Presentación de la
segunda edición del libro “Lenguaje, ideología y poder” de Juan Carlos Monedero
(h), realizada en el Instituto de Filosofía Práctica el 16 de noviembre del 2016.
jueves, 17 de noviembre de 2016
viernes, 4 de noviembre de 2016
No somos como ellos.
Por Natalia Sanmartín Fenollera
Visto en Wanderer,
04-Nov-2016.
En Yorkshire, en el norte de
Inglaterra, el viento barre los páramos cubiertos de brezo. La brisa es helada.
El azote del viento hace que caminar sea un esfuerzo; las ovejas bajan la
cabeza.
Y sólo es octubre. Las gentes de
otros tiempos cruzaban estos páramos diariamente caminando kilómetros bajo el
viento helado y la nieve. Los cruzaban con lluvia y hielo; lo hacían en enero y
en diciembre. Caminaban ante la mirada de sus ovejas, que pacen ahora como hace
siglos, ajenas a la endiablada dureza de esta tierra.
No sólo es dura la tierra, también
lo fueron los hombres que se asentaron en ella. Y entonces, ante el paisaje
agreste, surge una reflexión casi inevitable: nosotros, los hombres modernos,
no somos como ellos.
No somos ya como los hombres y las
mujeres de antaño. No tenemos sus cuerpos, domados y endurecidos por la
enfermedad, la vida austera, el dolor, y el trabajo físico; no tenemos su
capacidad de resignación ante los reveses y las desgracias, tampoco tenemos su
resistencia. No tenemos siquiera sus corazones, su disposición, hecha de
perseverancia y esfuerzo, para sufrir, para padecer y compadecer, para amar,
para doblegar los sentimientos, para curar las heridas propias y ajenas, para
caer y levantarse.
Todos los que queremos volver a una
vida sencilla, evangélica, guiada por el ideal benedictino; todos los que
soñamos con ese ideal, pese a no estar de ningún modo a su altura; tenemos que
hacer un ejercicio de crudo realismo que comienza por reconocer que nosotros no
somos ni podemos ser ya como ellos. El mundo nos ha contaminado y separado de
la realidad lo suficiente como para asumir que nuestra primera tarea no es
heroica, no es reconstruir nada, ni siquiera es recuperar nada. Nuestra primera
tarea es renunciar, quitar, abandonar, cerrar.
Las inteligencias modernas no se
parecen tampoco a las de los antiguos. Aquellos hombres dedicaban años a
estudiar en profundidad lo que tenían a su alcance y eso era su universo. Los
hombres que amaban el estudio pasaban su vida leyendo y releyendo libros,
libros heredados, libros polvorientos, libros llenos de sabiduría, libros
también a veces con errores, libros perdidos, libros desactualizados, libros
mal traducidos, libros deteriorados, libros escogidos.
Nosotros llevamos un teléfono en la
mano que contiene toda una Biblioteca de Alejandría. Un hallazgo por el que
cualquier sabio antiguo habría dado la vida. Pero también un anillo brillante
que ha destruido nuestra capacidad, tan hermosa y tan humana, de aguardar, de
tener paciencia, de reposar, de concentrarnos, de callar, de amar el
silencio.
Muchos de nosotros ansiamos volver a
vivir cerca de la tierra, hacemos planes para comprar una aldea abandonada al
pie de un océano, peleamos para recuperar la liturgia, soñamos con escuelas en
las que se estudie griego y latín. Cada familia, un huerto. Una taberna, oscura
y silenciosa, excepto por las risas y las charlas; una taberna donde la amistad
masculina florezca como antaño. Un capellán para una iglesia. Un jardín en
torno a la Domus Aurea. Una pequeña librería; una editorial evangélica. Un
mundo pequeño que estará lleno, como el grande, de pecado, pero en el que
también sobreabundará la gracia. Una tierra que contendrá trigo y cizaña. Una
pobre y buena tierra en este mundo en ruinas hasta el fin de los tiempos.
Pero ese sueño será una imitación,
será una impostura, una cáscara vacía si no logramos entornar al menos las
puertas de esa hermosa biblioteca. Con sus volúmenes, su brillo, sus colores,
sus debates y sonidos, sus mapas, videos, mensajes e imágenes. Si no logramos
aprender a vivir, a esperar, a rezar, a discutir, a perdonar, a sonreír, a
leer, a pensar, a hablar de nuevo como siempre hablaron los hombres: cara a
cara y sin una pantalla ante los ojos.
En los años setenta, John Senior
dijo a sus alumnos del Seminario Pearson que tirasen la televisión por la
ventana si querían reconstruir la cultura cristiana. Casi cincuenta años
después, la televisión no es la amenaza; no para muchos de nosotros. La amenaza
es nuestra amada biblioteca; es ella la que nos cuesta tirar por la ventana. La
misma que me permite escribir ahora estas líneas, la que está tan repleta de
tesoros y de cosas buenas, y la que ha privado también a nuestras mentes del
primer signo de civilización: las paredes y los muros.
Senior solía recordar cómo Homero,
al describir a los cíclopes y su salvajismo, nos dice: “Vivían sin murallas”.
Para los griegos, las fronteras, las paredes, las murallas, eran signos de
civilización.
Parece una contradicción, un
contrasentido en el que caemos todos, clamar por lo real, lo sencillo, lo
pequeño, lo cercano, y al tiempo tener la mirada puesta en lo que ocurre en
cada rincón del mundo a cada minuto. Hemos destruido las murallas en nuestras
mentes. Hemos derribado las fronteras. Y al hacerlo, hemos dejado entrar el
mundo a raudales en nuestra inteligencia, nuestro corazón y nuestras almas.
¿Es posible cerrar esa puerta? Es
muy difícil. Quizá sea imposible. Tal vez pueda plantarse esa semilla en la
próxima generación y nuestra labor sea protegerla para que crezca. Pero ser
cristiano, incluso serlo en el nivel más bajo de la escala cristiana, ese en el
que estamos tantos, es terriblemente difícil también.
Lo difícil no ha sido jamás una
razón para que un hombre abandone una tarea. Tampoco debería serlo hoy para
nosotros. Aunque ya no seamos tan fuertes como ellos.
martes, 1 de noviembre de 2016
“Estamos agradecidos profundamente por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma”.
Tomado del Boletín
oficial de la Santa Sede, 31-Oct-2016.
DECLARACIÓN CONJUNTA
Con ocasión de la Conmemoración conjunta Católico – Luterana de la Reforma
Lund, 31 de octubre de 2016
Con ocasión de la Conmemoración conjunta Católico – Luterana de la Reforma
Lund, 31 de octubre de 2016
«Permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así
tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4).
Con corazones agradecidos
Con esta Declaración Conjunta,
expresamos gratitud gozosa a Dios por este momento de oración en común en la
Catedral de Lund, cuando comenzamos el año en el que se conmemora el quinientos
aniversario de la Reforma. Los cincuenta años de constante y fructuoso diálogo
ecuménico entre Católicos y Luteranos nos ha ayudado a superar muchas
diferencias, y ha hecho más profunda nuestra mutua comprensión y confianza. Al
mismo tiempo, nos hemos acercado más unos a otros a través del servicio al
prójimo, a menudo en circunstancias de sufrimiento y persecución. A través del
diálogo y el testimonio compartido, ya no somos extraños. Más bien, hemos
aprendido que lo que nos une es más de lo que nos divide.
Pasar del conflicto a la comunión
Aunque estamos agradecidos
profundamente por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la
Reforma, también reconocemos y lamentamos ante Cristo que Luteranos y Católicos
hayamos dañado la unidad vivible de la Iglesia. Las diferencias teológicas
estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, y la religión fue
instrumentalizada con fines políticos. Nuestra fe común en Jesucristo y nuestro
bautismo nos pide una conversión permanente, para que dejemos atrás los
desacuerdos históricos y los conflictos que obstruyen el ministerio de la
reconciliación. Aunque el pasado no puede ser cambiado, lo que se recuerda y
cómo se recuerda, puede ser trasformado. Rezamos por la curación de nuestras
heridas y de la memoria, que nublan nuestra visión recíproca. Rechazamos de
manera enérgica todo odio y violencia, pasada y presente, especialmente la
cometida en nombre de la religión. Hoy, escuchamos el mandamiento de Dios de
dejar de lado cualquier conflicto. Reconocemos que somos liberados por gracia
para caminar hacia la comunión, a la que Dios nos llama constantemente.
Nuestro compromiso para un
testimonio común
A medida que avanzamos en esos
episodios de la historia que nos pesan, nos comprometemos a testimoniar juntos
la gracia misericordiosa de Dios, hecha visible en Cristo crucificado y
resucitado. Conscientes de que el modo en que nos relacionamos unos con otros
da forma a nuestro testimonio del Evangelio, nos comprometemos a seguir
creciendo en la comunión fundada en el Bautismo, mientras intentamos quitar los
obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad. Cristo desea que
seamos uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).
Muchos miembros de nuestras
comunidades anhelan recibir la Eucaristía en una mesa, como expresión concreta
de la unidad plena. Sentimos el dolor de los que comparten su vida entera, pero
no pueden compartir la presencia redentora de Dios en la mesa de la Eucaristía.
Reconocemos nuestra conjunta responsabilidad pastoral para responder al hambre
y sed espiritual de nuestro pueblo con el fin de ser uno en Cristo. Anhelamos
que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de
nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la
renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico.
Pedimos a Dios que Católicos y Luteranos
sean capaces de testimoniar juntos el Evangelio de Jesucristo, invitando a la
humanidad a escuchar y recibir la buena noticia de la acción redentora de Dios.
Pedimos a Dios inspiración, impulso y fortaleza para que podamos seguir juntos
en el servicio, defendiendo los derechos humanos y la dignidad, especialmente
la de los pobres, trabajando por la justicia y rechazando toda forma de
violencia. Dios nos convoca para estar cerca de todos los que anhelan dignidad,
justicia, paz y reconciliación. Hoy, en particular, elevamos nuestras voces
para que termine la violencia y el radicalismo, que afecta a muchos países y
comunidades, y a innumerables hermanos y hermanas en Cristo. Nosotros,
Luteranos y Católicos, instamos a trabajar conjuntamente para acoger al
extranjero, para socorrer las necesidades de los que son forzados a huir a
causa de la guerra y la persecución, y para defender los derechos de los
refugiados y de los que buscan asilo.
Hoy más que nunca, comprendemos que
nuestro servicio conjunto en este mundo debe extenderse a la creación de Dios,
que sufre explotación y los efectos de la codicia insaciable. Reconocemos el
derecho de las generaciones futuras a gozar de lo creado por Dios con todo su
potencial y belleza. Rogamos por un cambio de corazón y mente que conduzca a
una actitud amorosa y responsable en el cuidado de la creación.
Uno en Cristo
En esta ocasión propicia,
manifestamos nuestra gratitud a nuestros hermanos y hermanas, representantes de
las diferentes Comunidades y Asociaciones Cristianas Mundiales, que están
presentes y quienes se unen a nosotros en oración. Al comprometernos de nuevo a
pasar del conflicto a la comunión, lo hacemos como parte del único Cuerpo de
Cristo, en el que estamos incorporados por el Bautismo. Invitamos a nuestros
interlocutores ecuménicos para que nos recuerden nuestros compromisos y para
animarnos. Les pedimos que sigan rezando por nosotros, que caminen con
nosotros, que nos sostengan viviendo los compromisos de oración que
manifestamos hoy.
Exhortación a los Católicos y
Luteranos del mundo entero
Exhortamos a todas las comunidades y
parroquias Luteranas y Católicas a que sean valientes, creativas, alegres y que
tengan esperanza en su compromiso para continuar el gran itinerario que tenemos
ante nosotros. En vez de los conflictos del pasado, el don de Dios de la unidad
entre nosotros guiará la cooperación y hará más profunda nuestra solidaridad.
Nosotros, Católicos y Luteranos, acercándonos en la fe a Cristo, rezando
juntos, escuchándonos unos a otros, y viviendo el amor de Cristo en nuestras
relaciones, nos abrimos al poder de Dios Trino. Fundados en Cristo y dando
testimonio de él, renovamos nuestra determinación para ser fieles heraldos del
amor infinito de Dios para toda la humanidad.
Recordamos que esto ya viene de antes, Rome
Reports, 12-Oct-2016:
La idea de Benedicto
XVI para conmemorar con los luteranos los 500 años de la Reforma
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