Nos cansamos de escuchar el mote de “lefebvristas” o de “lefebvrianos”.
Mons. Marcel Lefebvre, habla de esta cuestión vinculada a la prensa que se ha
dedicado en su época a inventar esta equívoca etiqueta. Monseñor responde:
“Ante todo
debo disipar un malentendido, para no tener luego que volver a él: no
soy un jefe de movimiento y aún menos el jefe de una iglesia en
particular. No soy, como no dejan de escribir, “el jefe de los
tradicionalistas”. Hasta se ha llegado a decir que ciertas personas son “lefebvristas”,
como si se tratara de un partido o de una escuela. Aquí hay un equívoco verbal.
No tengo
doctrina personal en materia religiosa. Toda mi vida me atuve a lo que me
enseñaron en el seminario francés de Roma, es decir, la doctrina católica según
la transmisión que de ella hizo el magisterio de siglo en siglo desde la
muerte del último apóstol, que marca el fin de la Revelación.
En esto no
debería haber un alimento apropiado para satisfacer el apetito de lo
sensacional que sienten los periodistas y a través de ellos la actual opinión
pública.
Sin embargo,
toda Francia se conmovió el 29 de agosto de 1976 al enterarse de que yo iba a
decir misa en Lille. ¿Qué había de extraordinario en el hecho de que un obispo
celebrara el Santo Sacrificio? Tuve que predicar ante una gran cantidad de
micrófonos y cada una de mis palabras era saludada con estrépito. Pero, ¿decía
yo algo que no hubiera podido decir cualquier otro obispo?
¡Ah! Aquí está
la clave del enigma: desde hace varios años los otros obispos ya no dicen las
mismas cosas.
¿Se los ha
oído hablar acaso a menudo del reino social de Nuestro Señor Jesucristo, por
ejemplo?
Mi aventura
personal no cesa de asombrarme: esos obispos, en su mayor parte, fueron mis
condiscípulos en Roma, se formaron de la misma manera. Y de pronto yo
me encontraba completamente solo. Ellos habían cambiado, ellos renunciaban
a lo que habían aprendido. Yo no había inventado nada nuevo, continuaba en la
línea de siempre”.