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martes, 31 de mayo de 2011

Nueva pedagogía.


“Tengo una hija que es profesora y a quien un inspector general dijo: “¡Vele cuidadosamente para que el niño no sienta jamás la exasperante competencia del profesor!”
Evidentemente, se ve bien lo que quiere decir, que no hay que fastidiar al alumno con la exposición indiscreta de su superioridad. Pero, en fin, cada vez que he tenido que aprender algo de alguien, he estado encantado de su competencia, ¡cuando estoy en un avión la competencia del piloto me asegura mucho mas de lo que me irrita!
Y, además, el mencionado inspector dijo a mi hija: “El secreto de la nueva educación es que no hay imbéciles; no hay más que niños de los cuales no se han sabido descubrir los recursos o en los cuales no se han sabido suscitar las motivaciones suficientes”. Esto puede ser, en parte, verdad, hay malos profesores; pero yo aconsejé a mi hija que contestara: “¡Y bien, puesto que usted reconoce que no siempre se llega a suscitar esas motivaciones ni a descubrir esas cualidades, queda siempre un imbécil en esta clase de pequeños genios, y es el profesor!”
Dicho de otra manera, el inteligente a priori es el que ignora y el imbécil a priori es el que sabe. Entonces, otro problema: ¿a partir de qué diploma o de qué edad el inteligente que ignora se transforma en el imbécil que sabe? Pues, después de cierto momento, una parte de sus alumnos serán profesores y en ese momento chocarán con las mismas dificultades: encontrarán imbéciles. Es el dominio del igualitarismo”.

Gustave Thibon, 8º Congreso de L`Office International a Lausanne. Force et violence, 1971, p. 126.

domingo, 29 de mayo de 2011

La autoridad de los varones.


Dos hombres jóvenes, inciertos de casarse, me suplicaron el otro día que escribiera un manual acerca de cómo los hombres deben de comportarse como hombres. Su solicitud fue realmente un llanto de angustia: “¿Cuándo debemos de ser amables con las mujeres y cuándo debemos ser firmes? ¡Ya no lo sabemos!” En años pasados la respuesta a esa pregunta era mero sentido común para cualquier varón, pero la autoridad hoy en día ha sido tan desarraigada por la propaganda liberal que el problema de ejercerla dentro delmatrimonio puede explicar en parte por qué hoy en día muchos jóvenes prefieren simplemente vivir juntos que casarse. Lo que a continuación se presenta no es un manual, pero por lo menos podrá indicar a nuestros dos mosqueteros la dirección correcta.
San Pablo dice: “Doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo del cual es nombrada toda la parentela en los cielos y en la tierra” (Efesios III, 14, 15). En otras palabras, toda la paternidad o autoridad entre las creaturas de Dios se modela a raíz de la paternidad y autoridad de Dios mismo, de la cual se deriva. Así como uno de los personajes de Dostoyevski dice, “Si Dios no existe, entonces no tiene ningún sentido para mi ser oficial de ejército”. Por lo tanto es evidente que si los hombres destierran a Dios de sus sociedades, como sucede hoy en día en todo el mundo, entonces toda la autoridad es desarraigada radicalmente. En el individuo, la razón será incapaz de gobernar a las pasiones, en la familia el padre será incapaz de controlar su hogar y en el Estado la democracia vendrá a parecer la única forma legítima de gobierno, lo que no es para nada en la realidad.
Ahora, al observar la vida diaria dentro de una familia, ¿quién puede negar que los varones sean más fuertes que las mujeres en el uso de la razón, mientras que las mujeres son más fuertes que los varones en la intuición y en el sentimiento? Vean cualquier comedia en la TV si lo dudan. Los sentimientos tienen su lugar importante en la vida y al igual que nuestras esposas, no deben de ser menospreciados mas deben de ser también controlados, guiados, porque vienen y van, son inestables y como tal no son una guía confiable a la acción. Por el contrario si la razón discierne lo que es objetivamente verdad y justo, se estabiliza por el hecho de que la verdad y la justicia objetivas están por encima de cualquier individuo o de sus sentimientos. Por lo tanto, la razón puede escuchar a los sentimientos, pero debe de gobernarlos. Es por eso que los hombres tienen, como hombres, una autoridad natural poseída solo excepcionalmente por las mujeres, quienes tienen otras cualidades. Esa es la razón por la cual el hombre es naturalmente la cabeza de la familia y del hogar, mientras que la mujer naturalmente es su corazón.
Pero el liberalismo que gobierna el mundo moderno disuelve todo sentido de verdad o de justicia objetivas. Al hacerlo, priva a la razón de su objeto y de su ancla objetiva en una realidad superior e independiente del sujeto que razona. Siendo la razón la prerrogativa de los hombres, el liberalismo golpea a los hombres antes de golpear a las mujeres, cuyos instintos femeninos no dependen de la razón. De igual modo el liberalismo corta la autoridad de los hombres que baja desde lo que está por encima de ellos, en última instancia la Verdad y Justicia divinas, y hace que el uso de autoridad se vuelva fácilmente arbitrario.
Por lo tanto, muchachos, en todas sus relaciones con hombres o mujeres, busquen ser auténticos y justos, y vuelvan a Dios para obtener la ayuda necesaria para discernir dónde están la verdad y la justicia entre tanta mentira e injusticia y tanto uso arbitrario de la autoridad en nuestro alrededor hoy en día. Entonces actúen de acuerdo a su discernimiento y serán capaces de reconstruir su autoridad varonil desde arriba, en un mundo que trata de cortarla desde abajo. En pocas palabras, “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mateo VI, 33).

Kyrie eleison.

Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison” Nº 202, 8 de mayo del 2011.

Por qué soy Católico.



La dificultad de explicar “por qué soy un católico”, es porque hay mil razones que se juntan en una sola: El Catolicismo es Verdadero. Podría llenar todo mi espacio con distintas frases en que cada una partiera con las palabras: “Es la única cosa que…” Como por ejemplo (1) Es la única cosa que realmente previene al pecado de ser un secreto. (2) Es la única cosa en la que el superior no puede ser superior; en el sentido displicente. (3) Es la única cosa que libera al hombre de la degradante esclavitud de ser un niño de su edad (4) Es la única cosa que habla como si fuera la Verdad; como si fuera el verdadero mensajero que se rehúsa a alterar el verdadero mensaje. (5) Es el único tipo de Cristianismo que realmente contiene a todo tipo de hombre; incluso al hombre respetable. (6) Es el único gran intento por cambiar al mundo desde adentro; trabajando a través de las voluntades y no de la ley; y así sigue.

O podría tratar el asunto personalmente y describir mi propia conversión; pero sucede que tengo un fuerte sentimiento de que este método hace ver el asunto mucho más pequeño de lo que realmente es.
Numerosos hombres, mucho mejores, han sido sinceramente convertidos a religiones mucho peores. Yo preferiría mucho mas tratar de decir aquí sobre la Iglesia Católica precisamente las cosas que no se pueden decir incluso de sus respetables rivales.
En fin, voy a decir precisamente respecto de la Iglesia Católica que es católica. Me gustaría tratar de sugerir que no es solamente más grande que yo, sino que más grande que cualquier cosa en el mundo; que es, de hecho, más grande que el mundo. Pero como este espacio es corto, y solo puedo tomar una sección, la voy a considerar en su capacidad de ser guardiana de la Verdad.
El otro día un bien-conocido escritor, en otro sentido bien-informado, dijo que la Iglesia Católica es la enemiga de las nuevas ideas. Es probable que no se le ocurriera que su propio comentario no era exactamente de la naturaleza de las nuevas ideas. Es una de las nociones que los católicos tienen que estar continuamente refutando, porque es una muy vieja idea. De hecho, aquellos que se quejan que el catolicismo no puede decir nada nuevo, rara vez piensan que es necesario decir cualquier cosa nueva sobre el catolicismo. En cuanto a los hechos, un verdadero estudio de la historia demostrará que es curiosamente contrario a los hechos. En cuanto a que las ideas son realmente ideas, y en cuanto a que cualquiera de esas ideas puede ser nueva, los católicos continuamente han sufrido por apoyar esas ideas cuando realmente eran nuevas; cuando eran demasiado nuevas para encontrar a cualquier otro que las apoyara. El Católico no solo era el primero en el campo, sino que estaba sólo en el campo; y ahí no había nadie que pudiera entender lo que él allí había encontrado.
De esta manera, por ejemplo, cerca de dos mil años antes de la Declaración de Independencia y la Revolución Francesa, en una era devota al orgullo y alabanza de príncipes, el Cardenal Bellarmino y Suárez el Hispano lograron explicar lucidamente toda la teoría de la democracia real. Pero en la era del Derecho Divino ellos solo dieron la impresión de ser unos sofistas y sanguinarios Jesuitas, arrastrándose con dagas para efectuar el asesinato del rey. Y, de nuevo, el Cauists de los colegios católicos dijo todo lo que realmente se puede decir para las obras problemáticas y las novelas problemáticas de nuestro propio tiempo, dos mil años antes de que fueran escritas. Ellos dijeron que realmente hay problemas de conducta moral; pero ellos tuvieron el infortunio de decirlo dos mil años muy adelantados. En un tiempo de gran (tub.thumping) fanatiquismo y libre y fácil vituperio, casi logran que les llamen mentirosos y (shufflers) por ser psicológicos, antes de que la psicología estuviera de moda. Sería fácil dar otros numerosos ejemplos hasta el tiempo presente, y el caso de que hay ideas que todavía son muy nuevas para ser comprendidas. Hay pasajes de la “Encíclica Laboral” del Papa León XII {también conocida como Rerum Novarum, publicada en 1891} que sólo ahora están empezando a ser usadas como pistas para los movimientos sociales mucho más nuevos que el socialismo. Y cuando el Sr. Belloc escribió acerca del Estado Servil, él avanzó una teoría económica tan original que difícilmente alguien se ha dado cuenta qué es. Una cuantas centurias más adelante, probablemente otras personas las repitan, y la repitan mal. Y después, si los Católicos objetan, sus protestas serán fácilmente explicadas por los bien conocidos hechos de que los Católicos nunca se han interesado por nuevas ideas.
Sin embargo, el hombre que hizo el comentario sobre los Católicos quería decir algo; y es solamente justo para él, el entenderlo más bien claramente de cómo él lo dijo.
Lo que él quiso decir era que, en el mundo moderno, la Iglesia Católica es, de hecho, la enemiga de muchas modas influenciables; muchas de las cuales todavía proclaman el ser nuevas, aunque muchas de ellas están empezando a ser un poco rancias. En otras palabras, en cuanto a lo que quiso decir, que la Iglesia usualmente ataca lo que el mundo en cualquier momento apoya, estaba perfectamente en lo cierto. La Iglesia usualmente se pone en contra de las modas de este mundo que pasan de moda; Y ella tiene experiencia suficiente para saber como cuán rápido pasaran de moda. Pero para entender exactamente lo que esto envuelve, es necesario más bien tomar un punto de vista más amplio y considerar la finalidad natural de las ideas en cuestión, considerar, por así decirlo, la idea de la idea.
Nueve de cada diez de las ideas que llamamos nuevas son en realidad viejos errores. La Iglesia Católica tiene por una de sus principales obligaciones el prevenir a la gente que cometa esos viejos errores; de cometerlos una y otra vez para siempre, como la gente siempre hace cuando se las deja a ellas solas. La verdad sobre la actitud Católica respecto a la herejía, o como algunos dirían, hacia la libertad, puede ser mejor expresada, a lo mejor, usando la metáfora de un mapa.
La Iglesia Católica lleva una especie de mapa de la mente que se parece mucho a un mapa de un laberinto, pero que de hecho es una guía para el laberinto. Ha sido compilada por el conocimiento, que incluso considerándolo como conocimiento humano, no tiene ningún paralelo humano.
No hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando sobre pensar por dos mil años. Su experiencia naturalmente cubre casi todas las experiencias, y especialmente casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones ciegos y malos caminos están claramente marcados, todos los caminos que han demostrado no valer la pena por la mejor de las evidencias; la evidencia de aquellos que los han recorrido.
En este mapa de la mente los errores son marcados como excepciones. La mayor parte de él consiste en patios de recreos y felices lugares de caza, donde la mente puede tener tanta libertad como quiera; sin mencionar cualquier numero de terrenos de batalla intelectuales donde la batalla esta indefinidamente abierta e indecisa. Pero definitivamente toma la responsabilidad de marcar ciertos caminos que llevan a ninguna parte, o que te llevan a la destrucción, a una muralla en blanco, o a un precipicio total.
Por estos medios, previene a los hombres de perder el tiempo o perder la vida por caminos que han sido encontrados fútiles o desastrosos una y otra vez en el pasado, pero que puede, por lo demás, atrapar a viajeros una y otra vez en el futuro. La Iglesia se hace responsable de prevenir a su gente en contra de esto: y respecto a esto depende el verdadero problema del caso.
Ella defiende dogmáticamente a la humanidad de sus peores enemigos, esos anticuados, horribles y devoradores monstruos que son los viejos errores.
Ahora, todos estos falsos problemas tienen una forma de parecer bastante frescos, especialmente para nuestra nueva generación. Su primera declaración siempre suena inofensiva y plausible.
Voy a dar sólo dos ejemplos. Suena inofensivo decir, como la mayoría de la gente moderna ha dicho: “Las acciones son solamente malas cuando son malas para la sociedad” Siguiendo esto a cabalidad, tarde o temprano tu vas a tener la inhumanidad de una colmena o una ciudad pagana, estableciendo la esclavitud como el más barato y seguro medio de producción, torturando a los esclavos por evidencia porque los individuos son nada para el Estado, declarando que un hombre inocente debe morir por el pueblo, como hicieron los asesinos de Cristo. Entonces, a lo mejor, vas a volver a las definiciones Católicas, y encontraras que la Iglesia, que mientras también dice que es nuestro deber trabajar para la sociedad, dice otras cosas además que prohíben la injusticia individual.
O de nuevo, suena bastante piadoso decir “Nuestro conflicto moral debe terminar con una victoria de lo espiritual sobre lo material” Siguiendo esto a cabalidad, terminaras en la locura de los Maniqueos, diciendo que el suicidio es bueno porque es un sacrificio, que una perversión sexual es buena porque no produce vida, que el demonio hizo el sol y la luna ya que son materiales. Entonces pondrías comenzar a suponer por que el Catolicismo insiste en que hay espíritus malos al igual que hay espíritus buenos; y que lo material también puede ser sagrado, como en la Encarnación o en la Misa, en el Sacramento del Matrimonio o en la Resurrección del Cuerpo.

Ahora no hay otra mente corporativa en el mundo que actúe de ésta manera para prevenir a las mentes se encaminen al error.

El policía viene muy tarde, cuando trata de prevenir al hombre de que se vuelva malo. El doctor viene muy tarde, porque él sólo viene a buscar a un loco, no a advertir a uno sano en como no volverse loco. Y todas las demás sectas y escualas son inadecuadas para tal propósito. Esto no es porque cada una de ellas pueda no contener una verdad, sino que precisamente porque cada una de ellas contiene una verdad; y se contente con contener una verdad. Ninguna de esas otras en verdad pretende contener la verdad. Ninguna de las otras en realidad pretende está mirando en todas las direcciones al mismo tiempo. La Iglesia no está meramente armada contra las herejías del pasado, ni siquiera las del presente, sino igualmente contra las del futuro, que pueden ser exactamente lo opuesto a la del presente.
Catolicismo no es ritualismo; puede que en el futuro esté luchando contra una suerte de supersticiosa e idolatra exageración de un ritual. Catolicismo no es ascetismo; en el pasado ha estado una y otra vez en contra de la fanática y cruel exageración del ascetismo. Catolicismo no es meramente misticismo; está incluso ahora defendiendo a la razón humana contra el misticismo de los Pragmáticos.
Así, cuando el mundo se transformó en Puritano en el siglo diecisiete, la Iglesia estaba cargada con pujante caridad hasta el punto del sofismo, al hacer todo más fácil con la permisividad de lo confesional.
Ahora el mundo no se está volviendo Puritano sino Pagano, es la Iglesia la que está en todas partes protestando contra el relajo Pagano del vestir y los modales. Es hacer lo que los Puritanos quieren hecho cuando realmente lo quieren. Con toda probabilidad, todo lo que es bueno en el Protestantismo va a sobrevivir en el Catolicismo; y en el sentido de que todos los Católicos van a seguir siendo Puritanos cuando los Puritanos se vuelvan Paganos así, por ejemplo, Catolicismo, en un sentido pocamente entendido, se para fuera de la disputa como el Darwinismo en Dayton. Se para fuera debido a que está en alrededor de todo, como una casa se para toda alrededor de dos incongruentes piezas de muebles.
No es una sectaria presunción el decirlo antes y después y mas allá de todas estas cosas en todas las direcciones. Es imparcial en la pelea entre los Fundamentalistas y la teoría del Origen de las Especies, porque va más atrás que el origen de ese Origen; porque es más fundamental que los Fundamentalistas. Sabe de dónde viene la Biblia. También sabe a dónde van la mayoría de las teorías de la Evolución, sabe que hubo muchos otros Evangelios, y que los otros solo fueron eliminados por la autoridad de la Iglesia Católica. Sabe que hay otras muchas teorías de la evolución además de la teoría Darwiniana; y que está última es bastante probable que sea eliminada por los avances científicos. No acepta, en el sentido convencional de la frase, las conclusiones de la ciencia, por la simple razón que la ciencia no ha concluido. Concluir es callarse; y el hombre de ciencia no es para nada probable que se calle. No cree, en el sentido convencional de la frase, “lo que la Biblia dice”, por la simple razón de que la Biblia no dice nada. No puedes poner a la Biblia en el estrado de los testigos y preguntarle qué es lo realmente quería decir. La controversia Fundamentalista por si misma destruye al Fundamentalismo. La Biblia por sí sola no puede ser una base para el acuerdo cuando es ella misma la causa del desacuerdo; no puede ser el piso común de los Cristianos cuando algunos la toman alegóricamente y otros literalmente. Los Católicos se refieren a algo que puede decir algo, a la viviente, consistente y continua mente de la cual yo he hablado; la mente más grande del hombre guiada por Dios.
Cada momento incrementa en nosotros la necesidad moral de una mente inmortal como esa. Debemos tener algo que siga sosteniendo las cuatro esquinas del mundo, mientras nosotros hacemos nuestros experimentos sociales o construimos nuestras Utopías. Por ejemplo, debemos tener un acuerdo final, aunque sea en la evidente hermandad humana, que resista alguna reacción de la brutalidad humana. Nada es más probable ahora que la corrupción del gobierno representativo llevará, todo a la vez, al rico rompimiento suelto, y pisoteando todas las tradiciones de igualdad con mero orgullo pagano. Debemos tener lo evidente en todas partes reconocido como verdad. Debemos prevenir la mera reacción y la lúgubre repetición de viejos errores. Debemos hacer al mundo intelectual seguro para la democracia. Pero en las condiciones de la mentalidad anárquica moderna, ni siquiera ese o cualquier otro ideal está a salvo, así como los Protestantes apelaron de sacerdotes a la Biblia, y no se dieron cuenta de que la Biblia también podía ser interrogada, así que los republicanos apelaron de los reyes al pueblo, y no se dieron cuenta de que el pueblo también podía revelarse. No hay término para la disolución de ideas, la destrucción de todas las pruebas de verdad, que ha surgido, posiblemente, desde que el hombre ha abandonado el intento de guardar una central y civilizada Verdad, de contener todas las verdades y rastrear y refutar todos los errores. Desde entonces, cada grupo a tomado una verdad y a gastado su tiempo en volverla falsedad. Hemos tenido nada más que movimientos; o, en otras palabras, monomanías. Pero la Iglesia no es un movimiento sino un lugar de encuentro; lugar de encuentro de toda la verdad en el mundo.

G.K. Chesterton, Extraído de Doce Apóstoles Modernos y sus Credos.

lunes, 23 de mayo de 2011

Incrédulos.


Los incrédulos creer en cualquier cuento revestido de “cosa seria”. Hasta el “hombre de las cavernas” se ha transformado en algo “serio” cuando es una mera fábula. Se lo viste de “ciencia”, cuando en realidad es fantaciencia o mera ciencia ficción. Se idolatra la “información”, y es una época donde abundan los desinformados y, lo que es mucho peor, los mal informados.

Incrédulos.

Vivimos una época extraña. El hombre de nuestro tiempo lee, por ejemplo, el pasaje evangélico de la multiplicación de los panes y los peces y sonríe con suficiencia; pero a continuación coge sus ahorrillos y los pone en manos de un agente de bolsa que le ha prometido devolvérselos en unos pocos meses convertidos en una suma fastuosa. Para refutar el milagro del Evangelio, el hombre de nuestro tiempo argumentará empleando las leyes de la ciencia empírica; para aceptar que sus ahorrillos le depararán una fortuna, recurrirá a abstrusas leyes bursátiles de dudoso cumplimiento. Lo cual nos confirma que los incrédulos suelen ser, precisamente, las personas que más denodadamente creen en aquellas cosas que el sentido común juzga increíbles.
La experiencia nos demuestra que a una generación de escépticos suele suceder una generación de místicos. La nuestra, sin duda, se trata de una generación de escépticos que miran al místico con una suerte de compasiva arrogancia, como si de un pobre diablo se tratase. Y uno estaría dispuesto a dejarse tratar de pobre diablo si los escépticos fueran coherentes con su escepticismo; pero, a poco que uno rasca, descubre que la incredulidad del escéptico sólo atañe a determinados asuntos. El mismo incrédulo que se carcajea de los enfermos que se confían a la intercesión de un santo está convencido de que vivirá más de cien años, gracias a no sé qué avances de la ingeniería genética que hasta la fecha sólo se han verificado en el ámbito especulativo. El mismo incrédulo que se burla de la existencia de un cielo donde los justos se están quietecitos, contemplando el rostro de Dios, cree a pies juntillas en la existencia de espectros viajeros que acuden a la llamada de un espiritista. Decía Chesterton que, cuando el hombre deja de creer en Dios, empieza a creer en cualquier cosa; y nuestra extraña época, tan descreída de lo trascendente, está dispuesta a creer en cualquier trivialidad o intrascendencia, con el agravante de encumbrarla a una categoría mayúscula. Y así, nos encontramos con gentes que creen en tal o cual Ideología que solucionará los problemas que afligen a la humanidad, o en un Progreso Indefinido que traerá la prosperidad a los pueblos, o en el Libre Mercado. En cambio, si al creyente en la Ideología o el Progreso o el Libre Mercado le decimos que creemos en la comunión de los santos o en la resurrección de la carne, de inmediato nos convertiremos en diana de sus escarnios.
Leonardo Castellani, en uno de sus memorables artículos, recoge un chiste protagonizado por un incrédulo que exclama orgulloso: «¡Yo no creo sino en lo que entiendo!». A lo que el crédulo le responde: «¡Ah! Con razón dice la gente que usted no cree en nada». El escepticismo de nuestra época consiste básicamente en negarse a entender, no ya la existencia, sino la posibilidad de una realidad trascendente; y en ponerse como un basilisco cuando alguien se niega a creer tan sólo en la realidad material. Hace algunas semanas publiqué en estas mismas páginas un artículo titulado Creacionismo en el que me atrevía a afirmar –¡oh, réprobo!– que la ciencia nunca podrá refutar la intervención divina en el origen del hombre; y que, en cambio, el mero sentido común nos enseña que ciertos misterios que rodean dicho origen no son explicables a la mera luz de las teorías evolutivas. He recibido cartas en las que se me tilda de fanático, supersticioso, botarate y no sé cuántas enormidades más; y otras, más educadas, que me acusan de carecer de suficiente ‘información’ (la ‘información’ es otro de los ídolos que nuestra época venera). Pero, por mucho acopio de información que uno recopilara, nunca podría explicarse por qué el hombre de las cavernas se puso un día a pintar; tampoco podría, por cierto, entender por qué, al salir de las cavernas, se puso de rodillas y empezó a adorar a Dios. El escéptico lo resolvería diciendo que el hombre se puso de rodillas porque sentía miedo; y que, por tanto, Dios es fruto de su temerosa imaginación. Afirmación que es al menos discutible; en cambio, si se nos ocurriera definir la Ideología, el Progreso o el Libre Mercado como productos del miedo, incurriríamos en falta gravísima ante los incrédulos.
A la postre, descubrimos que los crédulos son quienes creen en un Ser Supremo; los incrédulos, en cambio, creen indiscriminadamente en todo bicho viviente (o inanimado).

Juan Manuel de Prada, ABC.

Dos arrepentimientos.


Un lector de “Comentarios Eleison” me preguntó hace varios meses que es lo que hace la diferencia entre el arrepentimiento de Judas Iscariote arrojando al suelo sus 30 monedas de plata a los pies de las autoridades del Templo (Mateo XXVII, 3) y el de Pedro que lloró amargamente cuando cantó el gallo (Mateo XXVI, 75). Algunos párrafos del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta (1897-1961) responden muy bien a su pregunta. Nuestro Señor (si de hecho es Él – “En cosas inciertas, libertad”) comenta aquí acerca de la visión que acaba de regalarle de las últimas horas de Judas Iscariote. El texto Italiano está ligeramente adaptado:

“Si, la visión es horrenda, pero no inútil. Demasiadas personas piensan que lo que hizo Judas no fue tan grave. Algunos inclusive van más allá y dicen que fue meritorio, porque sin él la Redención no hubiese sucedido y así es que encontró justificación delante de Dios. En verdad te digo que si el Infierno no hubiera existido ya perfectamente equipado con tormentos, habría sido creado aún más eternamente horrendo para Judas, porque entre los pecadores condenados, él es el más condenado de todos, y su condenación no será aliviada nunca en toda la eternidad”.
“Es cierto que mostró remordimiento por su traición, y eso pudo haberlo salvado si hubiese tornado su remordimiento en arrepentimiento. Pero él no quería arrepentirse, y así es que en adición a su primer crimen de traición, sobre el cual - debido a mi debilidad amorosa - yo habría podido tener misericordia, siguió blasfemando y  resistiéndose a todo impulso de gracia que le suplicaba a través de cada trazo y memoria de mí en su última huida desesperada por aquí y por allá en Jerusalén, lo que incluye el encuentro con mi Madre y sus palabras tan dulces. Se resistió a todo. El quería resistirse. Así como quería traicionarme. Así como quería maldecirme. Así como quería matarse a sí mismo. Lo que quiere un hombre es lo que cuenta. Para bien o para mal”.
“Cuando alguien cae sin realmente quererlo, yo lo perdono. Por ejemplo Pedro. El me negó. ¿Por qué? Él mismo no sabía por qué lo hizo. ¿Acaso era un cobarde? No. Mi Pedro no era un cobarde. En el Jardín de Getsemaní desafío a todo el grupo de guardias del Templo para cortar la oreja de Malco en  mi defensa, poniendo en riesgo su vida por hacerlo. Luego huyó. Sin tener la voluntad de hacerlo. Después me negó tres veces pero, lo repito, sin tener la voluntad de hacerlo. Por el resto de su vida logró quedarse en el camino manchado de sangre de la Cruz, mi camino, hasta que murió el mismo en la cruz. Siguió siendo mi muy buen testigo hasta que fue matado por su inquebrantable fe. Yo defiendo a mi Pedro. Sus huidas y sus negaciones fueron los últimos momentos de su debilidad humana. Pero la voluntad de su naturaleza superior no estaba detrás de esas acciones. Sobrecargada por su debilidad humana, esta se adormeció. Tan pronto despertó, no quería permanecer en pecado, quería ser perfecta. Inmediatamente lo perdoné. La voluntad de Judas estaba dirigida hacia la dirección opuesta...”

Al final del Poema del Hombre-Dios Nuestro Señor (si es que es Él - Yo pienso que si lo es) dicta a María Valtorta las siete razones por las cuales concedió esta larga serie de visiones de su vida al mundo moderno. La primera razón fue hacer revivir en las mentes de los fieles las enseñanzas fundamentales de la Iglesia, en las que el modernismo había hecho estragos. ¿Suena justo? La séptima razón fue  -“para dar a conocer el misterio de Judas”, es decir, cómo un alma que recibió tantos dones de Dios pudo caer tan bajo.

Kyrie Eleison.

Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison” Nº 201, 21 de mayo del 2011.

sábado, 21 de mayo de 2011

La Herejía.


Etimología. El término herejía proviene del griego y significa originalmente la acción de tomar, por ejemplo una ciudad. Luego designó la idea más general de elección, preferencia.
Desde los tiempos apostólicos ya tuvo el sentido que conservaría en el uso eclesiástico universal.
San Pedro en 2 Petr. 2, 1 nos señala tres elementos de toda herejía: se trata de un elemento de perdición, por el cual la vía de salvación es pervertida, llevando a los hombres a la perdición, consiste en una perversión de la doctrina, por parte de falsos doctores, esta perversión de la doctrina siempre consiste en la negación de la divinidad de Nuestro Señor de una u otra forma.
La herejía es la corrupción de la verdadera doctrina, que proviene del hecho de que el hereje sustituye el juicio de la Iglesia por el suyo. En esta corrupción se pueden considerar tres aspectos: la proposición falsa afirmada (la herejía como objeto), la afirmación por parte de un sujeto de esa proposición falsa (la herejía como pecado), y la lesión del bien común resguardado por las leyes (la herejía como delito canónico o civil).

La herejía como objeto. Género y especie.

Toda doctrina opuesta a la verdadera fe, sea de un modo negativo, por privación o por oposición, constituye en sí misma una infidelidad. La herejía, siendo una selección hecha por el espíritu humano dentro de las verdades reveladas por Dios, significa, por tanto una verdadera infidelidad positiva. La infidelidad es el género y la herejía una especie.
Santo Tomás precisa que la herejía, siendo una elección dentro de la doctrina, se refiere no al fin mismo de la fe, sino a los medios propuestos para alcanzar ese fin. En el terreno de la fe el fin es la autoridad misma de Jesucristo, y los medios las verdades reveladas cuya aceptación somete nuestra inteligencia a la autoridad divina. Rechazando esa autoridad divina misma se cae propiamente en la infidelidad positiva (naturalismo, paganismo, judaísmo); aceptando en cierta medida esa autoridad pero corrompiéndola por la selección humana de las verdades reveladas se cae en la herejía. No se trata de negar la autoridad de Dios sino de corromper el contenido de lo revelado por Él.

Definición.

La herejía es una doctrina que se opone inmediata, directa y contradictoriamente a la verdad revelada por Dios y propuesta auténticamente como tal por la Iglesia.
Detengámonos primero en la contradictoriedad de la herejía respecto a la verdad revelada. La verdad de esta característica queda señalada por el hecho de que cuando la iglesia define una proposición herética solo a contradictoria es necesariamente verdadera. Por ejemplo, si “Cristo es un puro hombre” es una proposición herética, solamente la contradictoria será necesariamente verdadera (Cristo no es un puro hombre), mientras que las contrarias podrán ser igualmente falsas (Cristo es un puro espíritu, etc.).
Consideremos ahora la proposición de la verdad de fe por parte de la Iglesia. Una verdad es de fe divina cuando tiene como motivo para el asentimiento de la inteligencia la revelación divina conocida como tal, pero es de fe católica cuando tiene por regla la enseñanza de la Iglesia.

La herejía como pecado.

En cuanto a la materia del pecado de herejía solo puede serlo aquella proposición que constituye objetivamente una herejía, es decir una doctrina que se opone a la fe no solo en cuanto de origen divino sino propiamente en cuanto propuesta por la Iglesia. No olvidemos que la nota característica de la herejía es el apartarse de la regla de la fe constituida por el magisterio de la Iglesia. Por tanto, en el caso de rechazar una proposición de fe divina conocida como tal por una revelación privada no habría herejía sino infidelidad.

El acto de herejía.

El acto de herejía es un juicio erróneo de la inteligencia bajo la influenciad e la voluntad. A pesar de que el hereje, al menos en apariencia, acepta al autoridad de Dios que revela, rechaza la enseñanza infalible de la Iglesia como norma para juzgar a cerca de las verdades reveladas. Y este rechazo del magisterio de la Iglesia va junto con la adhesión a otra regla de la fe: su juicio personal. Independientemente del error concreto en el que incurra el hereje, siempre el principio será el mismo: el rechazo del magisterio infalible de la Iglesia; es decir un juicio erróneo referido a la regla de la fe.
Este juicio erróneo se puede realizar de dos maneras:

1. por la negación de ciertos artículos de la fe,

2. por la duda voluntaria y deliberada en referencia a la verdad de los artículos de la fe. No se trata de dudas involuntarias, que son compatibles con la firmeza de la fe; se trata de una duda voluntaria y deliberada.

La duda positiva, por la cual no se afirma, pero que conlleva el debilitamiento del asentimiento del espíritu, conlleva un juicio positivo y erróneo relativo a la regla de la fe: el que duda positivamente se cree en el derecho, por motivos sugeridos por su juicio personal, de no adherir plenamente a una verdad que el Magisterio propone como cierta y revelada por Dios. Todos los teólogos admiten que la duda positiva equivale a la herejía.

Pecado material y pecado formal.

Como en todo acto voluntario, cabe en este caso la distinción entre herejía material y formal, siendo ésta última aquella en la cual hay advertencia de la oposición en la cual se encuentra en relación al magisterio de la Iglesia. Esta voluntaria oposición al magisterio de la Iglesia constituye la pertinacia, que los autores requieren para que haya pecado de herejía. Esta pertinacia no se refiere a una larga obstinación en el tiempo, sino que tiene en cuenta la advertencia y la voluntariedad en sí mismas, aunque no duren mucho tiempo.

jueves, 19 de mayo de 2011

Sentido de la palabra “mártir”.


La palabra griega mártir significa testigo que testifica un hecho del que tiene conocimiento por observación personal. Con este sentido es con el que aparece por primera vez en la literatura cristiana; los apóstoles fueron “testigos” de todo lo que habían observado en la vida pública de Cristo, así como de todo lo que habían aprendido con su enseñanza, “en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, hasta lo último de la tierra” (Hech 1, 8). San Pedro emplea el término con este significado en su alocución a los apóstoles y discípulos con motivo de la elección del suplente de Judas: “Así que es necesario que de los que anduvieron con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús convivió con nosotros, empezando desde el bautismo de Juan hasta el día en que, dejándonos, fue elevado al cielo, uno de ésos sea, junto con nosotros, testigo de su resurrección” (Hech 1, 21-22). En su primera carta se refiere San Pedro a sí mismo como “testigo de los padecimientos de Cristo” (1 Pe. 5, 1).
Pero incluso en estos primeros ejemplos del uso de la palabra mártir en la terminología del cristianismo ya es digno de atención un nuevo matiz en su acepción. Los discípulos de Cristo no eran testigos corrientes como los que prestaban declaración en un tribunal de justicia. Estos últimos no corrían ningún riesgo al atestiguar los hechos que habían observado, mientras que los testigos de Cristo se enfrentaban diariamente, desde el comienzo de su apostolado, con la posibilidad de sufrir graves castigos y aún la misma muerte. Así, San Esteban fue un testigo que selló su testimonio con su sangre a principios de la historia cristiana. Las vocaciones de los apóstoles estuvieron siempre rodeadas de peligros del carácter más serio, hasta que todos ellos sufrieron finalmente la última pena por sus convicciones. De este modo, en vida de los apóstoles, el término mártir llegó a usarse en el sentido de testigo al que se le puede exigir en cualquier ocasión que renuncie o reniegue de lo que ha testificado, bajo pena de muerte. A partir de esta fase fue natural la transición hacia el significado habitual del término, según se usa en la literatura cristiana desde entonces: un mártir, o testigo de Cristo, es una persona que, aunque no ha visto ni oído nunca al divino fundador de la Iglesia, está no obstante tan firmemente convencida de las verdades de la religión cristiana que sufre de buen grado la muerte antes que renegar de ella. San Juan emplea la palabra con este significado a finales del siglo primero; se habla de Antipas, un converso del paganismo, como de “mi testigo (mártir), mi fiel (seguidor), que sufrió la muerte entre vosotros, donde habita el Adversario” (Ap. 2, 13). El mismo apóstol habla más adelante de “las almas de los que habían sido inmolados a causa de la palabra de Dios y a causa del testimonio (martyrian) [de Jesucristo] que mantenían” (Ap. 6, 9).
Lo ortodoxo era no buscar el martirio. En general se consideraba imprudente, si bien las circunstancias podían excusar a veces tal proceder. San Gregorio Nacianceno recapitula en una sentencia la regla a seguir en casos semejantes: buscar la muerte es una pura temeridad, pero es cobarde renunciar a ella (Orat. XIII, 5, 6). La rotura de ídolos fue condenada en el Concilio de Elvira (306), el cual decretó, en su canon sexagésimo, que no sería inscrito como mártir un cristiano ajusticiado por un vandalismo de esa clase. En cambio Lactancio solo censura levemente a un cristiano de Nicomedia que sufrió el martirio por derribar el edicto de persecución (Do mort. pers., XIII).

martes, 17 de mayo de 2011

La Patria verdadera del cristiano. San Cipriano.


¿Para qué pedimos (en el Padrenuestro) que “venga a nosotros el reino de los cielos”, si tanto nos deleita la cautividad terrena? Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas tú al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama?... Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo (ya desde el bautismo) y que, mientras vivimos en él, somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso.

San Cipriano, “Tratado sobre la muerte”. Visto en el Blog “Encuentro en el Bosque”.

domingo, 15 de mayo de 2011

Conferencia: “La animación del embrión en la concepción tomista”.

La animación del embrión
en la concepción tomista

R.P. Álvaro Calderón

Viernes 20 de Mayo, 20 hs.
Priorato: Venezuela 1318-20, (1095)
Capilla “Nuestra Señora Mediadora de Todas las Gracias”,
Montserrat, Buenos Aires, Capital.

martes, 10 de mayo de 2011

El “anillo” tolkienano y la Cruz de Cristo.


El hombre que se deja a la razón sola, huérfana de todo pensamiento trascendente que lo ligue con algo superior, emancipada de su Creador, termina produciendo monstruos. “Los sueños de la razón producen monstruos” decía el oscuro pintor español Francisco de Goya, y aunque él también terminó en la locura, tenía razón. Chesterton, lo veía claramente y describía a tal personaje como un “maniático” o “lunático” encerrado en sus infinitos pero muy lógicos razonamientos. Así lo describía:

“Su posición es muy razonable; y aún más, en cierto sentido es infinitamente razonable, así como una moneda de diez centavos es infinitamente redonda. Pero hay algo así como una infinidad mezquina, una humillada y esclavizada eternidad.
Es entretenido advertir que muchos místicos o escépticos modernos, han tomado como insignia un símbolo oriental, que es muy el símbolo de esta nulidad extrema. Representan la eternidad por una serpiente con la cola en la boca. Hay un admirable sarcasmo en esta imagen de una comida poco satisfactoria. La eternidad del materialismo fatalista, la eternidad de los teósofos arrogantes y de los científicos encumbrados de hoy, está bien representada por la serpiente que se come la cola; un animal degradado que destruye hasta su propio ser”. (Ortodoxia. Bs. As., Excelsa, 1943, págs. 41-42.)

Y, podemos agregar que el “anillo tolkienano” y la esfera, son el mismo símbolo de la locura, del hombre sin Dios, del hombre que se encierra en sí mismo, en sus razonamientos, en el puro subjetivismo, escapando de la verdad que se encuentra fuera de sí mismo, escapando de una realidad trascendente, de Dios mismo. Cuando, el símbolo de la Salvación y de la sana razón, es la Cruz de Cristo.
El  antiguo Blog de “Cruz y Fierro”, que ya no se encuentra en la web, ha hecho una interesante comparación de estos símbolos tomando algunos textos interesantes.


El “anillo” tolkienano y la Cruz de Cristo.

El símbolo cristiano más fundamental es la Cruz. Ésta es también el perfecto opuesto al Anillo. La Cruz da la vida; el Anillo la toma. La Cruz te ofrece la muerte, no el poder; el Anillo te ofrece el poder incluso sobre la muerte. El Anillo contrae todo hacia su vacío interior; la Cruz se expande en las cuatro direcciones, se ofrece a sí mismo al vacío, llenándolo con su sangre, su vida. El Anillo es el colmillo de Drácula. La Cruz es la espada de Dios, erguida en alto por la mano del Cielo y clavada en el mundo no para sorber nuestra sangre sino para darnos la Suya. La Cruz es la hipodérmica de Cristo; el Anillo es la mordida de Drácula. La Cruz salva otras voluntades; el Anillo domina otras voluntades. La Cruz libera; el Anillo esclaviza.

Peter Kreeft (el original en inglés en el excelente blog Vexilla Regis)

Me recordó un par de textos de Chesterton:

Así como hemos concebido al círculo como el símbolo de la razón y la locura, podemos también concebir a la cruz como el símbolo al mismo tiempo del misterio y la salud. El budismo es centrípeto, pero el cristianismo es centrífugo: se expande. Dado que el círculo es perfecto e infinito en su naturaleza; pero está fijo para siempre en su tamaño; no puede nunca ser mayor ni menor. Pero la cruz, aunque tenga en su corazón una colisión y una contradicción, puede extenderse por sus cuatro brazos para siempre sin alterar su forma. Porque tiene una paradoja en su centro, puede crecer sin cambiar. El círculo retorna hacia sí mismo y está atrapado. La cruz abre sus brazos a los cuatro vientos; es una señal en el camino para viajeros libres.

Ortodoxia.

Durante los últimos diez minutos habían estado cayendo entre las grandes quebradas y cavernas de nubes. Ahora, a través de una especie de niebla púrpura, podía verse comparativamente cerca lo que parecía ser la parte superior de un orbe o esfera grande y oscura, aislada en medio de un mar de nubes. Los ojos del profesor relampaguearon como los de un maníaco.
“Es un nuevo mundo”, gritó con una risa terrorífica. “Es un nuevo planeta y debería portar ni nombre. Esta estrella y no esa otra vulgar debería ser ‘Lucifer, sol de la mañana’. Aquí no tendremos locuras certificadas, aquí no tendremos dioses. Aquí el hombre será tan inocente como las margaritas, tan inocente y tan cruel -he aquí el intelecto—
“Parece”, dijo Miguel tímidamente, “haber algo pegado en el medio de eso”.
“Así que hay”, dijo el profesor inclinándose sobre el costado de la nave, sus anteojos brillando de excitación intelectual. “¿Qué puede ser eso? Puede ser que meramente sea…”
Entonces de repente dejó escapar un chillido indescriptible, y sus brazos flotaron como los de un espíritu perdido. El monje tomó el timón sin ganas, no parecía demasiado sorprendido dado que provenía de una parte ignorante del mundo en la cual es común que los espíritus perdidos chillen cuando ven esa forma curiosa que el profesor había recién visto en el tope de la esfera misteriosa, pero agarró el timón justo a tiempo, y moviéndolo rápido hacia la izquierda previno que la nave voladora chocara contra la Catedral de San Pablo.

[…]
“…Puedo decirte ahora, Miguel, que puedo probar la mayor parte de mi defensa del racionalismo y del engaño cristiano con cualquier signo que me quieras dar, en cualquier oportunidad con la que me lo cruce. He aquí una oportunidad mayúscula. ¿Qué podría expresar mejor tu filosofía y mi filosofía que la forma de esa cruz y la forma de esta esfera? Este globo es razonable; esa cruz es irracional. Es un animal de cuatro patas, con una pata más larga que las otras. El globo es inevitable. La cruz es arbitraria. Sobre todo, el globo está en unidad con sigo misma; la cruz principalmente y sobre todas las cosas está en enemistad con sigo misma. La cruz es el conflicto de dos líneas hostiles, de direcciones irreconciliables. Esa cosa silenciosa allí arriba es esencialmente una colisión, un choque, una lucha en piedra. ¡Puaj! Ese símbolo sacro tuyo en realidad ha dado su nombre a la descripción de la desesperación y la confusión. Cuando hablamos de hombres a la vez ignorantes uno del otro y frustrados uno por el otro, decimos que están cruzados. ¡Librémonos de esa cosa! Su misma forma es una contradicción en los términos.”
“Lo que dices es perfectamente cierto”, dijo Miguel con serenidad. “Pero nos gustan las contradicciones en los términos. El hombre es una contradicción en los términos; es una bestia cuya superioridad respecto a otras bestias consiste en haber caído. Esa cruz es, como has dicho, una colisión eterna; lo mismo yo. Esa es una lucha en piedra. Toda forma de vida es una lucha encarnada. La forma de la cruz es irracional, del mismo modo que la forma del animal humano es irracional. Dices que la cruz es un cuadrúpedo con una extremidad más larga que el resto. Yo digo que el hombre es un cuadrúpedo que sólo usa dos de sus piernas.”
El profesor frunció el seño pensando por un instante, y dijo: “Por supuesto que todo es relativo, y no negaría que el elemento de lucha y autodestrucción, representado por la cruz, tiene un lugar necesario en una cierta etapa evolutiva. Pero con seguridad la cruz es el desarrollo menor y la esfera el mayor. Después de todo, es fácil ver qué es lo que está verdaderamente mal con la disposición arquitectónica de Wren.”
“¿Y cuál es, por favor?” Inquirió Miguel gentilmente.
“La cruz está en cima de la esfera”, dijo el Profesor Lucifer simplemente. “Eso está con seguridad mal. La esfera debe estar sobre la cruz. La cruz es un mero soporte bárbaro; la esfera es la perfección. La cruz es como mucho el árbol amargo de la historia del hombre; la esfera es la fruta redonda, madura y final. Y la fruta debe estar en lo alto del árbol, no abajo de él.”
“¡Oh!” dijo el monje arrugando la frente, “¿entonces piensas que en un esquema racionalista del simbolismo la esfera debería estar sobre la cruz?”
“Resume toda mi alegoría”, dijo el profesor.
“Bueno, eso es verdaderamente muy interesante”, retomó lentamente Miguel su discurso, “porque pienso que en ese caso verías un efecto singularísimo, un efecto que ha sido logrado generalmente por todos aquellos sistemas capaces y poderosos producidos por el racionalismo, o la religión de la esfera, para guiar o enseñar a la humanidad. Verás, pienso, eso que sucede que es siempre la corporización y resultado lógico final de tu esquema lógico.”
“¿De qué estás hablando?” preguntó Lucifer. “¿Qué sucedería?”
“Digo que se caería”, dijo el monje mirando al vacío con melancolía.

[…]

“Ustedes [los racionalistas] comienzan rompiendo la Cruz; pero terminan destruyendo el mundo habitable…”

La esfera y la cruz.

Cruz y Fierro Blog, jueves 24 de enero de 2008.

El Buen Pastor. Domingo segundo de Pascua (1967). Leonardo Castellani.

Imagen de las catacumbas romanas S. III.

El Buen Pastor. Domingo segundo de Pascua (1967).

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”. (Jn. 10,11-18)

La Iglesia pone en medio del Tiempo Pascual la parábola del Buen Pastor o del Pastor Hermoso literalmente: “kalós” y no “agathós”. Es la parábola más personal que hizo Cristo; o mejor dicho, la única personal, en la cual se retrató a sí mismo. En las demás parábolas habla de Dios Padre: Él es allí “el Hijo”, que su Padre manda a los malos arrendatarios, y es asesinado por ellos. Mas esta parábola empieza con YO: “Yo soy el Pastor Hermoso”.
Es de notar que es éste su retrato, Cristo implícitamente dice que es Dios: pues este nombre de “Pastor” dan los profetas antiguos a Yahveh, Dios; y aquí Cristo se autoaplica esta palabra, e incluso toma versículos de Isaías, Ezequiel y Zacarías. Pone en ellos su sello personal; diciendo una cosa que los Profetas no podían decir de Dios: "El Buen Pastor da su vida por sus ovejas"; lo cual es la máxima prueba de amor —como dijo en otra parte.
Cristo pinta aquí cómo es y será su gobierno: como el de un Pastor. En las apariciones destos cuarenta días hasta la Ascensión, Cristo asume el papel de Consolador, como dice San Ignacio; es decir, el de Pastor Bueno y Rey Magnánimo. No reprende a los Apóstoles que lo habían abandonado en su Pasión, porque los ve arrepentidos; sólo a Pedro, que había de ser la cabeza, le pide una retractación de sus tres negaciones, en una forma amable: “¿Me amas tú más que estotros?”, que es una forma también sagaz: pues el Pedro fanfarrón de antes hubiera respondido sin vacilar: —Pues sí señor; te amo más que todos— como de hecho ya lo había hecho: “Aunque todos estos te abandonaren YO no te abandonaré”. Pero el Pedro ya morigerado responde cercano a las lágrimas remitiéndose al juicio del Maestro: “Maestro, tú sabes que te amo”. No dice ya “más que los otros”. No cayó en la trampita.
De manera que éste será el gobierno de Cristo en este mundo y el mundo por venir; porque ésta es la idiosincracia de Cristo como hombre, pintada por Él mismo. “La Política de Dios y el Gobierno de Cristo” dice Quevedo.
Con este título escribió Don Francisco de Quevedo y Villegas un libro de política cristiana, imitando y también superando a Bossuet: “Política Sacada de las Sagradas Escrituras”. Describió la política de la Cristiandad cuando ella se perdía, se había perdido en algunas naciones, comenzaba a perderse en España. Eso suele pasar, la gente se fija en el sol cuando se pone, los poetas describen los crepúsculos, en que el sol parece más soberano que nunca; pero es para morir. Así Cervantes escribe el Quijote cuando está muriendo la Caballería, donde a vueltas de una sátira de las novelas de Caballería encierra su admiración por el ideal caballeresco que moría. Y Dorotea Sayers encierra en una novela policial “Cloud of Witnesses” las grandes y necesarias virtudes de la nobleza cuando la nobleza inglesa desaparecía; y lo mismo que Cervantes, ella describe esas virtudes no en un loco pero sí en una familia ducal extravagante: el detective Peter Winsey, su hermano mayor el Duque de Denver, su hermana María y su madre la Duquesa, que son cuatro descentrados casi chiflados; pero llega el momento del apuro y se muestran insustituibles, con una conducta de señorío que ningún plebeyo puede tener. “Esto se va a perder; pero miren Uds. lo que pierden” parece decir la escritora.
Así, cuando comienza la decadencia de España, Quevedo recuerda con añoranza el gobierno antiguo, la política de la Cristiandad, es decir, de Cristo. Esos dos Reyes que le tocaron, Felipe III, Felipe IV, eran dos irresponsables: Felipe III fue el primer Rey católico que hizo la inflación de la moneda; Felipe IV se metió en alianzas funestas y guerras insensatas; pero no fueron ellos propiamente sino los dos favoritos, el Duque de Lerma y el Conde Duque de Olivares, que eran los que gobernaban en realidad —y cuyos gobiernos fueron desastrosos. Por eso Quevedo en su obra habla continuamente del problema de los “ministros” (que los españoles llamaban “validos”) y exhorta a los Reyes a no entregarse a ellos. La primera parte de su "Política de Dios, Gobierno de Cristo y Tiranía de Satanás" es una catilinaria embozada contra el ineptísimo gobierno de Lerma, ministro inepto y ladrón; el cual acabó por mandarlo a la cárcel. Librado con gran trabajo cuando subió Olivares, bajo Felipe IV, no dejó un momento de censurar el mal gobierno del país, y fue dos veces más a la cárcel; y murió en ella.
El libro de Quevedo no podía aprovechar a los dos Felipes —últimos de la casa de Austria: Felipe III fue débil, perezoso ignorante y beatón; Felipe IV, más capaz, fue un desatado libertino, a quien se podía tener quieto presentándole mujeres livianas. ¿Para quién escribió Quevedo? ¿Para la posteridad? La posteridad no le ha hecho caso. Digamos escribió para la eternidad, para la cual escriben todos los grandes escritores.
¿En qué consiste pues este gobierno de Cristo? En una palabra: consiste en la justicia con los pobres y la piedad con los ricos (no al revés, como parecería debe ser) y el rigor con los malos magistrados, sobre todo los malos ministros. El gobierno descrito por Quevedo, que parece complicado, es en su espíritu el gobierno del Buen Pastor. En el capítulo XVIII pregunta a quién han de ayudar y para quién nacieron los Reyes. Y responde: “para los pretendientes, los beneméritos (o sea los que tienen méritos), los agraviados, los oprimidos, los pobres y las viudas”, —lo que dice el profeta Ezequiel que hace el Buen Pastor: acude primero a las ovejas desvalidas.
Durante estos malos aires de España nació la ciudad de Buenos Aires. Lo peor que había entonces en España (en medio de muchas cosas buenas) era la adulteración sutil de la religión, que se esclerotizaba, se volvía exterior, se entibiaba en la fe y se "iba en vicio", es decir, en follaje. El ejemplo lo tenemos a la vista: Quevedo era un hombre rebelde, iracundo y procaz en el hablar (no tanto empero como se cree) pero tenía una genuina fe sobrenatural, iluminada y actuante; al frente de él se hallaban Felipe III con sus novenas y medallitas y Felipe IV que en medio de sus liviandades se carteaba con una monja santa, la Beata María de Agreda, para aparecer como cristiano; lo mismo que la Reina Isabel II, la Reina más libidinosa que hubo en España, que tenía por confesor a San Antonio María Claret —a quien no hacía el menor caso. Estos no tenían genuina fe, en medio de sus aspavientos de devoción y religiosidad; que era superstición.
Así que en este país tuvimos una pesada herencia: por un San Francisco Solano, muchos Felipes, Lermas y Olivares; y no el gobierno de Cristo, sino un despotismo ilustrado, como ahora. El que va a reconstruir el país, si acaso, no será un Economista, sino un hombre religioso y un Dictador Agobiado; es decir, un hombre a quien le duela la Argentina, entrañablemente, y que cargue en sus hombros por amor de Cristo una carga que no pueda llevar. Y nosotros lo único que podemos hacer es rogar a Dios por ese tal hombre. Digo mal, podemos más: podemos gobernarnos en nuestro pequeño círculo por la política de Dios y el gobierno de Cristo, que es gobierno de justicia y caridad de Pastor Hermoso; tener en su alma sed de justicia y sabor de caridad, eso puede el más humilde de nosotros.

R.P. Leonardo Castellani, tomado de “Domingueras Prédicas”, Ediciones Jauja, Mendoza, Rep. Argentina, 1997. Fuente El Cruzamante Blog.

domingo, 8 de mayo de 2011

Conferencia: Octubre Rojo.


El año 1917 no solo señala la fecha de un golpe de Estado, como tantos que hemos conocido, sino un giro copernicano de la historia. Un acto fundamental de la historia, el comienzo de una verdadera “Revolución” con mayúsculas, solo comparable con la revolución francesa.
El estudio de esta conferencia, gira en torno al prisma conceptual del proyecto soviético, tratando de penetrar en lo que constituye su esencia. Basada en el libro del mismo autor llamado “De la Rus’ de Vladímir al ‘hombre nuevo’ soviético”, propone una visión global de lo ocurrido en aquellas tierras tan lejanas y tan extrañas para el hombre occidental.
A modo de exposición sistemática, el P. Sáenz, nos ofrece una visión completa y acabada del gran proyecto comunista. Veremos como los soviéticos desmotaron la sociedad antigua para crear una nueva sobre las ruinas. La instauración de un orden totalmente nuevo desarraigado y agresivamente en contra de sus antiguas tradiciones. Viendo que la cosmovisión soviética necesitaba esta nueva sociedad, atacó la base y célula de toda sociedad: la familia (tema que tanto nos ocupa hoy en nuestra patria) para luego realizar la instauración de un nuevo concepto de familia, la “familia soviética”. También el proyecto soviético contó con la exaltación del “proletariado”, el hombre mecanizado, engranaje de un sistema inhumano, sin tierra y sin posesiones que lo unan a una patria, sistema que llevó al régimen al exterminio de 4 millones de campesinos por pertenecer a lo que la ideología soviética llamaba “germen de la burguesía”.
Los terribles actos llevados a cabo por el partido soviético fueron la expresión de la puja de aquellas dos ciudades de las que hubiese hablado San Agustín. La “Ciudad del Hombre”, que por amor a sí mismo ha llegado hasta el desprecio de Dios; y la “Ciudad de Dios”, que por amor a Dios ha llegado hasta el desprecio de sí mismo, por eso decía el santo que “el hombre cuando cae de Dios, cae de sí mismo”; y agregaba G.K. Chesterton “quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural”, de ahí que el marxismo sería una “filosofía inhumana”, como la llamaría el Papa Benedicto XVI. Desarmada la sociedad, quitado todo lo sobrenatural que poseía, quitado también el orden natural, quedaría la sociedad inhumana fundada en la soberbia humana que, con su propia fuerza de voluntad, construiría el “paraíso terrenal”.
Y la revolución soviética no será una revolución atea, sino de inspiración “anti-teísta”, “anti-Dios”. Se nombrará a Dios sólo para repudiarlo, para odiarlo, para transformarlo en algo imprescindible al hombre. Y así, el Estado soviético, tendrá su propia liturgia, su propio “santoral”, su propio calendario para sus fiestas de “veneración” al hombre.
Contamos, entonces, con la brillante conferencia del R.P. Alfredo Sáenz, sacerdote jesuita, autor de numerosas libros, que ofrece un pantallazo de lo que ha sido esta terrible revolución de Octubre en Rusia.




R.P. Alfredo Sáenz, Conferencia dada en el centro cultural “Forvm, espacio de cultura y ciencia”, el 5 de mayo del 2011.
Publicadas en nuestro sitio.