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domingo, 11 de noviembre de 2012

Rabino Skorka ofende a la Iglesia Católica en la UCA.




La Universidad Católica Argentina celebró, el 11 de Octubre pasado, el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II con un acto interreligioso, consecuencia lógica e inevitable de la puesta “al día”, el “aggiornamiento”, que han producido aquellas declaraciones, de farragoso lenguaje, que vieron la luz en dicha festejada asamblea. Durante el acto en la UCA, se le otorgó el Doctorado Honoris Causa al rabino Abraham Skorka.
Ya habíamos hablado, con aflicción, de lo que ocurre con los ejemplos del ecumenismo en varios artículos, de sus nefastas consecuencias (por ejemplo en Camino irrevocable). Esta forma de “diálogo” conlleva graves errores prácticos que, a su vez, estos acarrean teologías deicidas y consecuencias tales como el ateísmo práctico. Tantas aberraciones se han dicho de la relación entre el pueblo judío y el pueblo cristiano que ya no nos asombran estas cosas que ocurren en los fueros, en las universidades, otrora católicas.

Como sabemos, el recientemente rabino Skorka, premiado por iniciativa del Cardenal Bergoglio, aprueba el aberrante “matrimonio” homosexual:

“El rabino Abraham Skorka, de la Comunidad Benei Tikvá, dio su voto a favor de la “unión entre homosexuales”, pero aclaró que este contrato “no se llamaría matrimonio, que está definido por característica heterosexuales”.
También en diálogo con AJN, Skorka sostuvo que la Argentina vive “en una realidad democrática y sabemos perfectamente bien que existen personas que tienen una sexualidad definida en otro sentido respecto de la concepción bíblica”.
El religioso consideró que “a estas personas, con el máximo de los respeto, se les debe dar la posibilidad de conformar una unión”. (Agencia Judía de Noticias)

A continuación reproducimos un artículo del Dr. Antonio Caponnetto que comenta con dolor estos últimos y penosos sucesos en la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA).



Un capítulo más de la Iglesia traicionada

Finalmente, y como estaba previsto, el pasado 11 de octubre, en el auditorio Juan Pablo II de la UCA, las máximas autoridades de la misma, le han entregado el Doctorado Honoris Causa al Rabino Abraham Skorka. Se hallaban presentes en la ceremonia el Predicador Pontificio y el Nuncio Apostólico, testigos inequívocos ambos del aval que a tal acto se le daba directamente desde Roma.
Evitemos los circunloquios, porque los registros fílmicos y auditivos de lo sucedido, que hemos analizado, nos obligan a ser directos en nuestros juicios[1]. Humanamente hablando, lo que se ejecutó ese día fue un hecho inicuo, consumado bajo el sello de la obsecuencia servil al judaísmo, de la adulación rastrera a la Sinagoga, del vasallaje envilecedor al Sanedrín, de la horribilísima abdicación ante el poder de Israel.
Si el prolongado y sensual abrazo entre el homenajeado y Bergoglio sirven de símbolo a la fiera felonía, no resulta menos simbólico el comportamiento del rebaño que presidía o secundaba la fiesta, abyectamente presto a lisonjear con aplausos al circunciso, cada vez que de su boca salían las más insolentes o insólitas afirmaciones.
Religiosamente hablando, en cambio, lo que se ejecutó ese día fue un hecho aún más trágico, que no puede pasar sin registro y sin protesta. Quedó fundada oficial, pública e institucionalmente en nuestra patria, la herejía judeo-católica, cuya impune existencia tiene ya larga data. De mentar a sus servidores y capitostes se ocupó el mismo hebreo, al dar gracias por tal coyunda a Mejía, Braun, Karlic, Rivas, Poli y el precitado Bergoglio, amén del rector Víctor Manuel Fernández, quien insiste en hacerse llamar Tucho, para que su ridículo apodo coincida con su condición intelectual y moral.
La nueva herejía, como cualquiera de pasados tiempos, se exhibió impúdicamente con gestos y palabras difícilmente exentos del calificativo de blasfemos. Cristo fue el Gran Ausente y a la par el Gran Traicionado. Y para que el sacrilegio fuera completo, la herética pravedad sentó sus reales en una casa de estudios que fuera alguna vez, en sus honrosos inicios, baluarte de la ortodoxia. Sin embargo y por lo que sabemos, hasta ahora no hubo voces eclesiales en disidencia manifiesta.


Si tuviéramos que remitirnos a las palabras dichas por el homenajeado (y dichas, ya no sin el don de la elocuencia, sino siquiera sin la prolijidad mínima de quien posee el hábito docente, ver aquí), esa noche se le rindió honores públicos:

1º) a quien exaltó “el ideal profundo del movimiento sionista”, callando su historial de crímenes horrendos, de terrorismos sistemáticos, de posiciones racistas, de avasallamientos a las soberanías de otros estados, sin excluir la del propio Estado Argentino, coto de caza declarado como tal por Teodoro Herzl desde 1896, cuando escribió El Estado Judío. El historial homicida del movimiento sionista, y su consiguiente rechazo, es un hecho reconocido hoy aún por algunos judíos prominentes, como los que integran la International Jewish Anti-Zionist Network. Pero ni Skorka ni sus genuflexos glorificadores parecen estar anoticiados.

2º) a quien ofendió gravemente a la Iglesia, acusándola de antisemita, y sosteniendo expresamente que el antisemitismo nacional-socialista “tuvo raíces en la teología que se fue desarrollando en la Iglesia Católica”; ocultando así, burdamente, las diferencias doctrinales entre la Cátedra de Pedro y los ideólogos del Neo-paganismo, las verdaderas raíces teologales de la enemistad cristiano-israelita, y las pesadas culpas judaicas en tal acerba enemistad.

3º) a quien osó reivindicar a los peores enemigos de Jesucristo, pidiendo que se revisara la condena evangélica al fariseísmo, y sosteniendo que “todo cristiano que no sabe la esencia del judaísmo, no sabe la esencia del cristianismo”; afirmación esta última que sólo puede ser cierta por contraste y antagonismo, mas no por convergencia y similitud, como aquí se la ha presentado.

4º) a quien ultrajó a Jesús, llamándolo “colega”, y sosteniendo que sus enseñanzas sobre el amor ya estaban contenidas en el Talmud. Como si no constara  a cualquier persona instruida la aborrecible cantidad de enseñanzas ofensivas, odiosas y agraviantes contra Nuestro Señor, que contienen las páginas talmúdicas. Y como si las reprobaciones que pesan sobre ellas, elaboradas por no menos de diez Pontífices o rubricadas oportunamente en Trento, pudieran ser declaradas letra muerta.

5º) a quien exaltó la memoria del rabino Marshall Meyer (“bendita memoria”, la había llamado ya en su Identidad Judía y el diálogo Judeo-Cristiano, ver aquí), personaje cuya condición de pederasta y corruptor de menores, no sólo habría sido probada en los estrados judiciales (Buenos Aires, año 1971, causa 26.176, Sala V de la Cámara de Apelaciones en lo Criminal y Correccional), sino que, y por lo mismo, significó la expulsión y el repudio del reo por parte de las mismas comunidades judías del país. Tal como lo certifican las firmas de Rafael Kugielsky, Sión Cohen, David Kahana y otros rabinos, en sendos dictámenes y/o informes emitidos durante 1971 por esas agrupaciones israelitas radicadas en el país antes mencionadas. Específicamente la AMIA, la DAIA y la OSA.

6º) a quien avivó reiteradamente las brasas de la mitología de la Shoa, cuyas significativas mendacidades (como hemos probado de manera analítica en otro trabajo: cfr. nuestro ensayo El juramento antinegacionistaver aquí), no guarda antes relación con la historiografía, la demografía o la política, sino con la teología y la economía de la Salvación. Para los judíos, entiéndase de una vez, el holocausto no es cuestión de una cifra ficta y arbitraria de muertos, sino de reemplazar a Cristo como Víctima, para que su lugar lo ocupe Israel. Es el Trono del Cordero el que disputan, no el funcionamiento de las cámaras de gas. 

7º) a quien se permitió coronar su desfachatez discursiva, concluyendo –con un plural deliberado que a todos los presentes incluía- con un “estamos esperando al Mesías. Él va a venir cuando Dios lo disponga”. Ni el Nuncio de Su Santidad, ni el Predicador Pontificio, ni el Cardenal Primado atisbaron la menor discordancia ante la audacia. Por el contrario, un aplauso sostenido corroboró el descarado manifiesto del judío, que estaba allí –en esa noche apostática y ruin de la UCA- para probar que por su boca no hablaban Natanael, ni Zolli ni Edith Stein, sino la vieja y remozada perfidia de Caifás. Purim 2012, imperdonablemente renovado, celebraron juntos así, a la vista y regodeo de la comunidad académica, las testas más visibles y más descaradas de la herejía judeo-católica.

Nadie silenció ni enmendó al locuaz cuanto falsario e irreverente rabino. Nadie salió en defensa –no ya del honor de Cristo Rey y de la Santa Madre Iglesia- sino de la tan pedida hermenéutica de la continuidad, toda vez que el homenajeado la quebraba a sabiendas, con su división dialéctica entre una Iglesia antes y después de Nostra Aetate. Y no es que faltara a la verdad Skorka con tal aseveración aciaga. Faltaban a la congruencia los que la daban también por cierta y por laudable, mientras se llenan las bocas predicando la continuidad, allí donde ha sido intencionalmente conculcada.
Párrafo aparte merecería la Justificación Oficial que de la entrega del Doctorado leyó el Rector Tucho. Detengámonos apenas –al borde mismo de la náusea- en un par de sus afirmaciones ruinosas. La primera es aquella, según la cual, judíos y cristianos “tenemos en común el tesoro de la Torah”, que nos permite, a partir de esa “Palabra Revelada, desarrollar diversas potencialidades” (Ver aquí).
De este modo, la negación del carácter mesiánico y divino de Jesucristo y el protagonismo central en su pasión y muerte, sólo sería ahora, para el ucálico rector, nada más que una de las diversas potencialidades que legítimamente pueden seguirse de la lectura del Antiguo Testamento. Para nosotros las sagradas páginas veterotestamentarias anuncian a Cristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ante el cual se dobla toda rodilla en los cielos y en la tierra. A los judíos en cambio, les sirvió y les sirve para justificar la muerte de los profetas y del mismo Dios. Pequeño detalle sin importancia. Cuestión de potencialidades que se desarrollan a partir de la consideración de un texto común. Al fin de cuentas, para estos progresistas estultos, la Sagrada Escritura –como la opera aperta de Umberto Eco- es pasible de subjetivas consideraciones y conclusiones. Unos descubren, veneran y aman a Dios cuando la escuchan, otros lo asesinan. Pero el amor o el deicidio no cuentan, sino el encuentro en el texto común.
Ha dicho Tucho en segundo lugar, que con este doctorado a Skorka, se quiere premiar también, extensivamente, a la comunidad judía toda, que tiene “en Buenos Aires [...] una población tan numerosa, caracterizada por su nivel cultural, su creatividad y su espíritu emprendedor”, reconociéndole y agradeciéndole “los innumerables aportes” hechos a “nuestro país”. ¡Bien por el rector magnífico! Seguramente hay mucho que “reconocer y agradecer” a la Migdal, a Julius Popper; o a los innúmeros Sofovich, Graiver, Gvirtz, Szpolski, Elzstain, Alperovich, Filmus, Verbitsky, Schoklender, Feinman o Timerman. Seguramente, asimismo, hay mucho que “agradecer y reconocer” a quienes se opusieron al dictado de la enseñanza católica en Catamarca, o a la presencia de la Cruz en la bandera de Tucumán. Y a todos cuanto aparecen en el valiente libro del hebreo Fabián Spollansky, La mafia judía en la Argentina (San Juan, Rubin, 2008).
Dice el rector también que entre los motivos de admiración que guarda hacia Skorka, debe contarse el hecho de “los casi tres años” que, bajo su dirección, se dedicó a estudiar “el capítulo 3 de las Lamentaciones”. Y dice el rabino que, a partir de Nostra Aetate, “nadie podrá achacarnos más que somos deicidas”.
No sabemos qué extraña ciencia cabalística encandiló al clérigo inverecundo y desertor. Pero él y el resto de los miembros de la secta judeo-católica que han oficializado sin tapujos, bien harían en aplicarse las palabras del versículo 45 del venerable texto de Jeremías, que tanto dicen haber estudiado: “nos convertiste en desecho y en basura en medio de las naciones”.
Tampoco sabemos quienes integran ese “nadie” apodíctico, que según Skorka, ya no podrá enrostrarles más, ni a él ni a los suyos, el verídico, doliente e ilevantable nombre de deicidas. Sabemos que la promesa divina, en virtud de la cual, “mis palabras no pasarán” (Mt.24, 35), no está aplicada a Nostra Aetate sino a la buena nueva del Nuevo Testamento.
Pues allí, entre esas palabras de la Palabra que no pasará, seleccionamos éstas para recordarle su condición al galardonado: “¡Matasteis al Autor de la Vida!” (Hechos 3, 13-15), ‘¡Crucificasteis al Señor de la Gloria!” (1 Cor. 2,8).
Y a la par que se las recordamos, con dolor de bautizados fieles, repetimos con el antiguo ritual del Viernes Santo:
Oremus et pro perfidis Judaeis: ut Deus et Dominus noster auferat velamen de cordibus eorum; ut et ipsi agnoscant Jesum Christum Dóminum nostrum. Oremos también por los pérfidos judíos, para que Dios nuestro Señor, quite el velo de sus corazones, a fin de que también ellos reconozcan a Jesucristo nuestro Señor.

Antonio Caponnetto, el Blog de Cabildo.

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