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sábado, 16 de noviembre de 2013

El Cristo del atentado.


El 14 de Noviembre de 1921 había tenido lugar una ceremonia en la Basílica de Guadalupe, con motivo de la toma de posesión de una prebenda en el coro por el presbítero Antonio Castañeda. Terminado el acto, el sacristán pasó unos momentos al presbiterio, llamado por los canónigos del santuario.
En ese momento, de un grupo de obreros que estaban en el templo, se adelantó un individuo pelirrojo, vestido con un overol azul nuevo, a colocar rápidamente un ramo de flores ante la imagen original de Nuestra Señora de Guadalupe. Bajó y un momento después se produjo una tremenda explosión, que sacudió los muros de la Basílica: había estallado una bomba a los pies mismos de la imagen milagrosa.
Luego del primer momento de estupor, los fieles reaccionaron y se dirigieron hacia el grupo de obreros, dispuestos a linchar al culpable. Entonces llegó el presidente municipal de la Villa, quien en esos momentos recibió una llamada telefónica del sr. Presidente de la República, gral. Álvaro Obregón, quien le encargó que “Dé usted garantías al preso que acaban de detener. Yo mando por él”. El pelirrojo fue llevado a las oficinas municipales, custodiado por la policía para evitar que los católicos se le fueran encima. El pelirrojo fue finalmente llevado por un camión militar.
De inmediato se acudió a observar qué había pasado con la imagen, se habían caído la cortina que cubre el cuadro, candeleros y floreros, y un pesado crucifijo de bronce que se dobló hacia atrás por la explosión. El ayate de Juan Diego donde está estampada la Virgen de Guadalupe no sufrió ningún daño, ni tampoco el cristal ordinario que la protegía del ambiente, cosa rara -¿milagrosa?- si consideramos que en la misma Basílica y aun afuera hubo vidrios rotos por la detonación.
La comisión nombrada por los clérigos aclaró que el dispositivo explosivo fue un cartucho de dinamita marca Hércules de los que se usaban en las minas, fue colocado en el ángulo que forman las placas de mármol de la parte posterior del altar, entre éste y el marco de mármol en que está el cuadro con la imagen guadalupana. Se supo también que los obreros que habían protegido en el primer momento al sacrílego dinamitero no eran sino soldados disfrazados. Se supo en fin, que el presidente Obregón había preguntando repetidas veces a los empleados de su Secretaría Particular si no habría algún valiente que se animara a destruir la imagen guadalupana. El p. Jesús García Gutiérrez consigna también que hubo varias personas que oyeron decir a Obregón en un discurso -la primera vez que vino a México-, que no descansaría hasta limpiar a su caballo con el ayate de Juan Diego.


El furor que despertó el sacrílego intento fue tremendo, los católicos pedían a gritos justicia, pero el procurador Eduardo Neri declaró -con enorme cinismo e hipocresía- que “el acto en sí mismo no favorece más que al elemento clerical: ya políticamente porque éste aparece desempeñando, como otras veces lo ha hecho, el papel de víctima para ganarse la conmiseración pública; ya religiosamente, porque se explota un nuevo milagro; ya pecuniariamente, porque han encontrado, y quién sabe si no provocado, los Caballeros de Colón adláteres, una nueva base para organizar romerías que de seguro les dejarán fuertes cantidades de dinero. 
Estimo que todas las creencias religiosas merecen un respeto absoluto (¿de veras?), pero que es repugnante utilizarlas para fines innobles.”, así que, ¿Qué tal?, justificando su inacción con hipótesis calumniosas, el procurador sencillamente no hizo nada.
El domingo 18 se organizó una manifestación por la A.C.J.M., se repartieron volantes, se pronunciaron discursos, y después de que una multitud que desbordaba de la Plaza de Armas echara vivas a la Virgen de Guadalupe, se cantó el Himno Nacional. La A.C.J.M. desplegó 14 estandartes tricolores con la imagen de la Morenita del Tepeyac e iniciaron una marcha hacia la avenida de San Francisco. Por allí se acercaban los bomberos, listos para dispersarlos con las mangueras, pero un grupo de automovilistas católicos bloquearon a los carros de bomberos, permitiendo así la manifestación. Posteriormente volveron a la Catedral entre tañidos de campanas y se cantó un Te Deum en acción de gracias a Dios por haber preservado la imagen milagrosa.
-¿Quién fue el ejecutor del atentado?: Detrás del acto de terrorismo contra la Reina de México estaban los enemigos de la Iglesia; el liberalismo y la masonería. El atentado fue pensado y solicitado por el presidente Álvaro Obregón. En su obra Civilismo y militarismo en la revolución, 1958, Rosendo Salazar también involucra en el atentado a la C.R.O.M, y con ella a su bolchevique líder Luis N. Morones.
Pero el individuo que colocó la bomba, ¿Quién era?
Debo aclarar que a mí, en lo personal, este punto no me interesa gran cosa, primeramente por aquello de que -como decimos en México-, “se dice el pecado pero no el pecador”; o sea que a mí lo que me importa es que hubo un atentando perpetrado contra la imagen guadalupana por un agente anticlerical del gobierno. Y el segundo motivo es que el gobierno se llevó al culpable, lo ocultó y lo puso a salvo. ¿Cómo saber -con una seguridad del 100%- quién era si el gobierno no le instituyó ningún proceso? Los datos que se tienen pues, se armaron con las declaraciones de testigos, de gente que presenció el atentado y que informaría después a los medios de comunicación.


Sin embargo, voy a dedicar un poco de esfuerzo a estudiar este punto, porque me siento en deuda con Daniel Sapia en ese aspecto. Sapia esgrime que en diferentes sitios web católicos se mencionan nombres distintos del autor del atentado, a saber “Luciano Pérez” y “Juan Esponda”, y esa divergencia a él le parece notoria. Quién sabe qué pretenda demostrar con eso, ¿Qué no hubo atentado? imposible, del atentado hay testimonios, noticias del momento, fotografías. En fin, a diferencia de mi “colega” protestante, yo no recurriré a sitios web sino a libros escritos por investigadores de la Cristiada -con excepción del primero-, es decir, más cercanos en tiempo y circunstancias al hecho en cuestión.

-Según J. J. Benítez en El Misterio de Guadalupe, p. 63, el dinamitero fue Luciano Pérez.

-Carlos Alvear Acevedo, en la página 330 de su Historia de México, no da nombres, pero dice que el dinamitero era “empleado de la secretaría particular del Presidente”, y en esa Secretaría se sabe que estaba un tal Esponda.

-Salvador Borrego, en la página 379 de su libro América peligra dice que el dinamitero fue “el líder Juan M. Esponda, mandado por la CROM”.

-Andrés Barquín y Ruiz, en su obra Luis Segura Vilchis p. 41 dice: “El ejecutor del criminal atentado fue Juan M. Esponda.” y cita más adelante documentación del semanario La Nación, que añade que Esponda “vino a México y logró un empleo cualquiera en la Secretaría Particular de la Presidencia de la República, cuando el presidente era Álvaro Obregón… Obregón manifestó muchas veces su deseo de que alguien destruyera la Imagen de la Virgen de Guadalupe. Se ofreció Esponda y su ofrecimiento fue aceptado”.

-Antonio Rius Facius igualmente afirma: “Al llegar el mes de noviembre, considerando que el momento era propicio, fue comisionado Juan M. Esponda para realizar el monstruoso sacrilegio.” Añade el dato de que Esponda era nacido en Chiapas y que era empleado de la Secretaría Particular de la Presidencia. De Don Porfirio a Plutarco. Historia de la A.C.J.M., pags. 183-184.

-Con el seudónimo de Félix Navarrete, el p. Jesús García Gutiérrez consigna en La Masonería en la Historia y en las Leyes de Méjico, p. 162, que “el pelirrojo fue un empleado de la Secretaría Particular de la Presidencia… Se supo el nombre del individuo…”, pero no lo apunta.

-Ni el Archivo Casasola ni varios libros sobre la vida de Miguel Agustín Pro que citan el atentado, mencionan el nombre del individuo.

-Jean Meyer en su detallada investigación La Cristiada, en el tomo 2, p. 119 dice: “El 14 de noviembre de 1921 Juan M. Esponda, funcionario de la secretaría particular de la presidencia de la República, depositó en medio de un ramillete de flores un cartucho de dinamita, al pie de la imagen de la Virgen.”

Hasta aquí llego con este tema. Yo no tomo ninguna posición absoluta sobre el nombre y apellido del terrorista, dado que, como dije, no es un punto que me parezca importante.
Cabría además que el gobierno, intentando solapar al terrorista, hiciera correr los datos diversos para confundir a los católicos. Y en este caso, Luciano Pérez y Juan Esponda podrían hasta ser el mismo hombre. Es de sobra sabido que los agentes del comunismo adoptan distintas identidades (nombres y nacionalidades), como el agente stalinista español Ramón Mercader, el que asesinó a León Trotsky en México en 1940, y quien era también conocido como Jacques Monard (francés) y Frank Jackson (norteamericano).

Visto en Ecce Christianvs, 15-11-2013.