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domingo, 22 de julio de 2012

Declaración del Capítulo General de la FSSPX.



Al término del Capítulo  General de la   Fraternidad Sacerdotal San Pío X, reunidos en torno a la  tumba de su venerado fundador, Mons. Marcel Lefebvre, y unidos a su Superior  General, nosotros los participantes, obispos, superiores y miembros más  antiguos de la Fraternidad,  queremos hacer llegar al cielo nuestras más vivas acciones de gracias por los  cuarenta y dos años de tan maravillosa protección divina sobre nuestra obra, en medio de una Iglesia en total crisis y de un mundo que se aleja cada día más de  Dios y de su ley.

Expresamos nuestra profunda gratitud a todos los miembros de la Fraternidad,  sacerdotes, hermanos, hermanas, terciarios, a las comunidades religiosas  amigas, así como a los queridos fieles por su dedicación diaria y por sus  fervientes oraciones con motivo de este Capítulo, que conoció intercambios  francos y un trabajo fructífero. Todos los sacrificios, todas las penas  aceptadas generosamente contribuyeron sin duda a superar las dificultades que la Fraternidad ha  enfrentado últimamente. Hemos vuelto a encontrar nuestra unión profunda en su  misión esencial: mantener y defender la fe católica, formar buenos sacerdotes y  trabajar en la restauración de la Cristiandad. Hemos definido y aprobado las  condiciones necesarias para una eventual normalización canónica. Se estableció  que en este caso, un Capítulo extraordinario deliberativo sería convocado de  antemano. Pero nunca hay que olvidar que la santificación de las almas siempre  comienza por nosotros mismos. Es la obra de una fe animada y operante por medio  de la caridad, según las palabras de San Pablo: “Porque  no tenemos ningún poder contra la verdad, la tenemos solamente por la verdad” (2 Cor. 13:8) y además: “Cristo  amó a la Iglesia  y se entregó a sí mismo a ella… para que sea santa e inmaculada.” (Ef. 5:25 s)
El Capítulo considera que el primer deber de la Fraternidad en el  servicio que tiene la intención de prestar a la Iglesia es continuar  profesando, con la ayuda de Dios, la fe católica en toda su pureza e  integridad, con una determinación proporcionada a los ataques que esta misma fe  no deja de sufrir hoy.
Por lo tanto, nos parece oportuno reafirmar  nuestra fe en la   Iglesia Católica Romana, única Iglesia fundada por Nuestro  Señor Jesucristo, fuera de la cual no hay salvación, ni posibilidad de  encontrar los medios que conducen a ésta; en su constitución monárquica,  querida por Nuestro Señor, que hace que el poder supremo de gobierno sobre toda  la Iglesia  recaiga sólo sobre el Papa, Vicario de Cristo en la tierra; en la realeza  universal de Nuestro Señor Jesucristo, creador del orden natural y  sobrenatural, al cual todo hombre y toda sociedad debe someterse.
Sobre todas las innovaciones del Concilio  Vaticano II que permanecen manchadas de errores y sobre las reformas que de él  han salido, la Fraternidad  sólo puede continuar adhiriendo a las afirmaciones y enseñanzas del Magisterio  constante de la Iglesia;  ella encuentra su guía en este Magisterio ininterrumpido que, por su acto de  enseñanza, transmite el depósito revelado en perfecta armonía con todo lo que la Iglesia toda ha creído  siempre y en todo lugar.
Asimismo, la Fraternidad encuentra  su guía en la Tradición  constante de la Iglesia  que transmite y transmitirá hasta el final de los tiempos el conjunto de las  enseñanzas necesarias para mantener la fe y para la salvación, esperando que un  debate franco y serio sea posible, teniendo como finalidad el retorno de las  autoridades eclesiásticas a la   Tradición.
Nos unimos a los otros católicos perseguidos  en los distintos países del mundo que sufren por la fe católica, y muy a menudo  hasta el martirio. Su sangre derramada en unión con la Víctima de nuestros  altares es la garantía de la renovación de la Iglesia in  capite et membris [En  la cabeza y en sus miembros], de acuerdo con el viejo adagio “sanguis martyrum  semen christianorum” [La sangre de los mártires es semilla de cristianos].
Finalmente  nos dirigimos a la Virgen   María, tan celosa de los privilegios de su Divino Hijo,  celosa de su gloria, de su Reino en la tierra como en el Cielo. ¡Cuántas veces  ella ha intervenido en la defensa, incluso armada, de la Cristiandad contra los  enemigos del reino de nuestro Señor! Le suplicamos que intervenga hoy para  expulsar a los enemigos internos que tratan de destruir la Iglesia más radicalmente  que los enemigos externos. Que ella se digne mantener en la integridad de la  fe, en el amor de la Iglesia,  en la devoción al Sucesor de Pedro, a todos los miembros de la Fraternidad San  Pío X y a todos los sacerdotes y fieles que trabajan con los mismos  sentimientos, para que ella nos proteja y nos preserve tanto del cisma como de  la herejía.
Que San Miguel Arcángel nos comunique su  celo por la gloria de Dios y su fuerza para combatir al demonio.
Que San Pío X nos haga partícipes de su  sabiduría, de su ciencia y de su santidad para discernir la verdad del error y  el bien del mal, en estos tiempos de confusión y de mentiras.” (Mons. Marcel  Lefebvre, Albano, 19 de octubre de 1983).

Ecône, 14 de julio 2012

Fuente: Dici