Kierkegaard dice que en la religión lo esencial no es el objeto sino el modo. Esto parecería eliminar toda la dogmática. Las palabras del Danés son: “El que adore un fetiche como si fuera Dios, adora realmente a Dios; pero el que adora a Dios como si fuera un fetiche, no adora realmente a Dios”. Es la teroría del “cómo”. Según eso parecería que es lo mismo creer en Jesucristo, o en Júpiter, o en Mahoma, o en Mumbo Jumbo, con tal de creerlo de cierto modo. El mundo actual está demasiado dispuesto a aceptar esto, sobre todo el mundo protestante: la indiferencia o no importancia de los dogmas: lo que vale es la buena voluntad; “la unidad en la caridad”, dicen. El mundo católico al contrario pone toda la fuerza de la unidad rigurosa en la doctrina, aunque sea sin mucha caridad: la unidad en la fe. Con ninguna de las dos cosas solas se puede conseguir la unidad que Cristo mandó, en la fe y en la caridad.Muchos menos con esa mazamorra sin fe ni caridad que llaman ahora “ecumenismo”; o sea una especie de arreo general de ovejas, cabras, vacas, avestruces y chanchos, como los que hacen en la iglesia de Fátima [o como los que hacen en el Vaticano o en Asís].
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