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viernes, 27 de julio de 2012

“Delenta est liturgia”; ¡La liturgia ha de ser destruída!



Tales palabras, pronunciadas por el prior de la comunidad luterana de Taizé (comunidad “ecuménica”), prueban ya sin lugar a dudas que la liturgia católica ha sufrido una transformación fundamental. Dada la íntima unión existente entre la fe y los ritos que la expresan (recuérdese el famoso adagio Lex orandi, lex credendi), el cambio substancial de uno de estos elementos implicará necesariamente el del otro, y viceversa. De allí que podamos afirmar y concluir con el pastor René BARJAVEL: “La Iglesia Católica ha quebrantado su liturgia, expurgado sus ritos, ocultado sus misterios, bajado la llama de su alegría; con toda premura se hace protestante”.

“Quien siembra el viento,
cosecha la tempestad”

Sembrando el viento
La revolución litúrgica

“Legem credendi statuat lex supplicandi”: «Que la regla de la oración estatuya la regla de la fe». Este axioma “invertible”, expresa la relación estrecha y fundamental que existe entre la fe que se profesa y el culto a través del cual se manifiesta esa fe. Es imposible atacar o modificar una sin afectar a la otra. Plenamente conscientes de ello, todos los heresiarcas y falsos reformadores que se han levantado contra la fe católica y contra la Iglesia, han intentado modificar el culto, es decir, la expresión litúrgica de los misterios de la fe, para destruir así esa misma fe.
Ejemplo clarísimo de ello es Lutero: “Destruid la Misa y destruiréis el Catolicismo”, destruid el Santo Sacrificio, modificad sus ritos venerables y portadores de gracias, y anularéis la expresión de la fe católica, o la transformaréis en otra fe, que ya no será la católica…

La subversión litúrgica en el seno de la Iglesia.

Pablo VI y los observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd, Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé
Durante su pontificado el mismo San Pío X señalaba que, des de entonces, el enemigo ya no se encontraba afuera sino dentro de la Iglesia, en los seminarios, en los conventos, en las filas del clero católico.
El antecedente más inmediato de esta penetración lo constituye el sínodo de Pistoya, convocado en 1786 por instigación del archiduque de Toscana, que quería llevar a cabo en sus estados una reforma de la Iglesia conforme a sus antojos (y sus antojos eran jansenistas). Dicho sínodo fue condenado por PÍO VI en la bula Auctorem fidei. Desde el punto de vista litúrgico, sus errores revelan una tendencia a la desacralización y a la profanación, a la disgregación y a la anarquía, tendencias que ya habían ganado gran parte de la Europa católica antes de su formulación expresa en Pistoya. Estos errores revivirán, casi idénticos, en el “Movimiento Litúrgico” desviado.
El Movimiento Litúrgico que fue iniciado por Dom Guéranger (estando Europa sumergida en plena “herejía antilitúrgica “) para devolver al clero el conocimiento y el amor de la liturgia romana y para intensificar la unión de los fieles a la liturgia; condujo final mente la restauración litúrgica realizada por San Pío X. A partir de 1920 sufre graves desviaciones a causa de los mismos hombres de Iglesia que se decían continuadores de la obra de Dom Gueranger, los cuales sientan las bases y principios directores que desembocarán en la actual reforma.
La desviación del Movimiento comienza con Dom Lambert Beauduin, con su tendencia a insistir excesivamente sobre la importancia didáctica y pastoral de la liturgia; dicha tendencia se transformará en preeminencia con los años.
Este benedictino, luego de contactos con anglicanos y con representantes de las iglesias orientales, propulsa un ecumenismo completamente desviado. Roma aún no se da cuenta del peligro y permite a Dom Beauduin fundar en Amay-sur-Meuse un “Monasterio de la Unión”, con dos comunidades paralelas, una católica y otra ortodoxa. Inspira a sus monjes tal amor al oriente que poco después muchos de ellos se pasan a la iglesia ortodoxa. Roma se alarma y Dom Beauduin debe abandonar su monasterio. Protegido por Mons. Izart, obispo de Bourges, organiza retiros (que él mismo llama “un poco canallas”) en los cuales insufla sus ideas reformistas y ecuménicas a los sacerdotes que participan, especialmente a capellanes de grupos scouts. Desde 1924, Dom Beauduin se conecta con Mons. Roncalli, que siempre lo protegerá eficazmente y que adopta, al menos parcialmente, sus ideas.
El movimiento litúrgico de Alemania también se desvía rápidamente: Dom Herwegen, abad de Maria-Laach, quiere liberar a la liturgia de “Las escorias de la Edad Media”, Dom CASEL quiere hacerla “salir de las teorías post-tridentinas de Sacrificio”. Así, ya en 1920- 1925, se trata de atenuar el carácter sacrificial de la Misa. Romano Guardini (“maestro de la intuición psicológica”) impulsa la moda de la “experiencia religiosa personal”. Estas desviaciones fueron combatidas en Alemania por Mons. Grober, arzobispo de Friburgo, pero se encontró aislado: todos los demás obispos alemanes sostenían al Movimiento.
En Francia hay multitud de innovaciones anárquicas en los campamentos scouts, en los movimientos de acción católica, y en los campos o colonias de vacaciones, en que intervienen la mayoría de los seminaristas.
En 1943 se funda el Centro de Pastoral Litúrgica, al cual Dom Beauduin fija la línea de conducta: pedir las reformas con mucha prudencia, simulando un gran respeto por la jerarquía, pero utilizando a los obispos para hacer presión sobre Roma.
Pío XII toma conciencia del peligro y expone la doctrina católica en dos encíc1icas: Mediator Dei et Hominum y Mystici Corporis Christi. Pero inmediatamente son desviadas de su sentido original por los comentarios de los innovadores.
A partir de 1950 las posiciones subversivas son abiertamente defendidas en numerosas publicaciones, mientras que en las parroquias se multiplican las innovaciones: Misa cara al pueblo, lecturas y cantos en lengua vernácula, etc. En otros países, como Estados Unidos, España, Italia, el movimiento litúrgico, inexistente o menos avanzado, sufre desde 1950 la influencia subversiva de los movimientos alemán y francés. El Movimiento Litúrgico desviado se hace mundial. Las presiones sobre Roma se hacen enormes, y Roma misma, con reticencia, se encamina por la peligrosa vía de las concesiones: nueva versión del Psalterio, simplificación de las rúbricas del Breviario, reforma de los ritos de Semana Santa, Misa vespertina…
Juan XXIII acaba la reforma litúrgica comenzada por Pío XII dando así un paso más en el sentido del Concilio. A pesar de algunas deficiencias, en esta última reforma la liturgia católica permanece sustancialmente incambiada, es decir, en los límites de la ortodoxia católica. Sin embargo se puede decir que en 1960 el Movimiento Litúrgico ha triunfado: ha sacudido la antigua estabilidad de la liturgia católica y ha insinuado una nueva concepción de ella. La tarea será definitivamente afianzada por el próximo Concilio Ecuménico, ese Concilio que, según las palabras del cardenal SUENENS, será: “el 1789 en la Iglesia”.

La Constitución “Sacrosanctum Concilium”.

“Yo creo que el culto divino, tal como lo regulan la liturgia, el ceremonial, los
ritos y los preceptos de la Iglesia Romana, sufrirá próximamente en un concilio ecuménico una transformación que, al mismo tiempo que le devolverá la venerable sencillez de la edad de oro apostólica, lo pondrá en armonía con
el estado nuevo de la consciencia y de la civilización moderna”
Canónigo ROCA (Apóstata del siglo pasado)

La Constitución conciliar “Sacrosanctum Concilium” fue aprobada solemnemente por la abrumadora mayoría de 2.147 votos a favor y cuatro en contra, el 4 de diciembre de 1963, luego de una alocución en la cual Pablo VI le dio su pública aprobación.
“Sacrosanctum Concilium” es una ley-base, es decir que solo provee las grandes líneas para la reforma litúrgica, sus principios básicos, dejando la aplicación práctica de tales principios al “Consilium” futuro y a las comisiones litúrgicas nacionales y diocesanas. El texto de la constitución conciliar (al igual que todos los demás documentos emanados del Concilio) admite dos lecturas paralelas: (a) una perfectamente tradicional, afirmando principios ortodoxos, pero que carecen de aplicación práctica; y (b) una modernista, que introduce los principios revolucionarios en germen y asegura la posterior evolución en sentido progresista. El texto, pues, en su conjunto, está lleno de equívocos “sabiamente” calculados: Los principios tradicionales son inmediatamente corregidos por un “pero” o un “sin embargo” que abren la puerta a las innovaciones. Por eso mismo el documento es en sí mismo, contradictorio: permite lo que acaba de asegurar que no puede ser permitido, afirma lo que dice no puede ni debe ser afirmado. .. Esta es la razón por la cual se pueden citar párrafos distintos de la misma constitución para defender dos posiciones opuestas. En razón de ésto, para conocer exactamente cuál de ambas partes, la tradicional o la modemista, es la verdaderamente intentada por los redactores del texto conciliar, hay que recurrir (como los mismos progresistas han hecho) al espíritu en que fue redactada.
¿Cuál era, pues, este espíritu? Lo podemos conocer a través de las intervenciones de los Padres Conciliares reconocidos como expertos en materia litúrgica. Estos fueron los que guiaron la opinión de los demás Padres.
El ala progresista del Concilio contaba entre sus miembros a gran cantidad de obispos misioneros en Asia y Africa. Entre ellos Mons. Van Bekkum, quien afirmó la importancia de la “espontaneidad” en la liturgia y propuso “cristianizar” las fiestas paganas; Mons. D’Souza (India), que destacó la necesidad de “incorporar los ritos autóctonos” (es decir paganos) en el ritual de los sacramentos (dicho anhelo se ha realizado sobradamente en el actual rito Hindú de la Misa), y asimismo, la necesidad de “hacer la liturgia inteligible”, introduciendo sin restricciones el uso de la lengua vemácula; Mons. Nagae, a su vez, protestó por la manera “demasiado occidental” en que se presentó el cristianismo en Japón, y de allí, afirmó la urgencia en simplificar los ritos, eliminar las genuflexiones “propias de la cultura occidental” (!) y los numerosos signos de la Cruz (¿también demasiado “occidentales”?). Pero la proposición más interesante fue la efectuada por Mons. Duschak (Filipinas): la necesidad de elaborar una misa “ecuménica”, modelada sobre la Última Cena (en otras palabras, reducir la misa a la cena protestante, reducir el Sacrificio verdadero a un simple memorial). Con una ejemplar falta de lógica, al ser preguntado si sus fieles le habían solicitado tal cosa, respondió: «No, incluso pienso que se opondrían, así como se oponen numerosos obispos. Pero si se la pudiese poner en práctica, creo que acabarían por aceptarla».
Un hecho basta para poner en claro cuál era el espíritu que animó estas primeras sesiones del Concilio: Al tomar la palabra el anciano Cardenal Ottaviani para protestar contra semejantes desatinos (éstos y otros más, puesto que los ya mencionados no son los peores), por orden del cardenal Alfrink, en ese momento presidente de la sesión, le fue cortado el micrófono y debió sentarse nuevamente, entre las risas y aplausos burlones de gran parte de los Padres Conciliares.
Poco antes de que acabara el Concilio, se habían aprobado, a título experimental, y como lógica consecuencia de “Sacrosanctum Concilium”, tres fórmulas de misa distintas, en las cuales la totalidad de la misa, incluso el Canon, debían decirse en voz alta, en lengua vulgar (vernácula) y de cara al pueblo.

Eerrores particulares de la constitución conciliar.

Como ya hemos dicho, constituye solamente una ley básica, cuya aplicación práctica, particularizada, será llevada a cabo posteriormente por una comisión especial creada a tal objeto. Asimismo, constituye un compromiso, un equilibrio momentáneo e inestable, entre el conservadorismo y el progresismo… Equilibrio éste que el futuro “Consilium” se encargará de destruir. Inaugura una transformación fundamental de la liturgia, anunciando la revisión del rito de los sacramentos (en especial de la Misa, del Bautismo y de la Confirmación) y de los sacramenta les, y la elaboración de un rito de concelebración.
El principio director de toda la reforma litúrgica es el ecumenismo: el mismo prefacio de la constitución habla de la Liturgia como un medio para promover el ecumenismo. De allí surge la imperiosa necesidad de reformar el rito de la Misa, abandonando el codificado por el Papa San Pío V, que es la máxima afirmación de la Fe Católica, y que justamente por ello, constituye el máximo impedimento al ecumenismo protestantizante.
Sienta el principio, asimismo, de que la liturgia debe adaptarse a los tiempos modernos, y con ello, afirma también la necesidad del cambio, la necesidad de la evolución de la liturgia; en pocas palabras, instaura la revolución permanente en el seno de la liturgia.
Otro error es destacar excesivamente, hasta darle la primacía, el carácter educativo-pastoral de la liturgia, lo cual va en desmedro del fin primordial de la misma, que es la gloria de Dios.
Se manifiesta claramente la tendencia biblista, condenada ya numerosas veces por la Iglesia.
Se consagra como principio la ultra-participación activa de los fieles en el rito litúrgico: lo cual se transforma en comunitarismo y culmina en el culto del hombre. Todo esto se encuentra envuelto en la más perfecta de las ambigüedades.

Los errores de Pistoya en materia litúrgica.

Los errores germinales de la Sacrosanctum Concilium y su explosión primaveral en la nueva liturgia son de una semejanza sorprendente con los errores condenados por PÍO VI en la Bula Auctorem Fidei. Para darse cuenta basta la simple enumeración de las proposiciones condenadas, en materia litúrgica, del conciliábulo de Pistoya:

  1.  la XXVIII, que da a entender que falta una parte esencial del Sacrificio en las Misas en las cuales nadie comulga (excepto el sacerdote), Denzinger N° 1528 ;
  2. la XXIX, que omite deliberadamente la palabra transubstanciación, Dz 1529;
  3. la XXX, que califica de error la creencia en el poder del sacerdote para aplicar el fruto especial del Sacrificio a una persona en particular, Dz 1530;
  4. la XXI, que declara conveniente y deseable que no haya en cada iglesia sino un solo altar, Dz 1531; 
  5. la XXXII, que prohíbe poner reliquias de santos o flores sobre el altar, Dz 1532; 
  6. la XXXIII, que manifiesta el deseo de ver la liturgia vuelta a una mayor sencillez de los ritos, expuesta en lengua vulgar y pronunciada en voz alta, Dz 1533; 
  7. la XXXIV, que insinúa la necesidad de reformar el rito de la penitencia “para verse libre de las sutilezas que en el decurso del tiempo se le han añadido”, Dz 1534; 
  8. las LXI, LXII y LXIII, que condenan la adoración de la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, especialmente de Su Sacratísimo Corazón, Dz 1561- 1563;
  9. la LXIV, que tacha de superstición la eficacia que se ponga en determinado número de preces y piadosos actos (contra las indulgencias), Dz 1564; 
  10. la LXVI, que afirma que sería contra la práctica apostólica y los consejos de Dios el no procurar al pueblo modos más fáciles de unir su voz con la voz de toda la Iglesia, Dz 1566;
  11. la LXVII, que hace de la Sagrada Escritura la fuente casi exclusiva y necesaria de la vida cristiana (con las lógicas consecuencias en el ámbito de la liturgia), Dz 1567; 
  12. las LXIX y LXX, que reprueban el culto especial que los fieles tributan a las imágenes, Dz 1569-1570;
  13. la LXXI, que prohíbe distinguir las imágenes de la Santísima Virgen por algún título que no diga mención a los misterios mencionados expresamente en la Sagrada Escritura, Dz 1571;
  14. las LXXIII y LXXIV que enuncian, respectivamente, que la institución de nuevas fiestas (o sea, posteriores a la “edad apostólica “) ha sido un descuido de la Iglesia, y que se han de suprimir las fiestas de precepto, trasladándolas al domingo, Dz 1573-1574;
  15. la LXXXIV, que pretende que únicamente debe existir la orden de San Benito, uno o dos sacerdotes por monasterio y que se deben decir solamente una o dos misas cotidianas en cada convento, al mismo tiempo que se recomienda la concelebración, Dz 1584-1591.

La herejía antilitúrgica según Dom Gueranguer.

Se trata de un resumen de la doctrina y práctica de la secta antilitúrgica respecto a la “depuración” del culto por ellos pro clamada. Dichas observaciones abarcan especialmente el período que va del siglo XVI al XIX. Lo sorprendente es la correspondencia de muchos de estos principios con los contenidos implícita o explícitamente en la Constitución litúrgica y en la nueva misa.

  1. El odio de la Tradición tal como se encuentra en las fórmulas del culto divino. 
  2. Sustituir las fórmulas de es tilo eclesiástico (en el sentido más profundo de la palabra) con lecturas de la Sagrada Escritura. 
  3. Fabricar e introducir fórmulas nuevas (ya que no pueden siempre someter la Sagrada Escritura a sus propósitos). 
  4. Una habitual contradicción con sus propios principios. 
  5. Quitar de la liturgia todas las ceremonias y todas las fórmulas que expresan los misterios de la fe. 
  6. Extinción total del espíritu de oración, de la unción propia de la liturgia católica.
  7. Supresión de los intermediarios en el culto: calendario litúrgico sin Santos. 
  8. Uso de la lengua vernácula en el culto divino. 
  9. Liberación de la fatiga y molestias que imponen al cuerpo las prácticas de la liturgia. Disminución de las oraciones públicas y particulares. 
  10. Odio a la institución papal … y al poder papal. 
  11. Supresión del sacerdocio: todos, aun los “ministros”, se transforman en laicos.
  12. Sumisión del culto, así como toda la religión, al poder secular.

Todos estos principios se encuentran en la práctica actual de la Iglesia. Evidentemente no en el mismo grado y con la misma claridad (… evitemos las conclusiones simplistas). Pero están allí, dirigiendo toda la reforma.
Que los nueve primeros se encuentran, basta leerlos para darse cuenta. Que también se encuentran los tres últimos, un simple razonamiento lo demuestra.
La colegialidad, el gobierno democrático, especialmente a través de las Conferencias episcopales, han debilitado totalmente el poder papal.
La supresión del sacerdocio se opera, no por un decreto, sino gradualmente: los sacerdotes se secularizan (total o parcialmente) hasta confundirse con los laicos; o, lo que lleva al mismo término por la vía contraria, los laicos se sacerdotalizan.
Finalmente, el ecumenismo político y la Ostpolitik del Vaticano se ocupan de someter la religión y el culto a los poderes temporales, ya liberales, ya comunistas.
¿Cómo pudo llegar la Iglesia a caer en lo que durante tantos siglos combatió y condenó? Misterio de iniquidad. Pero, ¿cómo puede alguien afirmar que los principios de la reforma litúrgica contenidos ya en el Concilio son católicos? Misterio de necedad e ignorancia. El pecado y la ignorancia, los dos males con que todo hombre nace, y el rechazo de la gracia, tales son las explicaciones últimas de la liturgia actual.
«Quien siembra el viento, cosecha la tempestad».


Cosechando la tempestad

El “Consilium”, origen de todas las demás reformas litúrgicas.

Cuando se considera, aun brevemente, la evolución del Movimiento litúrgico desviado, se tiende a considerar la constitución “Sacrosanctum Concilium” como el punto de llegada, el término de aquélla evolución. ¡Nada más lejos de la verdad! Para los innovadores la constitución es, por el contrario, sólo un punto de partida bastante imperfecto, incluso “conservador”, y como tal, pronto será dejado de lado.
En efecto, la constitución es sólo el documento inicial en el cual se apoyarán para introducir las reformas siguientes. Al sucederse los documentos elaborados por el “Consilium”, cada nuevo paso se basará, no ya en la constitución conciliar, sino en el documento inmediatamente anterior de modo tal que, con sorprendente rapidez, las reformas habrán ido mucho más lejos de lo que permitía suponer la letra de “Sacrosanctum Concilium”.
Los innovadores invocarán siempre el espíritu del Concilio más que su letra. Y aunque pueda sorprender, ello es coherente: la letra es ambigua, pero el espíritu, como hemos visto, es absolutamente claro. Ateniéndose a él, sus reformas no serán más que el desarrollo extremo de los principios aceptados por los Padres Conciliares.

El “Consilium”.

Pablo VI en 1964, en el motu proprio Sacram Liturgiam, creó el CONSILIUM AD EX SEQUENDAM CONSTITUTIO NEM DE SACRA LITURGIA, la comisión para poner en práctica la constitución conciliar sobre la liturgia, encargándole la re visión de los ritos y libros litúrgicos, y en general, la aplicación práctica de los principios enunciados por Sacrosanctum Concilium.
Este Consilium, desde el comienzo de su actuación (y hasta su disolución en 1969, acabada su tarea de destrucción), irá gradualmente desposeyendo de sus poderes a la Sagrada Congregación de Ritos (pronto convertida en la Sagrada Congregación para el Culto Divino).
En su organización sus miembros se repartirán en dos grandes grupos: primero, el “Consilium” oficial, con sus integrantes elegidos por el Pontífice y en su mayor parte formado por personajes eclesiásticos reconocidamente comprometidos con el Movimiento Litúrgico; y en segundo lugar, los consultores y expertos, elegidos por el “Consilium “, quienes serán los que realicen efectiva mente las reformas, presentadas luego al Pontífice a través del “Consilium” oficial (en este grupo se encuentra la “crema” del Movimiento Litúrgico). La comisión encargada de la reforma del “Ordo Missae” contaba además con la presencia de seis observadores protestantes. Se ha negado que tuvieran alguna intervención activa en dicha reforma, pero Mons. BAUM (integrante de la conferencia episcopal de Estados Unidos y miembro del Consilium) ha confirmado lo contrario: “No están allí simplemente como observadores, sino también como consultores, y participan plenamente en las discusiones sobre la renovación litúrgica católica”.

Objetivos del “Consilium”.

El objetivo principal del “Consilium” fue fijado por el mismo Pablo VI: “Hacer la liturgia más pura, más genuina, más próxima a sus fuentes de verdad y gracia, más apta para ser patrimonio espiritual del pueblo”.
De tales errores ya condenados por sus antecesores (arqueologismo, comunitarismo, preocupación excluyente por la “inteligibilidad” de los ritos), planteados como principios rectores y como meta de las reformas, sólo podían surgir los frutos que hoy vemos.
Annibale Bugnini, secretario del “Consilium”, maestro consumado en estos menesteres, ha ex puesto claramente el método y los objetivos de los reformado res: “Para que el paso de lo viejo a lo nuevo ocurra sin solución de continuidad, sin repentinos contrastes o perjudiciales retrocesos, sino por medio de una lenta y gradual y natural evolución hasta la perfecta restauración de toda la maravillosa obra maestra, que es la sagrada liturgia”.

Toda la acción del “Consilium” se basará sobre principios erróneos:

  • -el regreso a las fuentes, el arcaísmo o arqueologismo denunciado por Pío XII en MEDIATOR DEI: destruir la Tradición viviente para reconstruir artificialmente estructuras ya muertas;
  • -La desacralización, consecuencia forzosa de ese primitivismo artificial, que en vez de revalorizar lo sagrado, conduce hacia lo profano;
  • -la obsesiva preocupación por la inteligibilidad de los ritos, que lleva implícito el desprecio hacia la capacidad intelectual de las generaciones anteriores y que bajo la apariencia de facilitar la comprensión, lleva irremisiblemente hacia una simplificación tal, que nos considera como una generación de retardados;
  • -el comunitarismo, la alteración y sobrevaloración de la importancia de la comunidad, y que en realidad es más el culto de las masas propio del comunismo que un verdadero espíritu comunitario;
  • -el activismo, las manifestaciones meramente físicas de la participación en los ritos, considerándolo lo único importante, el único signo por el cual se valora la espiritualidad de una comunidad;
  • -Todos estos errores confluyen en uno solo: la substitución progresiva del culto de Dios por el culto del hombre.

La obra del “Consilium”.

Haciéndose eco de las palabras de Lutero ya citadas, “Destruid la Misa; y destruiréis la Iglesia Católica”, los reformadores comenzaron inmediatamente su tarea: en poco menos de tres meses, ya se había elaborado un nuevo rito para la concelebración y para la comunión bajo las dos especies, a la vez que se estaban realizando las primeras concelebraciones “ad experimentum”.
¿Cómo explicar un trabajo tan veloz y prolífico? No ciertamente por un milagro de espontaneidad y esfuerzo, sino más simple mente: en realidad, son los frutos largamente madurados del movimiento litúrgico desviado, son documentos que ya muchos años antes habían sido pensados y planeados hasta en sus mínimos de talles.
Los documentos se irán sucediendo: las Instrucciones “Inter oecumenici” (septiembre de 1964) y “Tres abhinc annos” (mayo de 1967) son las más importantes por los poderes en materia litúrgica que conceden a las conferencias episcopales (reafirmando la falsa colegiali dad) y, especialmente, por las re formas que introducen en el Ordo Missae, acentuando el sentido protestante que se quiere dar a la Misa: con el canon en voz alta, se quiere convertir a la consagración en el relato de la Cena y no ya en la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz; con la supresión de los gestos de adoración (genuflexiones, ósculos) se tiende a disminuir la fe en la Presencia Real de Cristo en las especies consagradas.
Según Bugnini, todas estas reformas introducidas en el “Ordo” carecían de importancia, eran mínimas y -el mismo Bugnini lo reconoce- agradaban a los interesados en el movimiento litúrgico: (las reformas) “se refieren, por lo general, a las ceremonias que reclaman una mayor agilidad, debido a que la celebración en lengua vernácula y, frecuentemente, frente a la asamblea, hace que algunos gestos resulten anacrónicos y superfluos y que, por lo tanto, sobre todo en algunos ambientes donde ha aumentado el interés por la liturgia, provoquen incomprensión y fastidio”.
Las palabras de Bugnini son, en cierto modo, válidas: la Misa, con tantas alteraciones, mutilaciones y reformas, en sus oraciones y gestos simbólicos, con tan tos cambios físicos que la rodean (altar separado, celebración cara al pueblo, supresión del tabernáculo en los altares, etc.), se había convertido en un híbrido irreconocible, y estaban dadas las condiciones necesarias para reemplazarla por un nuevo ordenamiento del rito.
El Padre Bugnini elaboró una nueva misa que, bajo el nombre de Misa normativa, fue presentada al Sínodo de los Obispos reunidos en Roma, en octubre de 1967, y fue adoptada por una mayoría de 71 votos simple mente afirmativos, más 62 afirmativos “iuxta modum” es decir, con ciertas reservas. Tales reservas, que han hecho creer a algunos que dichos votos eran negativos, en realidad se referían a cuestiones secundarias, sin alterar de ningún modo ni el ordenamiento, ni las oraciones de la Misa.

Esta Misa normativa retocada, será el “Novus Ordo Missae” impuesto en 1969.


Este proceso de descomposición de la Misa será acompañado y completado por uno semejante en los ritos de todos los sacramentos y sacramentales.



Conclusión

Este rápido pantallazo nos ha permitido ver cómo los errores destructores de la Liturgia han entrado y señorean en la Iglesia desde los albores de la reforma de los sacramentos. Es un cáncer que ha penetrado en el cuerpo místico y se ha apoderado, a la manera de una leucemia, del flujo vital de éste, la Liturgia. Es un cáncer que progresa e intenta hacer metástasis en los órganos vitales, los sacramentos. Uno por uno estos órganos vitales irán cayendo bajo su poder.

Credidimus Caritati, Año II, Nº 5, Mayo de 1985. Visto en Ecce Christianuvs.