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jueves, 29 de diciembre de 2011

De células, átomos y azares.


Una célula viva está compuesta de una veintena de aminoácidos, que forman una cadena compacta. La función de estos aminoácidos depende, a su vez, de 2000 enzimas específicas.
Los biólogos han calculado que la probabilidad de que un millar de enzimas diferentes, durante miles de millones de años, se unan ordenadamente para formar una célula viva es del orden de 1 entre 101000, que es tanto como decir que la probabilidad es nula.
Por eso, Francis Crick, premio Nóbel de biología, por el descubrimiento del ADN, dijo:

“Un hombre honesto, que estuviera provisto de todo el saber que hoy está a nuestro alcance, debería afirmar que el origen de la vida parece un milagro, a juzgar por tantas condiciones como es preciso reunir para establecerla”.

Y, una vez originadas estas células arcaicas, viene el problema de la reproducción. Aquí el azar se descarta de nuevo. Para que la unión de los nucleótidos produzca por azar una molécula de ARN utilizable, es necesario que la naturaleza multiplique a ciegas los ensayos durante al menos un tiempo cien mil veces más largo que la edad total del nuestro universo.
Si en un principio, alguna de las grandes constantes universales como la gravitación, la velocidad de la luz o la constante de Planck, hubieran sufrido una mínima alteración, el Universo no habría tenido ninguna posibilidad de albergar seres vivos e inteligentes…

“Tengo entre mis manos esta sencilla flor. Algo espantosamente complejo: la
danza de miles y miles de millones de átomos (cuyo número supera al de todos los posibles seres que se puedan contar sobre nuestro planeta, el de los granos de arena de todas las playas, átomos que vibran y oscilan en equilibrios inestables).
Miro la flor y pienso: Ninguno de los elementos que componen un átomo puede explicar por qué y cómo existen tales equilibrios. Estos se apoyan en una causa, que, en sentido estricto, no me parece que pertenezca a este mundo”.