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miércoles, 13 de febrero de 2013

La imposible “hoja de ruta” de la paz con los lefebvrianos.

No compartimos del todo la visión de Sandro Magister que tiene de la situación actual de la Iglesia pero nos pareció un artículo bastante interesante, con algunos puntos interesantes. Se van sumando algunas voces a la crítica del Concilio Vaticano II y sus influencias en los posteriores frutos que han emanado de él.




LA IMPOSIBLE “HOJA DE RUTA” DE LA PAZ CON LOS LEFEBVRIANOS

Un exponente puntero del campo tradicionalista dicta las condiciones para sanar el cisma. Son cuatro, pero tres de ellas parecen irrealizables. Las críticas de don Divo Barsotti al Concilio Vaticano II.

de Sandro Magister

ROMA, 9 de febrero de 2013 – En un nuevo libro dado a la imprenta en estos días, el profesor Enrico Maria Radaelli – filósofo, teólogo y discípulo predilecto de uno de los más grandes pensadores católicos tradicionalistas del siglo XX, el suizo Romano Amerio (1905-1997) – cita tres pasajes de los diarios inéditos de don Divo Barsotti (1914-2006).
En ellos, este genial y estimado místico y maestro espiritual – llamado en 1971 para predicar los ejercicios de Cuaresma al Papa y a la curia romana – expresaba duras críticas al Concilio Vaticano II.

Escribía don Barsotti:

“Estoy perplejo en lo que concierne al Concilio: la plétora de documentos, su longitud, a menudo su lenguaje, me dan miedo. Son documentos que dan testimonio de una seguridad totalmente humana, más que de una firmeza simple de fe. Pero, sobre todo, me indigna el comportamiento de los teólogos”.
“El Concilio y el ejercicio supremo del magisterio está justificado sólo por una suprema necesidad. La sorprendente gravedad de la situación actual de la Iglesia, ¿no podría derivar, precisamente, de la inconstancia por haber querido provocar y tentar al Señor? ¿No se ha querido, tal vez, obligar a Dios a hablar cuando no existía esta suprema necesidad? ¿Acaso esto es así? Para justificar un Concilio que ha pretendido renovar todo, era necesario afirmar que todo iba mal, lo que hacen de continuo, si no el episcopado, sí los teólogos”.
“Nada me parece más grave contra la santidad de Dios que la presunción de los clérigos que, con un orgullo que sólo puede ser diabólico, creen poder manipular la verdad y pretenden renovar la Iglesia y salvar el mundo sin renovarse a sí mismos. En toda la historia de la Iglesia no hay nada que sea comparable con el último Concilio, pues el episcopado católico creyó poder renovar todo obedeciendo únicamente al proprio orgullo, sin compromiso de santidad, en una oposición tan abierta a la ley del evangelio que nos impone creer cómo la humanidad de Cristo ha sido instrumento de la omnipotencia del amor que salva, en su muerte”.

Lo que impresiona de estas palabras de don Barsotti son dos elementos.

Ante todo, dichas críticas provienen de una persona con una profunda visión teologal y con fama de santidad, muy obediente a la Iglesia.
Y en segundo lugar, las críticas no se dirigen contra las desviaciones del postconcilio, sino contra el Concilio en sí.

Son las mismas dos impresiones que se obtienen de la lectura del nuevo libro de Radaelli, titulado: “Il domani - terribile o radioso? - del dogma”.

*


Según Radaelli, la crisis actual de la Iglesia no está causada por una errada aplicación del Concilio, sino por un pecado de origen cometido por el mismo Concilio.
Dicho pecado de origen sería el abandono del lenguaje dogmático – proprio de todos los concilios precedentes, con la afirmación de la verdad y la condena de los errores – y su sustitución con un lenguaje “pastoral” vago y nuevo.
Hay que decir – y Radaelli lo hace notar – que también entre los estudiosos de orientación progresista se reconoce en el lenguaje pastoral una novedad decisiva y significativa del último Concilio. Es cuanto ha sostenido recientemente, por ejemplo, el jesuita John O'Malley en su afortunado ensayo “Che cosa è successo nel Vaticano II”.
Pero, mientras para O'Malley y los progresistas el nuevo lenguaje adoptado por el Concilio es juzgado de manera totalmente positiva, para Radaelli, Roberto de Mattei y otros exponentes del pensamiento tradicionalista – como antes para Romano Amerio – el lenguaje pastoral está estigmatizado como la raíz de todos los males.
En efecto, según ellos, el Concilio habría pretendido – abusivamente – que la obediencia debida a la enseñanza dogmática de la Iglesia valiera también para el lenguaje pastoral, elevando así afirmaciones y argumentaciones sin una base dogmática real a indiscutible “superdogma”, sobre las cuales en cambio sería legítimo y obligado avanzar críticas y reservas.
Por estos dos lenguajes contrapuestos, el dogmático y el pastoral, Radaelli ve originarse y separarse “casi dos Iglesias”.En la primera, la de los tradicionalistas más coherentes, él incluye también a los lefebvrianos, plenamente “católicos por doctrina y por rito” y “obedientes al dogma”, si bien desobedientes al Papa, por lo que han sido excomulgados durante 25 años. Es la Iglesia que, precisamente por su fidelidad al dogma, “rechaza el Vaticano II como asamblea que rompe totalmente con la Tradición”.
A la segunda Iglesia él le asigna todos el resto, es decir, la casi totalidad de los obispos, sacerdotes y fieles, incluido el Papa actual. Es la Iglesia que ha renunciado al lenguaje dogmático y “es hija en todo del Vaticano II, proclamándolo – y esto también desde el trono más alto, pero sin traer las pruebas – en total continuidad con la Iglesia preconciliar, si bien en el ámbito de un cierto tipo de reforma”.
¿Cómo ve Radaelli la sanación de esta contraposición? A su juicio “no es el modelo de Iglesia obediente al dogma la que debe volver a someterse al Papa”, sino que “es más bien el modelo obediente al Papa el que debe volver a someterse al dogma”.

En otras palabras:

“No es Ecône [es decir, la comunidad de los lefebvrianos - ndr] la que debe someterse a Roma, sino que Roma debe someterse al Cielo: toda dificultad entre Ecône y Roma se resolverá sólo tras la vuelta de la Iglesia al lenguaje dogmático que le es propio”.

Para alcanzar esta meta, Radaelli presupone dos cosas: 

- que Roma garantice a los lefebvrianos el derecho de celebrar la misa y los sacramentos únicamente en el rito de San Pío V;

- y que la obediencia requerida al Vaticano II sea reconducida, en los límites de su lenguaje "falso-pastoral" y, por tanto, pasible de críticas y reservas

Pero antes de alcanzarla, – añade Radaelli – deberán cumplirse también otras dos peticiones:

- la primera, avanzada en diciembre de 2011 por el obispo de Astana en Kazajistán, Athanasius Schneider, es la publicación por parte del Papa de una especie de nuevo “Sillabo”, que golpee con anatemas todos “los errores hodiernos”;

 - la segunda, ya propuesta por el teólogo Brunero Gherardini al supremo magisterio de la Iglesia, es una “revisión de los documentos conciliares y magisteriales del último medio siglo”, que debería hacerse “a la luz de la Tradición”.

*

Planteadas así las cosas, hay que pensar, por tanto, que la reconciliación entre los lefebvrianos y la Iglesia de Roma no es fácil ni está cercana, tal como demuestra el impasse de las negociaciones entre ambas partes, que dura ya desde hace muchos meses.

Pero también con los tradicionalistas que han permanecido en comunión con la Iglesia – desde Radaelli a de Mattei y Gherardini – el foso se agranda. Ya no esconden su desilusión por el pontificado de Benedicto XVI, sobre el cual inicialmente habían depositado algunas esperanzas. A su juicio, sólo una vuelta decidida del magisterio del Papa y de los obispos a los pronunciamientos dogmáticos podrá reconducir a la Iglesia por la recta vía, con la consiguiente corrección de todos los errores propagados por el lenguaje pastoral del Concilio.
Errores que Radaelli enumera del modo siguiente en una página de su libro, definiéndolos “verdaderas y propias herejías”:
“Eclesiología; colegialidad; fuente única de la Revelación; ecumenismo; sincretismo; irenismo (sobre todo hacia el protestantismo, islamismo y judaísmo); modificación de la 'doctrina de la sustitución' de la Sinagoga por la Iglesia en ‘doctrina de las dos salvaciones paralelas’; antropocentrismo; pérdida de los novísimos (y del limbo y el infierno), de la justa teodicea (de aquí, mucho ateísmo como 'huida de un Padre malo'), del sentido del pecado y de la gracia; desdogmatización litúrgica; iconoclasia; subversión de la libertad religiosa; además de la 'dislocación de la divina Monotríada' con lo que la libertad destrona a la verdad”.
Radaelli concluye su libro con un llamamiento a “deponer las armas” dirigido tanto a los “hermanos innovadores” como a los “hermanos tradicionistas” (como él prefiere llamarlos, en lugar de “tradicionalistas”).
Sin embargo, después de todo, él parece identificar la deseada pacificación con una victoria total de los lefebvrianos y de todos los que, como ellos, se consideran los últimos y únicos defensores del dogma.

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El libro:

El libro se abre con una prefación del filósofo inglés Roger Scruton y con tres comentarios de: Mario Olivero, obispo de Albenga-Imperia; el teólogo Brunero Gherardini, y de Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro.

No se vende en todas las librerías, por lo que deberá solicitarse directamente a la página web del autor:

Aurea Domus

O bien en estas dos librerías de Milán y Roma:

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Traducción en español de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares, España.
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Fuente: Chiesa Viva.