jueves, 31 de julio de 2014

Palabras proféticas de Ana Catalina Emmerich.

A propósito de “viví y dejar vivir”.

“Vi en una ciudad, una reunión de eclesiásticos, de laicos y de mujeres, los cuales estaban sentados juntos, comiendo y haciendo bromas frívolas, y por encima de ellos una nube oscura que desembocaba en una planicie sumergida en las tinieblas.En medio de esta niebla, vi a Satán sentado bajo una forma horrible y, alrededor de él, tantos acompañantes como personas había en la reunión que ocurría debajo. Todos estos malos espíritus estaban continuamente en movimiento y ocupados en empujar al mal a esta reunión de personas.Ellos les hablaban a la oreja y actuaban sobre ellos de todas las maneras posibles. Estas personas estaban en un estado de excitación sensual muy peligroso y ocupado en conversaciones ociosas y provocantes.Los eclesiásticos eran de esos que tienen como principio: «Hay que vivir y dejar vivir. En nuestra época no hay que estar aparte ni ser un misántropo: hay que alegrarse con los que se alegran”. 

Beata Ana Catalina Emmerich, AA. II. 488.

martes, 29 de julio de 2014

“Las diez máximas para obtener la felicidad”, según Francisco.


Como ha dicho el propio pontífice: “Verdaderamente no concedo entrevistas, pero porque no sé, no puedo, es así. No me resulta fácil hacerlo” (22-Jul-2014, ver aquí). Pues bien, este pontífice que no concede entrevistas salvo excepciones aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí, ha concedido otra excepcional entrevista al periódico Clarín, la cual ha salido publicada en la Revista Viva, 27-Jul-2014.
(Los resaltados en negrita, son nuestros)

Francisco íntimo

Mano a mano con el hombre más influyente del mundo

Texto: Pablo alvo (pcalvo@clarin.com) / enviado especial a Roma
Fotos: Anna-Karin / AP / AFP


Le conté al oído que la hebilla había perte­necido a un soldado que peleó en Malvi­nas, que la había en­contrado en la turba de una trinchera cuando fui a las islas a hacer una nota, hace 15 años, y que la guardé desde entonces. A Francisco le cambió la cara. Veníamos riéndonos de San Lorenzo, nuestro amor en común, y de una bandera que le hicieron en la cancha, pero apenas tocó ese vestigio de la guerra su mirada se disparó hacia el pasado. Francisco se aferró a la hebi- lla de corre apara colgar cantimploras, y se la llevó a los labios para besarla, como besa una cruz. “Gracias por esto, muchas gracias”, dijo el Papa, que sabe que la herida de 1982 sigue abierta y que sus invocaciones al diálogo, por más que la reina Isabel haya ido a regalarle un whisky y los foros internacionales lo reclamen, no han dado resultado.
Verlo en la intimidad de la Casa San­ta Marta es una experiencia impactan­te. Francisco se guarda la hebilla en un bolsillo porque el pequeño objeto tie­ne futuro de recuerdo. La Argentina le queda a dos años de distancia, pues re­cién volverá para el Bicentenario de la Independencia, en 2016, pero el nom­bre del país se le cuela a cada rato en su verba obligada a atender lo universal. Hay un rito que anuncia su llegada,
el alumbramiento total de una sala que, segundos antes, ya parecía total­mente iluminada. La intensidad de los kilovatios hace más evidente el enro­jecimiento de sus mejillas, acaloradas este verano europeo como las pinturas de la Capilla Sixtina, que han comen­zado a sufrir la erosión de los alientos de tantos turistas que colman el lugar.
Los pulmones de Francisco buscan el oxígeno como los solitarios buscan el amor. Silba el pecho que se escuda detrás de una cruz de plata, a la que el Papa se aferra con una mano mientras conversa y con las dos cuando busca inspiración.
Me presentan como “un hijo de trabajadores” y él siente curiosidad. Es­toy frente al hombre que gobierna el mundo cristiano apenas armado con biromes Bic, una roja y otra azul, con el mismo único traje de hace 18 años, y un anotador que empieza a acumu­lar garabatos indescifrables, porque es imposible desviar la mirada: él mira todo el tiempo a los ojos y establece un lazo que está pero no se ve.
Atino a decirle que la única carta que le traigo es la de la señora que cui­da a mi hijo desde hace 13 años y ayuda en mi casa:
-Está conmovida porque usted, que atiende a reinas y “grandes” jefes de Estado, un día les dedicó palabras cari­ñosas alas empleadas domésticas.
- Sí, fue hace un mes porque... voy a hacer una infidencia -contesta Fran­cisco y, en un movimiento inesperado, desabrocha tres de los 33 botones de su sotana marfil, a la altura del pecho, y empieza a escarbar.
Las ocho personas que mirábamos no sabíamos qué buscaba. Ya había di­cho que no le gustaba la comparación con Superman, así que no era el traje con la “S”. Tardaba, hasta que por fin apareció el amuleto: una medalla del Sagrado Corazón.
-Es de una señora que ayudaba a mi mamá a lavar la ropa, cuando no había lavarropas, con la tabla, a mano. Era­mos cinco nosotros, mamá sola, y esta señora venía tres veces por semana a ayudarla. Era una mujer de Sicilia que había emigrado a la Argentina con dos hijos, viuda, después de que su mari­do muriera en la guerra. Llegó con lo puesto, pero trabajó y sostuvo su ho­gar. Yo tenía unos 10 años, hasta que se mudaron mis padres y dejé de verla. Pasó mucho tiempo y un día apareció a saludar por San Miguel. Yo ya era sa­cerdote. Después la volví a perder de vista, pero siempre pedí la gracia de volverla a encontrar, porque, mientras lavaba, nos enseñaba mucho, nos ha­blaba de la guerra, de cómo cultivaban en Sicilia. Era viva como el hambre, cuidaba el pesito, no se dejaba estafar, tenía muchas cosas buenas. En su me­dio italiano y medio castellano, me ha­blaba. Por fin la encontré, ya tenía 80 y tantos, y la acompañé 10 años hasta su muerte. Pero unos días antes se sacó esta medalla y me dijo “quiero que la lleves vos”, y todas las noches cuando me la saco y la beso y todas las mañanas cuando me la pongo, la imagen de esa mujer se me aparece. Era una anóni­ma, nadie la conocía, pero se llamaba Concepción María Minuto. Murió feliz, con una sonrisa, con la dignidad de quien trabajó. Es por eso que tengo mucho cariño a la mujer que ayuda, a las empleadas domésticas, que tienen que tener todos los derechos sociales, todos. Es un trabajo como cualquiera, no debe ser objeto de explotación ni maltrato. Eso que dije para ellas, hace un mes, no estaba en el Angelus origi­nal, me salió del corazón.
-El Angelus del 6 de julio ante la pla- za San Pedro también lo dedicó a los abandonados de la sociedad. Los pá­rrafos parecían componer el cuadro de Antonio Berni llamado Contraste, en el que una pareja de millonarios disfruta de un manjar multicolor mientras a sus pies tirita un mendigo, en blanco y negro. Es de 1977, pero parece pintado ayer, ¿verdad? -le digo, porque sé que los contrastes sociales y algunos tan­gos de Horacio Ferrer lo conectan con el pintor.
-¿Sabe lo que yo pienso de Berni? No entiendo de pintura y sé que es exa­gerado lo que digo, pero, para mí, Berni es el Dostoievski argentino: trabajó la
humanidad y el misterio del hombre como pocos. Los rostros de Berni. No sé si hay mejores que él, eso que lo di­gan los técnicos, pero hoy me sale a mí decir acá que es el Dostoievski argen­tino, un experto en humanidad, que sabe plasmar esa humanidad. Tienen que ver los ojos de los chicos que pinta Berni. Son ojos tristes, sufridos.
A Francisco le duele el crimen sin castigo de la pobreza, el dolor de los humillados y ofendidos.

Sus ojos compungi­dos cambian a brillo cuando le muestro los rostros de los destina­tarios de sus cartas, fo­tografiados en la revista Viva del 9 de marzo, que le doy en mano.
Le llegan montañas de cartas desde los confines del planeta, y él las devuel­ve de a puñados. Está cansado y desli­za que quizá no tenga mucho tiempo para todo lo que quiere hacer. Pero yo lo cruzo, había ido preparado para ese momento:
-Usted siempre repite eso, pero tiene apenas cinco años más que Paul McCartney... ¡y es más famoso que Los Beatles!
Lo estaba invitando a recordar aquel vaticinio pronunciado por John
Lennon en 1966 que decía: “El cristia­nismo desaparecerá, se desvanecerá, se encogerá. Nosotros somos ahora más famosos que Jesucristo”.
¿Cómo reaccionó Francisco? Se rio como el joven profesor de literatura y psicología que era en aquel momento, cuando tenía 30 años.
Aprovecho la música de fondo para intentar otra pregunta simple, o tal vez no tanto:
-Hay una canción de los Beatles que dice All you need is love (Todo lo que necesitas es amor), entonces le que­ría preguntar, a usted que, además de Papa, es técnico químico, ¿cuál es la fórmula de la felicidad?
Francisco vuelve a reír. Y hacer reír aun Papa es una de las cosas más curio­sas que me ha pasado en la vida, sobre todo porque le hablo como les hablo a mis amigos cuando tomamos café.
Y encima contesta, no esquiva la pregunta, y entonces el Papa argen­tino, en esta respuesta puntual y en el resto de la charla, se anima a ensayar una receta para ser feliz. He aquí diez elementos de esa pócima que parece inalcanzable, pero que Francisco con­vida:

1. Viví y dejá vivir. “Acá los romanos tienen un dicho y podríamos tomarlo como un hilo para tirar de la fórmula esa que dice: Anda adelante y deja que la gente vaya adelante’. Viví y dejá vivir, es el primer paso de la paz y lafelicidad.”
2. Darse a los demás. “Si uno se es­tanca, corre el riesgo de ser egoísta. Y el agua estancada es la primera que se corrompe.”
3. Moverse remansadamente. “En Don Segundo Sombra hay una cosa muy linda, de alguien que relee su vida. El protagonista. Dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo; que de adulto era un río que andaba adelante y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lenta­mente remansado. Yo utilizaría esta imagen del poeta y novelista Ricardo Güiraldes, ese último adjetivo, reman­sado. La capacidad de moverse conbenevolencia y humildad, el remanso de la vida. Los ancianos tienen esa sabi­duría, son la memoria de un pueblo. Y un pueblo que no cuida a sus ancianos no tiene futuro.”
4. Jugar con los chicos. “El consumismo nos llevó a esa ansiedad de per­der la sana cultura del ocio, leer, disfru­tar del arte. Ahora confieso poco, pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le pre­guntaba: ‘¿Cuántos hijos tenés? ¿Jugás con tus hijos?’ Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cul­tura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando sus hijos duermen, es difícil, pero hay que hacerlo.”
5. Compartir los domingos con la familia. “El otro día, en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia.”
6. Ayudar a los jóvenes a conseguir empleo. “Hay que ser creativos con esta franja. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. El otro día leí, pero no me fío porque no es un dato científico, que había 75 mi­llones de jóvenes de 25 años para abajo desocupados. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, cos­turero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa.”
7. Cuidar la naturaleza. “Hay que cuidar la creación y no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes que tenemos.”
8. Olvidarse rápido de lo negativo. “La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima, es decir: yo me siento tan abajo que en vez de subir, bajo al otro. Olvidarse rápido de lo negativo es sano.”
9. Respetar al que piensa distinto. “Podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religio­so, que paraliza: ‘Yo dialogo contigo para convencerte’, no. Cada uno dialo­ga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo.”
10. Buscar activamente la paz. “Es­tamos viviendo en una época de mu­cha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siem­pre es una paz activa.”

“Bienaventurados los que buscan la paz.” Usted va por ahí. El abrazo de las tres religiones en el Muro de los La­mentos, la lapicera que le dio al presi­dente ucraniano para que firmara el fin de hostilidades, el llamado al diálo­go en Venezuela lo ponen en camino a ganar el Nobel de la Paz. No le pido que aventure el final del cuento, pero como usted es un hombre despojado, me in­triga saber qué haría con el millón de dólares que otorga ese premio, adonde lo destinaría.
-Es un tema que no entra en mi agenda, le digo la verdad. Nunca acep­té doctorados y esas cosas que ofrecen, sin despreciar. Ni se me ocurre pensar en eso, y menos (se ríe) voy a pensar qué haría con esa plata, con toda fran­queza. Pero evidentemente, prescin­diendo de un premio o no premio, creo que todos tienen que estar comprome­tidos con el asunto de la paz, hacer todo lo que uno puede, lo que puedo hacer yo desde acá. La paz es el lenguaje que hay que hablar.
Francisco pide darle una oportuni­dad a la paz y, mientras acaricia otra vez su cruz, pienso que, al final, Lenon y él no estaban tan distantes.
Carlos Luna, un viejo exiliado ar­gentino que vive en Suecia y fue el gestor de este encuentro en el Vatica­no (ver página 34), me había sugerido que la candidatura del Papa al Nobel de la Paz ha pasado filtros previos a la decisión. Que de los 2.500 candidatos iniciales quedaron 10, y que entre ellos estaría el argentino. Final abierto.
La guerra y la paz es la dualidad que desvela a Francisco. Sobre las con­secuencias actuales, le comentó que hay 25.300 niños solos por el mundo y que, según la última estadística de las
Naciones Unidas, hay 33,3 millones de desplazados en sus propios países y 16,7 millones de refugiados, en total un millón más que en la Segunda Gue­rra Mundial. Carlos Luna advierte que los perseguidos podrían constituir la población entera de un continente.
El gesto papal cambia, se agudiza:
-Vos hablaste de chicos solos... Hoy día, los traficantes de la migración que pasan por Centroamérica y México a los Estados Unidos y llevan gente es­tán llevando chicos solos. Los padres los mandan a amigos de allá, porque no pueden ser expulsados. Les aseguran un futuro pero se rompe el vínculo, es durísimo. Y acá también, me dicen que en los barcones que llegan a las costas sicilianas, calabresas, llegan chicos so­los, mandados por los padres a amigos, los trae un vecino, porque sus padres no pueden.
Los seis suecos —de nacimiento o por adopción— presentes en la re­unión comentan que en los últimos años Suecia recibió a 800 mil inmi­grantes, sobre una población de 9,5 millones de habitantes.
Francisco agradece la histórica hos­pitalidad de Suecia con los exiliados políticos de la Argentina y contrapone esa postura a la que tienen hoy otros países vecinos: “Europa tiene miedo”,
dice el Papa, que llora cuando en los ma­res naufragan las cáscaras de nuez que transportan a miles y miles de personas desesperadas por huir de sus países y encontrar un futuro; o cuando las cu­chillas de los alambrados españoles desgarran la piel de los que trepan para caer del lado de menor injusticia social.

Pasa el mundo por la charla en la Casa Santa Marta, que es la residencia que eligió Francisco pa­ra vivir, más modes­ta que los aposentos de los papas ante­riores, aunque con vista privilegiada a la cúpula de la Basílica de San Pedro, donde cobran cinco euros para subir 551 escalones y ver la ciudad de Roma como la vio Miguel Ángel.
Me ha tocado un inmejorable asien­to, justo enfrente de Francisco. Puedo ver sus zapatos negros, su reloj de malla negra debajo de la manga izquierda y el viaje de su mirada hacia arriba de mi cabeza, no porque le llamen la atención mis canas sino porque tengo sobre mí la imagen de la Virgen Desatanudos. Ella está acompañada por ángeles, uno que le alcanza una cinta repleta de nudos tensos y otro en el lado opuesto que la recibe ya alisada, sin los pliegues del dolor, la tristeza y la soledad. Una paloma con las alas abiertas en lo alto representa al Espíritu Santo. Y allí se posa por segun­dos la mirada de Francisco.
No ha sido fácil su día. Por la maña­na, recibió a seis jóvenes que sufrieron abusos sexuales por parte de curas y obispos pedófilos, condenó esas prác­ticas “execrables” y su encubrimiento como ningún otro papa lo hizo en el pasado y les pidió a las víctimas “hu­mildemente perdón”.
Los diarios italianos, además, die­ron cuenta de reacciones de la mafia calabresa contra Francisco, quien ha­bía tenido la valentía de ir a Calabria semanas atrás para anunciar que sus capos estaban excomulgados.
Y acaba de cambiar al presidente del banco del Vaticano, que pierde beneficios pero intenta mejorar en transparencia. No por nada el Papa le dice a quien se le acerca: “Rece por mí”.
Francisco ha suspendido los paseos en el Papamóvil este mes, debido al ca­lor. Pero vive cada día con igual inten­sidad: madrugón, rezo, lecturas, misa, siesta breve, audiencias, una hora a solas frente a la cruz, cena liviana. En comidas, sólo gasta seis euros por día.

Roma es un im­perio de pétalos blancos que caen de los árboles y tienden alfom­bras al paso del caminante. Es un atractivo natural que pelea en belleza con las ruinas acu­muladas durante 3.000 años de poder militar, incendios y gladiadores.
Hay aquí más argentinos que esta­tuas del escultor Gian Lorenzo Bernini y varios se ponen la camiseta de la Se­lección para saludar a Francisco desde la plaza San Pedro, durante el Angelus de los domingos al mediodía.
Una profesora de tango pide “buena onda y unidad” para el país. Un viajan- te de Comodoro Rivadavia agradece la elección “milagrosa” de Bergoglio co­mo Papa. Y un inmigrante de San An­tonio de Padua, que hoy vive en Como, ruega que nunca le falte el trabajo.
Los tres se emocionan cuando Fran­cisco aparece por la ventana, pronun­cia oraciones sagradas y se despide con un saludo mundano: “Buona Dome- nica e buon pranzo. Arrivederci”, que quiere decir: “Buen domingo y buen almuerzo. Hasta la vista”.
Incluso para los que no son católi­cos, Francisco actúa como un imán, señala Claudio Palombo, taxista con
parientes en la Argentina que tuvo la ocurrencia de improvisar recorridos con toques de argentinidad. Su auto se mete por callecitas adoquinadas que llevan al Grand Hotel de la Minerve, que en 1846 alojó al general José de San Martín y a su hija Merceditas.
Suena Libertango en la Piazza Navona y la Fuente de los Cuatro Ríos -el Danubio, el Nilo, el Ganges y el Río de la Plata- queda envuelta por los acor­des de Astor Piazzolla.
Al Papa porteño lo han dibujado con un bandoneón sobre la falda y su rostro aparece en remeras, pósters, llaveros y postales. Hasta en el asfalto lo pintan en arte efímero y, a la vez, inolvidable.

Francisco casi no menciona a Dios. En los 77 minutos que dura la charla, sólo pronun­cia su nombre en tres ocasiones, dos para el llamado a proteger la naturaleza y una al leer en voz alta el título de mi libro so­bre San Lorenzo de Almagro: “Dios es cuervo”, repite, y se ríe.
La palabra que más invoca Jorge Bergoglio en estos días es “paz”. Sabe que en Medio Oriente ha vuelto a estallar la violencia y que en las últimas semanas se han producido más de 200 muertes, entre ellos chicos y jóvenes inocentes del conflicto entre israelíes y palesti­nos. Se acomoda el casquete blanco Francisco cuando repasa los flagelos de la guerra. Y acepta que sus llama­dos a dialogar son escuchados, pero no suficientes.
-Lo que puedes hacer desde acá es mucho. Tu palabra, tu energía, do­minan todo el planeta. Son las leyes del Universo puestas en movimiento -trata de entusiasmarlo Carlos Luna.
-Es verdad -contesta Francisco-, pero en un tiempo corto...
El Papa cumple este 27 de julio 502 días al frente de la Iglesia y le quedan dos años para regresar a la Argentina.
Por eso le regalo una camiseta de San Lorenzo con triple sentido, pues tiene la consigna “Me verás volver”, que en este caso es por él, por el tango de Gardel y por el futuro retorno del club santo al barrio de Boedo.
Le llevo también mensajes de afec­to de sus compañeros de secundaria, quienes me confiaron la antigua exis­tencia de un loro vecino a la escuela que en medio del silencio gritaba: “Vi­va Perón, carajo”, para diversión de los alumnos en clase.
-Los muchachos, mis compañe­ros químicos, buenas personas -dice Francisco con melancolía, mientras toma en sus manos la foto de Oscar Crespo, Abel Sala, Hugo Morelli y Alberto D’Arezzo, más un mail que le mandó Francisco Spinoso, todos con ganas de darle un abrazo.

Francisco les explica a los ciudadanos suecos que a los argentinos “nos individualiza el mestizaje, la mezco­lanza de sangre, pues nos nutrieron las co­rrientes migratorias de posguerra, de Italia, España, Polonia, Rusia, Alemania. También de Suecia. La Iglesia Sueca está en la calle Azopardo, cerca del puerto”. Se refiere al templo evangélico luterano que está en Azopar­do 1428, en el barrio de San Telmo.
Le reunión está por terminar, pero Francisco, que había llegado cansado, luce ahora con una potencia extra, son­riente, dispuesto a sacarse fotos con los visitantes, y selfies si se lo piden.
Ver el movimiento de cámaras y celulares recuerda que hay también aspectos de la tecnología que afectan el diálogo. Aprovecho para la última conversación:
-A veces, hay familias de tres per­sonas que están conectadas a sus celu­lares y no se hablan entre ellas. Así, la historia de Romeo y Julieta no hubie­ra existido, porque Romeo le hubiera enviado un SMS del tipo: “Estoy abajo, asomate”, y el romanticismo se hubiera perdido.
-Es verdad eso, el consumismo te llega a fagocitar el tiempo para vos y a no compartirlo en la mesa familiar. Yo sé que ver televisión es una ayuda, los telenoticieros..., pero comer con el televisor encendido no te permite la comunicación.
El Papa nos regala ocho rosarios, tres blancos para las damas y cinco ne­gros para los caballeros. Y, sin ayuda, recoge de una mesita ratona lo que le llevamos, miel ecológica, pájaros talla­dos a mano de Córdoba, un retrato de su jugador favorito, René Pontoni; una caricatura de Hermenegildo Sábat, que lo hizo junto a otro astro azulgrana, Rinaldo Martino; y un dibujo del artista de Clarín Mariano Vior, donde la silueta del Papa argentino proyecta la sombra de San Francisco de Asís.
A todo le sonrió. Salvo a una cosa, a la hebilla que vino desde las islas del fin del mundo. Se llevó ese pedacito de Malvinas en el bolsillo. Y muy proba­blemente en el corazón.

Comentario:
Brevemente nos detenemos en algunos puntos, porque muchas cosas se podrían decir de este tipo de comunicación por parte de un pontífice. La llamada “receta para ser feliz”, son diez consejos en los que se encuentra totalmente excluido el principal motor que debiera mover a un pontífice para predicar, hablar, comunicar a los hombres: Dios. Y para que no queden dudas de que la exclusión realmente llama la atención, el mismo periodista anota: “Francisco casi no menciona a Dios. En los 77 minutos que dura la charla, sólo pronuncia su nombre en tres ocasiones, dos para el llamado a proteger la naturaleza y una al leer en voz alta el título de mi libro sobre San Lorenzo de Almagro: ‘Dios es cuervo’, repite, y se ríe”.
El domingo es el día de la familia”, otra afirmación podríamos decir se aleja de lo que siempre ha enseñado la Tradición católica. El domingo es el día del Señor, como su misma etimología lo afirma. Este desvío del sentido católico del día domingo, nos recuerda a la influencia masónica de los gobernantes de la república oriental del Uruguay, que han transformando los días festivos católicos por días “humanistas” y “laicos”, como por ejemplo: la Navidad transformada en “el día de la familia” o la Semana Santa transformada en “semana de turismo”.
También, encontramos otro ataque más al espíritu misionero tradicional que siempre tuvo la Iglesia con esta afirmación, ya repetida en otras entrevistas, del estilo humanismo integral mariteiniano: “lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: ‘Yo dialogo contigo para convencerte’, no. Cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo.” Lo cual no es otra cosa que más proselitismo hacia el ecumenismo relativista y pluralista.
Y “la ramplonería futbolera que crea la complicidad entre entrevistado y entrevistador ayuda a que el lector envilecido por la prensa no se sienta afuera de la charla y participe de una entrevista como cualquier otra de las que puede ofrecer la revista, frívola y superficial, cuyo destino final es perderse en la mesa de revistas manoseadas de un trajinado consultorio médico. El cronista asocia un Ángelus de Francisco con un cuadro de Antonio Berni. Aquí se introduce –suele ocurrir- la fealdad estética, obra del resentimiento que caracteriza a la izquierda, y Francisco aprovecha para elogiar y hasta comparar insólitamente al mediocre pintor con Dostoievsky (¡!). Agreguemos otro detalle no menor: Antonio Berni fue agente del Partido Comunista Argentino.” (Syllabus, 27-Jul-2014)
Con lo cual, nos terminamos encontrando con un discurso chato, de corte totalmente humanista, el cual, podría haber sido pronunciado por un masón, sin el más mínimo vestigio del Dios católico, del Dios que murió en la cruz por nuestros pecados.

lunes, 28 de julio de 2014

Caiga su sangre sobre nosotros.


Uno de los grupos que se dedica a la masacre de cristianos en Mosul

Los «prescriptores» han defendido las tropelías de Israel, que no han servido sino para enviscar al mundo musulmán

EN estos días escucho muchos lloriqueos en ámbitos católicos por la persecución que sufren los cristianos en Oriente Próximo; en cambio, escucho menos deseos de reconocer, mediante un acto de contrición sincera, cuáles son las verdaderas causas de esa persecución. También me llama la atención que en determinados medios sedicentemente católicos, cada vez que hay que explicar lo que está sucediendo en Oriente Próximo, se recurra a la autoridad de «analistas de política internacional», «expertos en geoestrategia» y demás ganapanes neocones, liberales o progres (bueno, en medios sedicentemente católicos a estos últimos se recurre menos, porque con los neocones y los liberales tienen ya cubierta la ración de alfalfa intoxicadora) y no se dé voz a cristianos iraquíes, sirios o palestinos, que son los que están sufriendo en sus propias carnes la persecución, y conocen perfectamente sus causas. Y no se les da voz porque se sabe que lo que van a decir no cuadra con toda la alfalfa que se nos ha obligado a deglutir durante estos años; que se nos sigue obligando a deglutir hoy.

Lo acaba de decir Michel Sabbah, patriarca emérito de Jerusalén: «Lo que está ocurriendo en Gaza no es una guerra, sino una masacre»; y es que, en efecto, no hay guerra justa donde no hay proporcionalidad en la respuesta. Los cristianos palestinos saben perfectamente que las iglesias que han sido destruidas en Gaza no lo han sido por Hamás, sino por Israel. También los cristianos sirios saben quiénes han financiado y asesorado a la chusma que martiriza a sus hermanos. Y los cristianos iraquíes saben quiénes han sido los causantes de la feroz persecución y éxodo que padecen en estos días. Pero aquí nos basta con lloriquear por nuestros pobrecitos hermanos perseguidos, sin querer conocer las causas; o, todavía peor, impidiendo que nuestros hermanos perseguidos nos las expliquen, porque para eso ya tenemos nosotros a nuestros «especialista» tertulianeses, a sueldo de la embajada americana o israelí (o, todavía peor, gozquecillos que necesitan alinearse gratis con el Nuevo Orden Mundial, para aliviar el gravamen de su insignificancia), que nos lo explican a las mil maravillas, que nos lo llevan explicando a las mil maravillas años o décadas, apoyando la intervención de Estados Unidos en Irak, jaleando la primavera árabe, justificando la guerra en Siria y, por supuesto, aplaudiendo frenéticos con las orejas cada «intervención militar» israelí.

Durante muchos años –demasiados ya– los «prescriptores» de los católicos españoles en cuestiones sobre Oriente Próximo han sido una patulea que se pone cachonda con el sonsonete de la «extensión de la democracia» (así llaman a la expansión del Nuevo Orden Mundial, los muy bellacos), como el coronal Kilgore de Apocalypse Now se ponía cachondo con el olor del napalm por la mañana. Estos «prescriptores» han jaleado el derrocamiento de todos los dictadores que toleraban o incluso protegían a los cristianos en Oriente Próximo (Sadam Husein, Mubarak, Gadafi, Al Asad…) e impedían su persecución cruenta; estos «prescriptores» han presentado como «luchadores por la libertad» a la chusma islamista que, patrocinada y armada por el Nuevo Orden Mundial, tortura, martiriza o condena al éxodo a los cristianos de Oriente Próximo; estos «prescriptores», en fin, han defendido hasta lo indefendible las tropelías más infames de Israel, que no han servido sino para enviscar al mundo musulmán.

Esta patulea, queridos católicos españoles, han sido (¡y siguen siendo!) nuestros prescriptores, nuestros líderes y lideresas ideológicos. Ahora lloramos por la persecución de los cristianos en Oriente Próximo. Caiga su sangre sobre nosotros.


Juan Manuel De Prada, 26-Jun-2014, ABC.es.

Francisco pide perdón por las persecuciones de los católicos a los pentecostales.


Noticia sobre la histórica visita de un Papa exclusivamente a un “pastor” protestante.

28-Jul-2014, 14:10 h EFE, ABC.es

Papa pide perdón por las persecuciones de los católicos a los pentecostales.

El papa Francisco pidió hoy perdón por las persecuciones cometidas por parte de católicos a los pentecostales, en su viaje a la ciudad italiana de Caserta (sur), donde se reunió con su amigo y pastor evangélico Giovanni Traettino.

Es una visita calificada ya de histórica pues se trata de la primera salida que realiza un papa desde el Vaticano fuera de Roma expresamente para encontrarse con un pastor protestante.

“Entre las personas que han perseguido a los pentecostales también hubo católicos: Yo soy el pastor de los católicos y os pido perdón por aquellos hermanos y hermanas católicos que no han comprendido y han estado tentados por el diablo”, afirmó el pontífice argentino.

Jorge Bergoglio ya estuvo el pasado 26 de julio en Caserta para celebrar una misa en honor a la patrona Santa Ana ante 200.000 católicos, según refirieron los organizadores.

Ahora, Francisco ha regresado para reunirse con la comunidad de pentecostales de esta ciudad situada al norte de Nápoles y celebrar un encuentro con unos 350 protestantes provenientes de todas partes del mundo.
Según medios locales, el obispo de Roma instó a los cristianos a estar unidos en la diversidad.

“El Espíritu Santo crea diversidad en la Iglesia. La diversidad es bella, pero el propio Espíritu Santo hace también la unidad, para que la Iglesia esté unida en la diversidad: para usar una palabra bella, una diversidad reconciliadora”, señaló.

El máximo representante de la Iglesia católica también pidió a los cristianos que ayuden a los débiles y a los necesitados, y que caminen, dijo, al lado de Dios.

“No comprendo a un cristiano que está quieto, el cristiano debe caminar. Hay cristianos que caminan por al lado de Jesús, pero en cierto momento no caminan a la presencia de Jesús. Esto es porque son cristianos que confunden el caminar con el andar, son errantes”, subrayó.

Tras el acto, que ha durado cerca de hora y media, el papa ha almorzado con la comunidad, indicó la Santa Sede en un comunicado.

Francisco ha salido esta mañana en helicóptero desde la Ciudad del Vaticano y ha aterrizado en Caserta hacia las 10.15 horas (08:15 GMT), según refirió el Vaticano.

Lo ha hecho en el helipuerto de la Escuela de Suboficiales de la Aeronáutica Militar italiana en el Palacio Real de Caserta y posteriormente se ha dirigido en coche hasta la casa del pastor, donde ha permanecido unos momentos.

Tras esta conversación privada, ambos religiosos fueron en coche a la iglesia evangélica de la reconciliación de Caserta, donde algunos fieles curiosos aguardaban la llegada de Bergoglio.

Francisco les ha saludado durante unos instantes antes de entrar en su interior, donde se ha celebrado la reunión lejos de las cámaras y en estricta intimidad.

domingo, 27 de julio de 2014

El bastión de la familia.

“Nuestros mayores vivían en el amor a la parroquia, en el respeto a la santidad del hogar, en la solicitud por la escuela confesional y las corporaciones, en el culto y veneración del camposanto. Estos estamentos delimitaban mutuamente un ámbito sagrado.El Hogar cristiano, la santidad familiar, es el lugar donde unas generaciones relevan a otras y engendran y forman a los ciudadanos del Cielo. La Familia es una fortaleza de un poder inapreciable, si su umbral comunica con la parroquia y la escuela confesional.En esas cuatros fortalezas, en esos “campos de batalla” vivimos, velamos y combatimos hasta que lleguemos al otro Camposanto, lugar del reposo, sembradío inmenso de Dios, donde las generaciones pasadas esperan que resuene sobre ellas la Trompeta del Juicio Final”.

Jozsef Cardenal Mindszenty, tomado de sus Memorias.

Cuando la mano de Dios tocó al “rey del aborto”, Bernard Nathanson.


 ¿Qué puede llevar a un poderoso y reconocido médico abortista a convertirse en un fuerte defensor de la vida y abrazar las enseñanzas de Jesucristo? ¿Pudo más el peso de su conciencia por la muerte de 60.000 niños no nacidos, o las muchas oraciones de todos los que rogaron incansablemente por su conversión?
Según Bernard Nathanson, el popular «rey del aborto», su conversión al catolicismo resultaría inconcebible sin las oraciones que muchas personas elevaron a Dios pidiendo por él. «Estoy totalmente convencido de que Dios escuchó sus ruegos», indicó emocionado Nathanson el día en que el Arzobispo de Nueva York, el fallecido Cardenal O’Connor, lo bautizó.

1º Itinerario de Bernard Nathanson.

Hijo de un prestigioso médico judío especializado en ginecología, el Doctor Joey Nathanson, a quien el ambiente escéptico y liberal de la universidad hizo abdicar de su fe, Bernard Nathanson creció en un hogar sin fe y sin amor, donde imperaba demasiada malicia, conflictos y odio.
Profesional y personalmente, Bernard siguió durante buena parte de su vida los pasos de su padre. Estudió medicina en la Universidad de McGill (Montreal), y en 1945 se enamoró de Ruth, una joven y guapa judía, con la que hizo planes de matrimonio. La joven, sin embargo, quedó embarazada, y cuando Bernard escribió a su padre para consultarle la posibilidad de contraer matrimonio, éste le envió cinco billetes de 100 dólares con la recomendación de que eligiese entre abortar o ir a los Estados Unidos para casarse, con lo cual comprometería la brillante carrera que le esperaba como médico.
Bernard decidió apostar por su carrera, y convenció a Ruth de que abortase. No la acompañó a la intervención abortiva, y Ruth volvió sola a casa, en un taxi, con una fuerte hemorragia, casi a punto de perder la vida. Al recuperarse –casi milagrosamente–, ambos dieron por terminada su relación. «Ese fue el primero de mis 75.000 encuentros con el aborto, que me sirvió de incursión iniciadora al satánico mundo del aborto», confesó el Doctor Nathanson.
Después de graduarse, Bernard realizó su tiempo de práctica en un hospital judío. Luego pasó al Hospital de Mujeres de Nueva York, donde sufrió personalmente la violencia del antisemitismo, y entró en contacto con el mundo del aborto clandestino. Para entonces ya había contraído matrimonio con una joven judía, tan superficial como él, según confesaría, con la cual permaneció unido cerca de cuatro años y medio. En esas circunstancias Nathanson conoció a Larry Lader, un médico a quien sólo le obsesionaba la idea de conseguir que la ley permitiese el aborto libre y barato. Para ello fundó, en 1969, la «Liga de Acción Nacional por el Derecho al Aborto», una asociación que intentaba culpabilizar a la Iglesia por cada muerte que se producía en los abortos clandestinos.
Pero fue en 1971 cuando Nathanson se involucró directamente en la práctica de abortos. Las primeras clínicas abortistas de Nueva York comenzaban a ex-plotar el negocio de la muerte programada, y en muchos casos su personal care-cía de licencia del Estado o de garantías mínimas de seguridad. Tal fue el caso de la que dirigía el Doctor Harvey. Las autoridades estaban a punto de cerrar esa clínica cuando alguien sugirió que Nathanson podría ocuparse de su dirección y funcionamiento. Se daba la paradoja increíble de que, mientras estuvo al frente de aquella clínica, en ese lugar había también un servicio de ginecología y obs-tetricia: es decir, se atendían partos normales al mismo tiempo que se practica-ban abortos.
Mientras tanto, Nathanson desarrollaba una intensa actividad, dando confe-rencias, celebrando encuentros con políticos y gobernantes de todo el país, pre-sionándoles para lograr que fuese ampliada la ley del aborto.

«Estaba muy ocupado. Apenas veía a mi familia. Tenía un hijo de pocos años y una mujer, pero casi nunca estaba en casa. Lamento amargamente esos años, aunque sólo sea porque me perdí el ver crecer a mi hijo. También era un paria en la profesión médica. Se me conocía como el rey del aborto», afirmó.

Durante ese período, Nathanson realizó más de 60.000 abortos, pero a finales de 1982, agotado, dimitió de su cargo en la clínica.

«He abortado a los hijos no nacidos de amigos, colegas, conocidos e incluso profe-sores. Llegué incluso a abortar a mi propio hijo», se lamentaba amargamente el mé-dico, quien explicó que a la mitad de la década de los sesenta «dejé encinta a una mujer que me quería mucho […]. Ella quería seguir adelante con el embarazo, pero yo me negué. Puesto que yo era uno de los expertos en el tema, yo mismo realizaría el aborto, le expliqué. Y así lo hice», precisó.

Sin embargo, a partir de este momento las cosas empezaron a cambiar. Dejó la clínica abortista y pasó a ser jefe de obstetricia del Hospital de St. Luke’s. La nueva tecnología, el ultrasonido, hacía su primera aparición en el ámbito médico. El día en que Nathanson pudo observar el corazón del feto en los monitores electrónicos, comenzó a plantearse por vez primera «qué era lo que estábamos haciendo verdaderamente en la clínica».
Decidió entonces reconocer su error. En la revista médica The New England Journal of Medicine, escribió un artículo sobre su experiencia con los ultrasoni-dos, reconociendo que en el feto había vida humana. Incluía declaraciones como la siguiente:

«El aborto debe verse como la interrupción de un proceso que de otro modo habría producido un ciudadano del mundo. Negar esta realidad es el más craso tipo de evasión moral».

Aquel artículo provocó una fuerte reacción. Nathanson y su familia recibie-ron incluso amenazas de muerte, pero se impuso la evidencia de que no podía continuar practicando abortos. Había llegado a la conclusión de que no había nunca razón alguna para abortar: el aborto es un crimen.
Poco tiempo después, un nuevo experimento con los ultrasonidos sirvió de material para un documental, «El grito silencioso», que llenó de admiración y horror al mundo. Fue en 1984, cuando Nathanson le pidió a un amigo suyo –que practicaba entre quince y veinte abortos al día– que colocase un aparato de ul-trasonidos sobre la madre, grabando la intervención.

«Así lo hizo –explica Nathanson–; y, cuando vio las cintas conmigo, quedó tan afec-tado que ya nunca más volvió a realizar un aborto. Las cintas eran asombrosas, aunque no de muy buena calidad. Seleccioné la mejor y empecé a proyectarla en mis encuentros pro-vida por todo el país».

2º Regreso del hijo pródigo.

Nathanson había dejado su antigua profesión de «carnicero humano», pero aún quedaba pendiente el camino de vuelta a Dios. Una primera ayuda le vino de su admirado profesor universitario, el psiquiatra Karl Stern.

«Transmitía una serenidad y una seguridad indefinibles. Entonces yo no sabía que en 1943, tras largos años de meditación, lectura y estudio, se había convertido al catolicismo. Stern poseía un secreto que yo había buscado durante toda mi vida: el secreto de la paz de Cristo».

El movimiento pro-vida le había proporcionado el primer testimonio vivo de la fe y el amor de Dios. En 1989 asistió a una acción de Operación Rescate en los alrededores de una clínica. El ambiente de los que allí se manifestaban pacífica-mente en favor de la vida de los no nacidos le conmovió: estaban serenos, con-tentos, cantaban, rezaban. Los mismos medios de comunicación que cubrían el suceso, y los policías que vigilaban, estaban asombrados de la actitud de esas personas. Nathanson quedó impresionado,

«y, por primera vez en toda mi vida de adulto, empecé a considerar seriamente la noción de Dios, un Dios que había permitido que anduviera por todos los proverbiales circuitos del infierno, para enseñarme el camino de la redención y de la mi-sericordia a través de su gracia».

«Durante diez años, pasé por un periodo de transición. Sentí que el peso de mis abortos se hacía más gravoso y persistente, pues me despertaba cada día a las cuatro o cinco de la mañana, mirando a la oscuridad y esperando –pero sin rezar todavía– que se encendiera un mensaje declarándome inocente frente a un jurado invisible», señala Nathanson.

Pronto, el médico acabó leyendo Las Confesiones de San Agustín, libro que calificó como «alimento de primera necesidad», convirtiéndose en su libro más leído, ya que San Agustín

«hablaba del modo más completo de mi tormento existencial; pero yo no tenía una Santa Mónica que me enseñara el camino, y estaba acosado por una negra desespe-ración que no menguaba».

En esa situación no faltó la tentación del suicidio, pero, por fortuna, decidió buscar una solución distinta. Los remedios intentados fallaban: alcohol, tranqui-lizantes, libros de autoestima, consejeros, hasta llegar incluso al psicoanálisis, al que acudió durante cuatro años.
El espíritu que animaba aquella manifestación pro-vida enderezó su bús-queda. Empezó a conversar periódicamente con el Padre John McCloskey; no le resultaba fácil creer, pero lo contrario, permanecer en el agnosticismo, llevaba al abismo. Progresivamente se veía a sí mismo acompañado de alguien a quien le importaban cada uno de los segundos de su existencia.

«Ya no estoy solo. Mi destino ha sido dar vueltas por el mundo a la búsqueda de ese Uno sin el cual estoy condenado, pero al que ahora me agarro desesperadamente, intentando no soltarme del borde de su manto».

Finalmente, el 9 de diciembre de 1996, solemnidad de la Inmaculada Con-cepción, a las 7:30 de la mañana, en la cripta de la Catedral de San Patricio de Nueva York, el Doctor Nathanson se convertía en hijo de Dios. Entraba a formar parte de su Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. El Cardenal John O’Connor le administró los sacramentos de Bautismo, Confirmación y Comunión. Un testigo expresa así ese momento:

«Esta semana experimenté con una evidencia poderosa y fresca que el Salvador que nació hace 2.000 años en un establo continúa transformando el mundo. El pasado lunes fui invitado a un Bautismo […]. Observé cómo Nathanson caminaba hacia el altar. ¡Qué momento! Al igual que en el primer siglo…, un judío converso cami-nando en las catacumbas para encontrar a Cristo. Y su madrina era Joan Andrews. Las ironías abundan. Joan es una de las más sobresalientes y conocidas defensoras del movimiento pro-vida… La escena me quemaba por dentro, porque justo encima del Cardenal O’Connor había una cruz. Miré hacia la cruz y me di cuenta de nuevo de que lo que el Evangelio enseña es la verdad: la victoria está en Cristo».

Las palabras de Bernard Nathanson, al final de la ceremonia, fueron escuetas y directas:

«No puedo decir lo agradecido que estoy ni la deuda tan impagable que tengo con todos aquellos que han rezado por mí durante todos los años en que me proclamé públicamente ateo. Han rezado tenaz y amorosamente por mí. Estoy totalmente convencido de que sus oraciones han sido escuchadas. Consiguieron de Dios lágrimas para mis ojos».


Tomado de la publicación Hojitas de Fe, N° 38.

miércoles, 23 de julio de 2014

Notas para encontrar la verdadera Iglesia.

“Si yo no fuera católico, y estuviera en búsqueda de la verdadera Iglesia en el mundo actual, buscaría una Iglesia que no se llevara bien con el mundo; en otras palabras, buscaría la Iglesia que fuera odiada por el mundo, debiendo ser odiada tanto como lo fue Él cuando en su carne habitó la tierra. Si encontraras a Cristo en alguna iglesia hoy, sería en la iglesia con la que el mundo no se lleva bien. Busca la iglesia que es acusada de ser retrógrada, así como Cristo fue acusado de ser ignorante y de nunca haber aprendido. Busca la iglesia que la humanidad desprecia por ser socialmente inferior, así como despreciaron a nuestro Señor por venir de Nazaret. Busca la iglesia acusada de tener al demonio, así como nuestro Señor fue acusado de estar poseído por Beelzebul, el príncipe de los demonios. Busca la iglesia que, en épocas de fanatismo, los hombres digan de ella que debe ser destruida en el nombre de Dios como Cristo fue crucificado mientras sus enemigos pensaban estarle haciendo un favor a Dios. Busca la iglesia rechazada por el mundo por sostener ser infalible, como Pilato rechazó a Cristo porque Él se llamó a sí mismo La Verdad. Busca la iglesia rechazada por el mundo así como nuestro Señor fue rechazado por los hombres. Busca la iglesia que en medio de la confusión de opiniones conflictivas, sea amada por sus miembros así como aman a Cristo, y respetan su voz así como la misma voz de su Fundador, y la sospecha crecerá, que si Cristo no es popular con el espíritu del mundo, entonces ésta Iglesia no es mundana, y si no es mundana, es de otro mundo. Puesto que es de otro mundo es infinitamente amada e infinitamente odiada como Cristo mismo. Pero solo aquello que es divino puede ser infinitamente odiado e infinitamente amado. Por lo que la Iglesia es divina”.

Mons. Fulton J. Sheen D.D.. Prefacio a las Respuestas Radiofónicas volúmen #1, P. Leslie Rumble y P. Charles Carty.

sábado, 12 de julio de 2014

“No estoy interesado en convertir a los Evangélicos al Catolicismo”: Papa Francisco.



“No estoy interesado en convertir a los Evangélicos al Catolicismo. Quiero que la gente encuentre a Jesús en su propia comunidad. Hay tantas doctrinas en las cuales nunca estaremos de acuerdo. No gastemos nuestro tiempo en ellas. Más bien, tratemos de mostrar el amor de Jesús”*

Papa Francisco

* [Según lo cita textualmente Brian C. Stiller (a la derecha del Papa en la imagen), Embajador Global de la Alianza Mundial Evangélica, en su recuento, Jul-09-2014, de un reciente almuerzo con el Pontífice del cual fue partícipe. Traducción de Secretum Meum Mihi] Visto en SMM, 12-Jul-2014.