destruido.
A menudo se comete el error de decir que es el mundo que ha cambiado. No somos nosotros, sería la culpa del mundo. Es demasiado fácil. Uno se descarga siempre sobre los demás y se encuentra siempre un chivo expiatorio, uno dice: es la mentalidad de la gente, la gente no es más cristiana… 
¡No es el mundo que hizo cerrar las escuelas católicas, los hospitales católicos, que hizo cerrar los patronatos! No es el mundo, son los sacerdotes que decidieron cerrarlos, cambiar.
Citaré lo que decía el Padre Ducarroz, que es preboste de la Catedral San Nicolás en Friburgo (Suiza), en un momento de gran lucidez y de gran honestidad. Es un sacerdote que fue ordenado justo al final del Concilio, y decía por radio hace pocos años, lo siguiente: “Nos dijeron cuando fui ordenado: quítense la sotana, cierren las instituciones católicas ya que las instituciones públicas también las tienen, vayan hacia la gente, ábranse. Lo hicimos; y nuestras iglesias se vaciaron, nuestros seminarios se vaciaron. Puede ser que al decirnos esto, se hayan equivocado.” Fue un momento de lucidez extraordinaria…
Así que el joven sacerdote llega con un cierto ideal, lleno de buena voluntad y de buena fe, y se encuentra solo, frente a las ruinas. Es la víctima de este estado de cosas, no es el actor.

El sacerdote está mal formado.

En los papeles hay que dar satisfacción a Roma, que por lo menos controla los cursos académicos. Pero después hay que ver la calidad de esos cursos. La “filosofía” es con frecuencia la “historia de la filosofía”. Cuando Roma dice “ la filosofía”, se sobreentiende lo que la Iglesia siempre enseñó, la filosofía de Santo Tomás, que enseña a comprender la teología. Pero no, se hace la historia de la filosofía o la filosofía del pensamiento moderno. De modo que no está más la herramienta conceptual.
Continuando, en la cuestión del dogma, por ejemplo, es esencialmente la historia del dogma y un poco del especulativo. Y después se pondrá énfasis, por lo menos lo que yo pude ver en la Universidad de Friburgo, sobre la pastoral, la homilética, la pedagogía religiosa, que no tienen mucho que ver en una formación sacerdotal. Eso se aprende concretamente después, sobre el terreno, o fuera, al fin del curso. Pero las materias fuertes son enseñadas de una manera un poco difusa, y finalmente no son más el esqueleto de la teología y de la formación.
Hay nociones, nociones vagas, pero ya no son teólogos en tanto que tales, los que salen de los seminarios y de las universidades como pude ver en Friburgo. Y como el nivel no es muy bueno, se disminuyen las exigencias un poquito, suavemente. Es asombroso para la materia Historia de la Iglesia, un nivel que es en teoría universitario, pero en realidad es un curso que se habría podido enseñar en los últimos años de bachillerato. Y cuando se veía a los estudiantes de la misma edad que tenían cursos de historia en cátedras laicas – historia contemporánea, historia moderna – tenían verdaderos cursos de historia, con una voluntad académica, científica, pero no era el caso en Historia de la Iglesia. Era una especia de panorama esquematizado a grandes rasgos. Y solamente ese tipo de cosas. Se tenía la impresión de estar ante una especie de chapuza académica.
Y se da por entendido que la Historia, la Tradición, todo comienza en el pre Concilio o con el Concilio mismo. Es uno de los principios directores.
Pero si esta generación de sacerdotes no conoce lo que hubo antes, evidentemente es porque los sacerdotes que les enseñaron criticaron lo que había habido antes. Se les dice: “Ahora no es como antes”.
Tengo un ejemplo típico en un curso de pastoral, en la Universidad de Friburgo. Yo era estudiante, el sacerdote viene con un cartón y nos presenta: “Antes la Iglesia era esto”. Y nos muestra su cartón. Y sobre ese cartón había una pirámide dibujada. Después da vuelta su cartón: “Ahora la Iglesia es esto”. Y había un círculo. Estábamos en segundo o tercer año de universidad y así nos hacían comprender lo que es la Iglesia, en teología pastoral.
Es entonces siempre en comparación, de cierta manera, en oposición,. Ya no se comprende bien. Y antes del Concilio no había nada, o eso correspondía a la historia o a la anécdota.
La liturgia, por ejemplo, debería haber una cierta continuidad para recibir las palabras de los Santos Padres, una hermenéutica de la continuidad. La liturgia, siguiendo los cursos de un profesor de Friburgo, se pervirtió después de Constantino. Y reencontró sus fuentes primitivas y maravillosas con la renovación litúrgica y sobretodo después de la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium y su puesta en práctica y con la misa de Pablo VI. Entonces aparece un vacío en la historia de la liturgia, es la reforma tridentina.

El sacerdote es un prisionero.

El sacerdote que hace la experiencia de la Tradición de la Iglesia, de lo que la Iglesia siempre ha hecho, se siente finalmente como prisionero porque está tomado como rehén entre sus colegas, los fieles, los asistentes pastorales laicos y su obispo.
Recuerdo aquel joven sacerdote que decía que había sido obligado a dar una absolución colectiva para la confesión, lo que todavía aún está prohibido por la Iglesia.
En ciertas diócesis la absolución colectiva se da con conocimiento y a vista de todo el mundo, con la bendición discreta del obispo.
Pero ese sacerdote había sido obligado a hacerlo e inmediatamente después fue a confesarse con otro sacerdote. Aún estaba conmocionado, fue trágico. El sacerdote está como prisionero porque debe hacer cosas sabiendo que no son justas. Sobre la confesión y el Motu Propio de Juan Pablo II, sobre todas las cuestiones litúrgicas, sobre el rol de los laicos en la Iglesia, sobre las relaciones entre laicos y sacerdotes hay escritos y documentos que están muy claros. Pero si el sacerdote invoca esos documentos de los soberanos pontífices, se le responde: Felizmente que están las montañas (suizas) entre Roma y nosotros”. O bien: “Ese documento está muy bien pero no está adaptado a la situación de nuestra iglesia”.
Está prisionero y ve que hay un problema…
Otro ejemplo (es muy reciente), un sacerdote de una parroquia que tiene mi edad, me decía: “El director de mi coral está divorciado y vive con alguien a la vista y conocimiento de todo el mundo y estoy obligado a darle la comunión. Porque si no se la doy – traté de razonar con él pero no quiere escuchar razones – no tengo más coral y va a ir a quejarse. ¿Qué debo hacer?”

Catecismo, pastoral, liturgia… El sacerdote está a veces como prisionero de los laicos.

O bien este otro sacerdote que me dijo: “Fui nombrado en una parroquia donde yo no puedo hacer nada porque los catecismos fueron ya distribuidos por los laicos antes que yo llegase y no tengo a cargo ninguna preparación a los sacramentos ni primera Comunión ni Confirmación, son los laicos que se ocupan de eso; y no tengo ni siquiera el derecho de ocuparme de los acólitos, hay un laico que se ocupa. De modo que no puedo hacer nada. Soy solamente bueno para decir misa, confesar a algunas personas que todavía vienen a confesarse y eso es todo”.
En ese sentido es que el sacerdote está prisionero y sin embargo está armado con la mejor voluntad del mundo. Y sé que esos casos no son casos aislados.

El sacerdote debe obedecer.

Es la gran tara: todo ha sido liquidado pero hay todavía un arma: es la obediencia. Los obispos son como Papas en sus diócesis. Es lo que yo simplemente decía una vez a uno de ellos que invocaba la obediencia delante de mí: “Si usted exige la obediencia de sus clérigos, usted debe, Monseñor, mostrar usted mismo el ejemplo obedeciendo al Soberano Pontífice, si no, usted no puede exigir la obediencia de sus sacerdotes.” Ahí se terminó la discusión.
Es muy significativo. Hay una insistencia terrible sobre la obediencia. Después se acompleja al sacerdote, que se dice: “Soy desobediente, soy un mal sacerdote, así no va”. Por lo tanto ¡por Dios! vale más equivocarse obedeciendo que desobedecer haciendo lo correcto.

El sacerdote desnaturalizado.

Creo que hay realmente una voluntad de no tener más una pastoral sacramental, lo que la Iglesia siempre ha hecho, es decir, confesión y la Santa Misa. Hoy hay que ir al encuentro de la gente – lo que está muy bien, todos los misioneros lo han hecho en la Iglesia – pero  para despertar en ellos el deseo de Cristo, suscitar una experiencia trascendente de lo espiritual, para que descubran a Cristo ellos mismos, (a su modo y sin los sacramentos).
No hay que ser dogmático, no imponer fórmulas, etc. Es lo que se llama la pastoral del engendramiento. Pero esas pastorales cambian: cada cinco años hay un nuevo modo pastoral; se escribe, se hacen simposios, después se ve que eso no camina, se cambia o se adapta… ¿de quién se están burlando?
La gente hoy, los jóvenes – trabajé mucho con jóvenes – tienen sed de la verdad. La verdad tiene un nombre, un rostro, no es una teoría, es una persona, es Jesucristo; y hay que darles a Nuestro Señor Jesucristo. Seguramente que con mucho tacto, delicadeza, hay que hacer amable a la verdad. No los vamos a aturdir a golpes de catecismo, estamos bien de acuerdo con eso, pero no estamos para ser simplemente animadores de Clubes Mediterráneos (N. de T. empresa de centros vacacionales) espirituales, eso no tiene ningún sentido. Estamos acá para ser los embajadores de Cristo, como dice San Pablo. Pero me cuesta encontrar hoy, gente  que aún considere al sacerdote como embajador de Cristo.

Un estado de decadencia.

Hay hechos que no protagonicé yo mismo, yo era estudiante y fueron otros que estaban en los seminarios, que los vivieron. Son para ilustrar el propósito. No habría que generalizar esas cosas, es para mostrar el estado de decadencia que hay en la formación y de lo que se trata de imponer a los seminaristas: música slow para la adoración del Santo Sacramento, una teca al pie del altar, en una cepa de árbol para significar la humildad de Nuestro Señor para la adoración del Santo Sacramento y cosas por ese estilo. Hay cosas bien precisas que son signos de una pérdida de sentido.

Vaticano II, el Becerro de oro.

El Vaticano II es el Becerro de oro, es un ídolo. No se lo lee jamás. Tendría curiosidad por saber quien lo ha leído de punta a punta, comentado, anotado. Si se tuviese al menos la audacia, el coraje de leer completamente los documentos del Concilio se podría discutir. Pero no se lo ha leído jamás completamente. Pero salen con fórmulas publicitarias: “Es un espíritu, un acontecimiento”. La Escuela de Bologna, muy liberal, que estudió el Concilio y publicó una Historia del Concilio en cinco o seis volúmenes, en diferentes idiomas, entre ellos el francés, muestra muy bien que no es tanto el texto: el Concilio es un acontecimiento que se prosigue en el tiempo, se prolonga. Es un espíritu. Y eso es lo que se nos responde. Si se trata de invocar al Concilio por la Constitución para la Liturgia diciendo: “el Concilio dice que el latín queda como lengua de la Iglesia, que el canto gregoriano queda como canto de la Iglesia latina”, se nos responde:”ahora se va más lejos; el Concilio es un espíritu, el Concilio es una apertura, una renovación”.
Es en verdad el ídolo, siempre invocado y que destruye las cosas desde el interior. Porque no hay nada fuera de eso. Y del ídolo deriva la ideología y la ideología es siempre totalizante. Excluye todo el resto, lo destruye. Y lo propio del ídolo y de la ideología es de destruir también a quienes la profesan y de enceguecerlos completamente. No pienso que haya realmente mala voluntad sino una forma de enceguecimiento.
¿Cómo se puede decir, cuando no hay más que un 5% de práctica religiosa en promedio, que se van a encontrar soluciones, que son puramente humanas además, reunir en un conjunto a las parroquias…?¿Pero donde estamos? En cierto momento hay que sentarse, mirar la situación y decir: “Esto no va”. Y no, se continúa. Y se llega aún a justificar los fracasos pastorales diciendo: “Es a imagen de Nuestro señor, que se rebajó. La Iglesia lo vive y se vuelve humilde y pobre”, y se cae en una especie de miserabilismo que es completamente falso. Pero eso se justifica también por el Concilio.

El “pecado” de Tradición.

Creo que es el pecado más grande. Se pueden perdonar muchas cosas en la Iglesia. Se perdonará tener una relación amorosa, se perdonará no decir la Misa todos los días, abandonar el breviario, burlarse de las fórmulas de piedad probadas, decir heterodoxias (por no decir más) desde el púlpito; se perdonará. Porque se es muy caritativo. Pero no se perdonará una sola cosa.
El pecado supremo es mirar hacia la Tradición y, mucho más aún, es mirar hacia la Fraternidad San Pío X. Se permitirá asistir a los cultos protestantes, hasta sacerdotes comulgan en los cultos protestantes – cosa que ha sucedido –, que se tenga diálogo interreligioso con budistas, que se hagan retiros zen; encontrarán que uno es el sacerdote más abierto al mundo, lo darán como ejemplo.
Que uno celebre la santa misa en latín, aunque no sea la misa de San Pío V sino la de Pablo VI en latín, que uno vista la sotana, es sospechoso. Que uno rece el Rosario y confiese en un confesionario y ya se es sospechado de integrismo.
Entonces se imaginan cuando uno se pone a hablar agradablemente, con mucho amor y amistad, de Monseñor Lefebvre, por ejemplo, y de su obra, eso es imperdonable. Lo repito de nuevo, se perdonará todo menos eso.

Padre Yannick Escher, FSSPX, traducción del artículo publicado en Fideliter Nº 200 de Marzo-abril 2011 (retranscripción de la videoconferencia aparecida en Dici.org. en la cual se ha conservado el estilo hablado).