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martes, 11 de septiembre de 2012

Providencia.




Por extraño que a primera vista parezca, en la oscuridad de la noche vemos a muchísimo mayor distancia que en la claridad del día; en efecto, menester será que se oculte el sol, para que se dejen ver las estrellas y vislumbremos las insondables profundidades del firmamento.
El espectáculo que contemplamos ciertas noches estrelladas es incomparablemente más bellos que el de los días más esplendorosos. Nuestra vista puede ciertamente llegar muy lejos durante el día en el espacio que nos circunda, hasta el sol, cuya luz invierte ocho minutos en llegar a nosotros. Pero en la oscuridad de la noche abarcamos con una sola mirada, millares de estrellas, la más cercana de las cuales dista de nosotros cuatro años y medio luz. Lo mismo ocurre en lo espiritual; así como el sol impide ver las estrellas, así también la magnificencia de ciertas cosas humanas es obstáculo para contemplar los esplendores de la fe. Por donde conviene que la Providencia haga desaparecer de vez en cuando en nuestra vida este brillo de las cosas inferiores para que entreveamos cosas mucho más sublimes y más preciosas para nuestra alma y para nuestra salud eterna.

 R.P. Reginald Garrigou-Lagrange, O.P.