miércoles, 31 de octubre de 2012

La nueva religión y la obediencia.




Por dos veces me dijeron los enviados de la Santa Sede: «Ya no es posible en nuestro tiempo la Realeza Social de Nuestro Señor; hay que aceptar definitivamente el pluralismo de las religiones». Fueron sus palabras.
Pues bien, yo no pertenezco a esta religión. Es una religión liberal, modernista, que tiene su culto propio, sus sacerdotes, su fe, sus ca­­tecismos, su Biblia ecuménica, traducida en común por católicos, judíos, protestantes, anglicanos, mudando y guardando la ropa a un tiempo, dando satisfacción a todo el mundo, es decir, sacrificando con frecuencia la interpretación del ma­gisterio. Nosotros no aceptamos esta Biblia ecuménica. Existe la Bi­blia de Dios, su Palabra, que no tenemos el derecho de mezclar con la palabra de los hombres.
Cuando yo era niño, la Iglesia tenía en todas partes la misma Fe, los mismos Sacramentos, el mismo Sacrificio de la Misa. Si me hubieran dicho entonces que esto cambiaría, no lo habría podido creer. En toda la Cristiandad se oraba a Dios de la misma manera. La nueva religión liberal y modernista ha sembrado la división.
Los cristianos están ya divididos dentro de una misma familia a causa de esta confusión que ha sido instaurada: no van a la misma misa, no leen los mismos libros. Hay sacerdotes que ya no saben qué hacer: o bien obedecen ciegamente lo que sus superiores les imponen y así pierden en cierta forma la Fe de su infancia y de su juventud, y renuncian a los votos que hicieron en el momento de su ordenación como su juramento antimodernista, o bien resisten, pero con la impresión de separarse del Papa, que es nuestro Padre y el Vicario de Cristo. En am­bos casos ¡qué desgarramiento! Son muchos los sacerdotes que han muerto prematuramente de dolor.
Y ¡cuántos otros se han visto obligados a abandonar sus parroquias, en las que hacía tantos años ejercían su ministerio, por estar expuestos a una abierta persecución por parte de sus jerarquías, y a pesar del apoyo de sus fieles, a quienes se les arrancaba su pastor! Tengo a la vista el emocionante adiós de uno de ellos, a los feligreses de dos parroquias de las cuales era el pá­rroco: «En la conversación del…, el señor Obispo me ha dirigido un ultimátum: aceptar o rehusar la nueva religión; yo no tenía escape posible. Por tanto, para mantenerme fiel al compromiso de mi sacer­do­cio, para mantenerme fiel a la Fe eterna… me vi obligado, forzado, contra mi voluntad, a retirarme… La simple honestidad y, sobre todo, mi honor sacerdotal, me obligaron a ser leal precisamente en esta materia de gravedad divina (la Misa). Esta prueba de fidelidad y de amor es la que debo dar a Dios y a los hombres, y sobre ella seré juzgado el último día, como también todos aquéllos a quienes se confió este mismo depósito».
La división afecta hasta las menores manifestaciones de piedad. En el Val-de-Marne, el obispado hi­zo expulsar por la policía a 25 católicos que rezaban el rosario en una iglesia, privada de cura titular desde hacía años. En la diócesis de Metz el Obispo hizo intervenir al alcalde comunista para que fuera suspendido el préstamo de un local concedido a un grupo de tradicionalistas. En el Canadá 6 fieles fueron condenados por el tribunal, que la ley de este país permite intervenir en esta clase de asuntos, por haberse obstinado en comulgar de rodillas. El Obispo de Antigonish los acusó de perturbar voluntariamente el orden y la dignidad de un servicio religioso. (…) ¡De parte del Obispo, prohibido a los cristianos doblar la rodilla ante Dios! El año pasado, la peregrinación de jóvenes a Chartres terminó con una misa en los jardines de la Catedral, porque estaba prohibido celebrar dentro la misa de San Pío V. Pero, quince días después, se abrieron las puertas para un concierto de música espiritual, en el curso del cual fueron ejecutadas danzas por una excarmelita.
Se enfrentan dos religiones; nos encontramos en una situación dramática, es necesario llevar a cabo una elección, pero esta elección no es entre la obediencia y la desobediencia. Lo que se nos propone, a lo que se nos invita expresamente, por lo que se nos persigue, es escoger una apariencia de obediencia. Porque el Santo Padre, en efecto, no nos puede pedir que abandonemos nuestra fe.
Nosotros elegimos pues guardarla y no podemos equivocarnos en seguir fieles a lo que la Iglesia ha enseñado durante dos mil años. La crisis es profunda, sabiamente organizada y dirigida de modo que se puede en verdad creer que el maestro de esta obra no es un hombre, sino el mismo Satanás. Es un golpe magistral de Satanás haber logrado hacer que los católicos desobedezcan a toda la Tradición en nombre de la obediencia. Un ejemplo típico nos lo da el “aggiornamento” de las sociedades religiosas: por obediencia, se hace desobedecer a los religiosos y religiosas a las leyes y constituciones de sus fundadores, que juraron observar cuando hicieron su profesión. La obediencia en este caso debería ser categóricamente negativa. Ni siquiera la autoridad legítima puede imponer un acto reprensible, ma­lo. (…) Lo mismo que nadie puede hacer que nos hagamos protestantes o modernistas.

Monseñor Marcel Lefebvre, tomado de su “Carta abierta a los católicos perplejos”, cap. XVIII.

Lo que queda en pié luego del huracán Sandy.



La Sagrada Imagen de Nuestra Señora permanece intacta, en medio de los escombros producidos por el paso del Huracán Sandy en Breezy Point (Queens, Nueva York).

Our Lady remains intact amid the rubble after Hurricane Sandy in Breezy Point, Queens in New York City.

Imagem de Nossa Senhora permanece intacta em meio aos escombros após a passagem do furacão Sandy em Breezy Point, no Queens em New York City.


viernes, 26 de octubre de 2012

1 de Noviembre: convocan a defender la Catedral Metropolitana.




La Liga de Defensa y Custodia de la Fe convocó a defender la Catedral Metropolitana el día 1° de Noviembre de 2012 a las 17.30 hs de grupos abortistas que de antemano pretenderán blasfemar y cometer actos sacrílegos. A continuación se transcribe el Comunicado:

Para el 1 de noviembre próximo, Fiesta de Todos los Santos, los grupos abortistas están convocando a la Plaza de Mayo, en que “clamarán” por el aborto legal y gratuito, previéndose sus ya conocidos agravios –verbales y físicos- a la Catedral Metropolitana, en que se pretende ensuciar a la Iglesia toda, y a quienes formamos sus piedras vivas.
Teniendo en cuenta el nivel de impunidad con que en este momento se ostenta una mayor agresividad, en expresiones cada vez más violentas frente a los templos de nuestro país, creemos que la presencia de los católicos convencidos será cada vez más necesaria ante estos atropellos, en defensa y testimonio elocuente de nuestra Fe.
Convocamos a su presencia en la Catedral, Metropolitana de Buenos Aires, a las 17.30 hs.
Que María Reina, San Miguel Arcángel y Todos los Santos, protejan a nuestra Patria, y a todos sus hijos.

Liga de Defensa y Custodia de la Fe

Principios del liebralismo.




Primeramente, definamos en pocas palabras el liberalismo, cuyo ejemplo histórico más típico es el protestantismo. El liberalismo pretende liberar al hombre de toda restricción no querida o aceptada por él mismo.

Primera liberación: la que libera a la inteligencia de toda verdad objetiva impuesta. La verdad debe ser aceptada diferentemente según los individuos o los grupos de individuos; por tanto, debe ser necesariamente repartida. La verdad se hace y se busca sin fin. Nadie puede pretender tenerla exclu­sivamente y en su totalidad. Es de imaginar cómo se opone eso a Nuestro Señor Jesucristo y a su Iglesia.

Segunda liberación: la de la Fe que nos impone dogmas, formulados de manera definitiva y a los cuales la inteligencia y la voluntad deben someterse. Los dogmas, según el liberal, deben ser pasados por la criba de la razón y de la ciencia, y eso de modo permanente, dados los progresos científicos. Resulta, pues, imposible admitir una verdad revelada definida de una vez para siempre. Se advertirá la oposición de este principio a la revelación de Nuestro Señor y a su autoridad divina.

Por último, tercera liberación: la de la ley. La ley, según el liberal, limita la libertad y le impone una coacción, primero, moral, y luego, física. La ley y sus restricciones salen al paso de la dignidad humana y de la conciencia. La conciencia es la ley suprema. El liberal confunde libertad con licen­cia. Nuestro Señor Jesucristo es la Ley viviente; vemos, pues, cuán honda es la oposición del liberal a Nuestro Señor.

Consecuencias del liberalismo.

Los principios liberales tienen por consecuencia la destrucción de la filosofía del ser y el rechazo de toda definición de los seres para encerrarse en el nominalismo o en el existencialismo y el evolu­cionismo. Todo está sujeto a mutación, a cambio.
Una segunda consecuencia, igualmente grave —si no más— es la negación de lo sobrenatural; por lo tanto, del pecado original, de la justificación por la gracia, del verdadero motivo de la Encarnación, del Sacrificio de la Cruz, de la Iglesia, del sacerdocio.
Toda la obra realizada por Nuestro Señor se falsea y ello se traduce en una visión protestante de la Liturgia del Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos, que ya no tienen por objeto la aplicación de la Redención a las almas, a cada alma, con el fin de comunicarle la gracia de la vida divina y prepararla para la vida eterna por la pertenencia al cuerpo místico de Nuestro Señor, sino que en lo sucesi­vo tienen por centro y motivo la pertenencia a una comunidad humana de carácter religioso. Toda la reforma litúrgica se resiente de esa orientación.
Otra consecuencia: la negación de toda autoridad personal, participación en la autoridad de Dios. La dignidad humana exige que el hombre no esté sometido sino a lo que él consiente. Como una auto­ridad resulta indispensable para la vida de la sociedad, el hombre no admitirá más que la autoridad aceptada por una mayoría, porque representa la delegación de la autoridad de los individuos más numerosos en una persona o en un grupo determinado, dado que siempre la autoridad no es más que delegada.
Ahora bien: esos principios y sus consecuencias, que exigen la libertad de pensamiento, la libertad de enseñanza, la libertad de conciencia, la libertad de elegir su religión; esas falsas libertades que suponen la laicidad del Estado, la separación de Iglesia y Estado, han sido constantemente condena­das, a partir del Concilio de Trento, por los sucesores de Pedro y, en primer término, por el propio Concilio de Trento.

Condenación del liberalismo por al Magisterio de la Iglesia.

La oposición de la Iglesia al liberalismo protestante provocó el Concilio de Trento, lo cual explica la notable importancia que tuvo ese Concilio dogmático en lo referente a la lucha contra los errores liberales, a la defensa de la verdad, de la Fe, y en particular a la codificación de la Liturgia del Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos mediante las definiciones relativas a la justificación por la gracia.
Enumeraremos algunos documentos entre los más importantes, que han completado y confirmado la doctrina del Concilio de Trento:

— La Bula “Auctorem fidei” de Pío VI contra el Concilio de Pistoia.
— La Encíclica “Mirari vos” de Gregorio XVI contra Lamennais.
— La Encíclica “Quanta cura” y el “Syllabus” de Pío IX.
— La Encíclica “Immortale Dei” de León XIII, que condena el derecho nuevo.
— Las Actas de San Pío X contra Le Sillon y el modernismo, en especial el decreto “Lamentabili” y el juramento antimodernista.
— La Encíclica “Divini Redemptoris” del Papa Pío XI contra el comunismo.
— La Encíclica “Humani generis” del Papa Pío XII.

Por lo tanto, el liberalismo y el catolicismo liberal siempre han sido condenados por los sucesores de Pedro en nombre del Evangelio y de la Tradición apostólica. Esa conclusión evidente tiene pri­mordial importancia para determinar nuestra actitud y manifestar nuestra unión indefectible al magis­terio de la Iglesia y a los sucesores de Pedro. Nadie más que nosotros tiene hoy mayor adhesión al sucesor de Pedro cuando se hace vocero de las tradiciones apostólicas y de las enseñanzas de todos sus predecesores.
Porque en la definición misma del sucesor de Pedro está guardar el depósito y transmitirlo fiel­mente. Sobre ese punto el Papa Pío IX proclama en Pastor AEternus: “En efecto, el Espíritu Santo no ha sido prometido a los sucesores de Pedro para permitirles publicar, según sus revelaciones, una doc­trina nueva, sino para custodiar estrictamente y exponer fielmente con su asistencia las revelaciones transmitidas por los Apóstoles, es decir, el depósito de la Fe”.

Influencia del liberalismo en el Concilio Vaticano II.

Llegamos ahora a la cuestión que nos preocupa: ¿Cómo explicar que en nombre del Concilio Vaticano II se pueda presentar oposición a tradiciones seculares y apostólicas, poniendo de esa forma en tela de juicio al propio sacerdocio católico y su acción esencial, el santo Sacrificio de la Misa?
Un grave y trágico equívoco pesa sobre el Concilio Vaticano II, presentado por los Papas mismos en términos que favorecieron ese equívoco: Concilio del aggiornamento, de la “actualización” de la Iglesia, Concilio pastoral, no dogmático, como acaba de decir el Papa hace apenas un mes. Esa pre­sentación, en la situación de la Iglesia y del mundo en 1962, ofrecía enormes peligros a los cuales el Concilio no consiguió escapar. Resultó fácil traducir esas palabras de modo tal que los errores libera­les se infiltraran en gran medida en el Concilio. Una minoría liberal entre los Padres conciliares, y sobre todo entre los Cardenales, tuvo gran actividad, se organizó en alto grado y encontró gran apoyo en una pléyade de teólogos modernistas y en numerosos secretariados. Pensemos en la enorme producción de impresos del IDOC, subvencionada por las Conferencias Episcopales alemana y holandesa.
Tuvieron la astucia de pedir inmediatamente la adaptación al hombre moderno, es decir, el hombre que quiere liberarse de todo, de presentar a la Iglesia como inadaptada, impotente, de echarle la culpa a los predecesores. Se mostró a la Iglesia tan culpable de las desuniones de otrora como los protes­tantes y los ortodoxos. La Iglesia debía pedir perdón a los protestantes presentes. La Iglesia de la Tradición era culpable por sus riquezas, por su triunfalismo; los Padres del Concilio se sentían culpa­bles de estar fuera del mundo, de no ser del mundo; sus insignias episcopales, y muy pronto sus sota­nas, ya les causaban sonrojo.
Ese ambiente de liberación enseguida invadió todos los terrenos y se reflejó en el espíritu de cole-gialidad, que disimulaba la vergüenza que provoca ejercer una autoridad personal, tan contraria al espí­ritu del hombre moderno —léase el hombre liberal—. Los Papas y los Obispos ejercerán su autori­dad colegiadamente en los sínodos, en las conferencias episcopales, en los consejos presbiterales. En último término, la Iglesia debe abrirse a los principios del hombre moderno. También la Liturgia debía liberalizarse, adaptarse, someterse a las experimentaciones de las conferencias episcopales.
La libertad religiosa, el ecumenismo, la investigación teológica, la revisión del derecho canónico, atenuarán el triunfalismo de una Iglesia que se proclamaba única arca de salvación. La verdad se encuentra repartida en todas las religiones; una investigación común hará progresar a la comunidad religiosa universal en torno de la Iglesia. Los protestantes en Ginebra —Marsaudon en su libro “L’oecuménisme vu par un franc-maçon”—, los liberales como Fesquet, triunfan. ¡Por fin terminará la era de los estados católicos! ¡El derecho común para todas las religiones! ¡“La Iglesia libre en el Estado libre”, según la fórmula de Lamennais! ¡La Iglesia adaptada al mundo moderno! ¡El derecho público de la Iglesia y todos los documentos citados anteriormente se vuelven piezas de museo pro­pias de épocas perimidas! Leed al comienzo del esquema sobre “La Iglesia en el mundo” la descrip­ción de los tiempos modernos en transformación, leed las conclusiones: son del más puro liberalismo. Leed el esquema sobre “La libertad religiosa” y comparadlo con la encíclica “Mirari vos” de Gregorio XVI, con “Quanta cura” de Pío IX, y podréis comprobar la contradicción casi palabra por palabra. Decir que las ideas liberales no han influido sobre el Concilio Vaticano II equivale a negar la evidencia. La crítica interna y la crítica externa lo prueban con creces.

Influencias del liberalismo en las reformas y orientaciones conciliares.

Si pasamos del “Concilio” a las “reformas” y a las “orientaciones”, las pruebas son contundentes. Ahora bien: observemos que en las cartas de Roma que nos piden un acto de pública sumisión, las tres cosas se presentan indisolublemente unidas. Se equivocan torpemente los que afirman que se trata de una mala interpretación del Concilio, como si el Concilio en sí mismo fuera perfecto y no pudiera ser interpretado a través de sus reformas y orientaciones. Las reformas y las orientaciones oficiales posconciliares manifiestan más palpablemente que cualquier otro escrito la interpretación oficial y deseada del Concilio.
No tenemos necesidad de extendernos: los hechos hablan por sí solos, y por desgracia, con triste elocuencia. ¿Qué queda en pie de la Iglesia preconciliar? ¿Dónde no ha operado la autodemolición? Catequesis, seminarios, congregaciones religiosas, Liturgia de la Misa y de los Sacramentos, consti­tución de la Iglesia, concepto del sacerdocio: las concepciones liberales lo han devastado todo y han llevado a la Iglesia más allá de las concepciones del protestantismo, para estupefacción de los protes­tantes y reprobación de los ortodoxos.
Una de las comprobaciones más espantosas de la aplicación de esos principios liberales es la aper­tura a todos los errores, y en particular al más monstruoso jamás surgido del espíritu de Satanás: el comunismo. El comunismo hizo su entrada oficial en el Vaticano, y su revolución mundial se ve sin­gularmente facilitada por la pasividad oficial de la Iglesia, más aún, por apoyos frecuentes a la revo­lución, a pesar de las desesperadas advertencias de los Cardenales que han sufrido los zarpazos comu­nistas.
La negación de este Concilio pastoral a condenar oficialmente el comunismo bastaría por sí sola para cubrirlo de vergüenza ante toda la historia, cuando se piensa en las decenas de millones de már­tires, en los individuos despersonalizados científicamente en los hospitales psiquiátricos para servir de cobayos a todos los experimentos. Y el Concilio pastoral, que reunió a 2.350 Obispos, ha guardado silencio, a pesar de las 450 firmas de Padres que pedían esa condena, firmas que yo mismo llevé a Monseñor Felici, secretario del Concilio acompañado por Monseñor Sigaud, Obispo de Diamantina.
¿Hay que seguir con el análisis para llegar a la conclusión? Me parece que bastan estas líneas para que podamos negarnos a seguir a este Concilio, sus reformas, sus orientaciones, en todo lo que tienen de liberalismo y de neomodernismo.
Querernos responder a la objeción —no faltará quien nos la haga— referente a la obediencia, a la jurisdicción de aquéllos que quieren imponernos esa orientación liberal. Respondemos: en la Iglesia, el derecho y la jurisdicción están al servicio de la Fe, finalidad primera de la Iglesia. No hay ningún derecho, ninguna jurisdicción que pueda imponernos una disminución de nuestra Fe.
Aceptamos esa jurisdicción y ese derecho cuando están al servicio de la Fe. Pero, ¿quién puede juzgarlo? La Tradición, la Fe enseñada desde hace dos mil años. Todo fiel puede y debe oponerse a quienquiera que en la Iglesia pretenda afectar su fe, la fe de la Iglesia de siempre, basada en el Catecismo de su infancia.
Defender su fe es el primer deber de todo cristiano, con mayor razón de todo sacerdote y de todo obispo. En el caso de todo orden que comporte un peligro de corrupción de la Fe y de las costumbres, la “desobediencia” es un deber grave. Como estimamos que nuestra fe se halla en peligro merced a las reformas y las orientaciones posconciliares, tenemos el deber de “desobedecer” y conservar la Tradición. El más grande servicio que podemos prestar a la Iglesia Católica, al sucesor de Pedro, a la salvación de todas las almas y de la nuestra, es rechazar la Iglesia reformada y liberal, porque cree­mos en Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, que no es liberal ni reformable.
Una última objeción: este Concilio es un Concilio como los otros. Por su ecumenicidad y su con­vocación, sí lo es; por su objeto —y eso es esencial— no lo es. Un Concilio no dogmático puede no ser infalible; lo es sólo cuando recoge verdades dogmáticas tradicionales.
¿Cómo justificáis vuestra actitud con respecto al Papa?
Somos los más ardientes defensores de su autoridad como sucesor de Pedro, pero regulamos nues­tra conducta de acuerdo con las palabras de Pío IX ya citadas. Aplaudimos al Papa vocero de la Tradición y fiel a la transmisión del depósito de la Fe. Aceptamos las innovaciones que están confor­mes con la Tradición y la Fe. No nos sentimos sujetos por obediencia a innovaciones que van en con­tra de la Tradición y amenazan nuestra Fe. En ese caso, nos colocamos a favor de los documentos pon­tificios citados anteriormente. No vemos, en conciencia, cómo un católico fiel, sacerdote u obispo, puede tener otra actitud frente a la dolorosa crisis por la que atraviesa la Iglesia. “Nihil innovetur nisi quod traditum est”, que no se innove nada sino que se transmita la Tradición. ¡Que Jesús y María nos ayudan a permanecer fieles a nuestros compromisos episcopales! “No digáis que es verdad lo que es falso, no digáis que es bueno lo que es malo”. Eso es lo que se nos dijo en nuestra consagración.
Contamos, pues, con el auxilio de vuestras oraciones y de vuestra generosidad para proseguir, a pesar de las pruebas, esta formación sacerdotal indispensable para la vida de la Iglesia. No es la Iglesia ni el sucesor de Pedro los que nos atacan, sino hombres de Iglesia imbuidos de errores libera­les, que ocupan cargos elevados dentro de la Iglesia y aprovechan su poder para hacer desaparecer el pasado de la Iglesia e instaurar una nueva Iglesia que no tiene nada de católica.
Así pues, es menester que salvemos a la verdadera Iglesia y al sucesor de Pedro de ese ataque satá­nico que hace pensar en las profecías del Apocalipsis. Oremos sin cesar a la Virgen María, a San José, a los Santos Angeles Custodios y a San Pío X, para que vengan en nuestro auxilio, a fin de que la Fe católica triunfe sobre los errores. Permanezcamos unidos en esa Fe, evitemos la polémica, amémonos los unos a los otros, reguemos por los que nos persiguen y devolvamos bien por mal.
Y que Dios os bendiga.

Mons. Marcel Lefebvre, Arzobispo. Carta a los Amigos y Benefactores 9, octubre de 1975, publicada en “Un Obispo Habla”.

lunes, 15 de octubre de 2012

Carta de una fiel a Mons. Aguer. Sobre la defensa de la Catedral de La Plata


Excelentísimo Arzobispo de La Plata

Monseñor Aguer:

Le escribo desde lo más profundo de mi alma católica. Soy fiel de esta Diócesis y ayer estuve en la defensa de la Catedral.
            Ya debe saber lo que ocurrió allí. Si lo vio desde la Curia tal vez no captó enteramente lo ocurrido, entonces le voy a contar. Yo estuve a un metro de los manifestantes abortistas, que marcharon luego de uno de esos congresos de adoctrinamiento marxista que están tan de moda últimamente, con la intención de pintarrajear la casa de Dios, nuestra Catedral.
            Con un conjunto de fieles nos ubicamos en la base de las escalinatas, para impedir el paso. La policía a los costados en silencio. Las abortistas, rugiendo, vociferando insultos a Ntro. Señor, a Su Madre y a la Santa Iglesia. Delante, muy cerca mío un sacerdote, detrás fieles y algún otro cura. No mucho más.

Aquellas endemoniadas nos cantaban “cada vez son menos” y tenían razón.

¿Dónde estaba usted? ¿Dónde el resto de los sacerdotes? ¿O el Seminario?

Silencio. No estaban.

Me duele la jerarquía de la Iglesia, Monseñor, me duele muchísimo. Y no me duelen los escupitajos con los que me cubrieron, ni los envases de aerosol que me arrojaron, ni los insultos impuros con los que marcharon mis oídos de mujer católica. Me duele el alma. Y no por mí, por ustedes.
Usted se lo perdió. Perdió la oportunidad de ser humillado, escupido y golpeado por Cristo. Y lo merecía, merecía esa humillación. Y ¿sabe por qué? Porque ha sido uno de los pocos miembros de la Jerarquía mediocre de la Iglesia argentina que ha dado la cara por Cristo. Y su presencia ayer hubiese sido magnífica. Hubiese sido una hermosa obra para presentar a los pies de Ntro. Señor, cuando le llegue la hora de dar cuenta de su vida.
Sólo imagine, en la base de las escaleras, Usted, junto a los sacerdotes de esta Diócesis, detrás los seminaristas y luego los laicos. Si usted estaba allí, hubiesen ido todos, lo puedo asegurar.
Imagine la repercusión en los medios de comunicación, a nivel nacional e internacional. ¿Puede hacerlo? Yo desperté hoy, pensando en ello. Imagine el coro angélico en el Cielo vivando aquel acto, piense en la Santísima Virgen.

La marcha de ayer, fue un regalo que Dios nos hizo a todos los que fuimos. Dimos testimonio, fuimos confesores de la Fe frente a una plaza llena de católicos con gorritas naranjas que no cruzaron una mísera calle para defender lo que creen. ¿Cómo llamarlos? ¿Cobardes, necios, liberales o progresistas? No, es demasiado. Usted tampoco fue, ni el clero, ni los religiosos. Estos laicos no merecen ser tratados tan duramente.
Yo fui y mi corazón arde de alegría. Se templó mi Fe, nunca recé el Santo Rosario con tanta paz como ayer, entre escupidas e insultos. Terminé llena de fervor.
¿Sabe lo bien que le hubiese hecho a sus seminaristas esto? La Fe se prueba y se vive. Quien no puede vivirla, no la tiene. No importa cuántos años lleve estudiando Teología.
El que ama, defiende lo amado. Es algo simple.
Cuando se iban aquellos energúmenos (en el sentido teológico de la palabra), escupieron al único sacerdote que estaba al pie de las escaleras.
Él siguió rezando, luego al grito de “Viva Cristo Rey”, “Viva la Iglesia”, rompimos la cadena humana que impedía que subieran. Cantamos “Cristo Jesús en Ti la PATRIA espera (…)” para que finalmente nos diera la Bendición. Se arrodillaron todos para recibirla. ¿Alguna vez vio una multitud arrodillándose en público frente a un sacerdote para que los bendiga? Me refiero a los últimos 50 años. La respuesta debe ser no, ¿no?
Anoche, cenando con los amigos católicos que participaron de la defensa de la Catedral, pensé, ¿y si hay un muerto de los nuestros? ¿Si esa turba blasfema enloquece y arremete con violencia? Habría un mártir en su Diócesis.
¿Qué haría entonces? ¿En ese caso sí saldría a la calle? Su rebaño estaba sin Pastor ayer, necesitábamos su presencia. “Te basta mi Gracia” susurra Ntro. Señor al oído, y esa fue la única respuesta.

Estimadísimo Monseñor, ayer perdió una hermosa oportunidad, por favor no vuelva a hacerlo. No enarbole la prudencia, absolutizándola. Ser timorato y ser prudente no es lo mismo.
Sé que irá a Roma en breve, sabemos que ha hecho todo para esto. Yo sinceramente preferiría que hiciera todo para ir al Cielo.

Me despido, atentamente.

Una fiel de esta Diócesis.

PD: No firmo esta carta, porque me temo que puedan atribuírsele responsabilidades por ella a ciertos sacerdotes relacionados con lo ocurrido ayer. De todas maneras, Dios sabe quién soy.