Mostrando entradas con la etiqueta Artículos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Artículos. Mostrar todas las entradas

lunes, 12 de noviembre de 2018

La Ciudad del Hombre.



En la obra “Las dos ciudades”, san Agustín de Hipona decía que:

“Dos amores fundaron dos ciudades, a saber: la ciudad terrena el amor de sí hasta el desprecio de Dios, y la ciudad celeste el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo”.

En el día de hoy vivimos inmersos en la Ciudad del Hombre que ha llegado hasta el desprecio de Dios, y con soberbia ha construido esas grandes catedrales de hierro y cemento nombradas orgullosamente “rascacielos”. Gigantes secuoyas de angulosas formas, cubiertas de acero y vidrio, grises, fríos, que en su interior contiene miles de personas trabajando como hormigas afanosamente en los negocios de la ambición humana. Esta Ciudad del hombre, con esfuerzo casi sobrehumnano, ha querido tapar la Creación de Dios. En toda ella se respira esa ambición, en toda ella se ha impreso la mano del hombre. En toda ella se imprime, sobre su acero y sobre su granito, la impronta del hombre voluntarista, del superhombre nitzcheano, y bajo esa figura, el poder de la manipulación de la materia, con el cual ha llegado a dominar la técnica.

El estruendoso rugir de los motores y el chillido de las bocinas, nos llevan a desconocer el silencio. Los gritos de hombres descontentos, distorsionados por la desgastada arenga de los amplificadores eléctricos que se entremezclan con los golpes de tambores, como danza tribal y desentonada, de los constantes insatisfechos manifestantes que se movilizan con el lento paso del ganado bovino sobre una ancha avenida.

Y en las noches, la estertórea música que resuena repetitivamente en los parlantes de una cultura descartable, en los boliches, en los antros y bares de vida nocturna, emite  aquellos sonidos que producen un encantamiento en los bajos instintos, esa hipnótica transformación de las mentes juveniles que caen desprevenidamente en las actitudes más torpes a la vez que intentan homologar lo que sus “próceres” de la subcultura imponen con la suyas. El bien no hace ruido y el ruido no hace bien, decía un santo. Y los ruidos nos alejan del silencio tan necesitado para el hombre que hoy y siempre ha buscado la Verdad.

Ya no contenta esta ciudad humana con sus estridencias sonoras, recurre a las miles de luces y grandes pantallas mostrando todas sus ofertas. Las luces de colores y los carteles cada vez más vistosos, son aquellos ruidos que a la vista nos distrae. Las grandes cadenas cada vez más monopolizadas del cine, con sus películas cada vez más vacías de contenido pero a la vez más vistosas, repletas hasta el hartazgo de efectos especiales, recordándome cada vez más a las elucubraciones culturales en la distópica ¿o utópica? novela de Aldous Huxley “Un mundo feliz” con el “cine sensible”. El concupiscente embelesamiento que nos pone enfrente para vendernos el modo de vida que debemos aceptar, o sus muchas manufacturas de las grandes fábricas o, cuando nos encontramos en épocas electorales, nos distrae con el variopinto abanico multicolor del “márketing” político. Ruido para la vista y para un verdadero pensamiento sobre qué necesita realmente la polis de hoy.
Hasta la escasa vegetación que podemos encontrar en el centro de la urbe, parece subyugarse sumisamente a un patrón humano que la ordena en la ciudad y la dispone como piezas de ajedrez, manipulandola y la recortandola como papirola según su beneplácito. Todo ha sido manejado, construido, plantado milimétricamente por la mano del hombre, a tal grado que no podemos ver otra mano en lo que nos rodea, que la del hombre.

La Ciudad del Hombre, “la Ciudad Terrena” que llamaba san Agustín, se yergue soberbia, omnipotente, omnipresente, omnifuncional, como una aceitada maquinaria dispuesta a seguir creciendo indeterminadamente frente al hombre que vive inmerso en ella, absorbido por ella, impidiéndole por todos los medios posibles poder contemplar más allá de sus paredes de cemento. La mano humana la ha construido toda ladrillo por ladrillo, la Babilonia prostituta, la torre de Babel, cuyo príncipe es el Príncipe de este Mundo, vuelve a erguirse para decirle al hombre contemplador: “tú no podrás”.

La Ciudad Terrena busca siempre que los hombres estén inmersos en sus ocupaciones, en sus diversiones, en lo posible, toda la vida, y así olvidar lo profundo, lo importante y trascendental. Su aplanadora sensorial busca achatar las perspectivas de la vida, mostrando que solo hay un horizonte: el terreno, y así ocultar con sus variadas artimañas, que también hay un horizonte vertical, si se me permite la paradoja.

Pero aún, al contemplador, al hombre que ama y que busca al Amor, que desea vivir en la Ciudad Celeste, la Patria Celestial, cuando se le presenta el combate frente la Ciudad Terrena, puede encontrar la gracia de cobijarse en el candor de un sencillo San Ireneo de Arnoise interior, le queda ese vestigio que todavía el conglomerado de cemento no le puede quitar. Aunque la urbe, con sus fulgurantes luces ha podido tapar gran parte de las estrellas, aún quedan los cielos para poder escalar al cenit y divisar el vestigio de Dios.

Y luego de estas reflexiones, a modo retórico, podría hacerme unas preguntas, ¿serán estas cosas por las cuales las grandes ciudades se han transformando en la acumulación legalista y legislativa de vicios y desórdenes inimaginables antaño? ¿El alejamiento del hombre de Dios nos ha llevado a la construcción de estas grandes ciudades o fueron las grandes ciudades que alejaron también al hombre de la mirada trascendente?

Tal es el encierro del hombre entre las paredes de la gran ciudad, que ha prodigado una considerable cantidad de lunáticos, esos lunáticos que G. K. Chesterton describía como aquél que se había encerrado entre las cuatro paredes de la caja de cartón de su pequeño universo, pintando  el cielo y las estrellas en el techo.

Y recuerdo que, con ciertos dejos de melancolía, recordaba el Papa León XIII en “Inmortale Dei” que “hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad.”

Dentro de los defectos humanos, en aquellos tiempos, reinaba la armonía que produce la vida de una profunda cosmovisión cristiana. La época dónde la verdad era la Verdad, dónde el sentido común y la cordura reinaba en las leyes. El contraste entre las dos ciudades es contundente. No pueden convivir juntas, son inconciliables y siempre estarán en constante pugna.

Mariano Gabriel Pérez-Tinnirello, tomado del portal Noticias Congreso Nacional, 07-Nov-2018.

jueves, 17 de agosto de 2017

La abolición del sentido común.


Uno de los rasgos más estremecedores de nuestra época es la abolición del sentido común. Aquella fábula del rey desnudo, en la que un niño intrépido se atrevía a decir lo que todos callaban, ha alcanzado hoy su paroxismo; sólo que el desenlace de esa fábula sería hoy trágico, pues el rey de inmediato privaría de la patria potestad a los padres de ese niño, que entregaría a una parejita chunga, para que lo “reeducase”.

El desprestigio del sentido común no es un fenómeno reciente. Todos los sistemas filosóficos prometeicos que han querido negar la naturaleza de las cosas se han preocupado de anatemizar el sentido común. Así, por ejemplo, Hegel (el Antiaristóteles por excelencia) arremete en el prólogo de su Fenomenología del espíritu contra «el sentido común y la inmediata revelación de la divinidad, que no se preocupan de cultivarse con la filosofía» y que son «la grosería sin forma ni gusto». Resulta, en verdad, muy revelador que Hegel vitupere en la misma frase la Revelación divina y el sentido común humano; prueba inequívoca de que sabe misteriosamente –como sólo saben quienes creen y tiemblan– que ambos se amamantan de la misma luz.

Y es que, en efecto, el sentido común no es un amontonamiento informe de opiniones cazurras o tópicas sobre esto, eso y aquello. El sentido común es el juicio sano que permite el conocimiento de la verdad de las cosas; y es un sentido que tiene toda persona, con independencia de que sea creyente o incrédula, si no ha sido ofuscada por visiones culturales o ideológicas deformantes. Toda la historia de la filosofía moderna ha sido un combate –a veces soterrado, a veces furioso– contra el sentido común y contra los filósofos que lo sostuvieron, empezando por Aristóteles. Y en nuestra época ese combate se ha trasladado a la política, que nos impone construcciones abstractas y utopías mórbidas con escaso o nulo anclaje en el orden real de las cosas. Las ideologías modernas han logrado instaurar de este modo una nueva barbarie (como siempre ocurre cuando se pierde contacto con la realidad), sólo que esta vez se trata de una barbarie más incitante y golosona, porque nos hace creer que somos soberanos.

No pensemos bobaliconamente que esta abolición del sentido común propone a cambio diversas “versiones relativistas” de la realidad. Por el contrario, aunque ofrezcan aderezos variados, lo cierto es que las ideologías en liza ofrecen las mismas definiciones dogmáticas que, por supuesto, niegan el sentido común y postulan la subversión del orden real de las cosas. Sus premisas no pueden ser discutidas; y quienes se atreven a hacerlo son de inmediato señalados, desprestigiados, estigmatizados, incluso civilmente eliminados. Y, entretanto, las definiciones dogmáticas contrarias al orden real de las cosas son proclamadas por “iluminados” de izquierdas y derechas con todos los medios propagandísticos puestos a su servicio, hasta la abolición completa del sentido común, hasta la conversión de los hombres en bestias esclavizadas que, además, se creen grotescamente soberanas.

En estos momentos asistimos a la última ofensiva contra el sentido común, con la imposición de leyes que atentan contra la misma naturaleza humana, que la rectifican hasta convertirla en una parodia (no en vano los clásicos llamaban al demonio “el simio de Dios”) y que consagran la muerte civil de quienes osen rechistar. Sin embargo, más acongojante aún que estas leyes que van a imponernos es el remoloneo inane de la única institución que, por ser depositaria de la Revelación divina, podría reavivar el sentido común entre los hombres esclavizados. Ese remoloneo inane hiela la sangre en las venas.


Juan Manuel de Prada, publicado en ABC, 14-Ago-2017.

viernes, 4 de noviembre de 2016

No somos como ellos.


Por Natalia Sanmartín Fenollera

Visto en Wanderer, 04-Nov-2016.

En Yorkshire, en el norte de Inglaterra, el viento barre los páramos cubiertos de brezo. La brisa es helada. El azote del viento hace que caminar sea un esfuerzo; las ovejas bajan la cabeza.
Y sólo es octubre. Las gentes de otros tiempos cruzaban estos páramos diariamente caminando kilómetros bajo el viento helado y la nieve. Los cruzaban con lluvia y hielo; lo hacían en enero y en diciembre. Caminaban ante la mirada de sus ovejas, que pacen ahora como hace siglos, ajenas a la endiablada dureza de esta tierra.
No sólo es dura la tierra, también lo fueron los hombres que se asentaron en ella. Y entonces, ante el paisaje agreste, surge una reflexión casi inevitable: nosotros, los hombres modernos, no somos como ellos.
No somos ya como los hombres y las mujeres de antaño. No tenemos sus cuerpos, domados y endurecidos por la enfermedad, la vida austera, el dolor, y el trabajo físico; no tenemos su capacidad de resignación ante los reveses y las desgracias, tampoco tenemos su resistencia. No tenemos siquiera sus corazones, su disposición, hecha de perseverancia y esfuerzo, para sufrir, para padecer y compadecer, para amar, para doblegar los sentimientos, para curar las heridas propias y ajenas, para caer y levantarse. 
Todos los que queremos volver a una vida sencilla, evangélica, guiada por el ideal benedictino; todos los que soñamos con ese ideal, pese a no estar de ningún modo a su altura; tenemos que hacer un ejercicio de crudo realismo que comienza por reconocer que nosotros no somos ni podemos ser ya como ellos. El mundo nos ha contaminado y separado de la realidad lo suficiente como para asumir que nuestra primera tarea no es heroica, no es reconstruir nada, ni siquiera es recuperar nada. Nuestra primera tarea es renunciar, quitar, abandonar, cerrar. 
Las inteligencias modernas no se parecen tampoco a las de los antiguos. Aquellos hombres dedicaban años a estudiar en profundidad lo que tenían a su alcance y eso era su universo. Los hombres que amaban el estudio pasaban su vida leyendo y releyendo libros, libros heredados, libros polvorientos, libros llenos de sabiduría, libros también a veces con errores, libros perdidos, libros desactualizados, libros mal traducidos, libros deteriorados, libros escogidos. 
Nosotros llevamos un teléfono en la mano que contiene toda una Biblioteca de Alejandría. Un hallazgo por el que cualquier sabio antiguo habría dado la vida. Pero también un anillo brillante que ha destruido nuestra capacidad, tan hermosa y tan humana, de aguardar, de tener paciencia, de reposar, de concentrarnos, de callar, de amar el silencio. 
Muchos de nosotros ansiamos volver a vivir cerca de la tierra, hacemos planes para comprar una aldea abandonada al pie de un océano, peleamos para recuperar la liturgia, soñamos con escuelas en las que se estudie griego y latín. Cada familia, un huerto. Una taberna, oscura y silenciosa, excepto por las risas y las charlas; una taberna donde la amistad masculina florezca como antaño. Un capellán para una iglesia. Un jardín en torno a la Domus Aurea. Una pequeña librería; una editorial evangélica. Un mundo pequeño que estará lleno, como el grande, de pecado, pero en el que también sobreabundará la gracia. Una tierra que contendrá trigo y cizaña. Una pobre y buena tierra en este mundo en ruinas hasta el fin de los tiempos. 

Pero ese sueño será una imitación, será una impostura, una cáscara vacía si no logramos entornar al menos las puertas de esa hermosa biblioteca. Con sus volúmenes, su brillo, sus colores, sus debates y sonidos, sus mapas, videos, mensajes e imágenes. Si no logramos aprender a vivir, a esperar, a rezar, a discutir, a perdonar, a sonreír, a leer, a pensar, a hablar de nuevo como siempre hablaron los hombres: cara a cara y sin una pantalla ante los ojos.
En los años setenta, John Senior dijo a sus alumnos del Seminario Pearson que tirasen la televisión por la ventana si querían reconstruir la cultura cristiana. Casi cincuenta años después, la televisión no es la amenaza; no para muchos de nosotros. La amenaza es nuestra amada biblioteca; es ella la que nos cuesta tirar por la ventana. La misma que me permite escribir ahora estas líneas, la que está tan repleta de tesoros y de cosas buenas, y la que ha privado también a nuestras mentes del primer signo de civilización: las paredes y los muros. 
Senior solía recordar cómo Homero, al describir a los cíclopes y su salvajismo, nos dice: “Vivían sin murallas”. Para los griegos, las fronteras, las paredes, las murallas, eran signos de civilización. 
Parece una contradicción, un contrasentido en el que caemos todos, clamar por lo real, lo sencillo, lo pequeño, lo cercano, y al tiempo tener la mirada puesta en lo que ocurre en cada rincón del mundo a cada minuto. Hemos destruido las murallas en nuestras mentes. Hemos derribado las fronteras. Y al hacerlo, hemos dejado entrar el mundo a raudales en nuestra inteligencia, nuestro corazón y nuestras almas.
¿Es posible cerrar esa puerta? Es muy difícil. Quizá sea imposible. Tal vez pueda plantarse esa semilla en la próxima generación y nuestra labor sea protegerla para que crezca. Pero ser cristiano, incluso serlo en el nivel más bajo de la escala cristiana, ese en el que estamos tantos, es terriblemente difícil también. 

Lo difícil no ha sido jamás una razón para que un hombre abandone una tarea. Tampoco debería serlo hoy para nosotros. Aunque ya no seamos tan fuertes como ellos.

viernes, 28 de octubre de 2016

La fiesta de la condenación: Francisco celebra a Lutero


Francisco con el libro de las 95 tesis de Lutero, 13-Otc-2016

La fiesta de la condenación: Francisco celebra a Lutero

Por César Félix Sánchez Martínez

En ese libro fascinante –y de lectura más que obligada en estos tiempos terribles-, titulado Fátima, Roma, Moscú del padre Gérard Mura (edición en español de 2005), se revela, entre otras cosas, el misterioso simbolismo de una fecha: 13 de octubre, última aparición y milagro del sol en Fátima. Basándose en estudios historiográficos recientes, el padre Mura señaló como fecha del martirio de San Pedro el 13 de octubre del año 67. Curiosamente, sería el mismo día casi 1900 años después, en que ocurriría, en palabras de Romano Amerio, la «ruptura de la legalidad conciliar», cuando, el 13 de octubre de 1962, el cardenal Liénart, de Lille, «capturaría» el micrófono en la asamblea conciliar, y, encabezando un golpe de fuerza de la minoría progresista, impondría el descarte de los esquemas del Sínodo Romano previo, elaborados bajo la vigilancia del cardenal Ottaviani, y daría propiamente origen  al Concilio Vaticano II, al volver a comenzar los trabajos de elaboración de los documentos, pero esta vez con peritos progresistas y con un manejo hábil del «consenso» manufacturado. Se había iniciado de esa forma el desmantelamiento modernista de la Iglesia.

Lo que el libro no alcanzó a consignar fue lo que ocurriría nueve años después de su publicación en español: el 13 de octubre de 2014,  la Relatio Post Disceptationem del Sínodo de la Familia fue leída por el cardenal relator, Peter Erdö, a los 190 padres sinodales. El revuelo fue inmenso tanto en medios católicos como seculares; dos puntos, relativos a la comunión a los divorciados vueltos a casar y otro –el punto 50-, de aceptación de la orientación homosexual, al reconocer sus «dones y atributos» específicos para la Iglesia, fueron los más escandalosos. Aunque la Relatio Synodi ulterior fue en algo aguada, la exhortación Amoris Laetitia y su interpretación autorizada por parte del papa Francisco, tres años después, abren la puerta al sacrilegio de permitir la comunión a pecadores públicos, violentando la doctrina católica. Esta medida no solo se agota en este supuesto mero cambio disciplinar, sino, como han señalado prestigiosos intelectuales como Robert Spaemann y Josef Seifert –para nada sospechosos de “ultratradicionalismo”-, significa la apertura de un horizonte de abolición de  la idea de pecado en la Iglesia.

Tampoco alcanzó a consignar lo que ocurrió el 13 de octubre de 2016. Ese día, en el contexto de la recepción por parte del papa Francisco de una delegación de «peregrinos» luteranos alemanes (así los consideraba Radio Vaticana), y, al margen de las usuales declaraciones del pontífice –que en esta ocasión oscilaron por todos los grados de equivocidad que la doctrina católica considera, desde la proposición temeraria hasta la herética –, el mundo presenció un hecho inédito, en el Aula Paulo VI, en la Santa Sede de Pedro, se ponía en un puesto de honor una estatua del archiheresiarca Martín Lutero, abominador del papado, destructor de la fe (pues, como diría Romano Amerio, el libre examen, núcleo de la doctrina luterana, es la definición misma, el constitutivo formal, de la herejía, no  una simple negación de un dogma particular, sino la negación de todos) y personaje violento y vulgar, para nada «misericordioso».


El mismo Francisco acudirá el 31 de octubre a Lund, Suecia, a conmemorar el inicio del aniversario 500 de la Revuelta Protestante. El 31 de octubre de 1517, Lutero clavó sus 95 Tesis (que, como dice García-Villoslada, no eran 95 ni tesis) en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg. Un nuevo simbolismo en la fecha: doscientos años antes de la fundación de la Gran Logia de Inglaterra, primera francmasonería «especulativa» y cuatrocientos, de la Revolución bolchevique. Tres fechas anticristianas. Tres fechas representativas de la lucha del Demonio por aniquilar los frutos de la redención. Pero además, recordemos que el 31 de octubre es la víspera del 1 de noviembre, día en que la Iglesia conmemora la Fiesta de Todos los Santos, es decir, de las almas que están en el cielo. Al día siguiente, 2 de noviembre, la Iglesia ofrecerá oraciones por las almas que están en el purgatorio. Parece ser, entonces, que, para completar el panorama de estos días consagrados a la ultratumba, se requeriría una fiesta de las almas que están en el infierno. Fiesta abominable celebrada por los satanistas y por el hombre-masa de las «sociedades globales» que, sin saberlo, se disfraza de un alma condenada y juega «inocentemente» a infestar lugares. Ese también es el día de la Pseudoreforma: una fiesta de condenación. Y la cabeza de la Iglesia Católica se apresta a celebrarlo.

Parece ser que, ante los ojos humanos, la conjuración anticristiana ha triunfado.

Sin embargo, hay motivos para confortarnos. En primer lugar, la vindicación absoluta, para todo católico con un mínimo de honestidad intelectual y espiritual, de las previsiones de Monseñor Marcel Lefebvre. En su famosa Declaración del 21 de noviembre de 1974 (que acabaría costándole la supresión ilegal de su obra, la Fraternidad de San Pío X, y ulteriormente su suspensión a divinis, mientras tantos delincuentes y pervertidos fundaban seudomovimientos «eclesiales» que recibían el aplauso de la Jerarquía), escribió lo siguiente: «Nos adherimos de todo corazón y con toda nuestra alma a la Roma católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esa fe; a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir a la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante, que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que de él surgieron. Todas estas reformas, en efecto, han contribuido y siguen contribuyendo a la demolición de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, a la destrucción del sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa y a la implantación de una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, seminarios y catequesis, enseñanza surgida del liberalismo y del protestantismo condenado tantas veces por el Magisterio solemne de la Iglesia. Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la jerarquía, puede obligarnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica, claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos».

El acto del 31 de octubre de 2016 no ha caído del cielo, es parte de un proceso de protestantización, alertado por diversas figuras, significativamente por Monseñor Lefebvre, y expresado en la reforma litúrgica y el aggiornamento en general. El pontificado de Francisco es un fruto claro de la reforma litúrgica, que se aleja de manera impresionante de la doctrina de Trento, como señalaron en el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae los cardenales Ottaviani y Bacci, y que significó una protestantización de la liturgia explícitamente confesada por Monseñor Annibale Bugnini, quien la fabricó.  Lex orandi, lex credendi: los efectos deletéreos de la Nueva Misa, que permanecían ocultos para muchos ciegos voluntarios, se revelan, cincuenta años después, en la doctrina y acción del primer pontífice cuyo sacerdocio solo conoció de ese rito.

Por otro lado, los diversos signos en torno al Mensaje de Fátima y al panorama mayor de la teología de la historia de estos últimos tiempos nos hablan de que la medida ha sido colmada y, como diría el conde José de Maistre, en las Veladas de San Petersburgo, refiriéndose a la imposibilidad de que el hombre pueda permanecer en un estado de anomia y desacralización:  «Debemos aprestarnos para un acontecimiento inmenso en el orden divino, hacia el cual marchamos con una tan acelerada velocidad que sorprenderá a todos los observadores. Temibles oráculos ya anuncian que los tiempos han llegado».             

jueves, 6 de octubre de 2016

La batalla de Colombia.


La batalla de Colombia

Por César Félix Sánchez Martínez

            A lo que ocurrió el domingo 2 de octubre en Colombia le quedan cortos los clichés de «hecho histórico» o «un antes y un después». No recuerdo ninguna otra elección donde los resultados de las encuestas oficiosas discrepasen tanto con el resultado final. Las encuestas aseguraban dos tercios de apoyo para el Sí. Por otro lado, de manera en algo semejante a los comicios previos al Brexit, el coro unánime de los medios de comunicación nacionales e internacionales apostó por el caballo equivocado, con excepción de un misterioso ramalazo de rechazo de último momento por parte de algunos espacios menores influidos por el lobby del exilio cubano, usualmente dentro de medios mainstream norteamericanos a favor del acuerdo.
                       
            Hemos explicado en un artículo anterior las muchas iniquidades del acuerdo de paz. La sorpresa, por tanto, es que los colombianos hayan podido darse cuenta de lo evidente, cosa que es bastante meritoria en un mundo signado por las presiones e intoxicaciones mediáticas (como nos consta en las últimas elecciones presidenciales nuestras), que tratan de empequeñecer espiritualmente a los pueblos con espantajos como el «prestigio internacional» y el «riesgo-país». Pero el pueblo colombiano ha demostrado su valía, incluso ante una lid bastante desigual.
           
            Santos, que había declarado días atrás que votar por el no significaba, no la posibilidad de una renegociación, sino la continuación irremediable de la guerra, ahora acaba de asegurar en mil idiomas que «respeta la decisión» y que la paz no se encuentra comprometida y sigue en camino, bajo nuevos términos de consenso nacional. Evidentemente no se puede esperar coherencia –gracias a Dios –en un personaje que declaró también que si perdía el acabaría renunciando. Timochenko ha asegurado prácticamente lo mismo. Parece que la noticia del inminente Apocalipsis que anunciaban es un poquito exagerada.

Lo más sorprendente de todo fue que no todos los días pierden juntos una misma elección las FARC, la izquierda internacional (bolivariana, bolchevique y posmoderna), ETA –que elogió el acuerdo y lo vio como un modelo –, la ONU, Obama, Vargas Llosa, Raúl Castro, PPK e incluso el papa Francisco –que llegó a declarar, con su usual vehemencia, que «Santos se jugaba entero por la paz», condicionando prácticamente su viaje -«para enseñarles la paz a los colombianos» - a la firma del acuerdo.

¿Qué unía a tan diversos personajes en el apoyo a esta causa? Pues parece que se desarrollaba una gran maniobra del ajedrez global. El atlanticismo, el núcleo duro del llamado Nuevo Orden Mundial, pretendía establecer un laboratorio hemisférico de un experimento geopolítico osado. Una «primavera colombiana», bajo medios inéditos pero con un fin semejante a las árabes. Como se sabe, el bloque bolivariano colapsa de manera irremediable. Cuba, eternamente colonial, lo sabe, y ha empezado a escuchar los cantos de sirena de Obama, ante los buenos oficios de Francisco (muy curiosamente las relaciones fueron restablecidas el día de cumpleaños del Sumo Pontífice). Parece ser, entonces, que Rusia –el gran enemigo del atlanticismo – se queda sin cabezas de playa en el hemisferio de Estados Unidos. Las ganancias de Rusia en otros lugares del mundo –la pervivencia de El Assad, el relativo appeasement de Erdogan (una relativa compensación por la relativa deriva hacia «el Imperio» de Raúl Castro) – debían resarcirse con una pérdida en Sudamérica. Diseñar controladamente una Colombia progresista, gobernada por una izquierda al estilo Democratic Party –moderadamente controlista en la economía, radical en la reingeniería social anticristiana y en la demagogia mediática populista – serviría a la perfección para los intereses de Estados Unidos: crear y controlar una nueva izquierda latinoamericana postbolivariana, dejarla que caotice y fragmente el patio trasero, pero reconducirla al campo sutil de la dominación geopolítica, sin que Rusia pudiese ya contar con sus viejos amigos hemisféricos, reciclados por el enemigo, y, por tanto, sin facilidades para restablecer sus cabezas de playa. Este copamiento de las izquierdas latinoamericanas por parte de EEUU era un proceso que venía desde hace mucho, bajo el paraguas de USAID y el National Democratic Institute, y a través, también, de la transformación, bastante rociada de dinero, de los bolcheviques sudamericanos en «ideólogos de género» y «defensores de los derechos sexuales».

 Sin embargo, la maniobra arreció especialmente en el 2013, luego del estancamiento de la «primavera árabe». Allí se pudo ver cómo, por obra de mágicas consignas, algunas figuras se convirtieron de rábidos antibolivarianos en figuras dialogantes y empáticas con los caudillos populistas latinoamericanos, quizá en busca de conducirlos a los pastos más verdes de Washington D. C. El ejemplo más característico es el del cardenal Bergoglio, enemigo de los Kirchner y de su corte de los milagros (Bonafini et al.) y luego como, Francisco, su entusiasta y hospitalario amigo. Tanto los primeros  informes del cónclave –donde se filtró el entusiasmo del gran elector norteamericano Dolan por la candidatura del argentino –, el hecho de que su semblanza, cuando fue proclamado hombre del año por Time, estuviese a cargo de Obama, la filtración de correos hackeados a George Soros (prócer atlanticista y pionero del copamiento de las izquierdas) que revelaban su apoyo económico  a la visita del Papa a EEUU y la inusual ira del Pontífice ante la figura de Trump y las recientes maniobras militares ruso-sirias en Alepo, hablan claramente de cuál es la filiación verdadera de Francisco.

 El esperado golpe de popularidad que tendría Santos con el acuerdo de paz –y el posible Premio Nobel- , las loas de dignatarios y la visita del Papa en un país todavía visceralmente católico servirían para una transmisión controlada del poder (casi semejante a su entronización de hace algunos años por parte de Uribe) y quizá un cogobierno con la izquierda, con el apoyo tímido –para no escandalizar – de la flamante bancada de las FARC. En verdad, una nueva Colombia estaba en ciernes, cuyo modelo sería fácilmente exportable a una nueva Venezuela.

Sin embargo, no contaban con los imponderables del sufragio universal. Los corifeos del Nuevo Orden Mundial manejan con maestría el llamado «arte real», el arte de manipular sutilmente las conciencias y las acciones, enseñado desde antiguo en las logias. Los grandes medios de comunicación y los intelectuales y artistas dóciles –incluso y especialmente dóciles en su aparente rebeldía e iconoclastia – son los instrumentos privilegiados para esta «fabricación del consenso», en palabras de Noam Chomsky. El único problema es que la gente ya no les cree. En Europa, la gota que derramó el vaso fue el sistemático y grotesco engaño respecto de la crisis de los seudorefugiados, último gran favor turco al atlanticismo, y al escamoteo de sus consecuencias delincuenciales. El Brexit, el crecimiento de Trump, el auge del Partido de la Libertad austríaco y este referéndum demuestran que su capacidad de manipulación ya no es omnímoda, como hace quince años.
El Nuevo Orden Mundial, organizado en torno al complejo industrial y militar norteamericano y el poder financiero británico –atlanticismo-, difundido por la ONU y sus organismos y dirigido espiritualmente por cierta «sociedad de pensamiento» cosmopolita de viejísimos orígenes hebraicos, tiene como objetivo acelerar el camino a una ecumene materialista antropocéntrica (el hombre como Dios para el hombre, anunciado por Francis Bacon) y a un gobierno mundial, sutilísimo, primero, y luego abierto. Es una versión más, quizás la más peligrosa, de la perenne revolución anticristiana. Versiones más antiguas o limitadas de esta, quizá incluso surgidas del N. O. M en sus épocas primigenias, son ahora viejos escollos para su marcha desesperada, a infiltrar y transbordar o a destruir.[1] Por alguna razón que sus fautores mismos no alcanzan a explicar, el N.O.M presiente que se le acaba el tiempo.

¿Qué hará, entonces, ahora, en que el triunfo se le escurrió de las manos en Colombia, en la misma Colombia, donde Estados Unidos arraigó desde hace bastante tiempo una influencia inmensa en el ámbito de la inteligencia estratégica? En primer lugar, no perder la calma y reactivar y estimular a sus aliados olvidados en la derecha liberal colombiana y latinoamericana. En segundo lugar, retroceder tácticamente y luego afianzar una ofensiva, quizá esta vez con intentos de desestabilización de sus enemigos más intensos y directos en otros frentes. Este retiro táctico también significará el abandono de sus empleados y aliados en los que invirtió y que se han demostrado más inútiles de lo esperado. Es en ese sentido que, en un artículo reciente, Antonio Socci habla del pánico de Francisco por una posible derrota demócrata. Muy probablemente, el Departamento de Estado le baje el dedo y el episcopado norteamericano –el de la Costa Este, que es el que parte el pastel – le retire sus apoyos, lo que dejará al pontífice argentino en las manos ávidas de venganza de las partes todavía no desarticuladas del Episcopado italiano y de los restos de la Curia. Quizá le espere a la Sede Romana una fase de anarquización que hará palidecer a la behetría actual en la que está envuelta.

¿Qué le queda, por su parte a Rusia?  Quizá ya ha llegado la hora de darse cuenta de que el arquetipo del revolucionario latinoamericano –pequeñoburgués e inorgánico – no significa más una alternativa viable y estable para sus intereses. Quién sabe si no está en ciernes la aparición de una opción hispanoamericana auténticamente popular, cristiana y patriótica, que sirva como una suerte de palo en la rueda del mundialismo en el hemisferio. Y quizá esta reacción pueda comenzar en Colombia, que parece, en estos días, haber sido tocada especialmente por la Providencia.



[1] Uno de estos casos es el del sionismo conservador, junto con su brazo colonial, el Republican Party, que parecen estar a punto de ser descartados

miércoles, 5 de octubre de 2016

Dirán paz y seguridad…


Por César Félix Sánchez Martínez, artículo publicado en Transformando el Perú, 30-Sep-2016.

DRÁN PAZ Y SEGURIDAD…

Santo Tomás decía que la paz era la tranquilidad en el orden. No puede, por tanto, haber paz sin orden. La obra de la justicia es la paz, decía el lema del recordado –y tan extrañado- Pío XII, angélico pastor de la Iglesia en mejores tiempos.

¿Puede nacer la paz de la injusticia grave? Y, lo que es peor, ¿puede ser considerado como de paz un proceso que acabe generando más desorden que el que supuestamente está llamado a terminar?
Todo esto parece estar a punto de ocurrir en Colombia. No solo habrá extrema impunidad para los guerrilleros (responsables de crímenes terribles, que van desde la violación masiva y prostitución forzosa hasta la refinada crueldad de atar explosivos a las cabezas de sus rehenes y detonarlos, así como el reclutamiento de niños, el narcotráfico y las masacres y asesinatos cotidianos), sino también un pago de millones de dólares anuales a su cúpula y «dietas» equivalentes a 3 000 dólares mensuales para gastos, para la oficialidad, y 200 dólares para la tropa. Saldrán libres también los ya condenados.

Del gran botín de sus gastos ilícitos, no se oye, Padre. Además de eso, las FARC contarán con un canal de televisión, decenas de radios y todo el apoyo material y moral del Estado para constituir un partido político. Y por si eso no fuera poco, se le asegurarán 10 representantes en las asambleas de la nación, aun si no son elegidos.

El acuerdo, además, involucra una Reforma Agraria que considera la posibilidad de  expropiar tierras privadas. Por otro lado, el Estado colombiano hace suyo, a instancias de los terroristas, el llamado «enfoque de género» proabortista y prohomosexualista. Podrán reconfigurar la sociedad colombiana a su libre capricho.

Por otro lado, décadas atrás, se convenció ingenuamente a los militares de los regímenes de fuerza de Latinoamérica a dejar sus cargos en aras de la llamada «transición democrática». Ingenuamente creyeron en la caballerosidad de sus enemigos, directos o embozados, y ahora muchos  de ellos  (y sus subordinados) purgan prisión o viven a salto de mata, por temor a la justicia internacional, que no conoce de amnistías ni prescripciones. ¡Qué mala suerte que no fueron guerrilleros! Porque la llamada «justicia transicional» asegura un práctico borrón y cuenta nueva para los guerrilleros responsables de atrocidades y sus fallos son inapelables y no hay instancias –ni humanas ni divinas- superiores a ellos.

Este domingo 2 de octubre se celebrará un referéndum, para aprobar un pacto ya firmado y luego de una campaña del aparato mediático y propagandístico del gobierno para arrinconar al «no». Los expresidentes Uribe y Pastrana invocaron a los dignatarios mundiales a no acudir a la firma del tratado, para evitar una injerencia ante un proceso electoral. Pero nuestro presidente no conoce de prudencias ni respetos (como fue y es evidente, desde su tiempo de ministro de Toledo y durante sus chabacanas y agresivas campañas electorales) y se fotografió, al lado de Raúl Castro, de Santos y de Timochenko. Para empeorar las cosas, el supuesto «presidente de lujo», ante su rechazo a la inscripción del brazo político de Sendero Luminoso en el Perú, fue preguntado sobre entonces porqué aceptaba el reciclaje de las FARC, y con la lucidez prístina y la elocuencia que lo caracteriza, dijo: «Eso es otra cosa».

Claro, otra cosa. Que yo sepa, Sendero nunca lanzó balones de gas dentro de una iglesia, matando 119 civiles desarmados, como hicieron las FARC en Bojayá en el 2002, por citar un ejemplo reciente.


Lo más triste de todo es que un gran país como Colombia, luego de haber casi derrotado a los violentos, será entregado a su capricho, con armas y bagajes. Y no habrá ninguna paz, sino, como predice Carlos Alberto Montaner, más desorden y violencia. Porque, como dice san Pablo, «dirán paz y seguridad  y vendrá sobre ellos la destrucción repentina» (1 Tes. 5:3).

jueves, 15 de septiembre de 2016

Criterios para el sacrilegio.

Publicado originalmente en Wanderer, 08-Sep-2016.


Criterios para el sacrilegio

La cosa, efectivamente, salió como Bergoglio deseaba: ubicar, a partir de la publicación de los adulterinos Amores de Leticia, la comunión de los recasados en una nebulosa en la que cada cual hiciera lo que le pareciera, y que lo que le pareciera fuera siempre admitir a la Sagrada Eucaristía a los viven en adulterio. Así de sencillo.
Los neocones de siempre -Opus Dei y Fasta fundamentalmente- se me echaron encima: “Jamás el Papa, custodio de las enseñanzas del Evangelio, tendría semejante intención. Esa es la interpretación que hace el periodismo malvado”. Pues bien, alguno meses después, ha llegado la respuesta oficial. 
Los obispos que integran la región pastoral Buenos Aires -integrada por la arquidiócesis porteña y diez diócesis del Gran Buenos Aires- han redactado hace pocos días un documento estrictamente confidencial titulado “Criterios para la aplicación del cap. VIII de Amoris laetitia”. Se tiene por cierto que el texto fue escrito por la cabeza pensante del episcopado argentino, es decir, Mons. Tucho Fernández, il coccolato (chupamedias) del Santo Padre. 
Los prelados han insistido en que esta comunicación está dirigida exclusivamente al clero, por lo que han rogado a los curas no difundirla públicamente.
“Un acto de prudencia”, dirá seguramente un neocon. En realidad, muchos de los sacerdotes de la región consideran que el secreto que piden es el propio de un acto vergonzante. Es decir, les da vergüenza hacer lo que están haciendo. Es por ello necesario hacer exactamente lo contrario a a lo que pretenden, a fin de  desenmascararlos. 
En síntesis, el documento de dos carillas, luego de los remilgos y enjuagues retóricos consabidos, instruye a los sacerdotes a admitir al sacramento de la Eucaristía a cierta clase de adúlteros y a integrarlos a la comunidad eclesialEn buen romance, exige al clero el sacrilegio y el escándalo, eso sí, luego de una etapa de discernimiento y acogida.
“Esa es la interpretación de algunos obispos, pero no es lo que quiere el Papa”, dice el mismo neocon. Pues no. Resulta que estos obispos metropolitanos y granbonaerenses, enviaron a Bergoglio, cual manzana de alumno aplicado, el texto antes de ser distribuido entre los párrocos. Y de allí vino presta una nota del mismísimo Papa -de ese que no tiene tiempo para escribir a las carmelitas de Nogoyá-, fechada el lunes de esta semana, en la que les asegura que “ese es el sentido del capítulo VIII de Amoris Letitiae. No hay otra interpretación”
“¿Y quién le ha dicho que eso es verdad?”, salta el neocon. Para que conste, podrán bajar aquí y aquí los documentos que prueban la traición de los obispos al Evangelio y a la enseñanza milenaria de la Iglesia sobre el matrimonio y el adulterio.
Un dato reciente permite cierta esperanza. Hoy, jueves 8 de septiembre, festividad de la Natividad de Nuestra Señora, tuvo lugar en horas de la mañana una reunión del clero de la Arquidiócesis de Buenos Aires, en la que se trató el tema.  De ella rescatamos que: 
a. Algunos curas vertieron críticas claras al documento pontificio y al vademecum episcopal, las que que no fueron rechazadas por la autoridad eclesiástica; por el contrario, varios sacerdotes manifestaron durante el recreo su adhesión a ellas.
b. Expuso sobre el tema Mons. Víctor Pinto -canonista- y el cardenal Mario Poli. Uno y otro se expresaron en términos bastante ortodoxos y ortoprácticos, aclarando que la eucaristía sólo podrían recibirla aquellos divorciados rejuntados, que convivieran como hermanos guardando la castidad. 
c. En cambio, el obispo auxiliar, Mons. Alejandro Giorgi (foto), dijo una sarta de estupideces, lo cual resulta en él ya una costumbre. 
d. Los Criterios elaborados en la región eclesiástica de Buenos Aires habrían de sufrir, por iniciativa del cardenal arzobispo, un cambio de redacción -de alcance impreciso aún- antes de ser enviados oficialmente. En principio, se trataría de limar las partes más ríspidas de lo elaborado por Tucho. Habrá que ver si el il Coccolato lo permite.

martes, 6 de septiembre de 2016

Juan Manuel de Prada: El legado de Lutero.


EL LEGADO DE LUTERO

I
En breve comenzarán los fastos del quinto centenario del llamado Día de la Reforma, en el que Lutero clavó sus célebres 95 tesis en la puerta de una iglesia de Wittemberg. Aquellas tesis, que romperían la unidad de la fe, cambiarían también traumáticamente las concepciones filosóficas, políticas, económicas y culturales vigentes, hasta el punto de convertir la protesta luterana en uno de los hechos más importantes de la Historia. La llamada Reforma, a diferencia del cisma de Oriente, no fue una mera controversia eclesiástica, sino que supuso un expreso rechazo del Dogma y la Tradición, así como una negación del valor de los sacramentos. Y los dogmas religiosos no son, como el ingenuo (creyente o incrédulo) piensa, meras entelequias sin consecuencias sobre la realidad, sino condensación de verdades sobrenaturales que ejercen un influjo muy hondo sobre nuestra vida. No se puede cortar el tallo de un rosal y pretender que los pétalos de la rosa no se marchiten.

Durante todo un año, vamos a recibir un bombardeo apabullante sobre las presuntas bondades del legado luterano. Nosotros, en la serie de cuatro artículos que hoy iniciamos, ofreceremos a las tres o cuatro lectoras que todavía nos soportan un modesto antídoto contra tal avalancha. Ciertamente, la Reforma de Lutero llegó cuando la decadencia de la Iglesia (minada por el concubinato del clero, la rapacidad y avaricia de muchos religiosos y la simonía institucionalizada) alcanzaba cotas lastimosas. Pero no se pone remedio a los errores cayendo en uno más grande; y la parábola evangélica del trigo y la cizaña ya nos advierte contra el peligro de arrancar la cizaña antes de tiempo (que fue, exactamente, lo que quiso hacer Lutero, logrando tan sólo desperdigarla).

Al fondo de aquel furor reformista de Lutero palpitaba el fracaso espiritual de un hombre que había hecho esfuerzos ímprobos por alcanzar la unión con Dios. Pero todas sus sacrificios, penitencias y abnegaciones habían sido en vano; y seguían abrasándolo las concupiscencias más torpes (en cuya descripción, por pudor, no entraremos), que le causaban enorme angustia y ansiedad. Lutero consideró entonces (haciendo una proyección teológica de sus propias debilidades) que el hombre pecador nada podía hacer por alcanzar la salvación. Así fue como concluyó que Cristo ya había sufrido por nuestros pecados; y que, por lo tanto, ya estábamos perdonados. De modo que, para salvarnos, bastaba con que se nos aplicasen los méritos de Jesús por medio de la fe.

Esta justificación a través exclusivamente de la fe se funda en una concepción pesimista de la naturaleza humana, que niega la libertad humana para vencer las tentaciones y también la gracia de los sacramentos. El hombre luterano, sin capacidad para sobreponerse al pecado y alumbrado por la sola fide, suprime la mediación de la Iglesia; y será su conciencia, iluminada por el Espíritu Santo, la que ordene su propia vida religiosa e interprete libremente las Escrituras. Y, como escribió el gran Leonardo Castellani con su habitual gracejo, «desde que Lutero aseguró a cada lector de la Biblia la asistencia del Espíritu Santo, esta persona de la Santísima Trinidad empezó a decir unas macanas espantosas». El libre examen luterano desató la enfermedad de la inteligencia denominada diletantismo, que luego ha contagiado, por proceso virulento de metástasis, toda la cultura occidental, primeramente con los ropajes del fatuo endiosamiento intelectual, por último con los harapos lastimosos del deseo de saber sin estudiar y la soberbia de la ignorancia. Las consecuencias de la Reforma luterana en el plano filosófico y moral no se harían esperar.

II
Al afirmar el principio del libre examen, que atribuye al hombre una facultad omnímoda para ordenar su vida religiosa, Lutero anticipa el imperativo categórico de Kant, que proclamaría la suficiencia absoluta de la voluntad humana para emanar normas de conducta, erigiéndose así el hombre en único legislador y árbitro de su vida moral. A la vez, con su tesis del servo arbitrio, que juzga al hombre incapaz de elegir el bien, Lutero se convierte involuntariamente en promotor del nihilismo filosófico y ético.

Lutero, discípulo de los nominalistas Wesel y Biel, injertó en el pensamiento de sus maestros un asfixiante pesimismo antropológico. Juzgaba que la inteligencia humana, tarada por el pecado original, estaba incapacitada para abstraer lo universal y pensar las cosas del espíritu; pero, al mismo tiempo, consideraba que era muy apta para desenvolverse con pragmatismo en el mundo. Inevitablemente, un hombre dispensado de discernir un orden moral objetivo puede refugiarse en su conciencia subjetiva. El bien ya no será una categoría que el hombre discierne a través de la razón, sino lo que en cada momento determine que es bueno (o, dicho más descarnadamente, lo que le convenga), y el mal lo que entienda que es malo (o sea, lo que le perjudique). Danilo Castellano observa con perspicacia que esta consideración de la conciencia permitirá luego a Rousseau afirmar en el Emilio que «la conciencia es la voz del alma, como las pasiones lo son del cuerpo». Esta conciencia, reducida a mera pulsión subjetiva, acabará conformando al hombre de nuestra época, un amasijo instintivo sin guía ni freno, huérfano de razón y responsabilidad. Un hombre que guía sus decisiones (que, inevitablemente, ya no serán morales) por la pura espontaneidad, que es la que le permite afirmarse y ser “auténtico”, y hasta creer (risum teneatis) que es libre como el viento, aunque sólo sea esclavo de sus pasiones. Y de la conciencia instintiva al subconsciente freudiano hay un solo paso.

Inevitablemente, esta concepción luterana del hombre, incapacitado para abstraer lo universal, impondrá el abandono de la metafísica, que posteriores corrientes filosóficas declararán inaccesible (y, con el tiempo, inútil). Como luego afirmaría Hegel, «la verdadera figura en que existe la verdad no puede ser sino el sistema científico de ella». Es decir, cada escuela filosófica debe crear un sistema que se erija en la verdad (por supuesto, refutada por la siguiente escuela). Así, se concluye en la extravagancia de pensar que la razón humana es suficiente para dar fundamento a toda la vida del hombre, quedando excluido el orden sobrenatural. Y, con el tiempo (porque los sistemas filosóficos, al faltarles el sustento de una verdad universal, se tornan pendulares), se concluye en la extravagancia contraria, según la cual la razón humana carece de autoridad para fundamentar la vida, lo que desembocará en los sucesivos escepticismos, relativismos y nihilismos del pensamiento contemporáneo.

Como sostiene Belloc en Europa y la fe, «al negarse la realidad y hasta el ser, se crean sistemas que se mueven en un vacío atroz, para asentarse finalmente en una negación y desafío universales lanzados contra toda institución y todo postulado». La desaparición del saber metafísico acaba degenerando en la búsqueda de verdades “sociológicas”, siempre coyunturales y cambiantes, carentes de fundamentación real. Y, tarde o temprano, propicia malformaciones y excrecencias irracionales; pues, allá donde falta la metafísica, afloran como setas un sinfín de supersticiones enloquecidas, fanáticas e imprevisibles. Y surgen entonces, inevitablemente, conceptos políticos morbosos. Porque el legado de Lutero tiene también, por supuesto, consecuencias políticas.

III
Si la inteligencia humana, tarada por el pecado original, está incapacitada para abstraer lo universal, no pude aspirar a entender las leyes de la política. De este modo, la doctrina de Lutero se convierte en legitimadora del Estado moderno, concebido como instrumento para ordenar la vida social y reprimir la intrínseca maldad humana, convirtiendo sus leyes positivas en norma ética. Frederick D. Wilhemsen nos hace reparar en la paradoja de que Lutero, que empezó azuzando la rebelión de los campesinos alemanes contra sus príncipes (pensando que los campesinos lo apoyarían en su lucha contra Roma), acabase exhortando a los príncipes a aplastar del modo más inmisericorde las revueltas campesinas (después de que los príncipes abrazasen con su doctrina). «En último término –escribe Wilhemsen--, el luteranismo predica que el ciudadano tiene que obedecer al príncipe en todo, de una manera ciega, pues el cristiano sabe que la autoridad del príncipe viene de Dios, pero no sabe nada de la ley natural, debido a la corrupción de su razón, el único instrumento capaz de descubrir esa ley».

Por supuesto, la monarquía ya había tenido tentaciones de hacerse absoluta antes de Lutero. Pero los reyes estaban limitados por una ley humana, la costumbre, y por una ley divina que no podían conculcar. Ambas barreras serán anuladas por Lutero, que en su obsesión por combatir al papado convierte al rey en representante de Dios en la tierra, afirmando que todo auténtico cristiano está obligado a someterse incondicionalmente a él. La monarquía, antes de Lutero, se había acomodado a la sentencia de San Isidoro ("Rex eris si recte facias; si non facias, non eris"); y así había llegado a ser, en palabras de Donoso, «el más perfecto de todos los gobiernos posibles, por ser uno, perpetuo y limitado». Al apartar esos límites que constreñían al monarca, Lutero instaura la deificación del poder civil. El monarca se convierte en objeto de adoración ciega; su poder ya nunca más se asentará en la "auctoritas" ni en la "potestas", sino que será puro ejercicio de la fuerza sin restricciones (o sin más restricciones que los reglamentos que él mismo evacua, sometidos a su conveniencia y capricho).

Así se corrompe el principio de autoridad, hasta su confusión con la mera fuerza despótica. Este quebrantamiento del orden político –afirma Belloc-- iba a tener un efecto explosivo: el poder que mantenía las cosas unidas se convertirá a partir de ese momento en un poder que separa cada una de las partes componentes. En efecto, el poder absoluto mostrará pronto, bajo una falsa fachada unificadora, su íntima vocación disgregadora, haciendo de la disputa por el poder, la tensión social y la guerra constante el clima natural de una Europa dividida.

Por supuesto, la doctrina luterana sobre la soberanía absoluta de los reyes será la que luego, convenientemente desplazada de sujeto, fundamentará el principio de la soberanía popular. La omnipotencia del príncipe se convierte en voluntad popular soberana, cuya esencia sigue siendo la fuerza despótica, capaz de determinar mediante mayorías el bien y la verdad según su conveniencia y capricho.
Wilhemsen sostiene que «la pasividad del alemán frente a su gobierno, sea éste monárquico, imperial, republicano o nazi, refleja una teología y una religión cuya negación de la ley natural exige que el hombre obedezca pasivamente, sin preguntar el “por qué”». Sospecho que esta reflexión que Wilhemsen circunscribe al alemán podría extenderse en general al hombre contemporáneo, que creyéndose más soberano que nunca está en realidad sometido pasivamente a poderes ilimitados que ya no controla. Empezando por el poder del Dinero, que el protestantismo liberó.


IV
La rebelión de Lutero daría alas a otro clérigo levantisco, Calvino, que como él afirmó la depravación de la naturaleza humana y negó que el hombre tuviera libre albedrío. Calvino añadió, sin embargo, una dimensión nueva a la doctrina luterana, afirmando la monstruosa doctrina de la predestinación. Pero, aunque el hombre nada pueda hacer por salvarse, puede –según Calvino– saber anticipadamente cuál es su destino, pues la prosperidad material se erige en signo de afecto divino. Esta doctrina abominable desataría la avaricia de los pudientes, que empezaron a agitar a las masas contra el Papado; y, mientras las masas estaban entretenidas agitándose y disfrutando de la anarquía moral generada por la ruptura con Roma, los ricos las despojaron de sus tierras. «Siempre resulta ventajoso para el rico –afirma Belloc– negar los conceptos del bien y del mal, objetar las conclusiones de la filosofía popular y debilitar el fuerte poder de la comunidad. Siempre está en la naturaleza de la gran riqueza (…) obtener una dominación cada vez mayor sobre el cuerpo de los hombres. Y una de las mejores tácticas para ello es atacar las restricciones sociales establecidas». A los hacendados y poseedores de grandes fortunas les había llegado, en efecto, una gran oportunidad con la Reforma. En todos los lugares donde la riqueza se había acumulado en unas pocas manos, la ruptura con las antiguas costumbres fue para los ricos un poderoso incentivo. Hicieron como si su objetivo fuese la renovación religiosa; pero su verdadero fin era el Dinero. Y así lograron que su desmesurado afán de lucro resultase menos insoportable a los ojos de los pobres, entretenidos con el caramelito de la renovación religiosa. La doctrina católica habría combatido el industrialismo y la acumulación de riqueza; pero el protestantismo hizo del afán de lucro un signo de salvación.

Y, mientras crecía el afán de lucro, se consumó el “aislamiento del alma”, que Belloc considera con razón el más nefasto legado de la Reforma y define como una «pérdida del sustento colectivo, del sano equilibrio producido por la vida comunitaria». En efecto, el protestantismo introdujo un aislamiento de las almas que, además de gangrenar la teología, la filosofía, la política, la economía y la vida social, destruyó la unidad psíquica de la persona. Pues, al cuestionar toda institución humana y toda forma de conocimiento, abocó a los seres humanos a un desarraigo creciente y a una exaltación del individualismo cuya estación final es la desesperación, como comprobamos en las sociedades modernas, integradas por individuos enfermos de solipsismo y, a la vez, estandarizados y amorfos. Y la disolución de la religión colectiva facilitaría, en fin, el encumbramiento de sucesivas idolatrías sustitutivas, llamadas pomposamente ideologías, cuyo cáliz amargo seguimos hoy apurando hasta las heces.

Y, para terminar –last, but not least–, no podemos dejar de referirnos, entre las consecuencias del luteranismo, a su iconoclasia furibunda, que generaría un arte inane y acabaría desembocando en el feísmo más exasperado, puro vómito de una esterilidad engreída, que denominamos eufemísticamente “arte contemporáneo”. Si la tradición católica, en su esfuerzo por penetrar mejor el contenido de la Revelación, había fomentado un arte riquísimo que halla su paradigma en la belleza inmaculada de María, la reforma protestante, al declarar la ilicitud del culto a la Virgen y a los santos engendraría un arte fosilizado y deshumanizado, cuando no vesánicamente nihilista.

Todas estas delicias del legado luterano, y algunas más que se nos quedan en el tintero, vamos a celebrar en este centenario tan divino de la muerte que se nos viene encima.


Juan Manuel de Prada, artículo publicado en cuatro partes en ABC los días 22, 27 y 29 de agosto y 3 de septiembre de 2016.

martes, 9 de agosto de 2016

Religión líquida.



Visto en Wanderer, 08-Ago-2015.

Hace algunos días, Jack Tollers escribió un post que en el que señaló algo que a veces olvidamos o que, al menos en mi caso, no terminamos de dimensionar. Me refiero al indeclinable deber que tiene la Iglesia, y que tenemos nosotros sus hijos, de mantener y defender la doctrina católica hasta la última iota. Los lectores del blog dirán: “Es obvio”, y efectivamente lo es, pero por las características del mundo contemporáneo y de los acontecimientos que nos tocan vivir, tendemos a ser muy cuidadosos con las iotas de la moral -lo cual está muy bien-, y ser más laxos o desentendidos con las de la dogmática. Más aún, tendemos a considerarlas detalles o pasatiempos de especialistas ociosos que no hacen más que distraernos del verdadero combate que hoy debemos librar. Es un hecho que cuando en estas misma páginas hemos tratado temas de liturgia, por ejemplo, varios lectores se quejan porque perdemos el tiempo discutiendo cosas tan poco trascendentes. Se trata, según ellos, de discusiones bizantinas que no aportan nada a la gravedad de la hora actual.
El artículo de Tollers, por el contrario, y siguiendo a Castellani, consideraba que tales detalles son más graves que el mismo pecado. Yo no me voy a meter en esa discusión, pero sí me parece fundamental que tomemos conciencia de la importancia impostergable de la lucha por la pureza, hasta la última iota, de la doctrina.
Ya sabemos que el pontífice aéreamente reinante, desprecia a los teólogos. Públicamente ha dicho -y lo hemos reproducido en este blog-, que hay que dejar que los teólogos discutan entre ellos las diferencias doctrinales que nos separan, por ejemplo, de los luteranos, mientras que el resto de los fieles debemos trabajar ecuménica y mancomunadamente sin preocuparnos por esas minucias. Ha dicho incluso, medio en broma, medio en serio, que a él le gustaría encerrar a todos los teólogos en una isla para que allí se cansen de discutir sus cuestiones doctrinales y dejen tranquilos a los pastores con olor a oveja que hacen el trabajo importante. Y la verdad es que muchas veces estamos tentados a sumarnos tímidamente al mismo criterio. Es que ya no tienen demasiada importancia las modalidades de las procesiones trinitarias, o si Nuestro Señor gozó o no de la visión beatífica durante su vida terrena. En vez de perder el tiempo en eso, mejor dedicarse a luchar contra el aborto o a esclarecer las aventuras de Leticia. Y es un error. Un error grave en los que muchos católicos “del palo” caen fácilmente.
Pongamos un solo ejemplo histórico de los múltiples que podríamos mencionar. En el siglo IV se realizó el concilio de Calcedonia cuyo objetivo fue confirmar la doctrina de la Iglesia con respecto a la naturaleza de Cristo, ya que Eutiques y Dióscoro -dos importantes obispos y teólogos- entendían que su naturaleza humana estaba subsumida en la naturaleza divina. Es decir, en el Señor había sólo una naturaleza: la divina, y esta es la doctrina que se llamó monofisismo. Un detalle; una distinción de teólogos que no cambiaba en absoluta la pastoral, ni disminuía la pobreza, ni contribuía a la paz social y tampoco contaminaba el olor ovino de los pastores de la época. Sin embargo, esta herejía, al ser condenada por Calcedonia, provocó la separación de la comunión católica del patriarcado de Alejandría, y por tanto de todo Egipto, de la iglesia armenia y de la iglesia jacobita o siríaca. ¡Tamaña consecuencia ocasionada por la tozudez de los obispos caldecónicos! Y sin embargo, ni ellos ni el papa de Roma eran ingenuos o incapaces de calcular las consecuencias pero, igualmente, consideraron que era preferible perder tres grandes iglesias antes que modificar una iota de la doctrina ortodoxa.
Hoy pareciera que la unidad es más valiosa que la verdad y que, entonces, resulta más importante, o casi lo único importante, realizar actos ecuménicos, trabajar juntos por la promoción del hombre y rezar juntos en Asís o cualquier otro lugar, en vez de discutir y esclarecer las iotas de nuestra fe. A muchos católicos les parece más importante determinar exactamente las condiciones precisas de la moral matrimonial -y que Leticia no se cuele en la alcoba- que afirmar con certeza todos y cada uno de los artículos del Credo. Y esto tiene un nombre:juanpablismo puro, porque el papa Juan Pablo II fue el primer emergente del Vaticano II en este sentido: descuido de la dogmática y concentración en moral. Bergoglio, el segundo, y creo yo último emergente del mismo Concilio, se ha manifestado como el descuido y desprecio de toda la teología -moral y dogmática- en favor de la pastoral. Una vez más lo decimos: la ablación del intelecto especulativo y reinado absoluto del intelecto práctico. 
Esta nuevo concepto de religión que inauguró el Concilio Vaticano II y que fue refrendado por todos los pontífices siguientes, propone, en el fondo, una religión líquida, es decir, un fluido capaz de ser vertido en cualquier recipiente adoptando sin resistencias la forma que éste tenga. Es por eso que los Padres Conciliares hablaron de un concilio pastoral que rechazaba cualquier intento de definición, y es por eso que Francisco se niega no solamente a definir, sino  también a repetir las definiciones más obvias. Es que, si define, la religión comienza a solidificarse y ya no puede volcarse en cualquier recipiente y muchos de ellos quedarán vacíos. 
Pero el problema de esta concepción es que el líquido es incapaz de sostener estructuras. Nadie edifica su casa sobre un lago, sin antes haber fijado firmemente los pilotes en el lecho firme y rocoso. Los progres y neocones piensan que con la doctrina líquida es suficiente, sencillamente, porque los tiempos han cambiados y, por eso, pretenden mantener todo lo que la Iglesia tuvo y consiguió durante los duros siglos de las estructuras dogmáticas, con el tranquilizador arrullo del fluido de las olas. Y por mantener todo me refiero a mantener a curas célibes, mantener templos y colegios costosísimos, mantener las colectas y todo el aparato necesario que implica la religión. Pero es imposible. Difícilmente un cura logrará mantenerse célibe si da lo mismo ser cura católico o pastor calvinista; escasamente se encontrarán jóvenes dispuestos a defender su pureza si Leticia tiene permisos pontificios para refocilarse y si los católicos estamos impedidos de juzgar ciertas conductas; con mucha dificultad los fieles contribuirán al sostenimiento del culto, si saben que lo el trabajo social al que se ha reducido el accionar la parroquia de la esquina lo hace con mayor eficacia la ONG de la otra esquina; será casi imposible encontrar jóvenes que quieran consagrar su vida a las misiones si, desde arriba, se determina que el proselitismo es dañino, que no hay que convertir a los judíos y que el ideal pontificio es que los cristianos vivan como hermanos con los musulmanes.
Decía Chesterton hace varias décadas que es como si el tallo de un rosal se marchitara hasta desaparecer de la vista y los pétalos de la rosa permanecieran flotando. “Es como si pudiese haber rayos de sol después de desaparecer el sol. No es sólo la cosa mayor de una cosa, sino la mayor y más fuerte la que se sacrifica a la parte pequeña y secundaria”. Se sacaron los cimientos pero se pretende que el castillo se mantenga en pie. En otros términos, el Concilio Vaticano II y los pontífices siguientes infectaron la Iglesia con una enfermedad que sólo destruye lo huesos. La pregunta es ¿cuánto tiempo más estos buenos hombres pretenden que se mantengan los músculos en tensión y la carne con forma humana sin desplomarse en una masa informe? Casi una pregunta retórica; Bergoglio se está encargando de ir arrojando en un caldero los cartílagos, órganos, pelos y trozos de carne que quedaron informes cuando le quitaron la estructura ósea. 
¿Hay solución? Humanamente hablando, no veo ninguna. Ya más de una generación es la que lleva sufriendo este cáncer que ha terminado por carcomer sus huesos. Y el problema no es que no pueden volver a generarse; el problema es que la carne actual no los soportaría.

miércoles, 13 de julio de 2016

Brexit – ¿de Veras?


Brexit nos recuerda una vez más –
Edificar sin Dios es edificar en vano.

Muchos lectores de estos “Comentarios” deben estar suponiendo que, como un Inglés que para nada gusta del Nuevo Orden Mundial, debo estar regocijándome sobre el voto reciente del pueblo Británico, aunque por un margen relativamente estrecho, para dejar la Unión Europea casi-comunista. Desgraciadamente, debo admitir que todo lo que he aprendido durante las últimas décadas acerca del NOM, me hace dudar que la aparente salida de Gran Bretaña finalmente desembocará en una reafirmación de lo que alguna vez fuera lo mejor en Gran Bretaña. A través del Atlántico, igualmente, podría amar a Trump y odiar a Hillary, pero seguramente los dos han sido puestos juntos para teatralizar para nosotros un show de marionetas Polichinela y Arlequín.

Tomen por ejemplo concerniendo al Brexit, el artículo del 24 de Junio de un Americano de alto nivel que dice la verdad, Paul Craig Roberts (ver paulcraigroberts.org), sobre por qué “A pesar del voto, las Probabilidades están Contra el Reino Unido al dejar la Unión Europea”. Él escribe: “El pueblo británico no debería ser tan cándido como para pensar que el voto resuelve la cuestión. La pelea sólo ha comenzado”. Él advierte al pueblo británico esperar que: su gobierno se vuelva a ellos y les diga que la Unión Europea nos está ofreciendo un mejor trato así que quedémonos; la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, el Banco de Japón y los Fondos especulativos de Nueva York, golpean la libra esterlina como prueba de que el voto Brexit está hundiendo la economía británica (ese golpe ya ha ocurrido); el voto Brexit será presentado como habiendo debilitado a Europa frente a la “agresión rusa” (agresión que es una fabricación del NOM); los líderes del Brexit presionados para alcanzar un compromiso con la Unión Europea; etc., etc. Y Roberts dice que los lectores pueden imaginarse por sí solos muchas más de tales probabilidades, recordándoles cómo Irlanda votó contra Europa hace años hasta que fue presionada para votar a favor.

Sin embargo, en henrymakow.com/2016/06/ brexit-what-is-the-globalist-game, otro artículo que en mi opinión profundiza aún más porque Henry Makow va más allá detrás del show de Polichinela y Arlequín. Makow tiene la ventaja de ser lo que los globalistas sin duda llaman un “anti-semita”, o más bien un “odiador de Judíos” porque Makow él mismo es un Judío. Verdaderamente, solamente aquellos asidos al Mesías, o el Cristo, pueden calibrar al Anticristo.

La tesis del artículo es que “los favorables al Brexit lamentaban cómo el Establishment se alineó en su contra pero en verdad lo contrario fue la realidad”. Para probar esta tesis el artículo nombra por su nombre numerosos políticos británicos, tanto Conservadores como Laboristas, que son más o menos fervientes globalistas y que hicieron campaña a favor del Brexit (debe ser fácil checar los nombres para cualquiera que lo desee). Asimismo en los medios británicos, el artículo nombra numerosos periódicos y periodistas normalmente prenstituídos para el globalismo, que hicieron campaña a favor del Brexit. Entonces, ¿para qué fue el Brexit? El artículo le da el crédito a Putin por estar mucho más cerca de la verdad cuando él sugirió que fue para “chantajear” a Europa para crear mejores condiciones con el Reino Unido. El artículo va más allá: Brexit fue diseñado para forzar a Europa a “rendirse completamente a los Zionistas Anglo-Americanos, incitadores de la guerra y privatizadores corporativos”, y el artículo concluye que Brexit no fue “con toda seguridad, un triunfo contra el globalismo”. Y el mismo Makow agrega: “Evidentemente los poderes establecidos han decidido que Inglaterra fuera de Europa, más que dentro de ella, puede ser un instrumento más efectivo de la tiranía mundial del banco central Masónico”.

Tal vez estas especulaciones (pero no el nivel de ellas) no son correctas, pero lo que sí es seguro y cierto, ¿de qué valen Europa o el Reino Unido sin Dios? Construir sin Él es construir en vano, dice el Salmista. Sin embargo, ¿quién en todo este debate sobre el Brexit menciona siquiera una vez Su nombre? Si Brexit pudiera llegar a ser algo verdaderamente positivo, necesitará un líder con visión. Sin Dios, ¿de dónde provendrá él?

Kyrie eleison.

Mons. Richard Williamson, tomado de “Comentarios EleisonN° 469, 09-Jul-2016.