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viernes, 28 de diciembre de 2012

Cristo ha nacido.



La atracción del Divino Niño en los brazos de su Madre Virginal hace todavía que Navidad sea la más popular de las Fiestas Cristianas, pero a medida que el mundo le da la espalda a Dios, así también el corazón y el alma de la Escena de la Natividad se van desvaneciendo, y los sentimientos Navideños se vuelven cada vez mas artificiales. La verdadera Cristiandad se ha esfumado. Es hora de retornar a la liturgia de la Madre Iglesia de las épocas anteriores a Cristo cuando los hombres sabios se regocijaban intensamente a la expectativa de Su venida. Para ellos, eso sólo daba sentido a la infelicidad de la humanidad siempre más devastada por las consecuencias del pecado original. Era su gran esperanza y nada podía hacerla tambalear. El Cristo vendría, y con El las puertas del Cielo se abrirían otra vez a las almas de buena voluntad. He aquí las antífonas del cuarto Do mingo de Adviento, compuestas a partir de textos del Antiguo Testamento.
“Tocad la trompeta en Sion porque el día del Señor está cerca: mirad, que ya vendrá para salvarnos, aleluya, aleluya”. Si los hombres no quieren ser salvados, entonces difícilmente podrán entender para que han nacido y así deben morir con desesperanza en mayor o menor grado. Pero si queremos ser felices por toda la eternidad y si sabemos que sólo Jesucristo puede hacer ello posible, ¡cuanto entonces debemos regocijarnos de que El haya venido!
“Mirad, el deseado de todas las gentes vendrá y la casa del Señor estará henchida de gloria, aleluya”. Así como el pecado original es universal, así los Reyes Magos vinieron de tierras lejanas y extrañas para adorar a su Salvador en Belén, y ellos hubieran podido venir de todas las naciones del mundo deseándolo a El. Desde su época, los Cristianos en realidad han venido de todas las naciones para encontrar a su Salvador en su Iglesia católica, y la han llenado siempre desde entonces con la gloria de hermosas ceremonias, edificios, ornamentos, arte y música.
“Los caminos torcidos serán enderezados, y los caminos escabrosos serán aplanados: ven, Señor, y no demores”. Cuatro mil años después de la Caída de Adán y Eva el mundo se había vuelto totalmente torcido. Hace dos mil años la más asombrosa transformación de la humanidad empezó con el nacimiento de Nuestro Señor. Durante siglos, hemos dado por sentado que estas formas aplanadas de civilización permanecerían aplanadas, pero con el desprecio de Cristo por parte de los hombres, estas formas se han vuelto más escabrosas que nunca – vean cualquier diario hoy. Ven, Oh Señor, vuelve y no tardes, porque de otro modo nos vamos a devorar unos a otros como animales salvajes.
“El Señor vendrá, id a encontrarle diciendo: Gran es su principio y su Reino no tendrá fin: Dios, Poderoso, Señor de todo, Príncipe de la Paz, aleluya, aleluya”. Con palabras parecidas, tal vez, los Reyes Magos aclamaron al Cristo Niño cuando después de largos viajes lo encontraron. Convertidos de hoy, después de largas tribulaciones en los desiertos del ateísmo, ojalá puedan todavía encontrar parecidas palabras para recordarnos como el Niño en el pesebre tendría que ser aclamado. Sin El, el mundo no puede tener paz y está al borde de otra tremenda guerra. Divino Niño, ven, no tardes, o sino pereceremos todos.
“Tu Palabra Todopoderosa, Oh Señor, fluirá de tu trono real, aleluya”. Navidad es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad descendiendo todo el camino desde el Cielo, revistiéndose de una frágil naturaleza humana y naciendo de una Madre humana, para rescatarnos de la esclavitud del Diablo y reabrirnos las puertas del Cielo para las almas de buena voluntad, dispuestas a creer. Divino Niño, yo creo. Ayuda Tú a mi descreimiento y ayuda con gracias especiales en la Fiesta de tu nacimiento a millones y millones de almas descreídas.

Kyrie eleison.

Mons. Richard Williamson, Comentarios Eleison” n° 284, 22 de diciembre 2012.