Nuestro
mundo moderno se caracteriza por designios profundos.
Advertimos
en nosotros miedo y ansiedades.
Los
hombres de otros tiempos temían a Dios, pero era un temor distinto al que hoy
sentimos; antes se preocupaban de no ofender a Dios porque le amaban. Luego
vinieron las guerras mundiales, que infundieron en los hombres un terror
irrechazable de unos a otros.
Hoy todos
nos sentimos humillados y amedrentados, ante el elemento más pequeño del
universo: ¡el átomo!
El mal de
un individuo quedó convertido en el mal de toda la humanidad a partir del día
en que se arrojó la primera bomba atómica. Desde entonces, la muerte es la
pesadilla de la sociedad y de la civilización, y, de esta forma, la Religión se
ha convertido, aun por razones políticas, en la base de la vida humana.
En la
antigüedad, los babilonios, griegos y romanos se batieron en nombre de sus
propias divinidades. Más tarde, el Islamismo oprimió al mundo cristiano,
dejando reducidos los 750 Obispos que había en África en el siglo VII a los
cinco del siglo XI. Pero el Islamismo no combatió a Dios, sino que solamente
luchó contra los que creían en el Dios que se había revelado en Jesús. La
diferencia de las teorías consistía en la elección de los medios para llegar a
Dios, considerado por unos y por otros como el fin de la vida.
Ahora
todo ha cambiado.
Ya no hay
guerras de religión. Existe la lucha desencadenada contra toda fuerza, contra
toda idea religiosa.
El
comunismo no niega a Dios con la misma apatía que lo hace un estudiante de
Bachillerato; el comunismo quiere destruir la idea de Dios; no sólo niega su
existencia, sino que pervierte el concepto. A Dios quiere sustituirlo con el
hombre dictador y dueño del mundo.
Hoy nos
vemos forzados a escoger entre Dios y sus enemigos, y entre Democracia y Fe en
Dios, y el ateísmo y la dictadura.
La
preservación de la civilización y de la cultura está íntimamente ligada a la
defensa de la religión. Si los enemigos de Dios fuesen a prevalecer, habría que
rehacerlo todo.
Pero en
el mundo moderno hay una tercera característica: la tendencia a perderse en la
naturaleza.
El hombre
debe mantener dos contactos estrechos para ser feliz: Uno vertical, con Dios;
el otro, horizontal, con su prójimo.
En la
actualidad, el hombre ha interrumpido las relaciones con Dios por medio de la
indiferencia y de la apatía religiosa y ha hecho pedazos las relaciones
sociales, con la guerra. Y como quiera, que sin felicidad no se puede vivir, ha
tratado de compensar los contactos perdidos con una tercera dimensión de
profundidad con la que espera anularse en la naturaleza. El que antes se
ufanaba de estar hecho a imagen y semejanza de Dios, comenzó a jactarse de ser
el creador de sí mismo y de haber hecho finalmente a Dios a su imagen y
semejanza.
Con este falso humanismo
empezó la bajada de lo humano a lo animal.
El hombre
admitió que descendía de las bestias, apresurándose a confirmarlo en enseguida
con una guerra bestial.
Más
recientemente aún, el hombre se ha identificado por completo con la naturaleza
afirmando que no es sino una compleja composición química.
Hace
mucho se ha denominado “el hombre atómico”. De esta forma, la Teología se ha
reducido a Psicología, la Psicología a Biología y ésta a Física. Ahora podemos
comprender mejor lo dicho por Cournot, que en el siglo XX Dios dejaría a los
hombres en poder de las leyes mecánicas, de las que Él mismo era autor.
Permitid
que me explique:
La bomba
atómica actúa sobre la humanidad lo mismo que el excesivo alcohol en un
individuo. Si un hombre abusa del alcohol y bebe demasiado, éste se rebela y
habla de este modo al alcoholizado: “Dios me crió para curar y proporcionar
alegría, usado racional y moderadamente, pero tú has abusado de mí. Por eso me
vuelvo contra ti. Desde ahora, tendrás jaquecas, aturdimientos, dolor de
estómago; perderás el uso de la razón y te harás mi esclavo, aunque yo no he
sido criado para esto.”
Lo mismo
ocurre con el átomo, que dice al hombre: “Dios me creó y puso en el universo la
energía atómica, y por ello alumbra el sol al mundo. La gran fuerza que el
Todopoderoso encerró en mi corazón fue creada para servir a fines pacíficos,
para iluminar vuestras poblaciones, para impulsar vuestros motores, para
aligerar el trabajo humano. En cambio, vosotros habéis robado el fuego del
cielo, como Prometeo, y lo habéis empleado la primera vez para destruir
ciudades enteras. Originariamente no se empleó electricidad para matar a ningún
hombre, pero, en cambio, la energía atómica la habéis empleado para matar a
millares de ellos. Por este motivo me volveré contra vosotros, haré que temáis
lo que deberíais apreciar, y millones de pechos de entre vosotros temblarán
horrorizados ante los enemigos que vendrán a devolveros lo que habéis hecho con
ellos: transformaré la humanidad en un Frankestein que se defenderá metiéndose
en los refugios antiaéreos contra los monstruos que habéis creado.” No es que
Dios abandone al mundo, sino que el mundo ha abandonado a Dios al unir su
suerte con la de la naturaleza, separada de la naturaleza de Dios.
La bomba
atómica significa que el hombre se ha hecho esclavo de la naturaleza y de la
física que había creado Dios para que le sirviera.
Este
estado de cosas hace surgir una pregunta: “¿Hay aún alguna esperanza?”
Ciertamente que sí, y ¡una muy grande esperanza!
La
esperanza última es Dios, pero la gente está tan alejada de Él, que no logra
salvar de un salto el abismo que le separa de Él.
Debemos
partir de cómo sea el mundo, y el mundo está absorbido por la naturaleza, cuyo
símbolo es actualmente la bomba atómica. El pensamiento de la Divinidad aparece
muy alejado.
¿Y no habrá en toda la
naturaleza creada algo puro e incontaminado con lo que podamos reemprender el
camino de regreso?
Aquí lo
tenemos: es lo que Wodsworth llamaba “la única gloria de la naturaleza
corrompida”. Esta gloria y esperanza es la Mujer.
No es una
diosa, no es de naturaleza divina, ni tiene, por tanto, derecho de que se le
adore, aunque sí de que se le venere, y salió de la materia física y cósmica,
pero tan sumamente santa y buena, que cuando Dios bajó a la tierra la eligió
por Madre Suya y Señora del mundo. Es en extremo interesante hacer resaltar que
la Teología de los rusos, antes de que el corazón de su pueblo se helase con
las teorías de los enemigos de Dios, enseñaban que Jesucristo vino al mundo
para iluminarle, cuando los hombres habían rechazado al Padre Celestial. Añadía
que cuando el mundo hubiese rechazado a Jesucristo, como hace ahora, de las
tinieblas de la noche del pecado surgiría Su Madre, para dar luz a la oscuridad
y guiar al mundo hacia la paz.
La
hermosa aparición de la Virgen Bendita de Fátima, en Portugal, de abril a
octubre de 1917, fue una comprobación de la tesis rusa: cuando menos hubiere
reconocido el mundo al Salvador, Él nos mandaría a Su Santísima Madre para
salvarnos. Y fue precisamente en el mismo mes en que estalló la Revolución
bolchevique cuando hizo la Virgen su principal revelación. En otra transmisión
trataremos de lo que se dijo entonces. De lo que quiero hablar hoy es de la
Danza del Sol, que se verificó el 13 de octubre de 1917. Los amantes de la
Madre de Nuestro Señor no necesitan pruebas ulteriores. Y como los que
desgraciadamente no conocen ni al Uno ni a la Otra preferirán los testimonios
de quienes rechaza, ya sea a Dios o a Su Madre, presentaré la descripción hecha
del fenómeno por el articulista ateo del entonces diario anárquico portugués “O
Século.”
Dicho
periodista fue uno de los 70,000 espectadores que observaron el prodigio. Y lo
describe así: “Un espectáculo único e increíble… Puede verse la inmensa
muchedumbre vuelta al sol, que aparece libre de nubes en pleno mediodía. El
astro rey semeja un disco de plata y se le puede mirar sin molestia alguna… La
gente, con la cabeza descubierta y presa de terror, abre los ojos, intentando
escudriñar el azul del cielo. El sol se ha estremecido y hecho unos movimientos
bruscos, sin precedentes y fuera de todas las leyes cósmicas: Según expresión
gráfica de los campesinos, “El sol bailaba.” Daba vueltas en torno suyo, como
una rodancha o rueda de juegos artificiales, y llegó casi a quemar la tierra
con sus rayos… Queda para los competentes opinar sobre la danza macabra del
sol, que hoy ha hecho Fátima que los pechos de los fieles prorrumpiesen en
¡Hosanas! Y a impresionado a los librepensadores y a los que menos se preocupan
por los problemas religiosos.”
Otro
diario ateo y anticlerical, “A Orden,” escribió: “El sol aparece circundado en
unos momentos por llamas de color carmesí, y en otros, auroleado de amarillo y
matices rojizos. Pareció girar sobre sí mismo en rápido movimiento de rotación,
desprendiéndose aparentemente del cielo para acercarse a la tierra, irradiando
un intenso calor.”
¿Por qué
se serviría Dios Todopoderoso de la única fuente de luz y de calor
indispensable a la naturaleza para revelarnos el mensaje de la Virgen e 1917,
en la terminación de la primera guerra mundial, si no iban a arrepentirse los
hombres? Solamente podemos hacer conjeturas. ¿Quería, acaso, significar que la
bomba atómica oscurecería al mundo como un sol vacilante?
No lo
creo.
Tengo por
más seguro que fuese una señal de esperanza y que significase que la Virgen nos
ayudaría a huir de la perversión de la naturaleza realizada por el hombre.
La
Sagrada Escritura nos tiene anunciado: “Después aparecerá un gran prodigio en
el cielo, una mujer que tendrá al sol por manto” (Apocalipsis, 12, 1).
Durante
siglos y siglos ha dicho la Iglesia en sus cantos a María, “Electa ut Sol,”
bella como el sol, que da la vuelta al mundo esparciendo su luz por doquier,
salvo donde los hombres se guardasen de ella, calentando lo que estuviere frío,
abriendo los capullos para convertirlos en flores y dando fuerza a lo que
estuviere debilitado. ¡Fátima no es una advertencia, sino una esperanza!
Mientras
el hombre toma el átomo y lo desintegra para anonadar al mundo, María mueve el
sol como un juguetillo colgado de su muñeca para convencer al mundo de que Dios
le ha conferido un enorme poder sobre la naturaleza, pero no para la muerte,
sino para la luz, la vida y la esperanza.
El
problema del mundo moderno no es la existencia de la gracia, sino la existencia
de la naturaleza y su necesidad de la gracia.
María es
el eslabón de conjunción y nos asegura que no se nos destruirá porque la misma
central de la energía atómica, el sol, es un juguete en sus manos.
De la
misma manera que Cristo hace de mediador entre Dios y el hombre, la Virgen hace
de mediadora entre el mundo y Cristo.
Así como
un hijo desnaturalizado que se hubiese rebelado contra su padre y se hubiese
marchado de la casa paterna se dirigiría a la madre, al querer volver, para que
intercediese con el padre, de igual modo debemos recurrir nosotros a María, la
única criatura pura y sin mancha que puede interceder entre nosotros, hijos
rebeldes, y su Divino Hijo.
No es
necesaria una tercera guerra mundial, y aun lo será menos si ponemos a la Mujer
contra el átomo.
La ciencia ha hecho cuanto
estaba de su parte para nuestra comodidad en la tierra, y ahora, por el
contrario produce una cosa que podría dejarnos a todos sin hogar. Temerosos de
esto, volvámonos a la Mujer, que también se vio sin techo protector porque “no
había sitio en las posadas”.
Rusia es
cierto que quisiera conquistar el mundo para Satanás. Pero nosotros seguimos
esperando. Entre las criaturas hay una mujer que puede acercarse al mal sin que
ésta la muerda. En los albores de la historia de la humanidad, cuando el diablo
tentó al hombre para que le sustituyese su amor a Dios por el egoísmo, Dios
prometió que el talón de una Mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Que en
vez de una cobra roja que mate sean la hoz y el martillo, tiene poca
importancia para la Mujer a través de la cual conquiste Dios la hora del mal.
Empezad por rezar como no lo habéis hecho hasta el presente. Rezad el Rosario
por la mañana, mientras os dirigís al trabajo, en vuestra casa cuando tengáis
un rato libre y durante vuestro trabajo en el campo o en el almacén.
¡Si
rezamos, no habrá más guerra! Eso es absolutamente cierto.
El pueblo
ruso no ha de conquistarse mediante una guerra. ¡Demasiado ha sufrido en estos
treinta y tres últimos años!
Se debe
acabar con el comunismo, y esto puede lograrse mediante una revolución
interior.
Rusia no
tiene contra sí una bomba atómica tan sólo, sino dos. La segunda bomba es el
sufrimiento de su pueblo, que gime bajo el yugo de la esclavitud. ¡Cuando
explote, lo hará con una fuerza infinitamente superior a la del átomo!
Pero
también tenemos nosotros necesidad de una revolución como Rusia.
Nuestra
revolución debe venir desde el interior de nuestros corazones, es decir, que
hemos de reconstruir nuestras vidas, del mismo modo que la revolución rusa debe
comenzar por el interior, sacudiéndose el yugo de Satanás.
La
revolución rusa marchará al paso de la nuestra. Pero, sobre todo, hemos de
tener esperanza. Si para el mundo no hubiese esperanza de salvación, ¿hubiese
enviado Jesús a Su Madre con la energía atómica del sol a sus órdenes?
¡Oh
María! Hemos desterrado a tu Divino Hijo de nuestras vidas, de nuestras
asociaciones, de nuestra educación y de nuestras familias. ¡Ven con la luz del
sol como símbolo de Su Poder! Rompe nuestras guerras, nuestra oscura inquietud.
Enfría la boca de los cañones encendidos por la guerra. Aparta nuestras mentes
del átomo y nuestras almas del abuso de la naturaleza.
Haznos
renacer en tu Divino Hijo a nosotros tus ya antiguos hijos de la tierra.
¡Por el
amor de Jesús!