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lunes, 17 de junio de 2013

Francisco es el Papa idóneo para los judíos.


Publicamos  la traducción del inglés del artículo “Francisco es el Papa idóneo para los judíos” cuyo autor es Francis X. Rocca,  corresponsal en Roma de Catholic News Service.
El artículo fue publicado primeramente en The Wall Street Journal en su edición del día 14 de Junio el colaborador del Blog Veritas Liberabit Vos,  C.G.L. realizó la traducción.

[Veritas Liberabit Vos - 16-06-13]

Existe un proceso de reparación que comenzó con Juan Pablo II y que podría ser culminado por el nuevo Papa.

El Concilio Vaticano II, hace casi medio siglo, corrigió la actitud histórica de la Iglesia Católica hacia los judíos con la declaración Nostra Aetate, por el cual se exoneró a los judíos de toda culpa colectiva por la muerte de Jesús en la cruz y también se afirmó, que el pacto de ellos con Dios nunca fue suprimido.

El documento continúa siendo una fuente de controversia entre los católicos, sobre todo, por la cuestión de que si se debería procurar siempre la conversión  de los judíos, o simplemente, como Nostra Aetate, declara, esperar “ese día, que solo Dios conoce, en el que todos los pueblos se dirigirán al Señor al unísono”. Sin embargo, el documento de 1965, sin duda, abrió un período de diálogo sin precedentes y propuestas dramáticas por los líderes católicos. Un movimiento que promete continuar, incluso elevarse a otro nivel, bajo el pontificado del Papa Francisco.

Mientras que los judíos tienen un interés evidente en la comunicación cordial con la Iglesia más grande del mundo, el interés de los católicos es más complejo. El diálogo permite a la Iglesia repudiar el antisemitismo fomentado o tolerado por parte de sus líderes y miembros durante muchos siglos y reconocer lo que Nostra Aetate llama su “sustento de la raíz del olivo bien cultivado en el que se han injertado las ramas del olivo silvestre que son los gentiles”. Un catolicismo que se refiera a las personas de su divino fundador con amor y respeto, y a la vez de forma diferente a otras, es una religión en profunda contradicción consigo misma.

El Papa Juan Pablo II, quien creció con amigos de la gran comunidad judía de Polonia antes de la guerra, se convirtió en 1986 en el primer Papa de la era moderna en visitar una sinagoga, la Gran Sinagoga de Roma, donde sus predecesores habían mantenido a los judíos confinados hasta finales del siglo XIX.

El Papa visitó Jerusalén en el año 2000 y rezó en el Muro de los Lamentos, expresando su tristeza por el daño ocasionado a los judíos en el pasado. Asimismo, Juan Pablo II abrió todas las relaciones diplomáticas entre Israel y la Santa Sede.

El Papa Benedicto XVI siguió el ejemplo de Juan Pablo II, al visitar también la Gran Sinagoga de Roma e Israel, y reiteró y explicó con gran detalle ​​que el pueblo judío no era culpable de la muerte de Jesús como así lo afirma la declaración del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI también modificó la famosa descripción de Juan Pablo II sobre los judíos como “hermanos mayores” en favor de un término —según lo considera él— aún más reverente: “padres en la fe”.
Cuando la decisión de Benedicto XVI de volver a admitir a un obispo tradicionalista excomulgado en la Iglesia Católica en el 2009, que luego resultó ser públicamente un negador del Holocausto Judío para desatar un furor a nivel internacional, entonces el Papa les agradeció expresamente su apoyo llamándoles “nuestros amigos judíos”.

Los gestos y palabras de Benedicto XVI, procedentes de un alemán que había servido (de mala gana) en las Juventudes Hitlerianas, además, militar de su país durante la Segunda Guerra Mundial, tuvieron una resonancia histórica muy especial. También indicaron que la amistad con los judíos era el principio de la enseñanza de la Iglesia y no sólo la tendencia de un pontífice en particular.

Sin embargo, dada la creciente necesidad de proseguir también el diálogo con el Islam, era casi obvio que el sucesor de Benedicto XVI en Roma promovería la relación de la Iglesia con el judaísmo con el mismo enfoque y entusiasmo de su antecesor, sobre todo si el nuevo Papa venía de fuera de Europa.

Al final resultó que el Colegio de Cardenales no pudo haber elegido a un hombre con un compromiso más claro para las relaciones entre católicos y judíos que el cardenal Jorge Mario Bergoglio. Como arzobispo de Buenos Aires, había celebrado Rosh Hashaná y Hannukah en las sinagogas locales, expresó su solidaridad con las víctimas judías por el terrorismo, y coautor de un libro con un prominente rabino.

Refiriéndose a uno de los puntos más sensibles en la relación entre los católicos y los Judíos, Bergoglio había pedido al Vaticano que abra sus archivos desde el pontificado de Pío XII, que reinó desde 1939 hasta 1958, para hacer frente a persistentes dudas sobre si el Papa durante la guerra había hecho lo suficiente para oponerse al genocidio nazi.

Es relevante en este aspecto que el nuevo Papa viene de Buenos Aires, la ciudad con la comunidad judía más grande en el hemisferio sur. Ningún Papa desde los primeros siglos de la Iglesia ha venido de una sociedad culturalmente diversa como la Argentina moderna que Francisco homenajeaba por su mezcla de etnias y religiones.

Este trasfondo ayuda a explicar la sorprendente cuestión de hecho y el carácter inconsciente de la conversación de su libro con el rabino Abraham Skorka de Buenos Aires, publicado en español hace tres años y traducido recientemente al inglés con el título “On Heaven and Earth”.

Solo unas pocas páginas de la conversación entre el entonces cardenal y el rabino hacen mención a las tensiones históricas entre católicos y judíos, o sobre cómo podrían ser resueltas; son cuestiones que tradicionalmente han cobrado mucha importancia en el diálogo entre católicos y judíos.

De modo inusual, el libro presenta a dos líderes religiosos como amigos tratando asuntos sobre temas tan variados como el feminismo, la globalización y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Los dos hombres se comparan notas sobre los planteamientos de sus respectivas tradiciones, pero a menudo comprometiéndose a no dudar en señalar las diferencias.

En las propias palabras del ahora Papa: “Con Skorka nunca he tenido que comprometer mi identidad católica, así como nunca él lo hizo con su identidad judía, y esto no era solo por el respeto que tenemos el uno por el otro, sino también porque es nuestra manera de entender el diálogo interreligioso”.


Medio siglo después del Concilio Vaticano II, seguida de la apertura precursora al judaísmo de Juan Pablo II y su confirmación con Benedicto XVI, el pontificado del Papa Francisco ofrece ahora la posibilidad de un logro no menos histórico para las relaciones entre católicos y judíos: la normalidad.