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jueves, 28 de agosto de 2014

Fulton J. Sheen: La Virgen de la Esperanza.


Nuestro mundo moderno se caracteriza por designios profundos.
Advertimos en nosotros miedo y ansiedades.
Los hombres de otros tiempos temían a Dios, pero era un temor distinto al que hoy sentimos; antes se preocupaban de no ofender a Dios porque le amaban. Luego vinieron las guerras mundiales, que infundieron en los hombres un terror irrechazable de unos a otros.
Hoy todos nos sentimos humillados y amedrentados, ante el elemento más pequeño del universo: ¡el átomo!
El mal de un individuo quedó convertido en el mal de toda la humanidad a partir del día en que se arrojó la primera bomba atómica. Desde entonces, la muerte es la pesadilla de la sociedad y de la civilización, y, de esta forma, la Religión se ha convertido, aun por razones políticas, en la base de la vida humana.
En la antigüedad, los babilonios, griegos y romanos se batieron en nombre de sus propias divinidades. Más tarde, el Islamismo oprimió al mundo cristiano, dejando reducidos los 750 Obispos que había en África en el siglo VII a los cinco del siglo XI. Pero el Islamismo no combatió a Dios, sino que solamente luchó contra los que creían en el Dios que se había revelado en Jesús. La diferencia de las teorías consistía en la elección de los medios para llegar a Dios, considerado por unos y por otros como el fin de la vida.
Ahora todo ha cambiado.
Ya no hay guerras de religión. Existe la lucha desencadenada contra toda fuerza, contra toda idea religiosa.
El comunismo no niega a Dios con la misma apatía que lo hace un estudiante de Bachillerato; el comunismo quiere destruir la idea de Dios; no sólo niega su existencia, sino que pervierte el concepto. A Dios quiere sustituirlo con el hombre dictador y dueño del mundo.
Hoy nos vemos forzados a escoger entre Dios y sus enemigos, y entre Democracia y Fe en Dios, y el ateísmo y la dictadura.
La preservación de la civilización y de la cultura está íntimamente ligada a la defensa de la religión. Si los enemigos de Dios fuesen a prevalecer, habría que rehacerlo todo.
Pero en el mundo moderno hay una tercera característica: la tendencia a perderse en la naturaleza.
El hombre debe mantener dos contactos estrechos para ser feliz: Uno vertical, con Dios; el otro, horizontal, con su prójimo.
En la actualidad, el hombre ha interrumpido las relaciones con Dios por medio de la indiferencia y de la apatía religiosa y ha hecho pedazos las relaciones sociales, con la guerra. Y como quiera, que sin felicidad no se puede vivir, ha tratado de compensar los contactos perdidos con una tercera dimensión de profundidad con la que espera anularse en la naturaleza. El que antes se ufanaba de estar hecho a imagen y semejanza de Dios, comenzó a jactarse de ser el creador de sí mismo y de haber hecho finalmente a Dios a su imagen y semejanza.
Con este falso humanismo empezó la bajada de lo humano a lo animal.
El hombre admitió que descendía de las bestias, apresurándose a confirmarlo en enseguida con una guerra bestial.
Más recientemente aún, el hombre se ha identificado por completo con la naturaleza afirmando que no es sino una compleja composición química.
Hace mucho se ha denominado “el hombre atómico”. De esta forma, la Teología se ha reducido a Psicología, la Psicología a Biología y ésta a Física. Ahora podemos comprender mejor lo dicho por Cournot, que en el siglo XX Dios dejaría a los hombres en poder de las leyes mecánicas, de las que Él mismo era autor.
Permitid que me explique:
La bomba atómica actúa sobre la humanidad lo mismo que el excesivo alcohol en un individuo. Si un hombre abusa del alcohol y bebe demasiado, éste se rebela y habla de este modo al alcoholizado: “Dios me crió para curar y proporcionar alegría, usado racional y moderadamente, pero tú has abusado de mí. Por eso me vuelvo contra ti. Desde ahora, tendrás jaquecas, aturdimientos, dolor de estómago; perderás el uso de la razón y te harás mi esclavo, aunque yo no he sido criado para esto.”
Lo mismo ocurre con el átomo, que dice al hombre: “Dios me creó y puso en el universo la energía atómica, y por ello alumbra el sol al mundo. La gran fuerza que el Todopoderoso encerró en mi corazón fue creada para servir a fines pacíficos, para iluminar vuestras poblaciones, para impulsar vuestros motores, para aligerar el trabajo humano. En cambio, vosotros habéis robado el fuego del cielo, como Prometeo, y lo habéis empleado la primera vez para destruir ciudades enteras. Originariamente no se empleó electricidad para matar a ningún hombre, pero, en cambio, la energía atómica la habéis empleado para matar a millares de ellos. Por este motivo me volveré contra vosotros, haré que temáis lo que deberíais apreciar, y millones de pechos de entre vosotros temblarán horrorizados ante los enemigos que vendrán a devolveros lo que habéis hecho con ellos: transformaré la humanidad en un Frankestein que se defenderá metiéndose en los refugios antiaéreos contra los monstruos que habéis creado.” No es que Dios abandone al mundo, sino que el mundo ha abandonado a Dios al unir su suerte con la de la naturaleza, separada de la naturaleza de Dios.
La bomba atómica significa que el hombre se ha hecho esclavo de la naturaleza y de la física que había creado Dios para que le sirviera.
Este estado de cosas hace surgir una pregunta: “¿Hay aún alguna esperanza?” Ciertamente que sí, y ¡una muy grande esperanza!
La esperanza última es Dios, pero la gente está tan alejada de Él, que no logra salvar de un salto el abismo que le separa de Él.
Debemos partir de cómo sea el mundo, y el mundo está absorbido por la naturaleza, cuyo símbolo es actualmente la bomba atómica. El pensamiento de la Divinidad aparece muy alejado.
¿Y no habrá en toda la naturaleza creada algo puro e incontaminado con lo que podamos reemprender el camino de regreso?
Aquí lo tenemos: es lo que Wodsworth llamaba “la única gloria de la naturaleza corrompida”. Esta gloria y esperanza es la Mujer.
No es una diosa, no es de naturaleza divina, ni tiene, por tanto, derecho de que se le adore, aunque sí de que se le venere, y salió de la materia física y cósmica, pero tan sumamente santa y buena, que cuando Dios bajó a la tierra la eligió por Madre Suya y Señora del mundo. Es en extremo interesante hacer resaltar que la Teología de los rusos, antes de que el corazón de su pueblo se helase con las teorías de los enemigos de Dios, enseñaban que Jesucristo vino al mundo para iluminarle, cuando los hombres habían rechazado al Padre Celestial. Añadía que cuando el mundo hubiese rechazado a Jesucristo, como hace ahora, de las tinieblas de la noche del pecado surgiría Su Madre, para dar luz a la oscuridad y guiar al mundo hacia la paz.
La hermosa aparición de la Virgen Bendita de Fátima, en Portugal, de abril a octubre de 1917, fue una comprobación de la tesis rusa: cuando menos hubiere reconocido el mundo al Salvador, Él nos mandaría a Su Santísima Madre para salvarnos. Y fue precisamente en el mismo mes en que estalló la Revolución bolchevique cuando hizo la Virgen su principal revelación. En otra transmisión trataremos de lo que se dijo entonces. De lo que quiero hablar hoy es de la Danza del Sol, que se verificó el 13 de octubre de 1917. Los amantes de la Madre de Nuestro Señor no necesitan pruebas ulteriores. Y como los que desgraciadamente no conocen ni al Uno ni a la Otra preferirán los testimonios de quienes rechaza, ya sea a Dios o a Su Madre, presentaré la descripción hecha del fenómeno por el articulista ateo del entonces diario anárquico portugués “O Século.”
Dicho periodista fue uno de los 70,000 espectadores que observaron el prodigio. Y lo describe así: “Un espectáculo único e increíble… Puede verse la inmensa muchedumbre vuelta al sol, que aparece libre de nubes en pleno mediodía. El astro rey semeja un disco de plata y se le puede mirar sin molestia alguna… La gente, con la cabeza descubierta y presa de terror, abre los ojos, intentando escudriñar el azul del cielo. El sol se ha estremecido y hecho unos movimientos bruscos, sin precedentes y fuera de todas las leyes cósmicas: Según expresión gráfica de los campesinos, “El sol bailaba.” Daba vueltas en torno suyo, como una rodancha o rueda de juegos artificiales, y llegó casi a quemar la tierra con sus rayos… Queda para los competentes opinar sobre la danza macabra del sol, que hoy ha hecho Fátima que los pechos de los fieles prorrumpiesen en ¡Hosanas! Y a impresionado a los librepensadores y a los que menos se preocupan por los problemas religiosos.”
Otro diario ateo y anticlerical, “A Orden,” escribió: “El sol aparece circundado en unos momentos por llamas de color carmesí, y en otros, auroleado de amarillo y matices rojizos. Pareció girar sobre sí mismo en rápido movimiento de rotación, desprendiéndose aparentemente del cielo para acercarse a la tierra, irradiando un intenso calor.”
¿Por qué se serviría Dios Todopoderoso de la única fuente de luz y de calor indispensable a la naturaleza para revelarnos el mensaje de la Virgen e 1917, en la terminación de la primera guerra mundial, si no iban a arrepentirse los hombres? Solamente podemos hacer conjeturas. ¿Quería, acaso, significar que la bomba atómica oscurecería al mundo como un sol vacilante?
No lo creo.
Tengo por más seguro que fuese una señal de esperanza y que significase que la Virgen nos ayudaría a huir de la perversión de la naturaleza realizada por el hombre.
La Sagrada Escritura nos tiene anunciado: “Después aparecerá un gran prodigio en el cielo, una mujer que tendrá al sol por manto” (Apocalipsis, 12, 1).
Durante siglos y siglos ha dicho la Iglesia en sus cantos a María, “Electa ut Sol,” bella como el sol, que da la vuelta al mundo esparciendo su luz por doquier, salvo donde los hombres se guardasen de ella, calentando lo que estuviere frío, abriendo los capullos para convertirlos en flores y dando fuerza a lo que estuviere debilitado. ¡Fátima no es una advertencia, sino una esperanza!
Mientras el hombre toma el átomo y lo desintegra para anonadar al mundo, María mueve el sol como un juguetillo colgado de su muñeca para convencer al mundo de que Dios le ha conferido un enorme poder sobre la naturaleza, pero no para la muerte, sino para la luz, la vida y la esperanza.
El problema del mundo moderno no es la existencia de la gracia, sino la existencia de la naturaleza y su necesidad de la gracia.
María es el eslabón de conjunción y nos asegura que no se nos destruirá porque la misma central de la energía atómica, el sol, es un juguete en sus manos.
De la misma manera que Cristo hace de mediador entre Dios y el hombre, la Virgen hace de mediadora entre el mundo y Cristo.
Así como un hijo desnaturalizado que se hubiese rebelado contra su padre y se hubiese marchado de la casa paterna se dirigiría a la madre, al querer volver, para que intercediese con el padre, de igual modo debemos recurrir nosotros a María, la única criatura pura y sin mancha que puede interceder entre nosotros, hijos rebeldes, y su Divino Hijo.
No es necesaria una tercera guerra mundial, y aun lo será menos si ponemos a la Mujer contra el átomo.
La ciencia ha hecho cuanto estaba de su parte para nuestra comodidad en la tierra, y ahora, por el contrario produce una cosa que podría dejarnos a todos sin hogar. Temerosos de esto, volvámonos a la Mujer, que también se vio sin techo protector porque “no había sitio en las posadas”.
Rusia es cierto que quisiera conquistar el mundo para Satanás. Pero nosotros seguimos esperando. Entre las criaturas hay una mujer que puede acercarse al mal sin que ésta la muerda. En los albores de la historia de la humanidad, cuando el diablo tentó al hombre para que le sustituyese su amor a Dios por el egoísmo, Dios prometió que el talón de una Mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Que en vez de una cobra roja que mate sean la hoz y el martillo, tiene poca importancia para la Mujer a través de la cual conquiste Dios la hora del mal. Empezad por rezar como no lo habéis hecho hasta el presente. Rezad el Rosario por la mañana, mientras os dirigís al trabajo, en vuestra casa cuando tengáis un rato libre y durante vuestro trabajo en el campo o en el almacén.
¡Si rezamos, no habrá más guerra! Eso es absolutamente cierto.
El pueblo ruso no ha de conquistarse mediante una guerra. ¡Demasiado ha sufrido en estos treinta y tres últimos años!
Se debe acabar con el comunismo, y esto puede lograrse mediante una revolución interior.
Rusia no tiene contra sí una bomba atómica tan sólo, sino dos. La segunda bomba es el sufrimiento de su pueblo, que gime bajo el yugo de la esclavitud. ¡Cuando explote, lo hará con una fuerza infinitamente superior a la del átomo!
Pero también tenemos nosotros necesidad de una revolución como Rusia.
Nuestra revolución debe venir desde el interior de nuestros corazones, es decir, que hemos de reconstruir nuestras vidas, del mismo modo que la revolución rusa debe comenzar por el interior, sacudiéndose el yugo de Satanás.
La revolución rusa marchará al paso de la nuestra. Pero, sobre todo, hemos de tener esperanza. Si para el mundo no hubiese esperanza de salvación, ¿hubiese enviado Jesús a Su Madre con la energía atómica del sol a sus órdenes?
¡Oh María! Hemos desterrado a tu Divino Hijo de nuestras vidas, de nuestras asociaciones, de nuestra educación y de nuestras familias. ¡Ven con la luz del sol como símbolo de Su Poder! Rompe nuestras guerras, nuestra oscura inquietud. Enfría la boca de los cañones encendidos por la guerra. Aparta nuestras mentes del átomo y nuestras almas del abuso de la naturaleza.
Haznos renacer en tu Divino Hijo a nosotros tus ya antiguos hijos de la tierra.
¡Por el amor de Jesús!


Mons. Fulton J. Sheen., visto en Ecce Christianvs, 28-Ago-2014.