Páginas

miércoles, 14 de agosto de 2013

La fortaleza.


Ser fuerte o valiente no significa sino esto: po­der recibir una herida. Si el hombre puede ser fuerte, es porque es esencialmente vulnera­ble.
Pero la más grave y honda de todas las heridas es la muerte.
De este modo la fortaleza está siem­pre referida a la muer­te, a la que ni un ins­tante cesa de mirar cara a cara. Ser fuer­te es, en el fondo, estar dispuesto a morir. O dicho con más exac­titud: estar dispuesto a caer, si por caer en­tendemos morir en el combate.
Todo acto de forta­leza se nutre así de la disposición a morir como de su raíz más profunda, por distante que un tal acto pueda parecer visto desde fue­ra, del pensamiento de la muerte. Una fortale­za que no descienda has­ta las profundidades del estar dispuesto a caer, está podrida de raíz y falta de auténtica efi­cacia.
La disposición se manifiesta en el riesgo de la acción. El acto pro­pio y supremo de la vir­tud de la fortaleza, aquel en el que ésta alcanza su plenitud, es el martirio. La disposición para el martirio es la raíz esen­cial de la fortaleza cris­tiana. Sin una tal dispo­sición jamás se daría es­te hábito.
Cuando el concepto y la posibilidad real del martirio se desvanecen en el horizonte visual de una época, fatalmente degradará ésta la ima­gen de la virtud de la fortaleza, al no ver en ella otra cosa que un gesto de bravuconería. Pero no estará de más advertir que ese desvanecimien­to puede tener lugar de múltiples modos. El pe­queño burgués estima que la verdad y el bien “se imponen” “por sí mismos” sin que tenga que exponerse la per­sona; y esta opinión es en todo equiparable a ese entusiasmo de bajo precio que no se cansa nunca de elogiar la “ale­gre disposición para el martirio”. Porque en uno y otro caso se diluye por igual la re­alidad de este acto.
La Iglesia piensa de otra forma en este asunto. Por un lado nos dice que el estar dispuesto a verter la sangre por Cristo es cosa que cae de modo inmediato bajo la ri­gurosa obligación del mandato divino “el hombre tiene que es­tar dispuesto a dejar­se matar antes que negar a Cristo o pecar gravemente”. La dispo­sición para la muerte es, por tanto, uno de los fundamentos de la doctrina cristiana.

Josef Pieper, La fortaleza, “Las virtudes funda­mentales”. Visto en Syllabus.