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lunes, 17 de septiembre de 2012

Cristero Arzobispo José María González: «No temáis a las engañosas ofertas».


 Jose Maria Gonzalez. Arzobispo de Durango

Nos, hemos sabido, Venerables Hermanos y muy amados hijos, que los insistentes rumores de un posible arreglo entre el Episcopado Mexicano y el Gobierno perseguidor, no fundados en la efectiva derogación de las leyes, han angustiado horriblemente vuestro corazón añadiendo una nueva pena a las incontables que estáis padeciendo. Vuestro instinto cristiano, sin necesidad de hacer grandes reflexiones, os hizo sentir repugnancia e indignación al mirar una vez más al lobo rapaz tomar la piel de oveja y acercarse a los Prelados, representantes de los Apóstoles, para conmover con fingida dulzura a quienes no pudo conmover con rugidos espantosos. Y temisteis que los falsos profetas enviados por el perseguidor hiciesen doblegar a vuestros Prelados con vanas y engañosas ofertas. Pero temisteis sin fundamento. ¿Que no recordáis las palabras de nuestra Carta Pastoral Colectiva del 25 de julio de 1926, cuando ordenábamos la suspensión de cultos? Ahí decíamos, hablando de las leyes persecutorias: «Ante semejante violación de valores morales tan sagrados, no cabe ya de nuestra parte condescendencia ninguna. Sería para nosotros un crimen tolerar tal situación y no quisiéramos que ante el Tribunal Divino nos viniese a la memoria aquél tardío lamento del Profeta: Ay de mí porque callé. Por esta razón, siguiendo el ejemplo del Sumo Pontífice, ante Dios, ante la Humanidad Civilizada, ante la Patria, protestamos contra ese decreto… Contando con el favor de Dios y con vuestra ayuda, trabajaremos porque ese decreto y los artículos de la Constitución sean reformados, y no cejaremos hasta haberlo conseguido».
¿Y creéis que íbamos a olvidar esas palabras y a tener hoy por aceptable lo que ayer tuvimos por indigno? ¿No recordáis que el mismo Sumo Pontífice nos enviaba un mensaje que decía: «Santa Sede condena la Ley, a la vez que todo acto que signifique o pueda ser interpretado por el pueblo fiel como aceptación o reconocimiento de la misma Ley».  ¿Y creéis que nosotros los Prelados Mexicanos que nos hemos abandonado en los brazos del Papa y que nos gloriamos de obedecer sin discutir sus disposiciones, íbamos a pasar sacrílegamente sobre semejante condenación pontificia? ¿No recordáis que a raíz de la suspensión del culto, un día en que circuló rumor de arreglos que dejaban en pie las abominables leyes persecutorias, el Sumo Pontífice nos cablegrafió diciendo que nos mantuviéramos en la actitud asumida por todo el mundo.
De entonces acá el furor de los perseguidores no ha tenido límite. La sangre de los cristianos ha corrido a raudales, mezclada la de los sacerdotes con la de los jóvenes, la de las doncellas con la de los ancianos. ¡Sangre bendita, que hizo brotar por todas partes cristianos nuevos, rejuvenecidos, valerosos, invencibles! ¿Y creéis que después de tanta sangre y de tantas lágrimas, de tantos heroísmos y de tantos sacrificios íbamos a ser nosotros los que cerráramos las puertas a la plena victoria de Cristo? Si tal hiciéramos, nuestros mártires y nuestros héroes se levantarían de sus tumbas para reclamarnos el despilfarro de sangre gloriosa…
¡No y mil veces no! Nuestra fe de católicos, nuestro deber de Prelados, nuestra dignidad, el respeto que debemos a las víctimas, el puesto que hemos conquistado ante el mundo, y finalmente la conciencia que tenemos de nuestra fuerza moral y espiritual, que centuplica nuestra fuerza física, todo nos hace repetir día por día, momento por momento, las palabras de la Carta Pastoral Colectiva: «Trabajaremos por que ese decreto y los artículos antirreligiosos de la Constitución sean reformados, y no cejaremos hasta haberlo conseguido». Nuestro non possumus se mantiene en pie, y se mantendrá hasta el fin, pues ayudados de la gracia de Dios, estamos dispuestos a morir en el destierro, antes que dar un paso atrás en la actitud que hemos asumido. Ya no estamos dispuestos a confiar ni en disimulos ni en promesas. Tenemos en mucho la libertad de la Iglesia, la paz de México y el bien temporal de nuestros hijos para hacerlos depender de unos hombres que tantas veces nos han engañado y que no han sabido cumplir los compromisos firmados por su Cancillería. Nos referimos al compromiso que como Ministro de Relaciones contrajo y firmó el Sr. Aarón Sáenz, con acuerdo del Sr. Obregón, entonces Presidente de la república, con su Eminencia el cardenal Gasparri, Secretario de estado de Su Santidad Pío XI. Por eso decimos que es imposible aceptar arreglos que no estén fundados, cuando menos, en la derogación efectiva de las leyes persecutorias.
Sí, nuestro non possumus se mantiene en pie, y se mantendría aunque todas las circunstancias nos anunciaran la derrota. Más, ¿quién piensa en derrota en los momentos actuales?, ¿quién piensa en derrota cuando la atenta observación de los acontecimientos nos hace repetir con mayor firmeza las palabras del Profeta:‘Exulya satis, filia Sion; jubila, filia Jerusalem; ecce Rex tuus veniet tibi justus et salvator’ (Zach. IX, 9) ‘¡Oh hija de Sión!: Regocíjate en gran manera; salta de júbilo ¡oh hija de Jerusalén!: He aquí que a tí vendrá el rey, el Justo, el Salvador’.
Ánimo, pues Dios está con nosotros, y se muestra visiblemente donde los católicos cumplen dignamente con su deber, donde los católicos están perfectamente penetrados de que son hijos de una Iglesia que Jesucristo hizo libre y no sujeta a ningún poder terreno, y donde están plenamente convencidos de que no hay medio ninguno de asegurar la libertad de la Iglesia, la paz de la Nación, y su bienestar temporal mismo, si no es la derogación efectiva de las leyes que se invocan a todas horas para conculcar los derechos más sagrados y cometer los sacrilegios más horrendos. Levantad, pues, vuestro ánimo, mis muy amados hijos, y abrid vuestro corazón ampliamente a la esperanza.
En nuestra Carta Pastoral Colectiva en que ordenábamos la suspensión del culto, os recomendábamos las palabras de N. S. Jesucristo a sus Apóstoles, pronunciadas la víspera de su Pasión: He aquí que subimos a Jerusalén, en donde el Hijo del Hombre será entregado, condenado a muerte, flagelado, crucificado, y al tercer día resucitará. Ahora, hijos amados, la Iglesia de México, ha entrado ya a Jerusalén, ha padecido tristeza mortal en el Huerto de los Olivos, ha presenciado las traiciones de los miserables Judas, ha visto a los Pilatos lavarse las manos y excusarse con la ley o con el mandato del César. Hoy se encuentra en pleno Calvario; pero el sacrificio está consumado ya. El día de la Pascua se acerca. Ya los ángeles preparan sus cantos de triunfo, para asistir a la resurrección gloriosa, y para cortejar a Nuestro Rey y Salvador Jesús, que se acerca ya a enjugar vuestras lágrimas y a daros en premio la libertad que habéis merecido con vuestros sufrimientos.

Dada en roma, fuera de la Puerta Flaminia, el 7 de octubre de 1927, fiesta del Smo. Rosario.

Jose María, Arzobispo de Durango.

Pbro. David G. Ramírez, Srio

Visto en el Blog Ecce Chrisianvs.