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martes, 8 de marzo de 2011

La diversión como pseudo-solución popular.


Pascal habla de dos pseudo-soluciones populares para escapar del pensamiento en la muerte y, por ende, en nuestra relación con Dios, nuestro destino. Una de esas dos pseudo-soluciones populares es la diversión, divertirse hasta olvidarse de la realidad, el buscar ocuparnos en algo para no tener que pensar en la muerte.
El hombre que escapa de Dios, es aquél que busca olvidarse de su existencia ocupando su alma con la diversión, con el aturdimiento y las banalidades. El mundo moderno, hoy más que nunca, busca mantener al hombre ocupado en todo tipo de cosas, repudiando sistemáticamente al pensamiento de la verdadera trascendencia cristiana. El consumismo desenfrenado, la sobrecarga de las actividades en un sistema que busca ocupar al hombre en sus actividades laborales hasta esclavizarlo, el hedonismo, el tecnicismo, la “psicología pop” y la falsa espiritualidad y trascendencia de la “new age”, y otras cosas más, son las cosas que nos ofrece el mundo mediante los medios de comunicación. Por eso existe aquél rechazo violento, del hombre moderno y mediatizado, hacia la vida monástica, le resulta incomprensible y ¡hasta una locura! que puedan existir los monjes y aquellos hombres que se han alejado del mundo para vivir solos (eso significa la palabra monje) en presencia de Dios. Por eso el mundo moderno resiste al silencio, prefiriendo al ruido de las banalidades y al aturdimiento de sus pompas tecnicistas.
Pero la realidad del cristianismo existe, nuestras vidas terminarán algún día (nadie puede negar la muerte) y deberemos comparecer ante el tribunal de Dios, por más que el mundo moderno nos quiera convertir en una especie de “turistas de la metafísica”.

Diversión.

A veces, cuando me pongo a pensar en las diversas actividades de los hombres, los peligros y conflictos que enfrentan en la Corte, o en la guerra, originando tantas peleas y pasiones, empresas atrevidas y a menudo alocadas y cosas por el estilo, he dicho a menudo que la única causa de la desdicha del hombre es que no sabe cómo quedarse quieto en su cuar­to. Un hombre con suficiente riqueza para cubrir las necesi­dades de la vida nunca dejaría su casa para salir al mar o poner sitio a alguna fortaleza si supiera cómo quedarse en su casa y dis­frutarlo. Los hombres nunca gastarían tanto en un cargo en el ejército si pudieran soportar vivir en la ciudad toda la vida, y sólo buscan la compañía y la diversión del juego porque no dis­frutan quedarse en casa...
Imagina la situación que quieras, añádele todos los beneficios que podrías recibir, ser rey es aún la mejor cosa del mundo; con todo, si te imaginas un rey con todas las ventajas de su rango, pero sin manera de divertirse, puesto a ponderar y a reflexionar sobre su condición, esta felicidad renga no lo sostiene; está obligado a pensar en todas las amenazas que enfrenta, las posibles revueltas, finalmente la ineludible muerte y enfermedad, con el resultado de que si está privado de la llamada diversión es des­dichado, en realidad más desdichado que el más humilde de sus súbditos que puede gozar del deporte y la diversión.
La única cosa buena para los hombres por tanto es distraerse de pensar en lo que son, ya sea con alguna ocupación que les aparte la mente de eso, ya sea por alguna novedosa y agradable pasión que los mantenga ocupados, como jugar, cazar, algún espectáculo absorbente, en fin, lo que se llama diversión.
Por eso es que el juego y el trato con las mujeres, la guerra y los altos cargos son tan populares. No es que realmente traigan felicidad, ni que nadie imagine que la verdadera dicha viene de poseer el dinero que puede ganarse en el juego o de la liebre cazada: nadie tomaría estas cosas como un regalo. Lo que quiere la gente no es la tranquila vida pacífica que nos permite pensar en nuestra desdichada condición, ni los peligros de la guerra, ni las cargas del oficio, sino la agitación que ocupa nuestra mente y nos distrae. Por eso preferimos la caza a su resultado.
Por eso los hombres son tan afectos al ruido y al trajín; por eso la prisión es un castigo tan temible; por eso resultan tan incom­prensibles los placeres de la soledad. Ese, en realidad, es el principal gozo de ser un rey, porque la gente está continuamente tratando de divertirlo y procurarle todo tipo de placer. Un rey está rodeado de gente cuyo único pensamiento es divertirlo e impedirle pensar en sí mismo, porque, aunque es rey, se vuelve desdichado en cuanto piensa en sí mismo.
Esto es todo lo que los hombres han sido capaces de inventar para alcanzar la felicidad; aquellos que filosofan sobre esto, y sostienen que la gente es sumamente irrazonable al pasar todo el día cazando una liebre que no querrían comprar, conocen muy poco nuestra naturaleza. La liebre misma no nos salvaría de pensar en la muerte y las miserias, pero la cacería sí…
Es erróneo entonces censurarlos; no erran al buscar excitación si sólo la buscaran por divertirse. El problema es que la buscan como si, una vez logradas las cosas que persiguen, no pudieran fracasar en ser verdaderamente felices. Esto es lo que justifica el llamar vana a su búsqueda. Todo esto muestra que ni los críticos ni los criticados comprenden la real naturaleza del hombre.
Cuando se les reprocha a los hombres perseguir tan ansiosamente algo que nunca podría satisfacerlos, la respuesta apropiada, si pensaran de veras en esto, debería ser que buscan simplemente una ocupación violenta y vigorosa para apartar sus mentes de sí mismos, y que por eso eligen algún objeto atractivo que las seduzca en ardiente persecución. Sus oponentes no podrían responderles.
(Vanidad, placer de lucirse. Bailar, debes pensar dónde pones tus pies).
Pero ellos no responden así porque no se conocen a sí mismos. No saben que todo lo que quieren es la caza y no la presa. El hidalgo cree sinceramente que cazar es un gran deporte, el deporte de los reyes, pero su montero no lo ve así. Imaginan que si se aseguraran cierto nombramiento disfrutarían descansando después, y no se percatan de la naturaleza insaciable de la codi­cia. Creen que buscan genuinamente el descanso cuando lo que realmente persiguen es la actividad.
Tienen un instinto secreto que los lleva a buscar en lo externo diver­sión y ocupación, y este es el resultado de su constante sentido de la miseria. Tienen otro instinto secreto, un resto de la grandeza de nuestra naturaleza original, que les dice que la única felicidad ver­dadera está en el reposo y no en la agitación. Estos dos instintos con­trarios dan origen a un confuso plan sepultado fuera de la vista en las profundidades del alma, que los hace buscar el reposo por vía de la actividad y a imaginar siempre que la satisfacción que echan de menos les llegará una vez que superen ciertas dificultades obvias y puedan abrir la puerta al anhelado descanso.
Así pasa toda nuestra vida: buscamos el reposo luchando contra ciertos obstáculos, y una vez vencidos, el reposo resulta intolera­ble por el aburrimiento subsiguiente. Debemos escapar de estoy suspiramos por la agitación...
El hombre es tan desdichado que se aburriría aunque no tuviera de qué hacerlo, por la misma naturaleza de su temperamento, y es tan vano que, aunque tuviera mil y una razones básicas para aburrirse, la cosa más leve, como empujar una bola con un taco de billar, bastará para divertirlo.
“Pero”, dirás, “¿cuál es el objeto de todo esto?” Nada más que poder jactarse mañana frente a sus amigos de que juega mejor que otro. Al igual que otros sudan en sus estudios para probarles a los eruditos que han resuelto algún problema de álgebra antes insoluble. Muchos otros, igual de tontamente a mi parecer, co­rren los más grandes peligros para poder después jactarse de haber tomado cierta fortaleza. Y hay todavía otros que se agotan observando todas estas cosas, no para volverse más sabios, sino sólo para mostrar que las conocen, y estos son los más ton­tos de todos, porque saben lo que hacen, mientras que puede pensarse que los otros dejarían de ser tontos si lo supieran.
Un cierto hombre lleva una vida libre de aburrimiento jugándose cada día una pequeña suma. Dale cada mañana el dinero que podría ganar ese día, a condición de no jugar, y lo harás des­dichado. Podría argumentarse que lo que busca es el entrete­nimiento de jugar y no las ganancias. Hazlo jugar entonces por nada; su interés no se encenderá y se aburrirá, de modo que no es el mero pasatiempo lo que necesita. Una distracción tibia sin excitación lo aburrirá. Debe excitarse, autoengañarse imaginan­do que lo haría feliz ganar lo que no querría como regalo si esto implicara dejar de jugar. Debe crear algún objetivo para sus pasiones que excite su deseo, cólera, temor, en torno a este objeto que ha creado, como los chicos se asustan de una cara que han embadurnado ellos mismos.
Por eso este hombre, que perdió su único hijo hace pocos meses y estaba tan preocupado y oprimido esta mañana por procesos legales y querellas, no está pensando más en ello. No te sorpren­das: está concentrando toda su atención en el camino que tomará el jabalí que sus perros han estado persiguiendo tan acalorada­mente desde hace seis horas. Es todo lo que necesita. Por triste que un hombre pueda estar, si puedes persuadirlo de abocarse a alguna diversión estará feliz mientras dure ésta, y por feliz que pueda estar un hombre, si le falta diversión y no tiene alguna absorbente pasión o pasatiempo para no aburrirse, estará pronto deprimido e infeliz. Sin diversión no hay gozo; con diversión no hay tristeza. Lo que constituye la felicidad de las personas de alta condición, es tener una cantidad de gente para divertirlo, y su habilidad para mantenerse en aquella situación.
No te equivoques en esto. ¿Qué otra cosa significa ser Superintendente, canciller, Presidente de la Corte, sino gozar de una posición en la que un gran número de gente viene cada mañana de todas partes y no les deja una sola hora en el día para pensar en sí mismos? Cuando caen en desgracia y los mandan a sus casas de campo, donde no les faltan riquezas ni sirvientes para satisfacer sus necesidades, infaliblemente se sienten mise­rables y afligidos porque nadie les impide pensar en sí mismos.


Blaise Pascal, Pensées.