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martes, 6 de noviembre de 2012

Santa Catalina de Alejandría y el diálogo.



 
Entre las muchas visiones y revelaciones que tuvo la Venerable Ana Catalina Emmerick son particularmente interesantes las que se refieren a Santa Catalina de Alejandría[1].
Al parecer, tocóle vivir a esta santa en un tiempo y lugar donde predominaba un ambiente de tolerancia y de diálogo. “Por entonces —dice la vidente— se hallaba en Alejandría el patriarca Teonás, quien con su grandísima mansedumbre había conseguido que los paganos no persiguiesen a los cristianos. Estos vivían muy oprimidos y tenían que proceder con la mayor cautela y guardarse de hablar contra los ídolos. De aquí surgió una tolerancia muy peligrosa respecto de los paganos y tibieza en los cristianos, por lo cual dispuso Dios que Catalina, con su luz interior e inflamado celo, reanimase a muchos”.
Todo esto no es imaginación de la Emmerick. Teonás existió real­mente y el Martirologio Romano lo menciona como santo, el 23 de agosto: “En Alejandría, san Teonás, Obispo y Confesor”. Más explícita aún, La Leyenda de Oro se refiere a él en los siguientes términos: “Fue colocado en la silla patriarcal de Alejandría el año 282, y la gobernó por espacio de diez y nueve años. Por su sabiduría y santidad fue el más bello ornamento de su iglesia, floreciente entonces en un gran número de personajes distinguidos. Escribió una célebre instrucción en forma epistolar, en la cual trazaba las reglas de la conducta que debían guardar los cristianos que vivían en la corte de los emperadores, y la dirigió a Luciano, primer chambelán de Diocleciano. El santo obispo murió en Alejandría el 23 de agosto del año 300”[2].
He aquí, en el siglo IV, un santo varón, puesto que tal lo considera la Iglesia, embarcado en el diálogo y en la apertura al mundo pagano. Al punto que, según la Emmerick, “se mostraban los paganos tan afi­cionados a él que muchos cristianos débiles sacaban de aquí la conse­cuencia de que no sería cosa tan mala el paganismo”.
Pero, pese a las buenas intenciones de su santo ministro, parece que el Señor tuvo distintos designios. “Por esta razón —continúa la vidente— suscitó Dios a aquella esforzada, animosa e inspirada don­cella para que con sus palabras, con su ejemplo y con su glorioso martirio convirtiera a muchos que de otro modo no se habrían salvado”.
¿Qué hizo Santa Catalina? Según la tradición, llevada por fuerza al templo pagano, reprochó de palabra al Emperador su idolatría y su conducta para con los cristianos y le expuso con sólidos argumentos la necesidad de creer en Jesucristo para lograr la salvación eterna. Según Ana Catalina Emmerick, su actitud fue más drástica. “Catalina —di­ce— fue obligada por sus parientes a ir al templo de los ídolos; pero no sólo no fue posible reducirla a ofrecerles sacrificios, sino que cuando la solemnidad era mayor, Catalina, arrebatada de santo entusiasmo, se acercó a los sacerdotes y derribó el altar de los perfumes y echó por tierra los vasos, clamando contra las abominaciones de la idolatría. Levantóse entonces un gran tumulto; apoderáronse de ella, la tuvieron por loca furiosa y la condujeron al peristilo del templo para interro­garla. Ella seguía clamando con mayor violencia. Fue conducida a la cárcel, y en el camino llamó a todos los confesores de Cristo invitándo­los a unirse a ella para derramar su sangre por Aquel que nos ha redimido con la suya. Fue encarcelada, azotada con escorpiones y arrojada a las bestias feroces. Yo pensaba que no era lícito buscar tan de intento el martirio; pero se dan excepciones y hay instrumentos elegidos por Dios”.
El resto ya lo conocen quienes todavía leen las vidas de los santos. El suplicio de las ruedas con cuchillas, milagrosamente destruidas por un rayo, y la decapitación final[3].
Pensarán algunos que Santa Catalina sufrió el martirio por ser incapaz del diálogo. Error profundo. Catalina era una joven inteli­gente y culta. Antes de su martirio quisieron hacerla abjurar de su fe y la enfrentaron con cincuenta doctores de Egipto. Ella expuso la Verdad con tanta fuerza y elocuencia que convenció a muchos de ellos, a tal punto que se convirtieron al cristianismo y murieron mártires. Aquí no hubo concesiones, búsqueda de coincidencias y ocultamiento de disidencias, ni transbordo ideológico inadvertido. La Verdad se impuso íntegramente. Sólo así vale la pena el diálogo. De lo contrario suele asemejarse a los de Pedro en el patio del tribunal de Caifás, cuando no al de Judas con los sacerdotes del Templo.
Santa Catalina es venerada por los griegos como “la gran mártir”. Hoy el martirio cristiano no está de moda. Sigue existiendo en la Igle­sia del Silencio, pero se lo oculta lo más posible. En cambio, están de moda otros “mártires”. Los mártires armados de ametralladora. Los mártires asesinos. Los mártires que no entregaron su vida, sino que fueron muertos porque no pudieron matar antes. No son mártires de Cristo. Son mártires de la religión “humanitaria”, que es la religión del Anticristo. Son mártires del “cambio de estructuras”. Son mártires de la “liberación”. ¡Linda liberación hacen cuando logran el poder! Ya lo vimos en Francia en 1789, en Rusia en 1918, en España en 1931. Pero los hombres tienen mala memoria. O mucha inconsciencia.
Santa Catalina fue una de las santas más grandes de la Cristian­dad. Fue una de las tres mujeres incluidas entre los Catorce Santos Auxiliadores, tan venerados en la Edad Media y hoy tan olvidados. Se la considera la “sabia consejera”, patrona de estudiantes, teólogos, filósofos, abogados, oradores e intelectuales católicos en general. Ha sido en todas las épocas tema predilecto de los artistas, que se han complacido en pintarla en el episodio de su vida referente a sus des­posorios con el Niño Jesús, o también con su rueda, con una pequeña cruz, con un libro, con una espada, o en su disputa con los doctores.
Santa Gertrudis, en sus “Revelaciones”, refiere que Dios se la mostró “en un trono tan encumbrado, que si no hubiera en el cielo Reina mayor, la gloria de esta sola parecería bastar a hacerle sobrado vistoso”[4].
Y Dios no sólo honró su alma, sino también su cuerpo, haciéndolo trasladar por los ángeles al monte Sinaí. Este hecho, aparentemente el más “legendario” de la vida de la santa, está avalado por la Iglesia, que lo menciona en la oración de su misa y en el Martirologio Romano. Lo confirman las revelaciones privadas de Ana Catalina Emmerick y Teresa Neumann. Y es tradición viva en el monasterio de Santa Cata­lina, al pie del monte, donde se conserva parte de sus restos.
Desgraciadamente los tiempos actuales no son muy propicios para la devoción a Santa Catalina, a pesar que la devoción a Santa Cata­lina sería muy propicia para los tiempos actuales. Cuando vemos que se duda de todo, de la Santísima Trinidad, de Cristo, de la Eucaristía, de la Santísima Virgen, de la Moral, de la Oración, de la Escritura, ¿cómo sorprendernos de que se dude hasta de la existencia de Santa Catalina? Con mayor razón cuando se trata de una santa evidentemente preconciliar y, por lo tanto, molesta.
Fue triste para los amantes de la tradición, y en especial para los devotos de Santa Catalina, que esta santa fuera suprimida del calen­dario litúrgico desde el 1º de enero de 1970. Precisamente en estos momentos en que los filósofos y teólogos católicos tanto necesitan de su protección para no caer en el error y mantener incólumes los fueros de la Verdad.

Alberto Ezcurra Medrano


[1] Ana Catalina Emmerick, Visiones y Revelaciones completas, t. IV, págs. 368-73.  Editorial Guadalupe, Buenos Aires,  1954.
[2] La Leyenda de Oro, t. III, pág. 382. Ed. González y Cía., Barcelona, 1897.
[3]Catalina fue martirizada en el año 299, a la edad de dieciséis años”, dice Ana Catalina Emmerick. Esto concuerda con el relato de su muerte en tiem­pos tranquilos. Los hagiógrafos, en cambio, la hacen morir en tiempos de per­secución, entre el 305 y el 313, o sea en los de Diocleciano, Maximino o Majencio, pero estas contradicciones restan valor a sus datos.
[4] Revelaciones de Santa Gertrudis la Magna, pág. 559. Editorial Benedictina, Buenos Aires, 1947.