“Pedid y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad y os abrirán. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama se le abrirá.”
(Mt. 7 7-8)
“Y todo cuanto pidiereis en la oración, si tenéis fe, lo alcanzaréis.”
(Mt. 21, 22)
“Por tanto os aseguro que todas cuantas cosas pidiereis en la oración, tened fe de conseguirlas, y se os concederán.”
(Mc. 11, 24)
“Estad, pues, alerta, velad y orad, ya que no sabéis cuándo será el tiempo.”
(Mc. 13, 33)
“Así os digo yo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y quien busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
(Luc. 11, 9)
“Propúsoles también esta parábola, para hacer ver que conviene orar siempre y no desfallecer, diciendo: En cierta ciudad había un juez, que ni tenía temor de Dios, ni respeto a hombre alguno. Vivía en la misma ciudad una viuda, la cual se dirigía a él, diciendo: Hazme justicia de mi contrario. Mas el juez por mucho tiempo no quiso hacérsela. Pero después dijo para consigo: Aunque yo no temo a Dios, ni respeto a hombre alguno, con todo, porque no me deja en paz esta viuda, le haré justicia, para que al fin no venga a romperme la cabeza. Ved, añadió el Señor, lo que dijo ese juez inicuo. ¿Y Dios dejará de hacer justicia a sus escogidos que claman a él día y noche, y les hará esperar? Os aseguro que no tardará en vengarlos. Pero cuando viniere el Hijo del hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la tierra?”
(Luc. 18, 1-8)
“Velad, pues, orando en todo tiempo, a fin de que merezcáis evitar todos estos males venideros, y comparecer ante el Hijo del hombre.”
(Luc. 21, 36)
“Y cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, Yo lo haré, a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo me pidiereis en mi nombre Yo lo haré. Si me amáis, observad mis mandamientos.”
(Jn. 14, 13)
San Agustín.
“Vete al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será Él como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido”.
(Sermón 105).
“Vergüenza para la desidia humana. Tiene El más ganas de dar que nosotros de recibir; tiene más ganas El de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias”.
(Sermón 105).
“La oración que sale con toda pureza de lo íntimo de la fe se eleva como el incienso desde el altar sagrado. Ningún otro aroma es más agradable a Dios que éste; este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes”.
(Coment. sobre el Salmo 140).
“Si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe”.
(Incl. en Catena Aurea).
“Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón”.
(Carta 130, a Proba).
“Con objeto de mantener vivo este deseo de Dios, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que de algún modo nos distraen de él, y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal; no vaya a ocurrir que nuestro deseo comience a entibiarse y llegase a quedar totalmente frío, y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabe por extinguirse del todo”.
(Carta 130, a Proba).
“Lejos de la oración las muchas palabras; pero no falte la oración continuada, si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas: orar mucho es mover, con ejercicio continuado del corazón, a aquel a quien suplicamos, pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras”.
(Carta 121 a Proba).
“Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedes, y Dios te dará para que puedas”.
(Sermón 43, sobre la naturaleza y la gracia).
“Si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical (Padrenuestro)”.
(Carta 130, a Proba).
Santa Teresa de Jesús.
“Sin este cimiento fuerte (de la oración) todo edificio va falso”.
(Camino de perfección, 4, 5).
“No son menester fuerzas corporales para ella, sino sólo amar y costumbre; que el Señor da siempre oportunidad si queremos”.
(Vida, 7, 4).
“No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.
(Vida, 8, 2).
“Pensar y entender lo que hablamos y con quién hablamos y quién somos los que osamos hablar con tan gran Señor; pensar esto y otras cosas semejantes de lo poco que le habemos servido y lo mucho que estamos obligados a servir, es oración mental; no penséis que es otra algarabía ni os espante el nombre”.
(Camino de perfección, 25, 3).
“Toda la pretensión de quien comienza oración-y no se olvide que esto importa mucho-ha de ser trabajar y determinarse y disponerse, con cuantas diligencias pueda, a hacer su voluntad conforme a la de Dios (...). Quien más perfectamente tuviera esto, más recibirá del Señor, y más adelante estará en el camino”.
(Las Moradas, 11, 8).
Santa Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz.
“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría. En fin, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une con Jesús”.
“¡Qué grande es, pues, el poder de la oración! Se diría que es una reina que en todo momento tiene entrada libre al rey y puede conseguir todo lo que pide”.
“Algunas veces, cuando mi espíritu se encuentra en una sequedad tan grande que me es imposible formar un solo pensamiento para unirme a Dios, rezo muy despacio un “padrenuestro”, y luego la salutación angélica. Estas oraciones, así rezadas, me encantan, alimentan mi alma mucho más que si las recitara precipitadamente un centenar de veces”.
“Comprendo muy bien que San Pedro cayera. El pobre San Pedro confiaba en sí mismo, en vez de confiar únicamente en la fuerza de Dios. Y saco la conclusión de que si yo dijera: “Dios mío, tú sabes que te amo demasiado para detenerme en un solo pensamiento contra la fe”, mis tentaciones se harían más violentas y ciertamente sucumbiría a ellas. Estoy convencida de que si San Pedro hubiese dicho humildemente a Jesús: “Por favor, concédeme fuerzas para seguirte hasta la muerte”, las habría obtenido inmediatamente”.
Santo Tomás de Aquino.
“Después del bautismo, le es imprescindible al cristiano la continua oración: pues si es verdad que por el bautismo se borran todos los pecados, no lo es menos que en las mismas entrañas del alma nos queda el fómite del pecado, y por defuera el mundo y el demonio nos persiguen a todas horas...Por tanto: del mismo modo que las plantas necesitan del agua para no secarse, necesitamos nosotros de la oración para no perdernos...Un religioso sin oración, es como un soldado sin armas en el campo de batalla.
Nosotros para poder salvarnos, tenemos que luchar y vencer, según aquello de San Pablo: “El que combate en la palestra o en los juegos públicos, no es coronado si no lidiare según las leyes” (2 Tm.2, 5). Pero para luchar y vencer, necesitamos la gracia de Dios, y sin ella no podemos resistir a tantos y tan poderosos enemigos…Pero como resulta que Dios solamente da la gracia a los que se la piden; por tanto, sin oración no puede haber victoria ni puede haber salvación.”
(Antología de textos sobre la oración, Codesal)
San Alfonso María de Ligorio.
“La vida de todos los Santos ha sido una vida de oración y de plegarias, y todas las gracias, merced a las cuales lograron santificarse, obtuviéronlas con sus oraciones. Si queremos, pues, salvarnos y santificarnos, debemos estar de continuo a las puertas de la Divina Misericordia pidiendo de limosna con fervorosas súplicas cuanto nos sea necesario para ello. ¿Necesitamos humildad? Pidámosla, y seremos humildes. ¿Necesitamos paciencia? Pidámosla, y seremos sufridos. ¿Deseamos amor divino? Pidámoslo, y lo alcanzaremos. Pedid, y se os dará –es la promesa que Dios nos tiene hecha y a la cual no puede faltar.
Para inspirarnos todavía mayor confianza en la oración o plegaria, Jesucristo nos ha empeñado su divina palabra de que todas las gracias y mercedes que pidamos a su Padre Celestial en nombre suyo, o por su amor, o por sus méritos, nos serán indefectiblemente otorgadas: De verdad, de verdad os digo: si algo pidiereis al padre en Mi Nombre, os lo concederá (Jn. 16,23). Y, en otro lugar, el Señor se expresa así: Si algo me pidiereis en Mi Nombre, conviene a saber, por mis meritos, Yo lo haré (Jn. 14,14). En efecto, es de fe que Jesucristo, siendo como es Hijo de Dios, tiene el mismo poder que su Padre Celestial”.
(Dios es Amor)
“Sin oración, según los planes ordinarios de la providencia, inútiles serán las meditaciones, nuestros propósitos y nuestras promesas. Si no rezamos seremos infieles a las gracias recibidas de Dios y a las promesas que hemos hecho en nuestro corazón. La razón de esto es que para hacer en esta vida el bien, para vencer las tentaciones, para ejercitarnos en la virtud, en una sola palabra, para observar totalmente los mandamientos de Dios, no bastan las gracias recibidas ni las consideraciones y propósitos que hemos hecho, se necesita sobre todo la ayuda actual de Dios y esta ayuda actual no la concede Dios Nuestro Señor sino al que reza y persevera en la oración. Lo probaremos más adelante. Las gracias recibidas, las meditaciones que hemos concebido sirven para que en los peligros y tentaciones sepamos rezar y con la oración obtengamos el socorro divino que nos Preserva del pecado, mas si en esos grandes peligros no rezamos, estamos perdidos sin remedio”.
(“El gran medio de la oración”)
San Pío de Pietrelcina.
“Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración…La oración es la mejor arma que tenemos. Es la llave al corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no sólo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle sólo con el corazón”.
Sor Lucía de Fátima.
“Alejarse de la oración es alejarse de Dios. El diablo es demasiado astuto y busca nuestros puntos débiles a fin de atacarnos. Si nosotros no estamos aplicados y atentos para obtener de Dios la fuerza, caeremos, pues nuestro tiempo es muy malo y nosotros somos débiles. Sólo la fuerza de Dios puede mantenernos en pie”.
R. P. Ludovico María Barrielle, C.P.C.R.
“¿Tienen tentaciones? ¡Recen! En ese momento, les advierto, no es raro que el demonio tenga una especie de capricho e intensifique su tentación:
-¡Es inútil! Te poseeré una vez más…Cede y te dejaré tranquilo. Es imposible que te me resistas. ¡Tú lo sabes bien!
No se dejen impresionar. ¡El diablo es un embustero! Es Jesús quien lo dice en el Evangelio de San Juan. Ustedes intensifiquen sus oraciones, que así acabará el demonio por dejarlos. Si los tienta toda la noche, ustedes recen toda la noche. Y si los hace caer, estén decididos a continuar rezando. En caso de necesidad agreguen pequeñas penitencias, arrójenle agua bendita, invoquen a la Santísima Virgen, “María, Terror del demonio”, a San José, a San Miguel Arcángel, etc. En ese momento, cuando el caer les parece inevitable, súbitamente, la tentación pasa. Ya no sienten nada…¿Qué sucedió? El demonio, que no le gusta ser vencido, viéndolos decididos a rezar, se va sin decir nada.
¡Crean en la oración! ¡Amigos míos, crean en la oración! Jamás insistiremos lo suficiente al respecto. ¡Crean en la oración! Un cristiano jamás dice: “No hay nada que hacer”. Siempre queda el gran remedio de la oración que todo lo puede. Toda la omnipotencia de Dios se pone así en nuestras manos. En el Evangelio se ve que Nuestro Señor tuvo un gran cuidado, el de enseñar a los suyos a orar, pero sobre todo a darles la virtud de la fe en la oración. “Pedid y se os dará; golpead y se os abrirá; buscad y encontraréis”. Y Él lo ha dicho de diferentes maneras: “Todo el que pide, obtiene; y al que toca se le abre; y el que busca encuentra” (capítulos VII de San Mateos, XI de San Marcos, XI de San Lucas y ss. De San Juan).
“¿Qué padre, entre vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿Si le pide pescado, en lugar de pescado le dará una serpiente? ¿O si pide un huevo, le dará un escorpión? Si pues vosotros, aunque malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre dará desde el cielo el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” (Lucas, XI).
Y Jesús va todavía más allá en este particular. Nosotros jamás nos habríamos atrevido a llegar hasta allá. Recuerden la parábola del amigo inoportuno: a medianoche, recibe a su amigo que no había comido nada después de la vigilia. Todos los comercios estaban cerrados. Va a tocar a la puerta de su vecino: “Préstenme un pan”. “No, que estamos dormidos”. “No, no están dormidos”. “Que sí, ¡déjanos dormir!” Y continúa llamando a la puerta. Por fin el vecino abre la ventana. “¡Ahí tienes el pan, déjanos dormir!” Y Jesús nos dice: “Haced vosotros así con vuestro Padre celestial”. Adviertan que nosotros jamás nos habríamos atrevido a decir eso, nosotros no, y El lo ha dicho. Y podríamos continuar. A cada instante nos encontramos en el Evangelio esta lección; hasta la última noche, después de la Cena, Jesús les hace el siguiente reproche: “Hasta ahora no habéis pedido nada. Pedid y recibiréis. Todo lo que pidiéreis a mi Padre en nombre Mío, os lo concederá”.
¡Creamos en la eficacia de la oración!
Ustedes conocen la frase de San Alfonso, que deberíamos dejar grabada en las mentes de nuestros niños: “El que reza se salva, el que no reza ¡se condena!” ¿A cuáles de sus hijos encontrarán ustedes en el cielo? A los que rezaron. ¿Cómo puede ser que, con la bondad infinita de Dios, haya quien se condene? ¡Es porque no quieren rezar!
El que reza se salva, el que no reza se condena. Y San Alfonso añade, en esa joya que es su Pequeño Tratado de la Oración: “Todos los santos están en el cielo porque rezaron mucho. Serían menos santos si hubieran rezado menos, y no estarían en el cielo si no hubieran rezado…”
Recen aún si se encontraran en el fondo del océano y allá nadie se acordara de ustedes. ¡Oren!...No sé cómo lo haría Dios pero yo sé que El vendría en su auxilio. Dije esto en un retiro en Chabeuil y al salir de la capilla, uno de los ejercitantes me dijo: “Padre, eso que usted dice es verdad. ¡Me sucedió a mí!” Y me explicó cómo, sumergido en un lago de Auvernia (no sabía nadar y sus compañeros creían que se había ahogado), tuvo la idea de rezar a la Santísima Virgen. En ese momento, tuvo una sensación de frío bajo los pies, ¡era una piedra! Se llenó de valor y agitó las piernas como pudo y estos movimientos ocasionaron que en la superficie se moviera el agua. Sus compañeros que se encontraban ahí, regresaron…y lo rescataron. ¡Es cierto!
Sobre este particular, permítanme una confidencia en sentido inverso. Yo he tenido las penas más grandes que un sacerdote puede tener en la tierra. He estado íntimamente relacionado a la apostasía de un número considerablemente grande de hermanos: seminaristas, religiosos y…¡sacerdotes! Bien, hay algo que puedo decir, todos (con algunas excepciones) habían dejado de rezar. Algunos habían dejado de rezar por celo…las almas requieren atención, etc. Otros, por pereza, negligencia, desánimo o vergüenza…¡Todos habían dejado de rezar! En ese momento el demonio los endureció y la catástrofe llegó. “Nemo repente fit pessimus”, como dice San Bernardo, “nadie se hace malo de repente”. Pero lo primero que siempre hace el demonio es lograr que alguien deje de rezar. No más oraciones, lecturas espirituales, rosarios, exámenes, breviario, acciones de gracias, visitas al Santísimo Sacramento, confesiones…misas (incluso el sacrilegio, y esto es muy peligroso), no más devoción a María, etc. En esos momentos están maduros para la catástrofe.
San Alfonso recomienda, ya que Dios acoge todas las oraciones, pedir todos los días la gracia de rezar siempre. Esa es la razón, entre otras, de que la devoción a María haya salvado a tantos pecadores. La menor oración, Dios la escucha. “Si quis tristetur oret”, dice Santiago, “si alguien está triste, ¡que rece!” “Hoc genus demoniorum non icitur, ieiunio et orationes”, dice Jesús hablando del joven lunático, “a este género de demonios –el de la impureza en particular, no los ahuyenta sino el ayuno y la oración” y muchas veces estas palabras de Jesús: “Vigilate et orate”, “vigilad y orad”.
(“Reglas para el discernimiento de los espíritus, tomadas del Libro de Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola”, Ediciones Fundación San Pío X).