Páginas

martes, 13 de diciembre de 2011

El sentido de las velas en la Iglesia y la devoción a María Santísima.


Misa de San Gregorio con cirios.

Grandes y variados son los elementos que utiliza la liturgia, con no poco simbolismo por la riqueza que encierran, para tributarle el culto debido a Dios y a sus Santos. Entre ellos se encuentra el uso de los cirios, sobre los cuales nos gustaría considerar algunas reflexiones no sólo para la ilustración de nuestras inteligencias, sino, sobre todo, para nuestro aprovechamiento espiritual, es decir, no sólo para acrecentar nuestros conocimientos sino para que podamos vivir intensamente de ellos.
El empleo de las candelas en la Iglesia es de costumbre inmemorial. Bástenos recordar que, ya en la Antigua Ley, se prescribían no sólo su uso sino hasta la cantidad que debía poseer cada candelabro en las ceremonias religiosas.
La Nueva Ley, lejos de dejar de lado este uso litúrgico, le va a dar un nuevo vigor debido a los simbolismos con que van a ser revestido por su relación con la obra de la Redención.
De ahí que el cirio, por excelencia, diríamos en filosofía el primer analogado, no es otro que el Cirio Pascual, figura por antonomasia del Nuestro Señor Jesucristo Inmolado y Resucitado.
Normalmente la materia con que está hecho es cera, ya que ésta es la sustancia purísima formada por la abeja con el jugo de las flores, siendo por esto emblema del sagrado cuerpo del Salvador, formado por el Espíritu Santo de la más pura sustancia de la Virgen María. El pabilo no es otra cosa que la figura de su alma santísima que, encendido, representa la viva y pura luz de su divinidad. La cera alumbra consumiéndose por el fuego; así Jesucristo se ha hecho la luz del mundo y lo ha rescatado consumiéndose por sus padecimientos y por su muerte, simbolizado por los cinco granos de incienso que se clavan en la pintada cruz.
Los otros cirios que se ubican en el altar, si bien por estar formados de la misma materia reflejan al Divino Resucitado, no por eso agotan toda su simbología, dando cabida a la pluma de autorizados liturgistas para ver en los seis cirios del altar mayor, a los elegidos de las seis edades de la Iglesia militante, mientras que en los dos cirios que se ubican a ambos lados, a los justos del Antiguo Testamento, si consideramos al que se ubica en el lado epístola o a los de la Nueva Ley si nos referimos al del lado evangelio.
El Cirio Pascual figurando al Cristo resucitado; los cirios del altar, a los santos del Antiguo y Nuevo Testamento, veamos ahora lo que viene a reflejar otra de las luminarias próximas al altar como es la lámpara votiva o también llamada la lámpara del Santísimo. Ésta no viene a representar, en primera
instancia, a persona alguna sino a un objeto, pero no a uno cualquiera sino a uno celestial, puesto que tiene el dignísimo honor de reflejar a la estrella que guió a los Reyes Magos y que se detuvo en Belén para indicarles la presencia del Gran Rey y Señor al cual habían venido a adorar y honrar desde sus lejanas tierras, así como a nosotros la de cumplir el dignísimo oficio de enseñarnos que en el Tabernáculo se encuentra, velado por las especies sacramentales, el Autor de la vida, tanto del orden natural como sobrenatural.
Pero Nuestra Santa Madre, la Iglesia, da un paso más en el uso de las luminarias y, lejos de restringirlas estrictamente al uso del culto público y oficial de Ella, le ha abierto nuevos horizontes al incorporar en sus usos y costumbres, de trayectoria inmemorial, el que se enciendan velas en honor a sus hijos bien amados, sus Santos, en las que podemos descubrir, sin temor a equivocarnos, una triple simbología:
En primer lugar representa al fiel cristiano. Éste no tiene la dicha de poder vivir en “la casa de
Dios y puerta del cielo”, sino que absorbido por un sin fin de actividades honestas y necesarias en el mundo, tanto el padre de familia en su trabajo, la madre en sus labores domésticas, el joven en sus estudios, el anciano en su hogar, y debiendo dejarIa, sin embargo, la Iglesia se las ingenia para que, a pesar de dicha separación, pueda esa alma permanecer en Su casa. Encender una vela no es otra cosa que decirle a Dios: me voy materialmente pero me quedo espiritualmente; me voy con el cuerpo pero me quedo con el alma”.
En segunda instancia, representa la devoción de ese cristiano, puesto que así como el cirio arde hasta consumirse completamente, de la misma manera se simboliza la expansión de esa alma consumiéndose en un sin fin de pedidos y preocupaciones que alberga su alma, refleja su espíritu de sacrificio e inmolación ante las dificultades y tribulaciones, su acción de gracias por todos los beneficios otorgados y, finalmente, su completa sumisión y reverencia ante quien se postra.
Y en tercer lugar, representa la protección especial de ese santo, al cual se le ha encendido una candela, por ese cristiano que se ha tenido que ir pero que se ve y se sabe simbolizado en ella.
De modo tal que a pesar que se vaya, sin embargo se queda; a pesar que su obligación le obligue a concentrarse en un sinfín de cosas, sin embargo su espíritu permanece en un estado de continua oración e inmolación; a pesar que, por nuestra fragilidad, nos olvidemos del santo, él no se olvidará de ese buen cristiano, de esa familia o de ese pobre pecador por el cual hemos encendido el cirio en orden a su conversión.
¡Cuántos y cuán hermosos son los simbolismos que se encierran dentro de los cirios de la Iglesia!
Es por eso que —imitando tanto la costumbre de los grandes santuarios marianos cuanto de tantísimas otras iglesias— hemos colocado, también nosotros, varios atriles con pequeñas candelas, tanto en el interior de la Iglesia, para honrar a la Purísima como a su Castísimo Esposo y al piadoso San Antonio, así como, en el patio de la sacristía, uno más, que hemos colocado bajo la protección y honra de la
Milagrosa.
Todo esto, queridísimos fieles, está orientado para que podamos, espiritualmente, vivir e inmolarnos ante el santo de nuestra devoción y así, gozar de su protección y celestial consuelo.
Puesto que, como solía repetir la pequeña santa de Lisieux, “Sólo tenemos esta vida para vivirla de la fe”, quiera Dios que nuestra mirada sobrenatural sea como la del salmista cuando cantaba:
“Señor, Dios de los ejércitos, escucha mi oración, porque es mejor pasar un día en tus atrios, en tu Casa que miles fuera de ella” (Salmo 83). Con mis oraciones y mi bendición,

R.P. Ezequiel María Rubio FSSPX, tomado del boletín dominical “Fides” Nº 989.