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viernes, 13 de septiembre de 2013

Pietro Parolin: “La renovación implica una vuelta al cristianismo primitivo”.


Parece que la gran mayoría de los medios de comunicación, ansían con esperanzas las grandes “reformas” eclesiásticas que, según esperan, vendrían con el “carismático” Papa Francisco. Todo parece enfocar que así será. Ahora también, han puesto sus esperanzas reformistas en las palabras “políticamente correctas”, los “juegos de cintura”, del nuevo secretario de Estado Mons. Pietro Parolin sobre el celibato sacerdotal. Leemos en algunos lados cosas como: “¿El Papa está dispuesto a terminar con el celibato?” o “El Papa Francisco analiza terminar con el celibato sacerdotal”. Si leemos la entrevista completa, vemos que las cosas no son tan explícitas como la pintan los titulares pero, también sabemos, que es la forma de que estos mismos ejercen la presión debida y generan la opinión en las masas para que luego estas cosas (la abolición del celibato sacerdotal, por ej.) sea aceptada y loada.
Como todo buen “conservador”, Mons. Parolin, parece tener puntos de doctrina tradicionales a la vez que los mezcla con aquellos puntos que se alejan de la Tradición notablemente, tales son sus afirmaciones sobre la colegialidad, al afirmar que “es bueno, en estos tiempos, que haya un espíritu más democrático en el sentido de escuchar atentamente y creo que el Papa lo ha indicado como uno objetivo de su pontificado. Una conducción colegiada de la Iglesia donde puedan expresarse todas las instancias. Luego le correspondería a él tomar una decisión.” La entrevista completa tal cual aparece en el Universal:

[El Universal - 08-09-2013]

Pietro Parolin: “La renovación implica una vuelta al cristianismo primitivo”
“Hay que volver al principio fundacional de la Iglesia, pero tomando en cuenta 2 mil años de historia (...) Se cree que el Papa lo va a revolucionar todo, pero los contenidos de fe no se pueden cambiar”, afirma tajante Parolin.


ROBERTO GIUSTI |  EL UNIVERSAL
domingo 8 de septiembre de 2013  12:00 AM

En los finales de la cincuentena y luego de vivir cuatro intensos años como Nuncio en Venezuela, Pietro Parolin recuerda que sólo una vez en su vida se topó con el ahora Papa Francisco. El para entonces Subsecretario para las Relaciones con los Estados recibió en su despacho al Arzobispo Bergoglio, quien venía por asuntos relacionados con Argentina. Después no hubo más contactos y por eso afirma, a veinte días de su marcha a Roma, que lo primero será “acostumbrarme a su estilo de trabajo”. 

-¿No adquiere su designación como Secretario de Estado una connotación especial si consideramos que se avizoran cambios en la Iglesia en los cuales tendrá usted un papel importante?

-A pesar de las reformas que quiere producir en la Iglesia, el papa Francisco se ha ceñido a criterios tradicionales según los cuales cuando tenemos un papa no italiano (y ya son tres, Juan Pablo II, Benedicto XVI y ahora Francisco) el secretario de estado es italiano. Eso limitaba la amplitud de la escogencia. Luego, otro criterio fue el de tomar en consideración a un miembro del servicio diplomático de la Santa Sede.

-Y usted lo es.

-Hablar de uno mismo es difícil y yo preferiría no hacerlo, pero me imagino, como él me ha dicho, que había varios candidatos para un cargo que significa ser el colaborador más cercano del Papa y que entraña grandísima responsabilidad. Me imagino que el Papa habrá pensado que yo podía ser, más o menos, la persona en capacidad de ayudarlo en esta obra de renovación que quiere hacer en la Iglesia Católica.

-Es decir, el Papa sabe de su afinidad con las ideas reformadoras. 

-Probablemente el Papa se ha hecho este juicio. La verdad es que no he hablado mucho con él y pienso que cuando tenga la gracia y la oportunidad, le preguntaré el porqué de esta elección. Así que no sabría cuál fue la razón para que el Papa pensara en mí. Puedo decir, sin embargo, que me siento muy afín a su manera de entender la iglesia y sobre todo a su estilo de sencillez y de cercanía a las personas, a su ánimo de escucharlas y de intentar, de veras, que la Iglesia pueda volver a tener una presencia significativa en el mundo de hoy.

-¿Un papa, como dicen algunos teólogos, “en” la Iglesia y no “sobre” la Iglesia?

-Siempre lo hemos dicho en la teología tradicional. Es la fórmula para indicar la estructura de la Iglesia y el origen divino del Primado (el papa). Ahora, la Iglesia es una estructura muy especial y las categorías políticas para analizar la realidad de los estados no se le pueden aplicar automáticamente. Esta no es no es una monarquía ni una democracia en el sentido formal de la palabra.

-¿Qué es entonces?

-Una comunión donde hay diferentes responsabilidades, la última de las cuales recae sobre el papa. Él está en comunión con los demás y no hay papa sin comunión.

-El teólogo Hans Kung ha escrito sobre la necesidad que tiene la Iglesia, si quiere integrarse al futuro de la humanidad, de un papa que se convierta en una suerte de Juan XXIV que convoque a un Concilio Vaticano III.

-Se ha hablado mucho de eso y también de la figura del Cardenal Martini, Arzopispo de Milán (quien antes de su muerte dijo que “la Iglesia está 200 años detrás de los tiempos”, nota del periodista). También se manejó la idea del Concilio Vaticano III. Pero yo creo que debemos acudir al Concilio Vaticano II, el cual fijó las directrices para que la Iglesia cumpla su misión en el mundo de hoy. Es importante aplicarlas, como lo han dicho los papas anteriores, cada uno según su propio enfoque y eso es bonito porque la variedad es buena hasta donde se pueda. Allí están cuatro planteamientos fundamentales, una mina inagotable de enseñanzas que debemos poner en práctica.

-¿Cuáles son esas directrices y por qué no se ha cumplido luego de medio siglo?

-Siempre se ha dicho que toma bastante tiempo aplicar las decisiones de los concilios. Eso es normal. Así ocurrió con el Concilio de Trento (1545-1563), que implicó una profunda transformación, luego de la división de la Iglesia y el nacimiento del mundo protestante. Eso no es sorprendente. Además, la Iglesia es un organismo complejo y en su interior hay resistencia.

-Resistencia a los cambios.

-Así es. Pero esos cambios no pueden poner en peligro la esencia de la Iglesia, que tiene una continuidad en la historia proveniente de su fundación por Jesucristo. Entonces se debe ser fiel. La Iglesia nunca podrá cambiar al punto de adaptarse completamente al mundo. Si lo hiciera y se perdiera en él, ya no cumpliría su misión de ser sal y luz para todos.

-¿Quiere decir eso que el planteamiento de las reformas implica una vuelta al cristianismo primitivo?

-Sí. Tomando en cuenta que tenemos dos mil años de historia. Ahora, esta historia no ha pasado en balde. No se trata sólo de volver al pasado, por lo menos en las formas externas, sino de volver a los principios fundacionales de la iglesia. Y quiero subrayar el tema de la continuidad porque a veces parece (y no sé si exagero) que el Papa Francisco va a revolucionarlo todo, a cambiarlo todo.

-¿No es eso lo que se espera de él?

-Se espera que él ayude a la Iglesia a ser Iglesia de Jesús y a cumplir su función. Eso lo deben hacer todos los papas. Pero la Iglesia tiene una Constitución, una estructura, unos contenidos que son los de la fe y que nadie puede cambiar.

-¿No existen dos tipos de dogmas? ¿No hay dogmas inamovibles instituidos por Jesús y los que vinieron después, a lo largo de la historia de la Iglesia, creados por los hombres y por tanto susceptibles de cambios?

-Ciertamente. Hay unos dogmas definidos e intocables.

-El celibato no es....

-No es un dogma de la Iglesia y se puede discutir porque es una tradición eclesiástica. 

-Que se remonta ¿a qué época?

-A los primeros siglos. Después la implementación se aplicó durante todo el primero milenio, pero a partir del Concilio de Trento se insistió mucho en eso. Es una tradición y ese concepto pervive en la Iglesia porque a lo largo de todo estos años han ocurrido acontecimientos que han contribuido a desarrollar la revelación de Dios. Esta finalizó con la muerte del último apóstol (san Juan). Lo ocurrido luego ha sido un crecimiento en la comprensión y actuación de la revelación.

-A propósito del celibato...

-El esfuerzo que hizo la Iglesia para estatuir el celibato eclesiástico debe ser considerado. No se puede decir, sencillamente, que pertenece al pasado. Es un gran desafío para el Papa porque él posee el ministerio de la unidad y todas esas decisiones deben asumirse como una forma de unir a la Iglesia, no de dividirla. Entonces se puede hablar, reflexionar y profundizar sobre estos temas que no son de fe definida y pensar en algunas modificaciones, pero siempre al servicio de la unidad y todo según la voluntad de Dios. No es lo que me plazca sino de ser fieles a lo que Dios quiere para su Iglesia.

-¿Y qué es lo que quiere?

-Dios habla de muchas maneras. Debemos estar atentos a esta voz que nos orienta sobre las causas y las soluciones, por ejemplo, de la escasez del claro. Entonces hay que tomar en cuenta, a la hora de adoptar decisiones, estos criterios (la voluntad de Dios, historia de la Iglesia), así como la apertura a los signos de los tiempos.

-Cuando el Papa se pregunta, “¿quién soy yo para juzgar a los gays?” ¿Qué no está diciendo?

-Está diciendo que la doctrina de la Iglesia es muy clara sobre este punto moral.

-Jesucristo nos acepta a todos tal y como somos.

-Sí, pero también nos pide que crezcamos y nos adecuemos a la imagen que él tiene de nosotros. La conducta de cada uno la juzga sólo Dios y esto lo ha dicho el Papa.

-Usted ha dicho que se deben lograr los cambios sin dividir a la Iglesia. ¿No cree que una manera de decidir sobre su aplicación sería consultando al grueso de la feligresía o al menos a los obispos? ¿No es necesaria una democratización?

-Ciertamente. Siempre se ha dicho que la Iglesia no es una democracia. Pero es bueno, en estos tiempos, que haya un espíritu más democrático en el sentido de escuchar atentamente y creo que el Papa lo ha indicado como uno objetivo de su pontificado. Una conducción colegiada de la Iglesia donde puedan expresarse todas las instancias. Luego le correspondería a él tomar una decisión.

-Cuando se plantea la necesidad de cambios uno se apercibe que el Papa, antes que hablar, ha dado muestras de esos cambios con su ejemplo de sencillez y austeridad. Ese comportamiento, que contrasta con el de la Curia, ¿no nos está diciendo que la Iglesia está lejos de la feligresía, que ha ido perdiendo contacto con la realidad social y que la reivindicación de los oprimidos está más lejana que nunca?

-Me parece fundamental la capacidad del Papa para inducir los cambios a través del testimonio personal.

-¿Algo sin precedentes en la historia de la Iglesia?

-No, pensamos en Juan XXIII. Pero a mí no me gusta contraponer. Hay estilos diferentes. Eso sí, lo debemos aceptar y es normal porque la Iglesia es un jardín donde hay flores de distintas formas, colores y perfumes. Entonces, hay diferencias entre los papas. Pero el Papa Francisco está incidiendo sobre algo tan importante como el acercamiento de la Iglesia a los más pobres. Ese es el sentido de la Iglesia, que no existe para sí misma sino para llevar a Jesús a la humanidad. Y que Él sea vida abundante para la humanidad y sobre todo para quienes no tienen. La Iglesia es un puente, como lo es el papa, entre Dios y su revelación y redención de la humanidad.

-¿Otra señal de la determinación del Papa no está en su decisión de investigar los hechos de corrupción?

-El Papa siente de una manera muy especial el tema de la corrupción por venir de un continente donde el problema es muy grave y ese es uno de los grandes desafíos de América Latina. El lo ha enfrentado en Argentina, y ahora retoma lo que condenó como arzobispo. Este es un punto fundamental sobre el cual quiere trabajar porque la corrupción acaba con las sociedades y los estados.

-Luego está la sanción ejemplarizante a quienes han caído en la pedofilia.

-En esto el Papa está en línea con lo que se hace desde el tiempo de Benedicto XVI: tomar una postura fuerte y especialmente con las víctimas, para que no se repitan estos hechos.

-Me imagino que no resultó fácil.

-No lo ha sido. Yo espero que el país pueda superar la polarización y la conflictividad. Hay diferencias pero éstas no deben convertirse en divisiones y contraposiciones, sino en enriquecimiento mutuo. De manera que lo importante es que Venezuela propicie puntos de encuentro en un clima de justicia, democracia y solidaridad.

-Una tarea pendiente es la designación de su sucesor en Venezuela.

-Me imagino que podré indicar algunas personas que me parezcan aptas para este cargo, aunque al final la decisión le corresponde al Papa.

-¿Qué piensa va a ocurrir con otras confesiones? ¿Es posible la reunificación con la Iglesia Católica de Oriente? ¿Cómo se plantea las relaciones con el islamismo?

-El Papa mantuvo relaciones cercanas y fraternas con los representantes de otras religiones en Argentina. Además, esta es una clara directriz de El Vaticano II: diálogo interreligioso después del diálogo intrarreligioso. Con las confesiones cristianas el objetivo es la unidad. ¿Se podrá llegar a eso? Nosotros lo esperamos. Ya se ha recorrido mucho camino con los papas anteriores. Los tiempos son los tiempos de Dios. El Papa está haciendo lo posible por llegar a una unidad visible. En cuanto a las otras religiones, debemos colaborar para que Dios no desaparezca del horizonte porque hay una secularización, sobre todo en Europa, pero también en América Latina y Venezuela y eso significaría la pérdida del sentido de Dios. 

-La pérdida de la fe.

-Sí, ese es un tema fuerte en Benedicto XVI. Y también el de la paz y la convivencia pacífica. En eso las religiones tienen un papel fundamental.

-El Papa ha demostrado un gran interés por la situación en Siria y usted sabe de eso.

-Ciertamente tengo cierta experiencia en ese tema. Como Iglesia tenemos en nuestras manos la posibilidad de participar en la vida internacional a través de la diplomacia.