Mostrando entradas con la etiqueta Tradición Católica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tradición Católica. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de enero de 2013

¡Oh Timoteo!




Pero es provechoso que examinemos con mayor diligencia esa fra­se del Apóstol: “¡Oh Timoteo!, guarda el depósito, evitando las nove­dades profanas en las expresiones”.
Este grito es el grito de alguien que sabe y ama. Preveía los errores que iban a surgir, y se dolía de ello enormemente.
¿Quién es hoy Timoteo sino la Iglesia universal en general, y de modo particular el cuerpo de los obispos, quienes, ellos principal­mente, deben poseer un conocimiento puro de la religión cristiana, y además transmitirlo a los demás?
Y ¿qué quiere decir “guarda el depósito”? Estáte atento, le dice, a los ladrones y a los enemigos; no suceda que mientras todos duer­men, vengan a escondidas a sembrar la cizaña en medio del buen gra­no que el Hijo del hombre ha sembrado en su campo.
Pero, ¿qué es un depósito? El depósito es lo que te ha sido confia­do, no encontrado por ti; tú lo has recibido, no lo has excogitado con tus propias fuerzas. No es el fruto de tu ingenio personal, sino de la doctrina; no está reservado para un uso privado, sino que pertenece a una tradición pública. No salió de ti, sino que a ti vino: a su respecto tú no puedes comportarte como si fueras su autor, sino como su sim­ple custodio. No eres tú quien lo ha iniciado, sino que eres su discí­pulo; no te corresponderá dirigirlo, sino que tu deber es seguirlo.
Guarda el depósito, dice; es decir, conserva inviolado y sin mancha el talento de la fe católica. Lo que te ha sido confiado es lo que debes custodiar junto a ti y transmitir. Has recibido oro, devuelve, pues, oro. No puedo admitir que sustituyas una cosa por otra. No, tú no puedes desvergonzadamente sustituir el oro por plomo, o tratar de engañar dando bronce en lugar de metal precioso. Quiero oro puro, y no algo que sólo tenga su apariencia.
¡Oh Timoteo! ¡Oh sacerdote!, intérprete de las Escrituras, doctor, si la gracia divina te ha dado el talento por ingenio, experiencia, doctri­na, debes ser el Beseleel del Tabernáculo espiritual. Trabaja las pie­dras preciosas del dogma divino, reúnelas fielmente, adórnalas con sabiduría, añádeles esplendor, gracia, belleza. Que tus explicaciones hagan que se comprenda con mayor claridad lo que ya se creía de ma­nera oscura. Que las generaciones futuras se congratulen de haber comprendido por tu mediación lo que sus padres veneraban sin com­prender.
Pero has de estar atento a enseñar solamente lo que has aprendido; no suceda que por buscar maneras nuevas de decir la doctrina de siempre, acabes por decir también cosas nuevas.

San Vicente de Lerins, Conmonitorio, n. 22.

miércoles, 6 de abril de 2011

Otro sacerdote se suma a las filas de la Tradición católica.


El Padre Ricardo Isaguirre, era sacerdote de la diócesis de La Plata, en nuestra querida patria Argentina. En el transcurso de su vida como sacerdote fue percatándose de las falencias en la nueva eclesiología, en la nueva teología y la nueva doctrina conciliar.
Actualmente se encuentra en España y el pasado 8 de diciembre del 2010 formalizó su ingreso en las filas de la tradición en la Capilla de Santiago Apóstol de Madrid, con el P. Juan Mª de Montagut como representante de Monseñor Fellay. Es, sin duda, una grandiosa noticia que deseamos reproducir y sumarla, a la ya publicada noticia, del ingreso del sacerdote italiano Don Massimo Sbicego, dejando en claro que la lucha por la custodia de la Doctrina tradicional católica sigue y crece con nuevos miembros, a pesar de los ataques gratuitos y desesperados de otros.
¡Dios lo bendiga padre Isaguirre! Rezaremos por usted y pediremos que San José, San Ricardo y la Inmaculada Virgen María de Luján le custodien.


Carta de ingreso en la Hermandad San Pío X

La Santísima Virgen María, en su condición de Inmaculada, quiso acompañarme siempre desde que comencé a decir Misa; así mi Ordenación sacerdotal, que me parece hoy tan lejana, tuvo lugar en la espléndida Catedral de la capital bonaerense de La Plata, República Argentina, cuya titular es la Inmaculada Concepción. Esta presencia maternal llegó, por la Providencia de Dios, hasta el día de mi compromiso con la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, formalizado en el marco de la sagrada acción eucarística el pasado 8 de diciembre. ¡Gracias a ti, Madre mía Inmaculada, Virgencita de Luján y Patrona de España!
Por mí condición de antiguo sacerdote diocesano conservo amistad con muchos de mis colegas, tanto en mi América natal como en mi España adoptiva. Algunos de esos compañero me han preguntado por las razones de mi resolución, tan grave y definitiva. Porque desde el punto de vista del clero oficial, que ellos aún comparten, se trataría –cuando menos- de un “cisma” personal. Un párroco de Barcelona, que me conoce mucho y según me consta me estima, se lamentaba en una carta reciente de que él y yo “ya no estemos en comunión plena”.
No soy quien para analizar aquí tales posturas, pero de mí mismo afirmo que ni sostengo ni participo de ninguna manera en ningún género de pensamiento “cismático”. Otro sacerdote inquiría alarmado: “¿Te readoctrinarán en Suiza?” Los miembros de la Hermandad con quien trato, obispos y sacerdotes, son empero, sencillamente, católicos romanos en su acción y en sus ideas. Lo que vivo en la casa a la que ahora pertenezco es espíritu sacerdotal católico alentado por la caridad fraterna, la esperanza y la fe compartidas. El Santo Sacrificio de la Misa que ofrecemos es aquel que Jesucristo encomendó por los Apóstoles a su Esposa, la Santa Madre Iglesia Católica, y que ella celebró por medio de sus sacerdotes durante dos mil años. Los sermones que escucho de mis cofrades exponen a los fieles la doctrina católica y su moral. En pocas palabras, yo, que era católico romano y que durante décadas, siendo laico primero, seminarista luego y finalmente sacerdote, me sentí en realidad ajeno a la Iglesia conciliar y sólo tolerado en sus filas por motivos prácticos, experimento lo que al convertirse el Cardenal Newman llamó su coming home: aquella tender Light, la “suave luz” a cuya guía se encomendó en sus muchos años de cismático y herético anglicano (de buena fe), misteriosamente –porque así actúa la gracia en quienes a ella con humildad se confían- lo había llevado a la Iglesia de Roma, donde encontró su hogar –para él no siempre confortable por la envidia de los mediocres- y su santificación según la voluntad de Cristo.
En mi caso la participación en la herejía neomodernista fue material, en cuanto ante Dios, con temor y temblor, puedo reconocer en conciencia; a pesar de los esfuerzos al final inútiles de algunos que querían permanecer fieles al Catolicismo sin cuestionar el Concilio Vaticano II pública y firmemente (en primer lugar el llorado Arzobispo platense que me confirió el Orden Sagrado), era el aire envenenado que, proveniente de la Roma actual, se respiraba por fuerza en las diócesis a las que pertenecí o en las que actué, en los movimientos a los que asesoré, en la curia diocesana en la que con denuedo estuve al servicio del Ordinario local. Pero la sensación y mejor aún la convicción certera de haber vuelto a casa es semejante, y aun mayor, porque yo fui criado como católico y John Henry Newman como protestante fervoroso. Por eso él, erudito historiado de la Iglesia antigua, aseguraba haber descubierto, deslumbrado por la verdad, en cierto punto final de sus estudios sobre la herejía arriana que la Iglesia de Inglaterra del siglo XIX estaba en el lugar del heresiarca Arrio y que la Iglesia de Roma (¡ah! La Roma de sus años) permanecía en el mismo lugar que la de los Papas y obispos que en el siglo IV confesaban la verdadera fe apostólica. Conocemos la heroica decisión de Newman.
Pero yo no soy más que un desconocido sacerdote que, ya hombre maduro, quiere servir a Cristo y su Santa Iglesia, sin separarse de ninguno que profese la Fe cristiana tradicional, aquella que todos los católicos sostuvieron siempre en todo lugar. Cuando era no más un muchacho, recuerdo con afecto que, especulando despreocupadamente acerca de nuestro futuro, una compañera de estudio decía de mí: “Sólo le interesa la Iglesia” ¿Podía haber actuado de otra manera ante la evidencia de la Tradición vivida, conocida, cultivada y encarnada en esta “obra de la Iglesia” que hace cuarenta años fundó el venerado Arzobispo Marcel Lefebvre a fin de que no faltaran nunca a la iglesia el Santo Sacrificio de la Misa y los sacerdotes que sepan ofrecerlo según el rito romano sancionado por San Pío V como síntesis admirable e insuperable de la Santa Doctrina de Cristo expuesta por los Padres de la Iglesia y los Sagrados Concilios del pasado?
Un rector de mi Seminario modernista enseñaba que es ilusión comprensible en el seminarista soñar con el día que presidirá la Eucaristía en medio de los pobres: “Desde ese rol de pastor los animará, los promoverá, ofrecerá a Dios el cordero de sus sufrimientos y el vino de sus alegrías”, etc. La religión del hombre enseñada a los jóvenes del Concilio… yo comprendía la inconsecuencia e incluso la criminal superficialidad de la formación allí impartida, la falsedad de una Iglesia convertida en promotora social y el sacrilegio de sus sacerdotes revestidos de animadores comunitarios. Sufría porque cada Misa moderna que decían era una Misa que des-decían, un tributo ofrecido no al Creador y Redentor, sino a la criatura. La Misa que hizo a la Iglesia y a la Civilización cristiana estaba interdicta para nosotros y, en todo caso, era una pieza de museo indeseable en el mundo de hoy y en la supuesta Iglesia aggiornata.
La bondad de Cristo ha querido librar de esa ideología perniciosa y de sus consecuencias a nuestra Hermandad, cuyo fin primero es el bien integral de los sacerdotes, a los que socorre y apoya, como lo hizo Monseñor Lefebvre en persona, para que no desfallezcan perdiendo su identidad frente al embate criminal del posconciliarismo. En su tenaz resistencia se manifiesta la fuerza del Salvador; por esa gracia en nuestros a veces humildes altares arde sin embargo constante la zarza gloriosa que no se consume y el sacerdocio alcanza su máxima grandeza de alabanza, intercesión y propiciación, aunque esté oculto y sea perseguido. ¿No es también propio del sacerdote católico compartir el oprobio que cayó sobre Cristo clavado en la Cruz por el pecado del mundo?
Recuerdo para terminar la preocupación de lo que para algunos amigos de antaño ha sido mi adopción del “integrismo fundamentalista de la extrema derecha católica”. Si la expresión no fuera tan poco exacta para describir a los seguidores y continuadores de Monseñor Lefebvre, ¡qué gran cumplido se nos estaría dedicando! Conservamos íntegros los fundamentos que no pusimos nosotros, sino Jesucristo y sus Apóstoles por mandato suyo. Renegamos con todas nuestras fuerzas de la Revolución contra el trono del Altísimo; ¿no es ella acaso la que, con las armas de la Filosofía de las Luces y los oscuros manejos históricos de masones y judíos, aliada a la izquierda internacional de la política y la cultura ateas, sumado el impulso del orgullo liberal, desata cada día su guerra para derrocar a Dios y su Reino en el mundo y en las lamas, que es la Iglesia católica romana? Esperamos por la bondad de nuestro Rey y Señor, al que servimos como apóstoles de Jesús y de María, ser llamados un día a su derecha, cuando triunfe sobre todas las herejías el Corazón Inmaculado de su Madre y Madre nuestra. ¡Oh Señora del cielo y de la tierra, sólo te ruego que inspires a muchos sacerdotes determinarse a hacer en este tiempo lo que corresponde a nuestra condición de ministros de tu Hijo par que su Sagrado Corazón venza, reine e impere en todas partes sobre los hombres, los pueblos y las naciones!

R.P. Ricardo Isaguirre, revista “Tradición Católica nº 230, Madrid, España.
Agradecemos la publicación de esta noticia al Blog “In Diebus illis”.

martes, 1 de marzo de 2011

¿Cómo explicar la resistencia de los católicos llamados tradicionalistas?

Muchos ven a los católicos, imprecisamente llamados “tradicionalistas”, como una suerte de criticones que están cómodos en su posición “dura”, “rígida” e intransigente, hacia lo que muchos católicos están acostumbrados a oír.
El artículo que me atrevo a publicar hoy, creo, proporciona una acertada metáfora a lo que se puede llamar “la posición que sostienen hoy el grupo de católicos tradicionalistas”. No es una postura estética ni romántica, ni tampoco nada original (la verdad no es original, es simplemente la verdad). Ni tampoco es una posición por el simple hecho de ser los “contras”, los que no están contentos con nada y siempre buscan la quinta pata al gato. Y me atrevo a decir -junto a Chesterton- que no somos pesimistas, sino que somos optimistas con información.


¿Cómo explicar la resistencia de los católicos llamados tradicionalistas?

            Se habla de ello cada vez más. ¿Qué sucede, pues? El Papa Benito XVI ha autorizado la misa en latín y ha levantado las excomuniones, y sin embargo nada parece haber cambiado. Estos tradicionalistas rechazan el Concilio, critican el ecumenismo, se niegan a concelebrar, etc. ¿Pretenden ellos, pues, tener razón contra toda la Iglesia?
Si vosotros sois de aquellos que todavía se hacen estas preguntas, leed pues esta historia verdadera...

Conversación real grabada de la frecuencia de emergencia marítima canal 106, en , la costa de Finisterrra (Galicia), entre gallegos y norteamericanos, el 16 de octubre; de 1997 (es verídica; sólo hemos suprimido algunas palabras malsonantes...)
«Gallegos: (ruido de fondo)... Les habla el A-853, por favor, desvíen su rumbo quince grados sur para evitar colisionarnos... Se aproximan directo hacia nosotros, distancia 25.
Americanos: (ruido  de  fondo)... Recomendamos que des­víen su rumbo quince grados norte para evitar colisión.
Americanos: (ruido  de  fondo)... Recomendamos que desvíen su rumbo quince grados nor­te para evitar colisión.
Gallegos: Negativo. Repeti­mos, desvíen su rumbo quince grados sur para evitar colisión.
Americanos: (otra voz americana) Al habla el Capitán de un navío de los Estados Unidos de América. Insistimos, desvíen ustedes su rumbo quince grados norte para evitar colisión.
Gallegos: No lo consideramos factible ni conveniente, les sugerimos que desvíen su rumbo quince grados sur para evitar colisionarnos. Americanos: (muy caliente): Les habla el CAPITÁN RICHARD JAMES HOWARD, a/mando del portaviones USS LINCOLN, de la marina de los EE.UU., el segundo navío de guerra más grande de la flota norteamericana. Nos escoltan dos acorazados, seis destructores, cinco cruceros, cuatro submarinos y numerosas embarcaciones de apoyo.
Nos dirigimos hacia aguas del Golfo Pérsico para preparar maniobras militares ante una eventual ofensiva de Iraq. ¡¡¡No les sugiero... les ordeno que desvíen su curso quince grados norte!!! En caso contrario nos veremos obligados a tomar las medidas que sean necesarias para garantizar la seguridad de este buque y de la fuerza de esta coalición. Uds. Pertenecen a un país aliado, miembro de la OTAN y de esta coalición. ¡¡¡Por favor, obedezcan inmediatamente y quítense de nuestro camino!!!
Gallegos: Les habla Juan Manuel Salas Alcántara. Somos dos personas. Nos escoltan nuestro perro, nuestra comida, dos cervezas y un canario que ahora está durmiendo. Tenemos el apoyo de Cadena Dial de La Coruña y el canal 106 de emergencia marítimas. No nos dirigimos a ningún lado ya que les hablamos desde tierra firme, estamos en el faro A-853 Finisterre, de la costa de Galicia. No tenemos la menor idea en que puesto estamos en el ranking de faros españoles. Pueden tomar las medidas que consideren oportunas y les dé la gana para garantizar la seguridad de su buque, que se va a estrellar contra las rocas, por lo que volvemos a insistir y le sugerimos que lo mejor, más sano y más recomendable es que desvíen su rumbo quince grados sur ¡¡¡¡para evitar colisionarnos!!!!
Americanos: Bien, recibido, gracias».


Si contamos aquí esta historia, no es solamente para rendir homenaje al capitán Richard James Howard quien, como verdadero caballero, reconoció su error. El mismo dio las gracias con juego limpio al guardia del faro sin el cual su bello barco portaaviones se encontraba en grave riesgo de estrellarse contra las rocas, para el jolgorio de los iraquíes. ¡Viva la Armada norteamericana!   Pero hay otra cosa aquí. Porque, ¿quiénes son esos “Gallegos” sino los Tradicionalistas, y quiénes son esos Americanos sino aquellos a quienes nosotros llamamos “Conciliares”, es decir, los católicos del Vaticano II? Efectivamente después de 50 años los conciliares dicen a los tradicionalistas: ¡obedeced, cambiad vuestro rumbo! Dicho de otra forma: aceptad nuestro liberalismo, nuestro ecumenismo, nuestras misas con guitarra, etc. Y después de 50 años los tradicionalistas responden: ¡Negativo! Sois vosotros quienes tenéis que cambiar de rumbo, ¡volved a la tradición!
Y el diálogo de sordos continúa. ¡Hasta cuándo, Dios mío, hasta cuándo!
Para nosotros, que hemos vuelto a la Tradición y estamos lejos de abandonarla en el futuro, no son las razones las que nos han convencido, son los hechos. Y son apabullantes. Por un lado, la "flota" conciliar navegando sin rumbo de un punto a otro de la tierra: los seminarios y los conventos vacíos, las parroquias abandonadas por la juventud. Por el otro, pequeños grupos de fieles siempre más numerosos que han recobrado el camino sobrenatural y la alegría de Dios, de este Dios que bendice a sus familias dándoles numerosos hijos piadosos y bien educados: han seguido el faro de la verdad que son las doctrinas y las obras de la Tradición, y han llegado a buen puerto.
Entonces, nosotros, otros pobres “Gallegos”, recordando que María es “Stella maris” (estrella del mar), exclamamos: “Santísima Virgen María, Vos, que nos habéis dado la verdadera luz que ilumina a todo hombre, Cristo, dignaos escuchar nuestra plegaria. Haced, por favor, que después de haber estado llamando durante tanto tiempo a nuestros hermanos conciliares: “Cambiad de rumbo, desdichados, ¡volved a la Tradición!”, oigamos al fin la jubilosa respuesta: - ¡Recibido, gracias!
Y que la Iglesia sea preservada de un gran naufragio.


R.P. Guillermo Devillers, “Tradición Católica”, Nº 229, Octubre-Diciembre, 2010. Madrid, España.