¿Qué piensa el sacerdote que aparece en el escandaloso video del Papa de
enero de 2016?
Sería interesante que, en esta etapa, el Papa
se animara a revisar la práctica del sacramento de la confesión –hasta el siglo
XII estaba reservado para los pecados de escándalo público- y dejar más libre
al creyente en su relación con Dios para que en su fuero íntimo pueda discernir
lo bueno y lo malo. Y no usar la confesión como una boletería para poder
comulgar, o un consultorio psicológico gratuito donde desahogarse de los
pecados de los demás.
P.
Guillermo Marcó, en el suplemento Valores
Religiosos, N° de diciembre de 2015.
Nosotros pensamos que el que tendría que se revisado es al padre Marcó,
debido a sus desvaríos relacionados a la práctica del sacramento de la
penitencia. A continuación, publicamos el comentario aparecido en Wanderer,
12-Ene-2016, que con cierta crudeza pero con total realismo responde a las mentiras del citado Guillermo Marcó.
Parió la abuela
Como si con los Tres Chiflados -Bergoglio, Tucho Fernández y Mons.
Karcher- no tuviéramos ya suficiente, ahora parió la abuela, es decir, apareció
el P. Guillermo Marcó como actor de reparto del cuidado y escandaloso video
producido por CTV, el canal de televisión oficial del Vaticano, y que
comentamos hace unos días en este blog.
Recordemos que Marcó es un sacerdote de la arquidiócesis porteña que se
desempeñó durante años como portavoz oficial del cardenal Bergoglio y figura
omnipresente en los medios de comunicación, hasta que se pasó
de listo, o su valedor le dio una orden demasiado arriesgada, y el pobre
terminó misericordiado de su puesto y silenciado durante años.
A comienzos de diciembre último publicó este
breve artículo en el suplemento religioso de Clarín con
algunos consejos acerca de cómo debería encarar el Santo Padre la repartija de
misericordia durante este Año Santo, concretamente, modificando sustancialmente
el sacramento de la confesión. En vez de ser sancionado como hubiese
correspondido, fue llamado a protagonizar el video de marras. No sería raro que
el papa Francisco le haya levantado la pena impuesta y Marcó esté, nuevamente,
en carrera episcopal.
Su artículo es lamentable. Pivotea sobre dos mentiras grandes como una
casa y Marcó no puede aducir ignorancia al respecto. La primera de ella
es asegurar que el hijo pródigo vuelve a casa de su padre por necesidad y no
por arrepentimiento. Como ya apuntó un lector del blog, el Evangelio es
claro cuando dice que el hijo vuelve y admite su pecado y, consecuentemente,
pide perdón y cambia de vida. Y esta ha la interpretación unánime de los Padres
de la Iglesia. Por ejemplo, San Gregorio de Nisa, San Agustín, San Ambrosio y
San Juan Crisóstomo. ¿En que afecta esta interpretación mentirosa del
Evangelio? En que ya no es necesario que el hijo pródigo deje, luego
del arrepentimiento, su vida disipada entre prostitutas. Si tiene hambre, el
padre le llevará un sanguchito de mortadela al burdel para que se siga
divirtiendo sin pasar necesidad. Ahí está la misericordia de Marcó, y
de Bergoglio. Misericordia sin arrepentimiento.
La segunda mentira, más grave
aún si cabe, es cuando asegura que, hasta el siglo XII el sacramento de la
confesión era exclusivamente para los pecados de escándalo público y, consecuentemente, habría sido la
disciplina de la maldita Iglesia oscurantista de la Edad Media la que cambió
todo y comenzó a reprimir a los fieles por sus pecados privados, especialmente
aquellos relacionados con la sexualidad. Podría arrojársele al
presbítero Marcó una tonelada de libros que dicen, y documentan, exactamente lo
contrario. Haga referencia aquí a un solo texto. En el año 796, Alcuino de
York, abad en ese momento del gran monasterio de San Martín de Tours, le
escribe una carta los adolescentes que viven en la abadía, ya sea educándose en
las artes liberales, ya sea iniciándose en la vida religiosa. La carta se
conoce como Ad pueros sancti Martini, y puede encontrarse en MGH Epistolae
Alcuini 131, pp. 194-198 (hay también traducción española -Alcuino de
York, Obras morales, Eunsa, Pamplona, 2004. El texto al que hago
referencia se puede bajar desde aquí).
En la misiva, el autor hace referencia al problema que afecta a los
adolescentes de todos los lugares y épocas del mundo: la lucha por la castidad
y, concretamente, el pecado de la masturbación, que, para la moral de los
nuevos curas, ya no es más pecado sino una simple etapa de la evolución
personal. Escribe Alcuino entre otras cosas: “Haz, pues, penitencia, confiesa
tus propias faltas, revela en la confesión los secretos de tu iniquidad. Es
conocido a Dios lo que has hecho en secreto. Aunque la lengua no lo diga, la
conciencia no podrá ocultarlo. Crees en vano que tus crímenes permanecen
ocultos entre paredes. Pero aunque puedas escapar a los ojos de los hombres
cuando pecas, absolutamente nada de lo que hagas en secreto quedará oculto a la
mirada de Dios. Di tus pecados en la confesión antes de que sientas la cólera
del juicio. Créeme, todos tus pecados serán perdonados si no te avergüenzas de
confesarlos, y serás purificado por la penitencia”. No hay excusas ni
lugar para interpretaciones neoconas: el P. Guillermo Marcó miente pues la
documentación histórica, en este caso el testimonio de un autor del siglo VIII,
muestra que en esos tiempos los pecados de índoles privada como la masturbación
se confesaban sacramentalmente.
Y, basado en su mentira, concluye el presbítero porteño que el Santo
Padre debería modificar la disciplina del sacramento de la confesión dando
libertad para que el penitente arregle directamente sus cuentas con Dios sin
tener que pasar por la “boletería” del confesionario.
¿Qué se esconde detrás de toda esta patraña? Hay que prestar atención a
lo que dice en el cuarto párrafo: “...durante siglos la Iglesia amenazó a los
pecadores con toda clase de castigos, en la vida presente y en la eterna, sobre
todo por pecados privados y, más precisamente, ligados al ejercicio libre del
placer y la sexualidad”. Aquí está la madre del cordero. Lo que
pretende Marcó, en sintonía con los nuevos aires vaticanos, es la proclamación
por parte de la Sede Apostólica del derecho universal al orgasmo. Sabrán
disculpar la expresión, que es sin duda soez, pero también lo suficientemente
gráfica, cruda y realista. Lo que este curita y miles de otros curas y obispos
quieren, es que la Iglesia se deje de molestar a los hombres mientras estos se
divierten orgásticamente. Como se dan cuenta que el infierno ya no asusta a
nadie y que, por más reprimendas que se hagan desde los púlpitos, casi todo el
mundo se dedica a vivir la vida loca junto a Ricky Martin, lo mejor es decir
que no hay problemas con vivir la vida loca, porque esos son pecados privados
y, en todo caso, podrá cada uno, en su conciencia, arreglarse con Dios.
¿No
será que, en el fondo, lo que pretenden estos curas es abrir el paraguas para
cobijarse ellos mismos bajo él?