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miércoles, 31 de octubre de 2012

La nueva religión y la obediencia.




Por dos veces me dijeron los enviados de la Santa Sede: «Ya no es posible en nuestro tiempo la Realeza Social de Nuestro Señor; hay que aceptar definitivamente el pluralismo de las religiones». Fueron sus palabras.
Pues bien, yo no pertenezco a esta religión. Es una religión liberal, modernista, que tiene su culto propio, sus sacerdotes, su fe, sus ca­­tecismos, su Biblia ecuménica, traducida en común por católicos, judíos, protestantes, anglicanos, mudando y guardando la ropa a un tiempo, dando satisfacción a todo el mundo, es decir, sacrificando con frecuencia la interpretación del ma­gisterio. Nosotros no aceptamos esta Biblia ecuménica. Existe la Bi­blia de Dios, su Palabra, que no tenemos el derecho de mezclar con la palabra de los hombres.
Cuando yo era niño, la Iglesia tenía en todas partes la misma Fe, los mismos Sacramentos, el mismo Sacrificio de la Misa. Si me hubieran dicho entonces que esto cambiaría, no lo habría podido creer. En toda la Cristiandad se oraba a Dios de la misma manera. La nueva religión liberal y modernista ha sembrado la división.
Los cristianos están ya divididos dentro de una misma familia a causa de esta confusión que ha sido instaurada: no van a la misma misa, no leen los mismos libros. Hay sacerdotes que ya no saben qué hacer: o bien obedecen ciegamente lo que sus superiores les imponen y así pierden en cierta forma la Fe de su infancia y de su juventud, y renuncian a los votos que hicieron en el momento de su ordenación como su juramento antimodernista, o bien resisten, pero con la impresión de separarse del Papa, que es nuestro Padre y el Vicario de Cristo. En am­bos casos ¡qué desgarramiento! Son muchos los sacerdotes que han muerto prematuramente de dolor.
Y ¡cuántos otros se han visto obligados a abandonar sus parroquias, en las que hacía tantos años ejercían su ministerio, por estar expuestos a una abierta persecución por parte de sus jerarquías, y a pesar del apoyo de sus fieles, a quienes se les arrancaba su pastor! Tengo a la vista el emocionante adiós de uno de ellos, a los feligreses de dos parroquias de las cuales era el pá­rroco: «En la conversación del…, el señor Obispo me ha dirigido un ultimátum: aceptar o rehusar la nueva religión; yo no tenía escape posible. Por tanto, para mantenerme fiel al compromiso de mi sacer­do­cio, para mantenerme fiel a la Fe eterna… me vi obligado, forzado, contra mi voluntad, a retirarme… La simple honestidad y, sobre todo, mi honor sacerdotal, me obligaron a ser leal precisamente en esta materia de gravedad divina (la Misa). Esta prueba de fidelidad y de amor es la que debo dar a Dios y a los hombres, y sobre ella seré juzgado el último día, como también todos aquéllos a quienes se confió este mismo depósito».
La división afecta hasta las menores manifestaciones de piedad. En el Val-de-Marne, el obispado hi­zo expulsar por la policía a 25 católicos que rezaban el rosario en una iglesia, privada de cura titular desde hacía años. En la diócesis de Metz el Obispo hizo intervenir al alcalde comunista para que fuera suspendido el préstamo de un local concedido a un grupo de tradicionalistas. En el Canadá 6 fieles fueron condenados por el tribunal, que la ley de este país permite intervenir en esta clase de asuntos, por haberse obstinado en comulgar de rodillas. El Obispo de Antigonish los acusó de perturbar voluntariamente el orden y la dignidad de un servicio religioso. (…) ¡De parte del Obispo, prohibido a los cristianos doblar la rodilla ante Dios! El año pasado, la peregrinación de jóvenes a Chartres terminó con una misa en los jardines de la Catedral, porque estaba prohibido celebrar dentro la misa de San Pío V. Pero, quince días después, se abrieron las puertas para un concierto de música espiritual, en el curso del cual fueron ejecutadas danzas por una excarmelita.
Se enfrentan dos religiones; nos encontramos en una situación dramática, es necesario llevar a cabo una elección, pero esta elección no es entre la obediencia y la desobediencia. Lo que se nos propone, a lo que se nos invita expresamente, por lo que se nos persigue, es escoger una apariencia de obediencia. Porque el Santo Padre, en efecto, no nos puede pedir que abandonemos nuestra fe.
Nosotros elegimos pues guardarla y no podemos equivocarnos en seguir fieles a lo que la Iglesia ha enseñado durante dos mil años. La crisis es profunda, sabiamente organizada y dirigida de modo que se puede en verdad creer que el maestro de esta obra no es un hombre, sino el mismo Satanás. Es un golpe magistral de Satanás haber logrado hacer que los católicos desobedezcan a toda la Tradición en nombre de la obediencia. Un ejemplo típico nos lo da el “aggiornamento” de las sociedades religiosas: por obediencia, se hace desobedecer a los religiosos y religiosas a las leyes y constituciones de sus fundadores, que juraron observar cuando hicieron su profesión. La obediencia en este caso debería ser categóricamente negativa. Ni siquiera la autoridad legítima puede imponer un acto reprensible, ma­lo. (…) Lo mismo que nadie puede hacer que nos hagamos protestantes o modernistas.

Monseñor Marcel Lefebvre, tomado de su “Carta abierta a los católicos perplejos”, cap. XVIII.