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martes, 5 de abril de 2011

La Tradición.


La Tradición es la palabra de Dios no escrita, sino transmitida de viva voz por los apóstoles y que ha llegado hasta nosotros por la enseñanza de los Pastores de la Iglesia.
La Sagrada Escritura no es el único depósito de revelación cristiana. Los apóstoles no escribieron todas las verdades que habían aprendido de boca de su divino Maestro. Muchas hay que enseñaron de viva voz a los primeros obispos, y éstos, a su vez, las transmitieron a sus sucesores.
Llámase Tradición, ya el conjunto de estas verdades así transmitidas, tradición objetiva; ya el órgano de transmisión de estas verdades, tradición subjetiva.
El órgano de la transmisión de las verdades no escritas no es otro que el magisterio de la Iglesia.

1. Los apóstoles no escribieron toda la doctrina de Jesucristo.

a) La predicación era el medio indicado por Jesucristo mismo para la propagación del Evangelio. Los apóstoles no habían recibido la misión de ESCRIBIR la doctrina de Jesucristo, sino la de PREDICARLA a todo el universo. Ni siquiera escribieron un resujen sucinto de la doctrina cristiana: su símbolo fue enseñado de viva voz y recitado de memoria hasta el siglo VI. Por eso hacen depender la fe, no de la lectura de la Biblia, sino de la audición de la palabra de Dios: Fides ex auditu, auditus autem per verbum Dei. (San Pablo.)

b) Sin embargo, algunos apóstoles escribieron una parte de las enseñanzas del divino Maestro; pero no nos presentan sus escritos como un cuerpo completo de la doctrina cristiana. Los evangelistas no relatan sino algunas enseñanzas de Jesucristo y los hechos principales de su vida; los autores de las Epístolas se limitan a explicar ciertos puntos de dogma o de moral.
San Lucas nos dice que Jesucristo, después de su resurrección, pasó cuarenta días con sus apóstoles, dándoles instrucciones sobre el reino de Dios, es decir, sobre su Iglesia, y el Evangelio no dice ni una palabra de estas instrucciones.
San Juan, el último de los evangelistas, hace esta notable advertencia: «Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen una por una ni aún en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de escribir»[1].

c) Por lo demás, la existencia de la Tradición, está probada por el uso mismo de aquellos que la rechazan. Los PROTESTANTES aceptan la inspiración divina de la Biblia, la substitución del domingo al sábado, el bautismo de los niños, etc. Pero estas verdades y prácticas no son conocidas sino por tradición: los Libros Santos no hablan de ellas. La palabra de Dios no está, pues, contenida exclusivamente en la Biblia.
Entre las verdades que no son conocidas, sino por Tradición se pueden citar la inspiración de los Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, la designación de los Libros canónicos, el número exacto de los Sacramentos, la obligación de bautizar a los niños antes del uso de razón, la de santificar el domingo en vez del sábado, la validez del bautismo conferido por los herejes, el culto de los Santos y de las Reliquias, la doctrina de acerca de las indulgencias, la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo, etc. De este modo la Tradición completa y explica las Sagradas Escrituras.

2. ¿Dónde se encuentran consignadas las enseñanzas de la Tradición?

Las verdades enseñadas oralmente por los apóstoles fueron escritas más tarde y transmitidas por los diversos medios de que se vale la Iglesia para manifestar sus creencias.
La Tradición apostólica fue consignada sucesivamente en los símbolos, en los decretos de los Concilios, en los escritos de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, en los libros litúrgicos, en las Actas de los mártires y en los monumentos del arte cristiano.

a) Símbolos. Los símbolos de los apóstoles, de Nicea, de san Atanasio, demuestran el origen apostólico de los dogmas que contienen.

b) Concilios. Los Concilios generales son la voz de la Iglesia universal. Todos han basado sus decisiones sobre la enseñanza anterior y, particularmente, sobre la de los primeros siglos. Su doctrina no puede diferir de la de los apóstoles.

c) Escritos de los Santos Padres. Los escritos de los Santos Padres son el gran canal de la Tradición divina. Llámanse Padres de la Iglesia los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, reconocidos como testimonios de la Tradición. Para tener derecho a este título se requieren cuatro condiciones: una doctrina eminente, una santidad notable, una remota antigüedad y el testimonio de la Iglesia.
Los primeros Padres que han consignado por escrito las Tradiciones apostólicas son: san Clemente de Roma, el año 100. San Ignacio de Antioquía, martirizado el año 107. San Policarpo, mártir (166). San Justino, filósofo y mártir (166). San Ireneo, obispo de Lión (202). San Clemente de Alejandría (217), etc.
Sus contemporáneos, Tertuliano, Orígenes, Eusebio, etc. no son más que escritores eclesiásticos, porque su santidad no fue comprobad. Si, a veces, se les da el nombre de Padres, es debido a su antigüedad y al brillo de su doctrina.
Los Padres de la Iglesia se dividen en dos categorías:

Padres griegos y Padres latinos.

Los principales Padres griegos son:
San Atanasio, patriarca de Alejandría (296-373). San Basilio, arzobispo de Cesárea (329-379). San Gregorio, arzobispo de Nacianzo (329-389). San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla (347-407).
Los principales Padres latinos son:
San Ambrosio, arzobispo de Milán (340-397). San Hilario, obispo de Poitiers, muerto en 367. San Jerónimo, presbítero, traductor de la Biblia (346-420). San Agustín, obispo de Hipona (358-430). San Gregorio Magno, Papa (543-604).
Los Padres pueden ser considerados como testigos de la Tradición y como doctores de la Iglesia. Como testigos poseen una autoridad especial. Cuando todos, y aún cuando varios, presentan una doctrina como perteneciente a la Tradición apostólica, merecen el asentimiento de nuestra fe. Y, a la verdad, es imposible que autores de diversos países, de diversas nacionalidades, de diversos siglos, se hayan puesto de acuerdo para consignar en sus obras las mismas creencias, si no las hubieran recibido de la Tradición apostólica.
Cuando los Santos Padres hablan simplemente como doctores, exponiendo sus ideas propias o tratando de probar la doctrina cristiana, merecen un gran respeto, pero no un asentimiento incondicional, porque su enseñanza no se identifica con la de la Iglesia.

Doctores de la Iglesia. Entre los Padres, los más ilustres por sudoctrina y por los servicios prestados a la ciencia sagrada, llevan el título de doctores.
La Iglesia confiere también este título a ciertos escritores eminentes en santidad y en doctrina, que no pueden ser enumerados entre los Padres por haber vivido en época demasiado apartada de los tiempos apostólicos. Los más sabios son: santo Tomás de Aquino, san Buenaventura, san Alfonso María de Ligorio, san Francisco de Sales, etc.
Libros litúrgicos. Las verdades enseñadas por los apóstoles hállanse también en los libros litúrgicos. El Misal, el Pontifical, el Ritual, el Breviario, etc, contienen las oraciones, las ceremonias en uso para el Santo Sacrificio, la administración de los Sacramentos, la celebración de las fiestas. Estos libros, que datan de los primeros siglos, tienen suma importancia, por ser testimonio, no de opinión de algunos hombres, sino de la fe de toda la Iglesia.
Actas de los mártires. Estas Actas, al darnos a conocer las verdades que los mártires sellaron con su sangre, nos brindan pruebas incontestables de la fe primitiva de la Iglesia.
Monumentos públicos. Las inscripciones, grabadas en los sepulcros o en los monumentos públicos, atestiguan la creencia de los primeros cristianos acerca del bautismo de los niños, la invocación de los Santos, el culto de las imágenes y de las reliquias, la oración por los difuntos, etc. Así los confesionarios hallados en las Catacumbas de Roma prueban la divina institución de la confesión sacramental. Estos testimonios tienen tanto mayor valor cuanto que su antigüedad no puede ser puesta en duda.

3. Autoridad de la Tradición.

¿Tiene la Tradición la misma autoridad que la Sagrada Escritura? Si; la Tradición posee la misma autoridad, porque es igualmente la palabra de Dios. Y con razón, pues consiste en las verdades que Dios ha revelado y que nos conserva mediante la enseñanza infalible de la Iglesia.
Por eso el Concilio de Trento “recibe con igual respeto y amor TODOS LOS LIBROS del Antiguo y del Nuevo Testamento, cuyo autor es Dios, y TODAS LAS TRADICIONES que se refieren a la fe y a las costumbres, como dictadas por boca de Jesucristo o por el Espíritu Santo y conservadas constantemente en la Iglesia católica”.
«Fácil cosa es distinguir, por medio de las siguientes reglas, las Tradiciones divinas de las que tienen un origen puramente humano:

a) Toda doctrina no contenida en la Escritura y admitida como fe por la Iglesia, pertenece a la Tradición divina. Según esta regla, reconocemos como inspirados por Dios todos los libros canónicos.

b) Toda costumbre de la Iglesia que se encuentra en todos los siglos pasados, sin que pueda atribuir su institución a ningún Concilio ni a ningún Papa, debe ser considerada como instituida por los apóstoles. De acuerdo con esta regla, consideramos como de institución apostólica el ayuno cuaresmal, la señal de la cruz, etc.

c) El consentimiento unánime, o casi unánime, de los Padres acerca de un dogma o de una ley de la que no se habla en la Sagrada Escritura, es una señal infalible de que este dogma o esta ley pertenecen a la Tradición divina y de que los apóstoles la han enseñado después de haberla aprendido de Jesucristo.» (Marotte)

P. A. Hillaire, “La Religión Demostrada”, 1920. Transcripción: Alejandro Villarreal de Biblia y Tradición, 2008.



 [1] Juan, XXI, 25.