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sábado, 17 de marzo de 2012

¿Qué es el Modernismo?


El Papa San Pío X, gran defensor de la fe, frente al error del modernismo.

 Muchos nos preguntamos ¿por qué existen hoy día tantos errores dentro de la Iglesia? Existen “católicos” que apoyan el aborto y las uniones homosexuales, entre otros errores y horrores morales; existen quiénes convierten la misa en una reunión social, una cena conmemorativa, y entre otros excesos que tocan lo sacrílego, caen en transformar la misa en un recital de rock, ente otras aberraciones; existen quienes han reformado los mismos rituales, quitando subrepticiamente todo el sentido de lo sobrenatural y de lo sacro. Errores todos estos, provenientes y derivados de la actitud y fe modernistas y liberales. Lo que hoy llamaríamos “catolicismo liberal” o simplemente “progresismo religioso”, con sus diferentes matices pero que en esencia son impulsados por la filosofía del modernismo.
En muy resumidas palabras, el modernismo es aquel error filosófico que intenta transformar a la Iglesia (y a todas sus creencias) en algo subjetivo desligándola a esta misma de toda trascendencia. Transformándola así, en algo acomodado en esencia al mundo moderno. ¿Y quiénes intentan trasformar la Fe? Es el error hoy día muy propagado y condenado por los Papas llamado modernismo.
Publicamos un pequeño y consistente resumen realizado por el sacerdote dominico Jean-Dominique, de lo que ha creído siempre la Iglesia y de lo que creé el modernismo de la Iglesia, como para ilustrar a las almas que no han sido informadas de este grave error.


¿Qué es el Modernismo?

Los juicios del magisterio de la Iglesia contra el modernismo son de una vehemencia impresionante.
La doctrina es calificada como:

-  “veneno de error”,
-  “monstruosidad”,
-  “plaga terrible”,
-  “perversión de espíritu”,
-  “alimento envenenado”,
-  “descalabro universal de errores”,
-  “resumidero de todas las herejías”, que “conduce al panteísmo” y a “la destrucción de la religión”.

El juicio no es menos severo respecto a las personas: “Tenemos que luchar contra hábiles enemigos”, afirma el Papa San Pío X, “contra un género muy pernicioso de hombres, los modernistas”, que “traman la ruina de la Iglesia”. Estos adversarios están embargados de una “sed de novedades”, poseen “una habilidad nueva y con frecuencia pérfida”, son “enemigos que se ocultan en el seno y en el corazón mismo de la Iglesia”; son “los peores enemigos de la Iglesia”, de un “alma pervertida contra la autoridad”, imbuidos de “desprecio para con el magisterio de la Iglesia”, el cual socavan hasta sus fundamentos “afectando aires de sumisión” y “disimu­lando bajo apariencia exterior de acatamiento una au­dacia ilimitada”. Así, los modernistas son tanto más de temer cuanto que “su insidiosa táctica consiste en no presentar jamás sus doctrinas metódicamente y en con­junto”.
¿Qué es el modernismo, que amerita tamaña conde­nación?

Primera aproximación.

El término “modernista” nos provee ya una indica­ción sobre la naturaleza misma de esta herejía. En efec­to, “moderno” significa aquello que pertenece o convie­ne al tiempo presente o a una época relativamente re­ciente. En consecuencia, el modernismo consiste en la tendencia a conciliar la exégesis cristiana con los presu­puestos de la crítica histórica y la filosofía moderna.
Esta definición —es verdad— es insuficiente, pero pone en evidencia el carácter general del modernismo. Antes que nada, el modernismo —como indica su nom­bre— quiere ser moderno, quiere adaptarse al gusto del día; no quiere quedar al margen de la sociedad. La Igle­sia —dice— debe adaptarse a las costumbres y a la ma­nera de pensar de la época, las cuales nacieron de una fi­losofía racionalista y subjetivista. El modernista “amal­gama en sí el racionalista y el católico” dirá San Pío X. “Imbuidos de filosofía moderna, se dedican a conciliar ésta con la fe y a emplearla, según dicen, en provecho de la fe”. Por decirlo de alguna manera, el modernista que­rrá hacer un maridaje entre la fe tradicional y las nove­dades salidas del Protestantismo y de la Revolución, dándole así renovada fecundidad.
El modernista quiere que esta unión sea total. Lejos de subordinar el pensamiento humano a las exigencias de la fe, pide a la Iglesia que tome la filosofía contem­poránea tal como ella es. El dato revelado en conjunto debe ser vuelto a pensar y renovado a la luz de las nove­dades. Es probable que se conserve el lenguaje tradicio­nal, pero se le dará un sentido nuevo. “Juzgan que es absolutamente necesario que la teología sustituya las antiguas nociones por nuevas, a resultas de las diversas filosofías de las que, según los tiempos, aquella se sirve como instrumentos”.
El modernismo, en consecuencia, aparece a primera vista como una pretensión de poner al día a la Iglesia, en el sentido de una adopción sincera de los datos de la fi­losofía reinante. De allí que sea más bien un estado de espíritu, con frecuencia difícil de precisar, una especie de transfusión de sangre al cuerpo de la Iglesia que de­be conducir a un cambio radical y permanente.

los principios del modernismo.

¿En qué consiste esta nueva filosofía, que ejerce tan­ta fascinación al modernista? Con mucho criterio, el Pa­pa San Pío X la resumió en dos términos: agnosticismo e inmanencia vital. ¿De qué se trata con esto?
La palabra “agnosticismo” está formada por el pri­vativo “a” y la raíz “gnosis” o conocimiento. En sen­tido amplio, agnóstico es aquel que niega que la inteli­gencia humana tiene la facultad natural de conocer la realidad tal como es. El hombre debería contentarse con la percepción de los fenómenos, la apariencia de las co­sas y hacerse una imagen. No puede pretender conocer la naturaleza y las leyes metafísicas de lo real. Más pre­cisamente y como consecuencia, el agnosticismo enseña que el hombre no puede conocer la existencia de Dios por medio de la razón.
Extendiendo este principio, el modernista llegará a afirmar que el camino que conduce al hombre a Dios ya está cerrado en el propio orden natural. Corta —si pue­de decirse así— al hombre de Dios, construyendo una espesa capa de cemento entre naturaleza y Creador, en­tre tierra y cielo. No solamente la inteligencia no puede conocer a Dios (la inteligencia humana debe circunscri­birse a la naturaleza y a ella misma, de modo que los in­dividuos y las sociedades viven sin referencia a Dios), sino también Dios mismo ya no puede entrar en contacto con el hombre (ya no son posibles ni la encarnación, ni la revelación, ni los milagros): “la historia del géne­ro humano se explica sin referencia alguna a Dios”.
Se reconoce también al agnóstico por su desprecio por la verdad objetiva y las definiciones claras y defini­tivas. Además, el desprecio de la inteligencia lo condu­ce al relativismo y al liberalismo. ¿Cómo juzgar si una doctrina es verdadera o falsa si se está privado de todo criterio objetivo? Entonces aparece una dificultad: ¿Dónde encontrará el hombre las convicciones religio­sas de que tiene necesidad? ¿Dónde está la fuente de es­te fenómeno que se encuentra en todas las culturas, en todas las épocas y que se llama “religión”?
Dado que no puede venir de Dios (agnosticismo), no puede sino provenir del hombre. Éste es el segundo principio modernista tomado de la filosofía moderna, aquella de la inmanencia vital. Vida religiosa, fe y rela­ción con Dios, son reducidas a una experiencia interior, a un sentimiento, a una conciencia, a una auto-realiza­ción. “La doctrina de la inmanencia, en el sentido mo­dernista, afirma y profesa que todo fenómeno de con­ciencia proviene del hombre en tanto hombre”. “Cerra­do todo camino hacia Dios de parte de la inteligencia (agnosticismo), se empeñan en abrir otro por parte del sentimiento y de la acción”, es decir, la experiencia. “El sentimiento religioso, que sale así por medio de la inma­nencia vital de las profundidades del inconsciente, es el germen de toda religión, tanto como es razón de todo lo que ha sido y será siempre de toda religión”.
El modernista, en otros términos, es como un auris­ta, que privado de todo contacto con el mundo exterior, está abandonado a sí mismo y a sus sentimientos. Pri­vado del conocimiento de lo real y de la causa primera en virtud de su agnosticismo, cree poder encontrar en sí mismo el motor de su progreso. Es invitado a superar­se, a fabricar su vida y su religión dando rienda libre a su sentimiento religioso. Esto es lo que los filósofos modernos califican como “acto trascendental”.
Una consecuencia inmediata es el ecumenismo. Da­do que el hombre fabrica su religión y que es el maestro de su aproximación a Dios, para unir a los hombres y acercarlos a Dios será suficiente que cada uno siga su conciencia, que practique su propio culto, sea el que fuere, poniendo en obra su inmanencia vital. De este modo todos serán más hombres, construirán todos jun­tos la humanidad y se unirán a otros hombres, avanzando todos hacia la misma cima transitando su propio ca­mino.

La religión Modernista.

¿En qué se transforma la religión católica después de haber sido examinada y corregida por semejante filoso­fía? Preguntemos al modernista:

¿Qué es la Fe?

La fe católica es una virtud sobrenatural infundida por Dios, que confiere a la inteligencia la certeza sobre­natural de las verdades reveladas. El modernista la transforma en un sentimiento proveniente “de las pro­fundidades de la subconciencia”, en “una experiencia individual”, en “cierta intuición del corazón”. Las fór­mulas del dogma no son más que “símbolos” que no conviene utilizar sino en la medida en que sostienen y desarrollan el sentimiento religioso de cada uno.

¿Qué es la Revelación?

En lugar de ser una enseñanza de Dios que habla con autoridad por medio de Jesucristo, los Profetas y los Apóstoles, la revelación del modernista se reduce a “un sentimiento que aflora en la conciencia”, a una expe­riencia de lo divino que dice algo de Dios y está a dis­posición de todos.

¿Qué es la Tradición?

La Tradición, esto es, la transmisión de las verdades reveladas hecha por la Iglesia, se transforma en “la co­municación hecha a los demás de cierta experiencia original por medio del órgano de la predicación”.
El rol del magisterio consiste sólo en despertar en los demás, mediante el buen ejemplo y la palabra, este sentimiento religioso que cada uno lleva en sí, en “lo profundo de su naturaleza y de su vida”.

¿Qué es la Iglesia?

Mientras que la Iglesia Católica es la sociedad jerár­quica de los bautizados, fundada por Cristo, unidos por la verdadera fe, los sacramentos y la obediencia a una autoridad visible, los modernistas la deformarán en una “colección de ciencias individuales” que imitan el sentimiento religioso de Jesucristo. Es una “emanación vi­tal de la conciencia colectiva”. Lejos de ser una y visi­ble, la Iglesia es indefinible y no susceptible de ser co­nocida. Ser católico implica revivir la inmanencia vital de Cristo-hombre, es ser hombre como Cristo. Se supri­me la diferencia entre clérigos y laicos, como así tam­bién los límites visibles de la Iglesia.

¿Qué es el Papa?

Para el modernista, la autoridad es un árbitro al ser­vicio de la paz, que permite a cada uno la libre expan­sión de su propio sentimiento religioso.
El Papa ya no es el Vicario de Cristo, dotado del po­der supremo de jurisdicción y magisterio. Está al servi­cio de la inmanencia vital de cada uno.
Es el portavoz de la conciencia colectiva y se esfuer­za por mantener un equilibrio entre las fuerzas vivas existentes en el interior de la Iglesia, asegurando “los cambios y los progresos” gracias a “una suerte de com­promiso y transacción entre la fuerza conservadora (la Tradición) y la fuerza progresista”.

¿Qué es el culto?

El culto y los sacramentos no tienen el valor teocéntrico que les son debidos. “No han sido instituidos más que para nutrir la fe”, es decir, “para avivar y activar” el sentimiento religioso individual.

Conclusión.

¿Qué es lo que queda, en definitiva, después de esta relectura de la fe y de la Iglesia bajo el prisma de la fi­losofía agnóstica y subjetivista?
El hombre, nada más que el hombre, el culto del hombre, la persona humana erigida en absoluto y que se dedica a construir en sí la humanidad mediante su “ex­periencia religiosa”.
Una palabra puede resumir esta nueva religión: la in­gratitud. Ingrato, en efecto, es quien ignora o niega la gratuidad de los dones que le son hechos. Comienza por contrariar y destruir lo que se le ofrece.
Este es el hecho de la duda agnóstica. Después, pre­tende poder alcanzar por sí mismo el objeto de sus de­seos. Si acepta ciertos dones, es porque le son debidos y los ha merecido o conquistado por sus propias fuerzas: ya no son gratuitos. Es lo que pretende hacerse con la inmanencia vital. A este título, el modernismo hace ga­la de su nombre. Coincide con el espíritu de su época, a la cual es inherente una profunda ingratitud para con Dios y la Iglesia. A esta ingratitud de los hombres debe corresponder la profesión pública de la gratuidad de los dones de Dios.

R.P. Jean-Dominique, O. P. Le Chardonnet. nº 229, Junio de 2007.