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martes, 26 de marzo de 2013

La Infalibilidad del Papa.

La infalibilidad del Papa, es una cuestión que hoy día la mayoría de los católicos no conoce o, peor aún, la malentienden. Publicamos un texto doctrinal, más que aclarador al respecto, del padre Leonardo Castellani.


LA INFALIBILIDAD

R.P. Leonardo Castellani Conte Pomi, SJ
Dr. Sacro Universal

La infalibilidad del Papa que Dios ha hecho, es una cosa milagrosa; pero no es tan milagrosa como la infalibilidad del Papa que algunos protestantes han hecho.
Ni Dios mismo, con ser todopoderoso, puede hacer la infalibilidad que hizo Mr. Charles Kingsley, por ejemplo, y que regaló gratuitamente al Sumo Pontífice. Por eso, para decir lo que es, ayuda a decir juntamente lo que no es la Infalibilidad Pontificia.

1. Infalibilidad no es el poder del mal bien y del bien mal

La doctrina de la Iglesia reconoce la existencia de la ley natural, existencia del bien y del mal, es decir, de un orden que nace de la misma naturaleza de las cosas. Orden que Dios mismo no puede deshacer, porque Dios no puede hacer cosas contradictorias.[1]
Dios mismo no puede hacer que una blasfemia deje de ser pecado, porque Dios no puede hacer que la criatura no sea criatura y el Creador no sea Creador. Dios puede dispensar de una ley divina positiva como la de comulgar alguna vez en la vida; La Iglesia puede dispensar de una ley eclesiástica positiva, como la de comulgar una vez al año: porque todo legislador puede dispensar de su ley, cuya obligatoriedad dimana de su propia voluntad.

Así, pues, La Iglesia podía quizá dispensar el impedimento del matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón, cuyo impedimento de afinidad en primer grado, auque de hecho no lo dispensó; pero que de eso se deduzca que el Papa “has the power of creating right and wrong” tiene el poder de crear el bien y el mal en tan desmesurada proporción que pueda por medio de las indulgencias (!) asegurar el perdón a cualquiera “etsi matrem Dei violavisset” parece que es una consecuencia tan monstruosa, que es imposible que haya sido escrita, parece que debe ser por algún dejado de la mano de Dios.
Y si fuera escrita por el Rev. Charles Kingsley en una crítica de la historia de Froide en el Mac Millan Magazine, en enero de 1864, parece que yo no debería repetir sus palabras siquiera por no ofender los píos oídos y por respeto al género humano.

Y sin embargo, las tengo que repetir, para que se vea hasta dónde puede llevar el prejuicio de un hombre de estudios, Doctor Divinity (doctor en teología), que dice creer en Jesucristo y tiene a todos los papistas por fanáticos: para que sirva de ejemplo de lo que decía arriba acerca de la razón humana.

2. Infalibilidad no es impecabilidad.

Dicen que en algunas lenguas estas dos ideas se expresan con una palabra común (unfehlbar en alemán, nepogriéchimosti, en ruso), la cual hizo gritar a los viejo-católicos alemanes y a los cismáticos rusos cuando la definición Vaticana, que los ultramontanos habían fabricado un Papa igual que Dios. Por lo cual, en el II Congreso de Velehrad, en 1905, el obispo ortodoxo A. Maltzew propuso cambiar por la palabra bezochibotchnodti (sin error), para quitar piedra de tropiezo a nuestros hermanos orientales.
Pero no es así en la lengua latina (falli = equivocarse) ni en la nuestra. Nosotros sabemos hace mucho tiempo que no todo es trigo limpio en la Iglesia Católica, y que no solo pueden pecar, sino que de hecho algunos papas pecaron. ¡Miren a qué hora se despierta el buen diputado socialista! Lo sabía yo al hacer la primera comunión, que en el campo del Padre de familia el hombre enemigo sembró en medio del trigo limpio, cizaña.

El Papa es pecador como hombre privado, y por eso tiene confesor y se arrodilla ante él cada semana; pero es infalible cuando habla ex cátedra. Esa expresión técnica de los teólogos (hablar desde lo alto de la cátedra de Pedro) expresa las condiciones y límites de la promesa divina, que son tres:

  1. cuando habla como Doctor público y cabeza de la Universal Iglesia, no como hombre, no como teólogo, no como obispo de Roma, precisamente;
  2. cuando habla acerca de las cosas de la fe y de la moral, es decir, acerca del depósito de la revelación pública hecha por Cristo y clausurada por los Apóstoles;
  3. cuando define, es decir, pronuncia juicio solemne, auténtico y definitivo acerca de si una verdad está contenida en ese depósito inmutable, no cuando aconseja, exhorta, insinúa o administra.

Ojo con esta palabra depósito de la revelación (“Apostoli contulerunt in Ea, tanquam in repositorum dives, omnia quae sunt Veritatis” dice Ireneo), que no significa una caja de verdades colgadas pinchadas y clasificadas, como la teca de un naturalista.

En el capítulo último de Orthodoxy, Chesterton ha ilustrado las relaciones de la autoridad y el aventurero, con la comparación su padre llevándolo de la mano a él pequeño al descubrimiento del jardín de su casa. “Yo sabía que mi padre no era un montón de verdades, sino una cosa que dice la verdad.”
El montón de verdades supraterrenas que al hijo de Dios plugo traernos están todas contenidas en la Iglesia Católica de Pío XI, como lo estuvieron en la Iglesia Católica de San Pedro; no precisamente en la cabeza de Pío XI, ni en el símbolo de Pedro, ni en la Suma Teológica, ni en el Concilio de Trento; sino en la vida de la Iglesia viva, a la cual pertenecen Pío XI y el símbolo y la Suma Teológica y el Concilio.
La inspiración personal de los protestantes agarrados a la Biblia es el extremo contrario del estatismo autorital de los rusos agarrados a los ocho primeros Concilios; y las dos exageraciones matan la verdad revelada, la primera por desangramiento, la segunda por estrangulamiento. Porque la asistencia continúa del Espíritu de Verdad prometida a la Iglesia, ni es la continua profecía, ni es la profecía momentánea y petrificada en un libro o en veinte cánones.

Entre los dos extremos de la momificación del dogma y el continuo nacimiento del dogma, hay un medio verdadero que es la vida del dogma. Y de ésta vida del dogma es la infalibilidad el órgano regulador y propulsor, como el corazón que en el medio del pecho bate tranquilamente la medida.

3. Infalibilidad no es ciencia universal.

Algunos católicos poco instruidos se imaginan quizá la Infalibilidad como un estado de ciencia actual, y al Papa flotando en mares de certidumbre infusa, ideal y sintética acerca de todas las cosas divinas. Si no hay católicos tan sencillos, protestantes sí que los hay; y de esta gruesa fantasía brota la objeción anglicana que arbora cándidamente Chillinworth, por ejemplo [2]: “Vamos a ver; si el Papa es infalible, ¿por qué no publica un comentario infalible de todos los versículos de la Escritura?”. Como si dijera:“Si el Papa es infalible, que resuelva el problema aeronáutico de volar sin motor.”

De esta concepción nace también otra idea simplista, que ha cristalizado en el libro de Augusto Sabatier, Réligions d’Authorité et la Réligion de l’Esprit. Representan la historia de la religión de Cristo como una lucha continua entre la Autoridad y la Razón, con mayúscula; y atribuyéndose a sí mismos la libertad de la razón, nos regalan gentilmente la esclavitud de la Autoridad. En la cual mazmorra papal el entendimiento del pobre papista tiene que estar preparado para recibir cada día nuevas listas de credenda, nuevos dogmas y verdades que, so pena del infierno, debe creer ciegamente, aunque contradigan todo lo que creyó ayer y creerá mañana. Claro que Sabatier no lo dice así, porque tenía más talento que eso; pero así lo dicen al pueblo los bautistas yanquis en la plaza Once de Buenos Aires y los anglicanos en el Hyde Park de Londres.

Pero no hay libertad para el entendimiento fuera de la verdad. Es no saber ontología, tener por un bien la libertad de pensar el error, que no es más que la esclavitud del espíritu a la carne y al orgullo. “La gente libre debajo de Dios”, llama San Agustín al pueblo cristiano. Es no saber psicología, ignorar la elástica energía del entendimiento del hombre, centuplicada bajo la comprensión benéfica de la Verdad Divina, como ya notara Aristóteles[3], la elástica vitalidad de ese hijo del cielo, que como Anteo, hijo de la tierra, a cada golpe más gozoso salta y con freno es cuando más gallardea, piafa y salva barreras, mientras que sin freno se desboca y precipita. Es no saber historia, ignorar por una parte el edificio estupendo de la Teología Católica, más sublime que la metafísica aristotélica y la ética platónica, que no son más que sus basamentos, arquitecturado bajo el rol de la infalibilidad, por mentes como Atanasio, Agustín y Tomás de Aquino; ignorar, por otra parte, la descomposición casi instantánea de la teología protestante en manos del libre examen, la carrera al ateísmo pasando por el protestantismo liberal y el racionalismo, que hacía retroceder espantada en 1833 al alma religiosa de Newman y la ponía sobre el rastro de Dios. Descomposición de la cual escribió el mismo Loisy, a propósito de la encuesta “Jesus or Christ?” del Hibbert Journal: “Se siente uno tentadísimo de pensar que la teología contemporánea-excepción hecha de la católica romana... -es una verdadera torre babélica, donde la confusión de ideas es peor aún que la diversidad de lenguas.”

Es que dentro de la palestra de la Infalibilidad hay espacio amplísimo para el torneo formidable y benéfico de la Razón y la Autoridad Divina, para que se agarren Agustín y Jerónimo sobre los ritos judaicos, tomistas y suaristas sobre los Auxilios, mientras que fuera del recinto trazado por Dios mismo, la razón rebelde galopa al escepticismo que es su ruina, detenida un momento solamente por otra Autoridad bien innoble y esclavizante, la autoridad humana de un Estado civil, del Rey de Inglaterra, jefe de la Iglesia Anglicana; del ex zar Romanoff, ex jefe de la Iglesia Rusa.

De modo que el magisterio infalible de Pedro no es la plenitud de la ciencia adquirida ni de la ciencia infusa; y no a sido instituido por la Providencia para crear nuevas creencias y dogmas, sino para custodiar incorruptas las creencias reveladas por Jesucristo-Dios, ni una más, ni una menos.” (“para que no andemos vagando a todo viento de doctrina”), a través de todas las vicisitudes de los tiempos, hasta el fin. He aquí como la entiende un gran escritor ateo, y hoy amigo de la Iglesia, pero que ha leído historia: “El viejo de blancos hábitos que asienta en la cima del sistema católico puede parecerse a los príncipes de horca y cuchillo cuando corta y separa, expulsa y fulmina; pero la mayor parte de las veces, su autoridad participa de la función pacífica del maestro de coro, que marca el compás de un canto que sus coristas conciben como él y al mismo tiempo que él.” [4]

4. Infalibilidad no es poder despótico de gobernar la Iglesia y aun los Estados

El Sumo Pontífice es el jefe supremo de la Iglesia y su potestad es inmediata, ordinaria y episcopal. No podría, sin embargo, disolver el Episcopado, que es institución divina; porque Cristo quiso que fuese monárquico-aristocrático el gobierno de esta sociedad visible y cuerpo místico.
Pero este poder de mandar, que llaman de imperio, no es el poder de enseñar, que llaman de magisterio, al cual esta prometida la Infalibilidad. Lo cual no impedirá que el tigre Clemenceau vocifere en el Senado en 1864, cuando se iba a definir: “Quieren hacer [los ultramontanos] al Papa como en los tiempos en que los reyes eran sus tenientes”; porque ¿Qué obligación tienen Ellos (“What They don´t know?”, que dice Chésterton) de saber estas cosas?

Sobre el poder temporal de los príncipes, los Papas no tienen ninguna jurisdicción directa, como han enseñado casi unánimemente los Teólogos, Santos Padres, Apóstoles y el mismo Cristo. Es conocido el ejemplo del jefe del Centro Alemán Mallinckrodt negándose a seguir una insinuación meramente política de León XIII (votar leyes militares de Bismarck), por parecerle dañosa a la patria, conducta que fue aprobada por el mismo Pontífice. 

-¿Qué es, pues, la Infalibilidad?

La Infalibilidad Pontificia no es más que la promesa del Hijo de Dios de la fe de Pedro y sus sucesores no fallará; antes bien, servirá de sostén a sus hermanos, y de este modo la Iglesia de Pedro será hasta el Fin del Mundo columna y fundamento de la verdad revelada. Para negar que Dios pueda hacer eso, hay que negar que hay Dios.

¿Cómo lo hará Dios, por revelación, por inspiración, por simple vigilancia, por su eterna presciencia sola y habitual providencia?...

El hecho es que si lo ha prometido, lo hará.

[1] “Deus contra primum ordinem non agit, quia contra seipsum nemo agit” Dice San Agustín
[2] Murria, De eclessia, t. II, p. 361
[3] X Etic., c. VII; De Part. anim. II
[4] Charles Maurras, Politique,Dilemme I, pág. 382.

R.P. Leonardo Castellani Conte Pomi, S. J. Dr. Sacro Universal. Visto en Página Católica.