domingo, 31 de mayo de 2015

Cardenal J. H. Newman: Papolatría.


[Visto en Ecce Christianvs, 25-May-2015]

Si el Papa hablara contra la conciencia, en el verdadero sentido de la palabra, cometería un suicidio. Provocaría el hundimiento del suelo bajo sus pies. Su misión es proclamar la ley moral, proteger y asegurar «esta luz verdadera que, viniendo a este mundo ilumina a todo hombre» (Jn. 1, 9). Sobre la ley de la conciencia y sobre su carácter sagrado, se funda a la vez su autoridad teórica y su poder práctico (…).
La defensa de la ley moral es la razón de ser del Papa. Su misión, en realidad, es responder a las quejas de los que sufren la insuficiencia de luz natural; y la insuficiencia de esta luz que justifica su misión (…). La Iglesia, el Papa y la jerarquía, según el plan divino, responden a una necesidad urgente. Por seguras que sean las bases y las doctrinas de la religión natural para los espíritus reflexivos y serios, necesita, para influir de verdad en la humanidad y vencer al mundo, que la Revelación la sostenga y complete (…).
He aquí otra observación: la conciencia es una regla práctica; por ello, sólo es posible una oposición entre ella y la autoridad del Papa cuando éste promulga leyes, o da órdenes especiales, u otros preceptos de este tipo. Pero un papa no es infalible en sus leyes ni en sus mandamientos, ni en sus actos de gobierno, ni en su administración, ni en su conducta pública (…). ¿Fue infalible san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió? ¿San Víctor fue infalible cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia? ¿O Liberio cuando excomulgó a Atanasio? Y acercándonos a una época más reciente, ¿lo fue Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de san Bartolomé? ¿O Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra)? ¿O Sixto Quinto cuando bendijo la Armada? ¿O Urbano VIII cuando persiguió a Galileo? Ningún católico pretendió jamás que estos papas fueran infalibles al obrar así. Puesto que la infalibilidad podría entorpecer el ejercicio de la conciencia, y puesto que el Papa no es infalible en el dominio en que la conciencia posee la autoridad suprema, ningún callejón sin salida (como el contenido en la objeción a la que contesto), puede acorralarnos para escoger entre la conciencia o el Papa.
Pero vuelvo a repetir, por miedo a que mi pensamiento sea mal interpretado, que cuando hablo de la conciencia, me refiero a la conciencia que merece ser llamada así. Si tiene derecho a oponerse a la autoridad del Papa, cuando ésta es suprema pero no infalible, debe ser algo distinto de ese miserable falso semblante que, como ya he dicho, toma ahora el nombre de conciencia. Si, en un caso particular, debe tomarse por guía sagrado y soberano, sus órdenes —para prevalecer contra la voz del Papa— deben haber estado precedidas de una seria reflexión, de oraciones y de todos los medios posibles para llegar a una opinión verídica sobre el asunto en cuestión. Además, la obediencia al Papa está, como se dice, «en posesión», es decir, que el onus probandi de establecer pruebas contra él, igual que en todos los casos de excepción, pertenece a la conciencia (…). Prima facie, es un deber necesario, aunque no sea más que por la lealtad, creer que el Papa tiene razón, y obrar conforme a sus preceptos.
Si esta regla indispensable se observara, los choques entre la autoridad del Papa y la autoridad de la conciencia serían muy raros. El cristiano debe sobreponerse a ese espíritu vil, estrecho, egoísta y ramplón que le impulsa —cuando se le da una orden eventual— a oponerse al superior que ha dado esa orden, a preguntarse si no se excede en sus atribuciones y a regocijarse por poder mezclar cierto escepticismo en cuestiones de moral práctica. No es necesario que haya decidido voluntariamente el pensar, hablar u obrar, exactamente a su capricho (…).
Por otra parte, dado que para los casos extraordinarios, la conciencia de cada uno es libre, tenemos la garantía y la certidumbre (si necesitamos tenerla) de que ningún papa podría forjar nunca para sus fines personales una falsa ley de la conciencia (…).
Una palabra más. Si después de una comida, me viera obligado a lanzar un brindis religioso —lo que evidentemente no se hace—, bebería a la salud del Papa, creedlo bien, pero primeramente por la conciencia, y después por el Papa.


Tomado de: Newman, J.H. Pensamientos sobre la Iglesia. Textos presentados por O. Karrer. Ed. Stella, Barcelona, 1964, pp. 119 y ss.

Comentarios introductorios sobre la importancia de la ortodoxia.


Curiosamente, nada expresa mejor el enorme y silen­cioso mal de la sociedad moderna que el uso extraordi­nario que hoy día se hace de la palabra «ortodoxo». Antes, el hereje se enorgullecía de no serlo. Herejes eran los remos del mundo, la policía y los jueces. Él era or­todoxo. Él no se enorgullecía por haberse rebelado con­tra ellos; eran ellos quienes se habían rebelado contra él. Los ejércitos con su cruel seguridad, los reyes con sus fríos rostros, los decorosos procesos del Estado, los razonables procesos de la ley; todos ellos, como cor­deros, se habían extraviado. El hombre se enorgulle­cía de ser ortodoxo, de estar en lo cierto. Si se plantaba solo en medio de un erial ululante era algo más que un hombre; era una iglesia. Él era el centro del universo; a su alrededor giraban los astros. Ni todas las torturas sacadas de olvidados infiernos lograban que admitiera que era un hereje. Pero unas pocas frases modernas le han llevado a jactarse de ello. Hoy, entre risas conscien­tes, afirma: «Supongo que soy muy hereje»; y se vuelve, esperando recibir el aplauso. La palabra «herejía» ya no sólo no significa estar equivocado: prácticamente ha pasado a significar tener la mente despejada y ser va­liente. Ello sólo puede indicar una cosa: que a la gente le importa muy poco tener razón filosófica. Pues sin duda un hombre debería preferir confesarse loco antes que hereje. El bohemio, con su corbata roja, debería de­fender a capa y espada su ortodoxia. El dinamitero, al poner una bomba, debería sentir que, sea o no otra cosa, al menos es ortodoxo.
Por lo general, resulta una necedad que un filósofo prenda fuego a otro en el mercado de Smithfield por es­tar en desacuerdo con sus teorías sobre el universo. Eso se hacía con frecuencia en el último periodo de deca­dencia de la Edad Media, y se erraba por completo en el objetivo. Pero hay algo infinitamente más absurdo y poco práctico que quemar a un hombre por su filosofía, y es el hábito de asegurar que su filosofía no importa, algo que se practica universalmente en el siglo XX, en la decadencia del gran periodo revolucionario. Las teorías generales se condenan en todas partes: la doctrina de los derechos del hombre se contrapone a la doctrina de la caída del hombre. El propio ateísmo nos resulta dema­siado teológico hoy día. La revolución misma es de­masiado sistemática; la libertad misma, demasiado res­trictiva. No deseamos generalizaciones. Bernard Shaw lo ha expresado en un epigrama perfecto: «La regla de oro es que no hay regla de oro». Cada vez más nos ocu­pamos de los detalles en el arte, la política, la literatura. Importa la opinión de un hombre sobre los tranvías, so­bre Botticelli. Pero su opinión sobre el todo no importa. Puede mirar a su alrededor y explorar un millón de ob­jetos, pero no debe, bajo ningún concepto, dar con ese objeto extraño, el universo, pues si lo hace tendrá una religión, y se perderá. Todo importa, excepto el todo.
Apenas hacen falta ejemplos de esta total levedad en relación con el tema de la filosofía cósmica. Apenas ha­cen falta ejemplos para comprobar que, sea lo que sea lo que creemos que afecta a los asuntos de índole práctica, no creemos que importe que un hombre sea pesimista u optimista, cartesiano o hegeliano, materialista o espiri­tualista. Permítanme, no obstante, escoger un caso al azar. En tomo a cualquier mesa inocente, tomando un té, es fácil oír a un hombre decir: «La vida no merece la pena». Lo aceptarnos como quien acepta la afirmación de que el día es soleado. Nadie piensa que eso pueda re­percutir gravemente en el hombre o en el mundo. Y, sin embargo, si esas palabras fueran ciertas, el mundo se pondría patas arriba. A los asesinos les concederían medallas por librar a los hombres de la vida, a los bom­beros se los denunciaría por impedir la muerte; los ve­nenos se usarían como medicinas; se llamaría a los mé­dicos cuando la gente se sintiera bien, las sociedades filantrópicas serían erradicadas como hordas de asesi­nos. Y, sin embargo, nunca especulamos sobre si ese pesimista fortalece o desorganiza la sociedad, pues esta­mos convencidos de que las teorías no importan.
Esa no era precisamente la idea de quienes nos in­trodujeron a la libertad. Cuando los viejos liberales suprimieron las mordazas de todas las herejías, su idea era que, de ese modo, pudieran producirse descubri­mientos religiosos y filosóficos. Para ellos, la verdad cósmica era tan importante que todos debíamos poder aportar nuestro testimonio independiente. La idea mo­rtífera, por el contrario, es que la verdad cósmica im­porta tan poco que nada de lo que nadie diga sobre ella es relevante. Aquéllos liberaron la investigación como quien libera a un perro noble; éstos la liberan como quien devuelve al mar un pez incomestible. Jamás ha habido tan poco debate sobre la naturaleza del hombre como ahora, cuando precisamente, por primera vez, to­dos pueden debatir sobre ella. Las viejas restricciones implicaban que sólo a los ortodoxos se les permitía abordar el tema de la religión. La libertad moderna im­plica que no se permite a nadie abordarlo. El buen gus­to, la última y más vil de las supersticiones humanas, ha logrado silenciarnos allí donde el resto había fracasado. Hace sesenta años era de mal gusto ser ateo reconoci­do. Luego llegaron los seguidores de Bradlaugh, los úl­timos hombres religiosos, los últimos para quienes Dios era importante. Pero no pudieron hacer nada; hoy sigue siendo de mal gusto ser un ateo declarado. Pero su ago­nía sólo ha conseguido que hoy sea también de mal gus­to ser un cristiano declarado. La emancipación sólo ha logrado encerrar al santo en la misma torre de silencio que ocupaba el heresiarca. Y entonces hablamos de lord Anglesey y del tiempo, y decimos que esa es la absolu­ta libertad de los credos.
Con todo, hay personas -entre las que me cuento- que creen que lo más práctico e importante de los hom­bres sigue siendo su concepción del universo. Creemos que para la propietaria de una casa de huéspedes que esté pensando en aceptar a un nuevo inquilino es im­portante conocer sus ingresos, pero más importante aún es conocer su filosofía. Creemos que para un general a punto de luchar contra el enemigo es importante cono­cer la filosofía de dicho enemigo. Creemos que la cues­tión no es si la teoría del cosmos influye sobre las cosas, sino si, a largo plazo, hay alguna otra cosa que influya sobre ellas. En el siglo XV, los hombres interrogaban y torturaban a otros por predicar actitudes inmorales; en el siglo XIX, jaleamos y elogiamos a Oscar Wilde por predicar esa misma actitud, y después le rompimos el corazón al condenarlo por llevarla a la práctica. Tal vez pueda cuestionarse cuál de los dos métodos resulta más cruel, pero no cuál resulta más descabellado. La época de la Inquisición, por lo menos, no vivió la vergüenza de crear una sociedad que convirtió en ídolo a un hombre por predicar las mismas cosas por cuya práctica le con­denaron.
Hoy, en nuestro tiempo, la filosofía o la religión, es decir, nuestra teoría sobre las cosas más elevadas, ha sido expulsada, más o menos simultáneamente, de dos de los campos que ocupaba. Los ideales generales do­minaban la literatura. Y han sido expulsadas de ella al grito de «el arte por el arte». Las ideas generales tam­bién dominaban la política. Y han sido expulsados de ella en aras de la «eficiencia», al grito de lo que podría traducirse libremente por «la política por la política». Con gran persistencia, a lo largo de los últimos veinte años, los ideales de orden y libertad han menguado en nuestros libros; la ambición de ser ingeniosos y elo­cuentes ha disminuido en nuestros parlamentos. La li­teratura se ha vuelto deliberadamente menos política; la política se ha vuelto deliberadamente menos litera­ria. Y así, las teorías generales sobre la relación que existe entre las cosas han desaparecido de ambas. Y es­tamos en posición de preguntar: «¿Qué hemos ganado o perdido con esta desaparición? ¿Es mejor la literatu­ra, es mejor la política, tras haber descartado al mora­lista y al filósofo?».
Cuando todo lo que respecta a un pueblo se vuelve débil e ineficaz, se empieza a hablar de eficacia. Lo mis­mo sucede cuando el cuerpo de un hombre zozobra; en­tonces ese hombre, por primera vez, empieza a hablar de salud. Los organismos vigorosos no hablan de sus procesos sino de sus metas. No puede haber mejor prueba de la eficacia física de un hombre que cuando habla alegremente de un viaje al fin del mundo, Y no puede haber mejor prueba de la eficacia práctica de una nación que cuando habla constantemente cíe un viaje al fin del mundo, un viaje al Día del juicio y a la Nueva Jerusalén. No hay mayor señal de absoluta salud mate­rial que la tendencia a perseguir alocados ideales; es du­rante la primera exuberancia de la niñez cuando pedi­mos la luna. Ninguno de los hombres fuertes de las eras fuertes habría comprendido el significado de «trabajar para la eficacia», Hildebrand no habría dicho que tra­bajaba para la eficacia, sino para, la Iglesia católica. Danton no habría dicho que trabajaba para la eficacia, sino para la libertad, la igualdad y la fraternidad. In­cluso si el ideal de esos hombres era, simplemente, echar escaleras abajo a otros hombres de un puntapié, pensaban en las metas, como hombres, y no en los pro­cesos, como paralíticos. No decían: «Elevando con efi­cacia mí pierna derecha, usando, como constatará, los músculos del muslo y la pantorrilla, que se hallan en perfecto estado, yo...». Ellos sentían las cosas de otro modo. Se hallaban tan impregnados de la hermosa vi­sión del hombre a los pies de una escalera, que en ese éxtasis el resto seguía como un destello. En la práctica, el hábito de generalizar e idealizar no significaba en ab ­soluto sucumbir a una debilidad mundana. La época de las grandes teorías era época de grandes resultados. En la era del sentimiento y las buenas palabras, a finales del siglo xviii, los hombres eran en realidad robustos y eficaces. Quienes vencieron a Napoleón eran unos sen­timentales. Los cínicos no atraparían ni a De Wet. Hace cien años eran los retóricos quienes dirimían, triun­fantes, nuestros asuntos, para bien o para mal. Ahora, nuestros asuntos los confunden, irremediablemente, hombres fuertes y silenciosos. Y del mismo modo en que ese repudio a las grandes palabras y las grandes vi­siones ha generado una raza de hombres de escasa talla en política, también ha alumbrado una raza de hom­bres de escasa talla en las artes. Nuestros políticos mo­dernos se abrogan la licencia colosal de un césar y un superhombre, defienden que son demasiado prácticos para ser puros, y demasiado patrióticos para ser mora­les; pero el resultado de todo ello es que un mediocre llega a ministro de Economía. Nuestros nuevos filóso­fos artísticos exigen la misma licencia moral, una liber­tad para destrozar cielo y tierra con su energía; pero el resultado de todo ello es que un mediocre llega a poeta laureado. No digo que no existan hombres más fuertes que éstos, pero ¿diría alguien que existen hombres más fuertes que aquéllos de la antigüedad, dominados por su filosofía y comprometidos con su religión? Puede discutirse si el compromiso es mejor que la libertad. Pero a cualquiera le resultaría difícil negar que su com­promiso dio más frutos que nuestra libertad.
La teoría de la inmoralidad del arte se ha establecido con firmeza entre las clases estrictamente artísticas. Tie­nen libertad para producir lo que se les antoje. Tienen libertad para escribir un Paraíso perdido en el que Sa­tán venza sobre Dios. Tienen libertad para escribir una Divina comedia en la que el cielo se halle bajo el suelo del infierno. ¿Y qué han hecho? ¿Han producido, en su universalidad, algo más grande y más hermoso que las palabras pronunciadas por el aguerrido católico gibelino, por el rígido maestro de escuela puritano? Sabe­mos que sólo han creado unas pocas redondillas. Milton no sólo los supera en devoción, los supera también en su propia irreverencia. En todos sus librillos de poe­mas no hallarán un mejor desafío a Dios que el que pronuncia Satán. Ni encontrarán un sentimiento de pa­ganismo tan imponente como el que sintió aquel fiero cristiano que Farinata describió irguiendo mucho la ca­beza en desdén del infierno. Y la razón es obvia. La blasfemia es un efecto artístico, porque depende de una convicción filosófica. La blasfemia depende de la creen­cia, y se desvanece con ella. Si alguien lo duda, que se siente y trate de provocarse ideas blasfemas sobre Thor. Creo que sus familiares lo hallarán, transcurridas unas horas, en un estado de fatiga extrema.
Así pues, ni en el mundo de la política ni en el de la literatura, el rechazo a las teorías generales ha demos­trado ser un éxito. Tal vez hayan existido muchos idea­les descabellados y engañosos que, de vez en cuando, han desconcertado a la humanidad. Pero no ha existi­do, sin duda, un ideal en la práctica más descabellado y engañoso que el ideal de la practicidad. Con nada se han perdido más oportunidades que con el oportunismo de lord Rosebery. Él es, ciertamente, un símbolo viviente de esta época: el hombre que es, en teoría, un hombre práctico, y en la práctica, menos práctico que un teóri­co. Nada en el universo resulta menos sensato que esa veneración por la sabiduría mundana. Un hombre que no deja de pensar en si esta o aquella raza son fuertes, en si esa o aquella causa resultan prometedoras, es el hombre que jamás creerá en nada el tiempo suficiente como para que se imponga aquello en lo que cree. El político oportunista es como el hombre que deja de ju­gar al billar porque le han ganado al billar, que deja de jugar al golf porque le han ganado al golf. No hay nada que debilite más, en lo referido a las perspectivas de tra­bajo, que esa inmensa importancia que se da a la victo­ria inmediata. No hay nada que fracase tanto como el éxito.
Una vez he descubierto que el oportunismo fracasa, me he sentido inclinado a estudiarlo con más deteni­miento y, al hacerlo, he visto que no puede ser de otro modo. Percibo que es mucho más práctico empezar por el principio y discutir de teorías. Veo que los hombres que se mataron por la ortodoxia del homoousion eran mucho más sensatos que quienes discuten sobre la Ley de Educación. Pues los dogmáticos cristianos trataban de establecer un reino de santidad, y de definir, en primer lugar, lo que era realmente sagrado. Pero nues­tros modernos pedagogos tratan de establecer una li­bertad religiosa sin determinar antes qué es religión y qué es libertad. Si los antiguos sacerdotes forzaban a la humanidad a comulgar con un juicio, al menos, previa­mente, se tomaban la molestia de acotarlo. Perseguir a causa de una doctrina sin siquiera estipularla es algo que ha quedado para las turbas modernas de anglica­nos e inconformistas.
Por estas razones, y muchas más, yo, concretamente, he llegado a creer en el regreso a lo fundamental. Esa es la idea general de esta obra. Deseo discutir con mis más distinguidos contemporáneos, no sólo personalmente o de un modo meramente literario, sino en relación con el cuerpo real de la doctrina que enseñan. A mí no me in­teresa Rudyard Kipling en tanto que prolífico artista o personalidad vigorosa; a mí me interesa en tanto que hereje, es decir, en tanto que hombre cuya visión de las cosas tiene la osadía de diferir de la mía. No me intere­sa Bernard Shaw en tanto que uno de los hombres vivos más brillantes y más sinceros; a mí me interesa en tan­to que hereje, es decir, en tanto que hombre cuya filo­sofía es bastante sólida, bastante coherente, y bastante equivocada. Regreso a los métodos doctrinales del si­glo xiii, inspirado en la confianza general de lograr algo.
Supongamos que en la calle se produce una conmo­ción general por algo, digamos que por una farola de gas, con la que muchas personas influyentes pretenden acabar. Un monje de hábito gris, que es el espíritu de la Edad Media, es convocado para que dé su opinión, y empieza por decir, a la manera ardua de los escolásti­cos: «Consideremos en primer lugar, hermanos míos, el valor de la luz; si la luz, en sí misma, es buena...». Lle­gado a este punto, la gente, no sin excusarse, se aleja de él. Todos se acercan apresuradamente a la farola que, en cuestión de diez minutos, acaba en el suelo. Y se fe- licitan unos a otros por su practicidad nada medieval. Pero con el tiempo se ve que las cosas no resultan tan fáciles. Hay gente que ha derribado la farola porque quería instalar luz eléctrica; otros porque prefieren las viejas, de hierro; otros porque desean que reine la oscu­ridad y poder, de ese modo, obrar mal. Algunos creen que no basta con derribar una farola; otros, que ya es demasiado; algunos han actuado porque querían des­truir el mobiliario municipal; otros, porque querían destruir algo. Y en medio de las tinieblas estalla la gue­rra, y nadie sabe contra quién lucha. De modo que, gradual e inevitablemente, hoy, mañana, pasado, regre­sa la convicción de que el monje tenía razón y de que todo depende de cuál sea la filosofía de la luz. La dife­rencia es que lo que podríamos haber discutido a la luz de la farola de gas, nos vemos obligados a abordarlo a oscuras.


G.K. Chesterton, “Herejes”, El Cobre Ediciones, Barcelona 2007.

A Francisco no parece importarle decir herejías públicamente.

Me viene a la mente algo que puede ser una insensatez, o quizás una herejía, no sé: Hay alguien que sabe que pese a las diferencias somos uno... y es el que nos persigue. El que persigue ahora a los cristianos, que nos unge con el martirio, sabe que los cristianos son discípulos de Cristo, que son hermanos”.
Francisco en su mensaje dirigido a los participantes la celebración protestante Juan 17 en Phoenix, Arizona, 23-May-2015, Minuto 4:12:



Hoy, entre risas conscien­tes, afirma: «Supongo que soy muy hereje»; y se vuelve, esperando recibir el aplauso. La palabra «herejía» ya no sólo no significa estar equivocado: prácticamente ha pasado a significar tener la mente despejada y ser va­liente. Ello sólo puede indicar una cosa: que a la gente le importa muy poco tener razón filosófica. Pues sin duda un hombre debería preferir confesarse loco antes que hereje.
G.K. Chesterton, tomado de su obra Herejes”, El Cobre Ediciones, Barcelona, año 2007.


miércoles, 20 de mayo de 2015

Profanación de la Basílica de Luján con un concierto de Rock.

Vemos publicado, en una cuenta de Facebook dedicada a la Basílica de Luján, el repertorio del espectáculo musical “Creyendo Luján” llevado a cabo dentro mismo de la Basílica el 16-May-2015. A continuación, publicamos una nota al respecto de esa misma profanación, aparecida en InfoCatólica 19-May-2015.


Profanación de la Basílica de Luján con un concierto de Rock

Mª Virginia, el 19.05.15 a las 6:11 AM

Profanar: (DRAE): 1. tr. Tratar algo sagrado sin el debido respeto, o aplicarlo a usos
profanos.2. tr. Deslucir, desdorar, deshonrar, prostituir, hacer uso indigno de cosas respetables.

«Está escrito: Mi casa será casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!»(Lc. 19, 45-48)


No faltaron ni las luces de colores, y ni los púlpitos han sido respetados.   Anteriormente hemos ya publicado algo sobre la pertinencia o no de ciertos espectáculos en los lugares sagrados, teniendo en cuenta las condiciones que la Iglesia establece para ellos, aunque a una gran parte de sus miembros -sean laicos, sacerdotes o jerarquía- ya no les dicen nada ni éstas ni ninguna norma. Hace unos meses, una misa criolla indigenista, hoy un festival-concierto rock… Un pasito más cada día, porque siempre habrá una excusa: si los artistas tienen notoriedad, ¿qué mejor que un templo para servirles como escenario decadente?
El proceso de desacralización es ya tan acelerado, que podríamos decir que ha dado paso a un verdadero camino de abominación, principalmente centrado en los lugares santos. Hace unos años, Charly García organizaba un recital a las puertas de la basílica. Hoy ya todo está maduro para organizarlo dentro.
¿Cómo no evocar la señal dada por Ntro. Señor a sus discípulos para la huida, ante la ruina inminente de Jerusalén? ("la abominación de la desolación en el lugar santo"  Mt.24, 15, y Mc. 13,14). Como quiera que sea, es legítima una asociación con la idolatría y la profanación de nuestros templos, a los que lamentablemente algunos quieren que nos acostumbremos.
¿Qué nos cabe esperar, si algunos creen que pueden cargarse dos o tres sacramentos de un plumazo, hablar de cualquier delirio que contradiga la Revelación, negar dogmas y hacer lo que les dé la real gana, porque parece que se hubiera abolido el “sí-sí; no-no” del Evangelio? (que por cierto, es también un mensaje bastante “relativo”…).

Pero el que sí tiene las cosas cada vez más claras, es el enemigo, no lo dudemos. Porque simplemente sabe que le queda poco tiempo. Y guste o no a los amantes de la Hermandad único-ecuménico-maníaca con globos de colores, la Revolución es fiel a sí misma, y sus personeros también. Su lema ha sido y es “Hasta la victoria siempre!”, y como lagartijas se escabullen donde se les presenta un hueco. Y cuando se topan con los corifeos de las “puertas abiertas”, no pierden tiempo,pues supongo que con las naciones debe suceder como con las almas:
Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, pasa por lugares áridos buscando descanso; y al no hallarlo, dice: “Volveré a mi casa de donde salí.”  Y cuando llega, la encuentra barrida y arreglada.  Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando, moran allí; y el estado final de aquel hombre resulta peor que el primero."(Lc.11,24-26)

No podemos brindar grandes detalles del nefasto “evento”, porque aún no se ha hecho público, pero sí los suficientes. Se supone que el “recital” será transmitido por la televisión oficial el 25 de mayo, con lo cual no hay que ser muy vivo para ver atrás de esto, la “zarpa” izquierda que nos gobierna, y que este año celebrará el Te Deum en la basílica nacional con una colorida “ceremonia interreligiosa” (sic).

En este diario “turístico” local,  se puede ver el nutrido programa que se presentó el sábado pasado, 16 de mayo, “en el marco de la filmación de un programa de televisión por los festejos por las restauraciones que se vienen llevando a cabo desde el año 2003”.  Para ello no se preparó ningún recital de música sacra, por supuesto, sino que se convocó a “más de 20 artistas de primer nivel nacional dirigidos por Lito Vitale”, la mayoría reconocidos por su activa militancia política de izquierda. Se trata por ejemplo de León Gieco, Raúl Porchetto, Horacio Fontova, Carlos Baglietto, Valeria Lynch, Miguel Cantilo y la infaltable Sandra Mihanovich -adalid de la “causa GLTBT”-… líderes ideológicos de las mismas personas que en manifestaciones callejeras suelen vociferar “Iglesia basura, vos sos la dictadura!”, y sí, también de un millón de almas que no entienden nada, moldeados por el modernismo y útiles al sistema subversivo que transitamos, aunque vayan a misa los domingos al son de la guitarra.
A estos fieles no les sorprenderá nada, porque al fin y al cabo el “mensaje"  inmanente y horizontalista es el mismo que aparece al abrir el portal de la Basílica, en que se pide que se cambien las ofrendas de velas y flores por alimentos y ropa, como si se tratara de opciones equivalentes, cuando no lo son, como tampoco intercambiables entre sí, por pertenecer a ámbitos diversos.

Dado que por el momento no hay disponibles videos del “concierto", me limitaré a presentar algunos otros en que se puedan “apreciar” las piezas ejecutadas, teniendo en cuenta que por supuesto, hay “platos fuertes” y otros de relleno, con composiciones banales que sirven para relajar a muchos  que mirando a la Sma. Virgen dirán con un suspiro ingenuo: “¡Qué lindo le cantan a la Virgencita…!”  Dios los bendiga.
Pero a otros muchos hijos de esta Madre, les hierve la sangre al ver estas fotos y letras, y pensamos en el consejo de San Pablo que bien valdría aquí para los que se dicen nuestros pastores: “padres, no exasperéis a vuestros hijos para que no se desalienten..."(Col.3, 21). SIgan mirando hacia las periferias, mientras hay tantos fieles que lloran de desconcierto, porque no dan crédito a tanta desidia y connivencia con el mundo, aquel mundo por el que Nuestro Señor NO rogó:

“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has dado; porque son tuyos” -Jn 17,9-; y del cual advirtió que está en poder del Maligno:

“Sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo yace bajo el poder del maligno” -1 Jn. 5,9-.
Pero éste es el sentido de “mundo” que permanentemente soslaya la progresía buenista actual.

Digamos en pocas palabras, que se trata de un evidente intento por reflotar una cultura setentista -tanto en su faz contestataria como en la de “amor y paz”-, de la mano de todas las vertientes liberacionistas, envalentonadas por los homenajes aquí y allá a los Mujica, Angelleli y Cía. Tengamos paciencia, que ya vendrán a proponer la beatificación de Camilo Torres; todo llega… Pero non prevalerunt. 
Veamos, entonces, de qué se trató el Programa, con las letras para quienes deseen “abreviar el trago”:

1) “Gloria” (Misa Criolla) por Jaime Torres y Susana Moncayo con Coro Gospel 
(Pasaporte obligado y cortés, ¿para salvar lo políticamente correcto y bajar las defensas?)

2) “Cristo Rock: obertura y canción primera” por Raúl Porchetto


Cristo Rock
Padre, no entiendo que sigan así… 
crecer ya muertos, prohiben sentir, 
el propio infierno construyeron sobre sus pies. 

Padre, ayúdame a cambiarlos y a gritarles de una vez, 
¡Cuerno, despierten! ¿Cómo viven así? Se han convertido en instituciones, 
se amamantan bajo sus lechos como tiernos y brillos robots. 
Padre, hoy estuve preso por hablar de tu amor en las plazas; 
Padre, hoy estu preso por cantar canciones de rock.
(para quienes no lo saben, el rock y el amor son palabras equivalentes, y por supuesto, hay mártires de uno y del otro…)

3) “Libros sapienciales” por Willy Quiroga (Vox Dei)


Ya está cerca de venir aquel que nos va a explicar
Sin violencia ni gritos paz para el mundo traerá
Caminando vendrá a ofrecer lo que siempre faltó
Es el hijo del hombre, paz para este mundo traerá
De dónde viene y cómo se llama, nadie lo sabe. Ni yo lo sé.
No importa su nombre, no; ni cómo nacerá, lo importante es que viene
Trae la oportunidad; mucho más fácil es creer, mucho más que matar
Por ser hombre soy tonto, busco fe donde no está.
Las cosas predichas ya se han cumplido, hoy yo lo predigo y se cumplirá.
No hay que ser muy suspicaz para ver que el “buscar la fe donde NO está“, se refiere a la religión “oficial", o sea a la católica. Pensándolo bien, puede ser un buen himno de bienvenida al Anticristo, aunque sus compositores no lo reconozcan.

4) “Padre Francisco” por Miguel Cantilo
Padre Francisco,
No les pregunte lo que piensan sobre Cristo,
tienen otra preocupación,
Padre Francisco, / le han agregado un nuevo clavo al crucifijo,
para olvidarlo en la pared,
pan y trabajo,
De que milagros habla usted,
techo y debajo,/ la tierra donde cultivar la razón y la fe.

Padre Francisco,
Haga que multipliquen los panes para el pueblo,
de lo contrario no habrá dios.
Padre Francisco, / Ya no podemos darle al Cesar, lo del Cesar,
pues se lo lleva sin pedir,
alce sus manos, para evocar la protección,
de los hermanos, cuyo pecado fue nacer,
sin control ni calor.

Padre Francisco,/ no le preocupe que lo llamen comunista,
con estandartes y altavoz.
Padre Francisco,
salga por Cristo a predicar,/ una justicia más audaz.
ya no recaiga, háblele al alma,
Del pueblo de pié, se necesita tanta fe, sea usted capaz.

Si alguien cree que somos muy atrevidos en los comentarios, puede ver los videos que “ilustran” este tema:



5) “La oración del remanso” por Ligia Piro
 en el video, con Lito Vitale al piano.
 El tema de esta canción es la injusticia nuevamente, esta vez con los pescadores.
Estribillo: Cristo de las redes, no nos abandones 
y en los espineles déjanos tus dones. 
No pienses que nos perdiste, es que la pobreza nos pone tristes, 
la sangre tensa y uno no piensa más que en morir; 
agua del río viejo llevate pronto este canto lejos 
que está aclarando y vamos pescando para vivir.

6) “San Cayetano” por Peteco Carabajal & Micaela Chauque 
Tímidamente los hombres / llevando sombrero en mano 
se inclinan mordiendo un ruego / llegando al viejo santuario. 
Las mujeres y los niños / en corrillos apretados 
se persignan y le rezan / su amor a San Cayetano. 
La procesión encendida / con sirios y con reclamos 
corea un cantico antiguo / corea un antiguo salmo: 
San Cayetano te pido / que tenga pan y trabajo 
no nos dejes sin tu ayuda / Bendito San Cayetano.

“El que debe responder / no ha de ser San Cayetano 
los que deben responder / están mirando a otro lado.” 
El pueblo muy bien lo sabe / pero se aferra al milagro 
en tierra quieren el premio / de algún cielo anticipado. 
El olvido siempre empuja / con pena a los olvidados 
buscando amparo en la fe / no conocen otro amparo.

“En otra puerta será / en otra puerta el reclamo 
el que debe responder /no ha de ser San Cayetano.”

7) “Amazing grace” por Emme y Coro Gospel

8) “La bicicleta blanca” por José Ángel Trelles
 (Tango de Horacio Ferrer y Musica de Astor Piazzolla, 1970)

Lo viste. Seguro que vos también, alguna vez lo viste.

Te hablo de ese eterno ciclista, solo, tan solo, que repecha las calles por la
noche. Usa las botamangas del pantalón bien metidas en las medias y
una boina calzada hasta las orejas, ¿te fijaste? Nadie sabe, no, de
dónde cuernos viene; jamás se le conoce a dónde diablos va. De todos
modos, si lo vieras pasar, mirálo con mucho amor. Puede que sea, otra
vez…

El Flaco que tenía la bicicleta blanca
silbando una polquita cruzaba la ciudad,
sus ruedas daban pena, tan chicas y cuadradas,
que el pobre se enredaba la barba en el pedal.

Llevaba de manubrio los cuernos de una cabra,
atrás en un carrito cargaba un pez y un pan,
jadeando a lo pichicho, trepaba las barrancas
y él mismo se animaba, gritando al pedalear:
” ¡Dale, Dios!… ¡Dale, Dios!, meté, flaquito, corazón.
Vos sabés que ganar no está en llegar sino en seguir.”

Todos, mientras tanto, en las veredas
revolcándonos de risa ¡lo aplaudimos a morir!
Y él con unos ojos de novela, saludaba, agradecía, y sabía repetir.
” ¡Dale, Dios!… ¡Dale, Dios! ¡Dale con todo, dale Dios!”

Pero, cierta noche, su horrible bicicleta con acoplado entró a sembrar
una enorme cola fosforescente. ¡Increíble! los pungas devolvían las
billeteras en los colectivos; los poderosos terminaban con el hambre;
los Ovnis nos revelaban el misterio de la paz; el intendente en
persona rellenaba los pozos de la calle. Y hasta yo, pibe, yo que soy
las penas, lloré de alegría bailando bajo aquella luz la polka del
ciclista.
Después, no sé, te juro, por qué siniestra rabia,
no sé por qué lo hicimos, ¡lo hicimos sin querer!,
al flaco, pobre flaco, de asalto y por la espalda,
su bicicleta blanca le entramos a romper.

Le dimos como en bolsa, sin asco, duro, en grande,
la hicimos mil pedazos y, al fin, yo vi que él
mordiéndose la barba gritó. “¡Que Yo los salve!",
miró su bicicleta, sonrió, se fue de a pie.

Mi viejo Flaco Nuestro que andabas en la Tierra,
¿cómo te olvidaste que no somos ángeles, sino hombres y mujeres?
Flaco, no te pongas triste, todo no fue inútil, no pierdas la Fe.
En un cometa con pedales ¡dale que te dale! yo sé que has de volver.


Sí: yo también me pregunto -y no quisiera responderme- si el “Flaco Nuestro", “eterno ciclista", pretende ser una imagen “poética” (¿?) de NSJC, a quien se consuela pidiendo que “no pierda la fe” (!). Aberrante, en efecto. ¿Nos dirán que de este modo se “acercan al auditorio", como escuchamos hace unos días?…¿Es lícito cualquier lenguaje para acercarnos a lo Sagrado?

9) “Dime quién me lo robó” por Los Tipitos:


Dime quién me lo robó
Mirábamos de pie por la ventana al sol, 
al cielo, las nubes y a Dios. 
Sabía yo creer el cuento sin razón, 
al hada, la bruja y a vos, 
sabía correr, podía reir, 
y creo también que era feliz. 
La escuela estaba ahí, esperando por mí, 
mi patio, mi banco marrón. 
Todo estaba muy bien, sí, sabía la lección 
de historia, de inglés o de amor. 
Siempre fue igual mi profesor 
siempre tuvo el la razón. 
Un día descubrí que empezaba a crecer 
reí, lloré y creí. 
De pronto fui un varón que no tenía mujer 
y quise poderla conseguir. 
Que tonto fui! Se rio de mí 
Y qué iba a hacer, me rei también. 
Y ahora miro atrás un poco y hace tanto que pasó, 
y todo lo que yo amaa ya no es mío y se escapó. 
Y ahora estoy tan confundido, y ahora hay humo alrededor 
dónde está el sol? dónde está Dios? 
Dime quién me lo robó. 
Y vuelvo a caminar y empiezo a recordar: 
mi casa, mi padre y Jesús, 
y tengo que elegir, ya es tiempo de partir 
mi vida, mi amor y mi luz. 
No se muy bien qué voy a hacer 
quiero a mi fe quiero crecer. 

No se muy bien qué voy a hacer 
quiero a mi fe, quiero crecer…

10) “Todos los días Dios” por Babú Cerviño y Raúl Porchetto
Todos los días Dios
viene a encender el sol,
todos los días la vida te invita a nacer
a crecer y a seguir.
(…)  cada cual inventa su historia,
su cielo y su mar
Es tiempo de empezar
lo que no hiciste ayer
cada día es otra historia y habrá que aprender
a escribirla de nuevo
(…)  Para estos días yo
escribí esta canción
en este tiempo que empieza te invito a vivir
compartir, a crecer con un poquito de amor…
y el que no los encuentra
puede olvidarse de su ilusión
…  puede resignarse de a poco a morir
o luchar y crecer
intenta hacer un mundo en paz
y encontrar en cualquier rincón el cielo.

11) “Entra a mi hogar” por Horacio Fontova


12) “El grial” por Juanse
Toma siempre  del grial 
lo que tiene, vence al mal 

Toma y siente siempre 
lo que la verdad / te dara la libertad 
Permanece (toma siempre) sin hablar 
todo vuelve / a la mar
Toma y siente siempre 
porque la verdad 
y la libertad es ya…(se repite todo)

13) “Honrar la vida” por Sandra Mihanovich


(en este video con su amiga Marilina Ross, (recientemente “casada” a los 70 años con su novia..). No podemos dejar de señalar que esta cantante hace décadas que viene siendo referente de la libertad de “elección” (sic) sexual, como ella misma señalaba hace un tiempo en una entrevista:
“Soy lo que soy” Era un grito pelado que queríamos dar entre todos: No me digan lo que tengo que hacer o decir, ni cómo me tengo que vestir, lo que tengo que votar. Nada. No me digan nada. Fue una canción que trascendió por mucho el himno gay.”
Huelgan los comentarios, en un momento sensible para este tipo de presencias que por sí solas son ya una declaración de posturas.

14) “La de los angelitos” por Marilina Mozzoni, Anabella Zoch, Claudia Romero, Lucho González y Lidia Barroso

“A Salavina fui en un sueño angelical diez angelitos vi entre un coro celestial.
Los angelitos son las huahuitas del señor y entre alabanzas van
hacia un cielo de esplendor.
Los angelitos son las huahuitas del señor.
(…) Le pido al niño Dios angelitos de Belén
que alumbren con su luz los senderos de la fe…”
La típica canción que adquiere carnet de libre circulación e inocencia por la sola mención de los angelitos…

15) “Salmo a Cristo” por Liliana Vitale
(no he podido hallar ni video ni letra por ahora…)

16) “La Saeta” por Juan Carlos Baglietto


Un video de Baglietto, ya que su compositor fue Antonio Machado (quien en su autobiografía dijera “Estimo oportuno combatir a la Iglesia católica y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia…") y su mayor difusor, J.M. Serrat…:

Dijo una voz popular:

¿Quién me presta una escalera para subir al madero
para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno?

Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras para subir a la cruz.

Cantar de la tierra mía que echa flores
al Jesús de la agonía y es la fe de mis mayores.

¡Oh, no eres tú mi cantar NO PUEDO CANTAR, NI QUIERO
A ESE JESUS DEL MADERO, sino al que anduvo en la mar!
Ahora bien, ¿Hay que explicarle a los organizadores que por más que a este rancio republicano no le guste, el ÚNICO que puede salvarnos es Nuestro Señor desde la Cruz, y no “desde la mar"??? ¿Y que suena a blasfemia asquerosa que ante la Madre de Dios se reniegue melosamente de esa Cruz bendita?

17) “La Guada” por Mariana Baraj (¿será dedicado a la Guadalupana?)


18) “Piensa en mi” por Valeria Lynch
Cuando estés desorientado  piensa en mí 
Cuando el mundo caiga al suelo piensa en mí 
Si una lágrima te rompe el corazón y la voz, 
Piensa en mí, piensa en mí 
Cuando estés de cara al cielo, piensa en mí 
Si precisas un consuelo, piensa en mí 
Si te falta algún “Te Quiero”, no lo olvides, por favor 
Piensa en mí, piensa en mí 

Si precisas buena suerte, piensa en mí 
O un abrazo fuerte, fuerte, piensa en mí 
Cuando todo esté perdido 
siempre habrá una solución 
Piensa en mí, piensa en mí 

Piensa en mí Que yo voy contigo, donde quieras, hasta el fin 
piensa en mí, que yo, para curarme las heridas, pienso en ti 
Si un buen día te decides a soñar 
Pon los pies sobre la tierra un poco más 
Para compartir la vida, el futuro y la verdad 
Piensa en mí, piensa en mí
En este caso, las palabras-pasaporte son seguramente “cielo-consuelo-corazón-vida", etc…Todo un tratado de teología mística…

19) “Todos los días un poco” por Leon Gieco

Si una estrella más cayó
este cielo llora si nadie reclama luna y luz
este mar ya se secó. 

Llaman y llaman las flores al sol
juegan y juegan /todos los días al amor
si no me llamás como hace la flor
te iré olvidando / todos los días un poco. 

Si un año más pasó, la vida es más corta
si no sacudes al tiempo
ni un intento queda en vos.
Tenemos aquí por lo visto, todo un canto a la esperanza y a la trascendencia…
Aquí tienen un video con “lo más selecto” de este cantante, con una imagen fija suficientemente sugerente. El primer tema es el que cierra este recital, que hace varias décadas viene siendo algo así como el himno nacional de la protesta sensiblera de la izquierda vernácula:


20) “Sólo le pido a Dios” TODOS JUNTOS. 

El lector sacará sus conclusiones sobre la conveniencia de que este repertorio, con estos personajes, sea ejecutado en la basílica nacional, bajo la mirada de la Madre de Dios.
Al Card. Poli,  a Mons. Agustín Radrizzani, obispo de Mercedes-Luján, y al rector de la Basílica, P.José Daniel Blanchoud, y Mons. Bruno (administrador), les preguntamos:¿qué les hizo pensar que este “espectáculo” sería el que más Gloria a Dios daría para festejar la remodelación del templo?¿Hay acaso algo más importante o relevante que ella, a la hora de autorizar algo dentro de un templo, que además es basílica nacional? ¿Realmente no había algo más “católico” que proponer? ¿Creen que la basílica no es también la casa de todos los católicos argentinos que nos sentimos profundamente agraviados con esto?
¿No es esto un “terrorismo de guante blanco", contra los fieles, desde la propia casa?
¿No somos también ovejas a las que cabría tener en cuenta, para que no nos sintamos abofeteados con este tipo de elecciones?…

Que Nuestra Señora de Luján tenga piedad de nuestra pobre patria y de la Iglesia, y alcance conversión a quienes permiten y celebran estas cosas.   

Oración y reparación.


Anexo con fotos de la profanación: