Tales palabras,
pronunciadas por el prior de la comunidad luterana de Taizé (comunidad
“ecuménica”), prueban ya sin lugar a dudas que la liturgia católica ha sufrido
una transformación fundamental. Dada la íntima unión existente entre la fe y
los ritos que la expresan (recuérdese el famoso adagio Lex orandi, lex
credendi), el cambio substancial de uno de estos elementos implicará
necesariamente el del otro, y viceversa. De allí que podamos afirmar y concluir
con el pastor René BARJAVEL: “La Iglesia Católica ha quebrantado
su liturgia, expurgado sus ritos, ocultado sus misterios, bajado la llama de su
alegría; con toda premura se hace protestante”.
“Quien siembra el viento,
cosecha la tempestad”
Sembrando
el viento
La
revolución litúrgica
“Legem credendi statuat
lex supplicandi”: «Que la regla de la oración
estatuya la regla de la fe». Este axioma “invertible”, expresa la relación
estrecha y fundamental que existe entre la fe que se profesa y el culto a
través del cual se manifiesta esa fe. Es imposible atacar o modificar una sin
afectar a la otra. Plenamente conscientes de ello, todos los heresiarcas y
falsos reformadores que se han levantado contra la fe católica y contra la
Iglesia, han intentado modificar el culto, es decir, la expresión litúrgica de los
misterios de la fe, para destruir así esa misma fe.
Ejemplo clarísimo
de ello es Lutero: “Destruid la Misa y destruiréis el Catolicismo”,
destruid el Santo Sacrificio, modificad sus ritos venerables y portadores de
gracias, y anularéis la expresión de la fe católica, o la transformaréis en
otra fe, que ya no será la católica…
La subversión litúrgica en el seno de la
Iglesia.
Pablo VI y los
observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd,
Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé
Durante su
pontificado el mismo San Pío X señalaba que, des de entonces, el enemigo ya no
se encontraba afuera sino dentro de la Iglesia, en los seminarios, en los
conventos, en las filas del clero católico.
El antecedente más
inmediato de esta penetración lo constituye el sínodo de Pistoya, convocado en
1786 por instigación del archiduque de Toscana, que quería llevar a cabo en sus
estados una reforma de la Iglesia conforme a sus antojos (y sus antojos eran
jansenistas). Dicho sínodo fue condenado por PÍO VI en la bula Auctorem
fidei. Desde el punto de vista litúrgico, sus errores revelan una tendencia
a la desacralización y a la profanación, a la disgregación y a la anarquía,
tendencias que ya habían ganado gran parte de la Europa católica antes de su
formulación expresa en Pistoya. Estos errores revivirán, casi idénticos, en el
“Movimiento Litúrgico” desviado.
El Movimiento
Litúrgico que fue iniciado por Dom Guéranger (estando Europa sumergida
en plena “herejía antilitúrgica “) para devolver al clero el conocimiento y el
amor de la liturgia romana y para intensificar la unión de los fieles a la
liturgia; condujo final mente la restauración litúrgica realizada por San Pío
X. A partir de 1920 sufre graves desviaciones a causa de los mismos hombres de
Iglesia que se decían continuadores de la obra de Dom Gueranger, los cuales
sientan las bases y principios directores que desembocarán en la actual
reforma.
La desviación del
Movimiento comienza con Dom Lambert Beauduin, con su tendencia a
insistir excesivamente sobre la importancia didáctica y pastoral de la
liturgia; dicha tendencia se transformará en preeminencia con los años.
Este benedictino,
luego de contactos con anglicanos y con representantes de las iglesias
orientales, propulsa un ecumenismo completamente desviado. Roma aún no se da
cuenta del peligro y permite a Dom Beauduin fundar en Amay-sur-Meuse un “Monasterio
de la Unión”, con dos comunidades paralelas, una católica y otra ortodoxa.
Inspira a sus monjes tal amor al oriente que poco después muchos de ellos se
pasan a la iglesia ortodoxa. Roma se alarma y Dom Beauduin debe
abandonar su monasterio. Protegido por Mons. Izart, obispo de Bourges,
organiza retiros (que él mismo llama “un poco canallas”) en los cuales insufla
sus ideas reformistas y ecuménicas a los sacerdotes que participan,
especialmente a capellanes de grupos scouts. Desde 1924, Dom Beauduin se
conecta con Mons. Roncalli, que siempre lo protegerá eficazmente y que
adopta, al menos parcialmente, sus ideas.
El movimiento
litúrgico de Alemania también se desvía rápidamente: Dom Herwegen, abad
de Maria-Laach, quiere liberar a la liturgia de “Las escorias de la Edad
Media”, Dom CASEL quiere hacerla “salir de las teorías post-tridentinas de
Sacrificio”. Así, ya en 1920- 1925, se trata de atenuar el carácter sacrificial
de la Misa. Romano Guardini (“maestro de la intuición psicológica”)
impulsa la moda de la “experiencia religiosa personal”. Estas desviaciones
fueron combatidas en Alemania por Mons. Grober, arzobispo de
Friburgo, pero se encontró aislado: todos los demás obispos alemanes
sostenían al Movimiento.
En Francia hay
multitud de innovaciones anárquicas en los campamentos scouts, en los
movimientos de acción católica, y en los campos o colonias de vacaciones, en
que intervienen la mayoría de los seminaristas.
En 1943 se funda el
Centro de Pastoral Litúrgica, al cual Dom Beauduin fija la línea de
conducta: pedir las reformas con mucha prudencia, simulando un gran respeto
por la jerarquía, pero utilizando a los obispos para hacer presión sobre
Roma.
Pío XII toma
conciencia del peligro y expone la doctrina católica en dos encíc1icas: Mediator
Dei et Hominum y Mystici
Corporis Christi. Pero inmediatamente son desviadas de su sentido
original por los comentarios de los innovadores.
A partir de 1950
las posiciones subversivas son abiertamente defendidas en numerosas
publicaciones, mientras que en las parroquias se multiplican las innovaciones:
Misa cara al pueblo, lecturas y cantos en lengua vernácula, etc. En otros
países, como Estados Unidos, España, Italia, el movimiento litúrgico,
inexistente o menos avanzado, sufre desde 1950 la influencia subversiva de los
movimientos alemán y francés. El Movimiento Litúrgico desviado se hace mundial.
Las presiones sobre Roma se hacen enormes, y Roma misma, con reticencia, se
encamina por la peligrosa vía de las concesiones: nueva versión del Psalterio,
simplificación de las rúbricas del Breviario, reforma de los ritos de Semana
Santa, Misa vespertina…
Juan XXIII acaba la reforma litúrgica comenzada por Pío XII dando así un paso más
en el sentido del Concilio. A pesar de algunas deficiencias, en esta última
reforma la liturgia católica permanece sustancialmente incambiada, es decir, en
los límites de la ortodoxia católica. Sin embargo se puede decir que en 1960 el
Movimiento Litúrgico ha triunfado: ha sacudido la antigua estabilidad de la
liturgia católica y ha insinuado una nueva concepción de ella. La tarea
será definitivamente afianzada por el próximo Concilio Ecuménico, ese Concilio
que, según las palabras del cardenal SUENENS, será: “el 1789 en la
Iglesia”.
La Constitución “Sacrosanctum Concilium”.
“Yo
creo que el culto divino, tal como lo regulan la liturgia, el ceremonial, los
ritos y los preceptos de la Iglesia Romana, sufrirá próximamente en un concilio ecuménico una transformación que, al mismo tiempo que le devolverá la venerable sencillez de la edad de oro apostólica, lo pondrá en armonía con
el estado nuevo de la consciencia y de la civilización moderna”
ritos y los preceptos de la Iglesia Romana, sufrirá próximamente en un concilio ecuménico una transformación que, al mismo tiempo que le devolverá la venerable sencillez de la edad de oro apostólica, lo pondrá en armonía con
el estado nuevo de la consciencia y de la civilización moderna”
Canónigo ROCA (Apóstata del siglo pasado)
La Constitución
conciliar “Sacrosanctum Concilium” fue aprobada solemnemente por
la abrumadora mayoría de 2.147 votos a favor y cuatro en contra, el 4 de
diciembre de 1963, luego de una alocución en la cual Pablo VI le dio su
pública aprobación.
“Sacrosanctum
Concilium” es una ley-base, es decir que solo provee
las grandes líneas para la reforma litúrgica, sus principios básicos, dejando
la aplicación práctica de tales principios al “Consilium” futuro y a las
comisiones litúrgicas nacionales y diocesanas. El texto de la constitución
conciliar (al igual que todos los demás documentos emanados del Concilio)
admite dos lecturas paralelas: (a) una perfectamente tradicional,
afirmando principios ortodoxos, pero que carecen de aplicación práctica; y (b)
una modernista, que introduce los principios revolucionarios en germen y
asegura la posterior evolución en sentido progresista. El texto, pues, en su
conjunto, está lleno de equívocos “sabiamente” calculados: Los principios
tradicionales son inmediatamente corregidos por un “pero” o un “sin embargo”
que abren la puerta a las innovaciones. Por eso mismo el documento es en sí
mismo, contradictorio: permite lo que acaba de asegurar que no puede ser
permitido, afirma lo que dice no puede ni debe ser afirmado. .. Esta es la
razón por la cual se pueden citar párrafos distintos de la misma constitución
para defender dos posiciones opuestas. En razón de ésto, para conocer
exactamente cuál de ambas partes, la tradicional o la modemista, es la
verdaderamente intentada por los redactores del texto conciliar, hay que
recurrir (como los mismos progresistas han hecho) al espíritu en que fue redactada.
¿Cuál era, pues,
este espíritu? Lo podemos conocer a través de las intervenciones de los Padres
Conciliares reconocidos como expertos en materia litúrgica. Estos fueron los
que guiaron la opinión de los demás Padres.
El ala progresista
del Concilio contaba entre sus miembros a gran cantidad de obispos misioneros
en Asia y Africa. Entre ellos Mons. Van Bekkum, quien afirmó la
importancia de la “espontaneidad” en la liturgia y propuso “cristianizar” las
fiestas paganas; Mons. D’Souza (India), que destacó la necesidad de
“incorporar los ritos autóctonos” (es decir paganos) en el ritual de los
sacramentos (dicho anhelo se ha realizado sobradamente en el actual rito Hindú
de la Misa), y asimismo, la necesidad de “hacer la liturgia inteligible”,
introduciendo sin restricciones el uso de la lengua vemácula; Mons. Nagae,
a su vez, protestó por la manera “demasiado occidental” en que se presentó el
cristianismo en Japón, y de allí, afirmó la urgencia en simplificar los ritos,
eliminar las genuflexiones “propias de la cultura occidental” (!) y los
numerosos signos de la Cruz (¿también demasiado “occidentales”?). Pero la
proposición más interesante fue la efectuada por Mons. Duschak
(Filipinas): la necesidad de elaborar una misa “ecuménica”, modelada sobre la
Última Cena (en otras palabras, reducir la misa a la cena protestante, reducir
el Sacrificio verdadero a un simple memorial). Con una ejemplar falta de
lógica, al ser preguntado si sus fieles le habían solicitado tal cosa,
respondió: «No, incluso pienso que se opondrían, así como se oponen
numerosos obispos. Pero si se la pudiese poner en práctica, creo que acabarían
por aceptarla».
Un hecho basta para
poner en claro cuál era el espíritu que animó estas primeras sesiones del
Concilio: Al tomar la palabra el anciano Cardenal Ottaviani para
protestar contra semejantes desatinos (éstos y otros más, puesto que los ya
mencionados no son los peores), por orden del cardenal Alfrink, en ese
momento presidente de la sesión, le fue cortado el micrófono y debió sentarse
nuevamente, entre las risas y aplausos burlones de gran parte de los Padres
Conciliares.
Poco antes de que
acabara el Concilio, se habían aprobado, a título experimental, y como lógica
consecuencia de “Sacrosanctum Concilium”, tres fórmulas de misa distintas,
en las cuales la totalidad de la misa, incluso el Canon, debían decirse en voz
alta, en lengua vulgar (vernácula) y de cara al pueblo.
Eerrores particulares de la constitución
conciliar.
Como ya hemos
dicho, constituye solamente una ley básica, cuya aplicación práctica,
particularizada, será llevada a cabo posteriormente por una comisión especial
creada a tal objeto. Asimismo, constituye un compromiso, un equilibrio
momentáneo e inestable, entre el conservadorismo y el progresismo… Equilibrio
éste que el futuro “Consilium” se encargará de destruir. Inaugura una
transformación fundamental de la liturgia, anunciando la revisión del rito de
los sacramentos (en especial de la Misa, del Bautismo y de la Confirmación) y
de los sacramenta les, y la elaboración de un rito de concelebración.
El principio
director de toda la reforma litúrgica es el ecumenismo: el mismo
prefacio de la constitución habla de la Liturgia como un medio para promover el
ecumenismo. De allí surge la imperiosa necesidad de reformar el rito de la
Misa, abandonando el codificado por el Papa San Pío V, que es la máxima
afirmación de la Fe Católica, y que justamente por ello, constituye el máximo
impedimento al ecumenismo protestantizante.
Sienta el
principio, asimismo, de que la liturgia debe adaptarse a los tiempos modernos,
y con ello, afirma también la necesidad del cambio, la necesidad de la
evolución de la liturgia; en pocas palabras, instaura la revolución permanente
en el seno de la liturgia.
Otro error es destacar excesivamente, hasta darle
la primacía, el carácter educativo-pastoral de la liturgia, lo cual va en
desmedro del fin primordial de la misma, que es la gloria de Dios.
Se manifiesta
claramente la tendencia biblista, condenada ya numerosas veces por la Iglesia.
Se consagra como principio
la ultra-participación activa de los fieles en el rito litúrgico: lo cual se
transforma en comunitarismo y culmina en el culto del hombre. Todo esto se
encuentra envuelto en la más perfecta de las ambigüedades.
Los errores de Pistoya en materia litúrgica.
Los errores
germinales de la Sacrosanctum Concilium y su explosión primaveral
en la nueva liturgia son de una semejanza sorprendente con los errores
condenados por PÍO VI en la Bula Auctorem Fidei. Para darse
cuenta basta la simple enumeración de las proposiciones condenadas, en materia
litúrgica, del conciliábulo de Pistoya:
- la XXVIII, que da a entender que falta una parte esencial
del Sacrificio en las Misas en las cuales nadie comulga (excepto el
sacerdote), Denzinger N° 1528 ;
- la XXIX, que omite deliberadamente la palabra transubstanciación,
Dz 1529;
- la XXX, que califica de error la creencia en el poder del
sacerdote para aplicar el fruto especial del Sacrificio a una persona en
particular, Dz 1530;
- la XXI, que declara conveniente y deseable que no haya en cada
iglesia sino un solo altar, Dz 1531;
- la XXXII, que prohíbe poner reliquias de santos o flores sobre el
altar, Dz 1532;
- la XXXIII, que manifiesta el deseo de ver la liturgia vuelta a una
mayor sencillez de los ritos, expuesta en lengua vulgar y pronunciada en
voz alta, Dz 1533;
- la XXXIV, que insinúa la necesidad de reformar el rito de la
penitencia “para verse libre de las sutilezas que en el decurso del tiempo
se le han añadido”, Dz 1534;
- las LXI, LXII y LXIII, que condenan la adoración de la humanidad
de Nuestro Señor Jesucristo, especialmente de Su Sacratísimo Corazón, Dz
1561- 1563;
- la LXIV, que tacha de superstición la eficacia que se ponga en
determinado número de preces y piadosos actos (contra las indulgencias), Dz
1564;
- la LXVI, que afirma que sería contra la práctica apostólica y los
consejos de Dios el no procurar al pueblo modos más fáciles de unir su voz
con la voz de toda la Iglesia, Dz 1566;
- la LXVII, que hace de la Sagrada Escritura la fuente casi
exclusiva y necesaria de la vida cristiana (con las lógicas consecuencias
en el ámbito de la liturgia), Dz 1567;
- las LXIX y LXX, que reprueban el culto especial que los fieles
tributan a las imágenes, Dz 1569-1570;
- la LXXI, que prohíbe distinguir las imágenes de la Santísima
Virgen por algún título que no diga mención a los misterios mencionados
expresamente en la Sagrada Escritura, Dz 1571;
- las LXXIII y LXXIV que enuncian, respectivamente, que la
institución de nuevas fiestas (o sea, posteriores a la “edad apostólica “)
ha sido un descuido de la Iglesia, y que se han de suprimir las fiestas de
precepto, trasladándolas al domingo, Dz 1573-1574;
- la LXXXIV, que pretende que únicamente debe existir la orden de
San Benito, uno o dos sacerdotes por monasterio y que se deben decir solamente
una o dos misas cotidianas en cada convento, al mismo tiempo que se
recomienda la concelebración, Dz 1584-1591.
La herejía antilitúrgica según Dom
Gueranguer.
Se trata de un
resumen de la doctrina y práctica de la secta antilitúrgica respecto a la
“depuración” del culto por ellos pro clamada. Dichas observaciones abarcan
especialmente el período que va del siglo XVI al XIX. Lo sorprendente es la
correspondencia de muchos de estos principios con los contenidos implícita o
explícitamente en la Constitución litúrgica y en la nueva misa.
- El odio de la Tradición tal como se encuentra en las fórmulas del
culto divino.
- Sustituir las fórmulas de es tilo eclesiástico (en el sentido más
profundo de la palabra) con lecturas de la Sagrada Escritura.
- Fabricar e introducir fórmulas nuevas (ya que no pueden siempre
someter la Sagrada Escritura a sus propósitos).
- Una habitual contradicción con sus propios principios.
- Quitar de la liturgia todas las ceremonias y todas las fórmulas
que expresan los misterios de la fe.
- Extinción total del espíritu de oración, de la unción propia de la
liturgia católica.
- Supresión de los intermediarios en el culto: calendario litúrgico
sin Santos.
- Uso de la lengua vernácula en el culto divino.
- Liberación de la fatiga y molestias que imponen al cuerpo las
prácticas de la liturgia. Disminución de las oraciones públicas y
particulares.
- Odio a la institución papal … y al poder papal.
- Supresión del sacerdocio: todos, aun los “ministros”, se
transforman en laicos.
- Sumisión del culto, así como toda la religión, al poder secular.
Todos estos
principios se encuentran en la práctica actual de la Iglesia. Evidentemente no
en el mismo grado y con la misma claridad (… evitemos las conclusiones
simplistas). Pero están allí, dirigiendo toda la reforma.
Que los nueve
primeros se encuentran, basta leerlos para darse cuenta. Que también se
encuentran los tres últimos, un simple razonamiento lo demuestra.
La colegialidad, el
gobierno democrático, especialmente a través de las Conferencias episcopales,
han debilitado totalmente el poder papal.
La supresión del
sacerdocio se opera, no por un decreto, sino gradualmente: los sacerdotes se secularizan
(total o parcialmente) hasta confundirse con los laicos; o, lo que lleva al
mismo término por la vía contraria, los laicos se sacerdotalizan.
Finalmente, el ecumenismo
político y la Ostpolitik del Vaticano se ocupan de someter
la religión y el culto a los poderes temporales, ya liberales, ya comunistas.
¿Cómo pudo llegar la
Iglesia a caer en lo que durante tantos siglos combatió y condenó? Misterio de
iniquidad. Pero, ¿cómo puede alguien afirmar que los principios de la reforma
litúrgica contenidos ya en el Concilio son católicos? Misterio de necedad e
ignorancia. El pecado y la ignorancia, los dos males con que todo hombre nace,
y el rechazo de la gracia, tales son las explicaciones últimas de la liturgia
actual.
«Quien siembra el viento, cosecha la
tempestad».
Cosechando
la tempestad
El “Consilium”, origen de todas las demás
reformas litúrgicas.
Cuando se
considera, aun brevemente, la evolución del Movimiento litúrgico desviado, se
tiende a considerar la constitución “Sacrosanctum Concilium” como el punto de
llegada, el término de aquélla evolución. ¡Nada más lejos de la verdad! Para
los innovadores la constitución es, por el contrario, sólo un punto de partida
bastante imperfecto, incluso “conservador”, y como tal, pronto será dejado de
lado.
En efecto, la
constitución es sólo el documento inicial en el cual se apoyarán para
introducir las reformas siguientes. Al sucederse los documentos elaborados por
el “Consilium”, cada nuevo paso se basará, no ya en la constitución conciliar,
sino en el documento inmediatamente anterior de modo tal que, con sorprendente
rapidez, las reformas habrán ido mucho más lejos de lo que permitía suponer la
letra de “Sacrosanctum Concilium”.
Los innovadores
invocarán siempre el espíritu del Concilio más que su letra. Y aunque pueda
sorprender, ello es coherente: la letra es ambigua, pero el espíritu, como
hemos visto, es absolutamente claro. Ateniéndose a él, sus reformas no serán
más que el desarrollo extremo de los principios aceptados por los Padres
Conciliares.
El “Consilium”.
Pablo VI en 1964,
en el motu proprio Sacram Liturgiam, creó el CONSILIUM
AD EX SEQUENDAM CONSTITUTIO NEM DE SACRA LITURGIA, la comisión para
poner en práctica la constitución conciliar sobre la liturgia, encargándole la
re visión de los ritos y libros litúrgicos, y en general, la aplicación
práctica de los principios enunciados por Sacrosanctum Concilium.
Este Consilium,
desde el comienzo de su actuación (y hasta su disolución en 1969, acabada su
tarea de destrucción), irá gradualmente desposeyendo de sus poderes a la
Sagrada Congregación de Ritos (pronto convertida en la Sagrada Congregación para
el Culto Divino).
En su organización
sus miembros se repartirán en dos grandes grupos: primero, el “Consilium”
oficial, con sus integrantes elegidos por el Pontífice y en su mayor parte
formado por personajes eclesiásticos reconocidamente comprometidos con el
Movimiento Litúrgico; y en segundo lugar, los consultores y expertos, elegidos
por el “Consilium “, quienes serán los que realicen efectiva mente las
reformas, presentadas luego al Pontífice a través del “Consilium” oficial (en
este grupo se encuentra la “crema” del Movimiento Litúrgico). La comisión
encargada de la reforma del “Ordo Missae” contaba además con la
presencia de seis observadores protestantes. Se ha negado que tuvieran alguna
intervención activa en dicha reforma, pero Mons. BAUM (integrante de la
conferencia episcopal de Estados Unidos y miembro del Consilium) ha
confirmado lo contrario: “No están allí simplemente como observadores, sino
también como consultores, y participan plenamente en las discusiones sobre la
renovación litúrgica católica”.
Objetivos del “Consilium”.
El objetivo
principal del “Consilium” fue fijado por el mismo Pablo VI: “Hacer la liturgia
más pura, más genuina, más próxima a sus fuentes de verdad y gracia, más apta
para ser patrimonio espiritual del pueblo”.
De tales errores ya
condenados por sus antecesores (arqueologismo, comunitarismo, preocupación
excluyente por la “inteligibilidad” de los ritos), planteados como principios
rectores y como meta de las reformas, sólo podían surgir los frutos que hoy
vemos.
Annibale Bugnini,
secretario del “Consilium”, maestro consumado en estos menesteres, ha ex puesto
claramente el método y los objetivos de los reformado res: “Para que el paso de
lo viejo a lo nuevo ocurra sin solución de continuidad, sin repentinos
contrastes o perjudiciales retrocesos, sino por medio de una lenta y gradual y
natural evolución hasta la perfecta restauración de toda la maravillosa obra
maestra, que es la sagrada liturgia”.
Toda la acción del “Consilium” se basará
sobre principios erróneos:
- -el regreso a las fuentes, el arcaísmo o arqueologismo denunciado
por Pío XII en MEDIATOR DEI: destruir la Tradición viviente para
reconstruir artificialmente estructuras ya muertas;
- -La desacralización, consecuencia forzosa de ese primitivismo
artificial, que en vez de revalorizar lo sagrado, conduce hacia lo
profano;
- -la obsesiva preocupación por la inteligibilidad de los ritos, que
lleva implícito el desprecio hacia la capacidad intelectual de las
generaciones anteriores y que bajo la apariencia de facilitar la
comprensión, lleva irremisiblemente hacia una simplificación tal, que nos
considera como una generación de retardados;
- -el comunitarismo, la alteración y sobrevaloración de la
importancia de la comunidad, y que en realidad es más el culto de las
masas propio del comunismo que un verdadero espíritu comunitario;
- -el activismo, las manifestaciones meramente físicas de la
participación en los ritos, considerándolo lo único importante, el único
signo por el cual se valora la espiritualidad de una comunidad;
- -Todos estos errores confluyen en uno solo: la substitución
progresiva del culto de Dios por el culto del hombre.
La obra del “Consilium”.
Haciéndose eco de
las palabras de Lutero ya citadas, “Destruid la Misa; y destruiréis la
Iglesia Católica”, los reformadores comenzaron inmediatamente su tarea:
en poco menos de tres meses, ya se había elaborado un nuevo rito para la
concelebración y para la comunión bajo las dos especies, a la vez que se
estaban realizando las primeras concelebraciones “ad experimentum”.
¿Cómo explicar un
trabajo tan veloz y prolífico? No ciertamente por un milagro de espontaneidad y
esfuerzo, sino más simple mente: en realidad, son los frutos largamente
madurados del movimiento litúrgico desviado, son documentos que ya muchos años antes
habían sido pensados y planeados hasta en sus mínimos de talles.
Los documentos se
irán sucediendo: las Instrucciones “Inter oecumenici” (septiembre
de 1964) y “Tres abhinc annos” (mayo de 1967) son las más
importantes por los poderes en materia litúrgica que conceden a las
conferencias episcopales (reafirmando la falsa colegiali dad) y, especialmente,
por las re formas que introducen en el Ordo Missae, acentuando el
sentido protestante que se quiere dar a la Misa: con el canon en voz alta, se
quiere convertir a la consagración en el relato de la Cena y no ya en la
renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz; con la supresión de los gestos
de adoración (genuflexiones, ósculos) se tiende a disminuir la fe en la
Presencia Real de Cristo en las especies consagradas.
Según Bugnini,
todas estas reformas introducidas en el “Ordo” carecían de importancia, eran
mínimas y -el mismo Bugnini lo reconoce- agradaban a los interesados en el
movimiento litúrgico: (las reformas) “se refieren, por lo general, a las ceremonias
que reclaman una mayor agilidad, debido a que la celebración en lengua
vernácula y, frecuentemente, frente a la asamblea, hace que algunos gestos
resulten anacrónicos y superfluos y que, por lo tanto, sobre todo en algunos
ambientes donde ha aumentado el interés por la liturgia, provoquen
incomprensión y fastidio”.
Las palabras de
Bugnini son, en cierto modo, válidas: la Misa, con tantas alteraciones,
mutilaciones y reformas, en sus oraciones y gestos simbólicos, con tan tos
cambios físicos que la rodean (altar separado, celebración cara al pueblo,
supresión del tabernáculo en los altares, etc.), se había convertido en un
híbrido irreconocible, y estaban dadas las condiciones necesarias para
reemplazarla por un nuevo ordenamiento del rito.
El Padre Bugnini
elaboró una nueva misa que, bajo el nombre de Misa normativa, fue
presentada al Sínodo de los Obispos reunidos en Roma, en octubre de 1967, y fue
adoptada por una mayoría de 71 votos simple mente afirmativos, más 62
afirmativos “iuxta modum” es decir, con ciertas reservas. Tales
reservas, que han hecho creer a algunos que dichos votos eran negativos, en
realidad se referían a cuestiones secundarias, sin alterar de ningún modo ni el
ordenamiento, ni las oraciones de la Misa.
Esta Misa normativa retocada, será el “Novus Ordo Missae” impuesto en
1969.
Este proceso de descomposición de la Misa será acompañado y completado por uno
semejante en los ritos de todos los sacramentos y sacramentales.
Conclusión
Este rápido pantallazo nos ha permitido ver
cómo los errores destructores de la Liturgia han entrado y señorean en la
Iglesia desde los albores de la reforma de los sacramentos. Es un cáncer que ha
penetrado en el cuerpo místico y se ha apoderado, a la manera de una leucemia,
del flujo vital de éste, la Liturgia. Es un cáncer que progresa e intenta hacer
metástasis en los órganos vitales, los sacramentos. Uno por uno estos órganos
vitales irán cayendo bajo su poder.
“Credidimus
Caritati”, Año
II, Nº 5, Mayo de 1985. Visto en
Ecce Christianuvs.