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sábado, 10 de marzo de 2012

En esta vida no han de faltar las tentaciones.


Dice el Sabio: Hijo, si quieres servir a Dios, consérvate en justicia y en temor, y prepárate para la tentación. El bienaventurado San Jerónimo, sobre aquello del Eclesiastés: Hay tiempo de guerra y tiempo de paz, dice, que mientras estamos en este siglo es tiempo de guerra, y cuando pasemos al otro será tiempo de paz. Y de ahí tomó aquella nuestra ciudad celestial el nombre de Jerusalén, que quiere decir visión de paz. Por tanto, dice, ninguno se tenga ahora por seguro, porque es tiempo de guerra, ahora ha de ser el pelear, para que saliendo vencedores, descansemos después en aquella bie­naventurada paz. San Agustín, sobre aquello de San Pablo: no hago el bien que quiero, dice, que aquí la vida del hombre justo es pelea, y no triunfo; y así oímos ahora voces de guerra, cuales son estas que da el Apóstol, sintiendo la repugnancia y contradicción que la carne tiene a lo bueno, y la incli­nación tan grande que tiene a lo malo, y deseando verse ya libre de eso: Pues advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. Pero la voz de triunfo se oirá después, como dice el mismo Apóstol, cuando este cuerpo corruptible y mortal se vista de incorrupción e inmortalidad. Y la voz de triunfo que entonces se oirá, será la que dice ahí San Pablo: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? Todo esto dijo muy bien el santo Job, en aquellas breves palabras: Milicia es la vida del hombre sobre la tierra, y sus días como del merce­nario. Porque así como el oficio del jornalero es trabajar y cansarse todo el día, y después se sigue el premio y el descanso; así también en nosotros el día de esta vida está lleno de trabajos y tentaciones, y después se nos dará el premio y el descanso conforme a como hubiéremos trabajado.
Pero descendiendo en particular a examinar la causa de esta continua guerra, el apóstol Santiago la pone en su Canónica: ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros? Dentro de nosotros mismos tenemos la causa y la raíz, que es la rebeldía y contradicción para todo lo bueno que quedó en nuestra carne después del pecado. Quedó también maldita la tierra de nuestra carne, y así brota cardos y espinas que nos pun­zan y atormentan continuamente. Traen los Santos a este propósito la comparación de la navecilla que dice el Sagrado Evangelio, que comenzando a dar la vela, se alborotó el mar, y se levantó una tem­pestad y olas tan grandes que la cubrían y querían anegar. Así nuestra alma va en esta barquilla del cuerpo rota, agujereada, que por una parte hace agua, y por otra se levantan olas y tempestades de muchos movimientos y apetitos desordenados que la quieren anegar y hundir: De manera que la causa de nuestras continuas tentaciones es la corrupción de nuestra naturaleza, aquel “fomes peccati” o inclinación mala que nos quedó después del pecado. Se nos quedó el mayor enemigo dentro de casa, y ese es el que nos hace continua guerra. Y así no tiene el hombre de que espantarse cuando se ve molestado de tentaciones; porque al fin es hijo de Adán, concebido y nacido en pecado; y no puede dejar de tener tentaciones e inclinaciones y apetitos malos que le hagan guerra. Y así nota San Jerónimo que en la oración del Padrenuestro, que Cristo Nuestro Señor nos enseñó, no nos dice que pidamos a Dios no tener tentaciones; porque eso es imposible: sino que no nos deje caer en la ten­tación. Y eso es también lo que el mismo Cristo en otra parte dijo a sus discípulos: Velad y orad, para que no entréis en la tentación. Dice San Jerónimo: Entrar en la tentación no es ser tentado, sino es ser vencido de la tentación. El santo patriarca José fue tentado de adulterio, pero no fue vencido por la tentación. La santa Susana fue tentada también de lo mismo, pero la ayudó el Señor para que no cayese en la tentación. Pues eso es lo que nosotros pedimos al Señor en la oración del Padrenuestro, que nos dé gracia y fortaleza para que no caigamos ni seamos vencidos por la tentación: No sólo recha­zando la tentación, sino pidiendo las fuerzas para sostenerse en las tentaciones. Yerras, hermano, yerras y te engañas mucho si piensas que el cristiano ha de estar sin tentaciones: Esto es la mayor tentación, cuando te parece que no tienes tentación. Entonces os hace el demonio mayor guerra cuan­do a vos os parece que no hay guerra: Nuestro adversario el demonio, como dice el apóstol san Pedro, anda bramando y dando vueltas como león, a ver si halla a quien tragar, ¿y tú piensas que hay paz? Está escondido acechando para matar al inocente, ¿y te tienes tú por seguro? Es engaño ese, por­que esta vida es tiempo de guerra y de pelea, y espantarse de las tentaciones es como si el soldado se espantase del sonido del tiro y del fusil, y se quisiese por eso volverse de la guerra: o como el que qui­siese dejar de navegar, y salirse de la nave, por ver que se le revuelve el estómago.
Dice San Gregorio, que es engaño de algunos que teniendo alguna grave tentación luego les pare­ce que está todo perdido, y que ya los ha olvidado Dios, y que están en desgracia suya. Muy engaña­dos andáis; antes es menester que entendáis que el tener tentaciones no sólo es cosa ordinaria de hombres, sino muy propia de hombres espirituales y que tratan de virtud y perfección, como nos lo da a entender el Sabio en las palabras propuestas, y lo mismo nos enseña el Apóstol San Pablo: Los que quieren vivir bien, y tratan de su aprovechamiento y de adelantarse en el servicio de Dios, esos son los perseguidos y combatidos con tentaciones; que esos otros muchas veces no saben qué cosa es tentación, ni echan de ver la rebelión y guerra que la carne hace al espíritu, antes hacen de eso golo­sina.
Nota esto muy bien San Agustín, sobre aquellas palabras de San Pablo: La carne desea y apetece contra el espíritu: En los buenos, que tratan de espíritu de virtud y perfección, apetece la carne con­tra el espíritu; pero en los malos que no tratan de eso, no tiene la carne contra quien apetecer; y así estos no sienten la lucha de la carne contra el espíritu, porque no hay espíritu que la contradiga y pelee contra ella. Y así el demonio tampoco ha menester gastar tiempo en tentar a estos tales; porque sin nada de eso ellos por su voluntad lo siguen, y se le rinden sin dificultad ni contradicción. No andan los cazadores a la caza de jumentos, sino a la caza de ciervos y gamos, que corren con ligereza, y se suben a los montes: A los que con ligereza de ciervos y de gamos corren a lo alto de la perfección, a esos anda por cazar el demonio con sus lazos y tentaciones, que a esos otros que viven como jumen­tos en casa se los tiene, no ha menester él andar a la caza de ellos. Y así no sólo no nos habernos de espantar por tener tentaciones, sino antes las habernos de tener por buena señal, como lo advirtió San Juan Clímaco: No hay más cierta señal de que los demonios han sido vencidos por nosotros, que el ver que nos hacen mucha guerra: porque por eso os la hacen, porque os habéis rebelado contra él, y os habéis salido de su jurisdicción: por eso os persigue el demonio, porque tiene envidia de vos, que si no, no os persiguiera tanto.

Padre Alonso Rodríguez, S.J., Tomado de “Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas”, p. 2ª, t. 4º, c. Iº.