¿Cómo no vamos a
amar a quien tanto nos ha amado?
Cada vez que recemos o cantemos el Credo,
acordémonos de este llamamiento a nuestro amor y a esta caridad que le debemos
a Dios. Esforcémonos en sentir este llamamiento a orientarnos siempre con mayor
profundidad a amar verdaderamente a Dios, a agradecerle, a darle gracias y a
hacer todas las cosas para que su amor por nosotros no sea en vano.
La vida íntima de la Santísima Trinidad es el
primero de nuestros dogmas, el dogma de base y esencial de nuestra fe. Es
imposible ser católico y cristiano si no se tiene fe en Nuestro Señor y, por
consiguiente, en la Santísima Trinidad. ¿Quién es Nuestro Señor sino una de
las Personas de la Santísima Trinidad? No podemos tener fe sólo en Nuestro
Señor sin tenerla en la Santísima Trinidad y por eso mismo, no creer en la
Santísima Trinidad es no creer en Nuestro Señor.
Por eso realmente podemos decir que no
tenemos más que un solo Dios: Nuestro Señor Jesucristo, puesto que Nuestro
Señor es Dios Hijo y Dios Hijo no se está nunca separado de Dios Padre ni de
Dios Espíritu Santo, con quienes no forma más que un solo Dios. Lo que creemos
de Dios, lo proclamamos de Nuestro Señor Jesucristo: Tu solus sanctus, tu
solus Dominus, tu solus Altissimus, Jesu Christe. Tú eres nuestro único
Señor, que es lo que dice también San Pablo en su epístola a los Efesios (4,
5): “Unus Dominus, una fides, unum baptisma”: Un solo Señor, una sola fe y un
solo bautismo. No tenemos dos o tres señores, porque tenemos un solo Señor; no
tenemos dos o tres dioses porque tenemos un solo Dios: Nuestro Señor
Jesucristo, es decir, Dios Hijo con el Padre y el Espíritu Santo. Es un
misterio: el misterio de Nuestro Señor Jesucristo.
Dios
es Caridad
“Y nosotros hemos conocido y creído en el
amor que Dios nos tiene: et nos credidimus caritati. Dios es amor, y el que
vive en amor, permanece en Dios y Dios en él”. Conviene meditar este pasaje de la epístola
de San Juan preguntándole a Santo Tomás de Aquino qué es la caridad.
Santo Tomás define la cualidad particular de
la caridad con estas palabras: bonum est diffusivum sui. Así como el
bien tiende a difundirse y a comunicarse, la caridad sale, en cierto modo, de
sí misma, de la persona, de sí. La caridad se da. Sería contrario a la caridad
que se retuviese, puesto que es exactamente lo contrario del egoísmo. Tiende a
dar lo que tiene y lo que es. Si esto es precisamente la caridad y Dios es caridad,
comprendemos mejor, en cierta medida, que Dios haya engendrado al Hijo y que
del Padre y del Hijo proceda el Espíritu Santo.
Puesto que Dios es caridad, es casi imposible
que no se dé. Al darse, lo hace de tal manera que Dios Padre no retiene nada de
sí mismo y el Hijo engendrado desde toda la eternidad es igual a Él mismo, al Padre.
No podemos tildar al Padre de egoísmo o de darse sólo parcialmente, no. El
Padre se da de tal modo a su Hijo que desde toda la eternidad engendra un Hijo
igual a sí mismo, sin ninguna diferencia y sin ninguna desigualdad. La única
distinción es precisamente que el Hijo proviene, procede del Padre, pero como
el Padre le da todo desde toda la eternidad, el Hijo es exactamente igual al
Padre.
Evidentemente, es un misterio, pero la
Escritura misma nos invita a estudiar la caridad en Dios ya que define a Dios
como caridad y que lo propio de esta virtud precisamente es darse. Dios es
caridad, el Hijo es Dios y así hay caridad en Él y no sería normal que no
procediese nada de Él, que Él mismo no se dé. El Padre es caridad y si del Hijo
no procediese ninguna otra Persona de la Trinidad, podríamos decir: sí, el
Padre es caridad, pero el Hijo no, no es realmente caridad, a pesar de lo que
dice el Evangelio.
Puesto que Dios es caridad, también el Hijo
es caridad. Y del Hijo, precisamente, procede otra persona, la que representa
a4 amor del Padre y del Hijo entre sí: la tercera Persona que es el Espíritu
Santo. Realmente es el ejemplo más perfecto de la caridad entre el Padre y el
Hijo. Y esta tercera Persona, que es el Espíritu Santo y que procede de las
otras dos, es igual al Padre y al Hijo.
Esta es, en el interior de la Santísima
Trinidad, la expresión más perfecta que se pueda imaginar de una caridad.
Esta caridad trinitaria está admirablemente expresada en la liturgia de la
fiesta de la Santísima Trinidad: “Caritas Pater est, gratia Filius,
communicatio Spiritus Sanctus, o beata Trinitas”. Estas consideraciones
basadas en el mismo Evangelio y en la simple noción de lo que es la caridad
nos dan a entender que toda la misión que se le da al Hijo y al Espiritu Santo
es una misión de caridad. Si Dios es caridad, ¿qué puede hacer sino difundir la
caridad que está en Él, no sólo ad intra, al interior de sí mismo, sino
también en la operación ad extra, al exterior, es decir, en toda la
creación y con la creación, en la Encarnación y la Redención?
Semejantes a la
Caridad
Todo lo que Dios ha dado a sus criaturas no
puede ser sino expresión de la caridad. Sería incomprensible que la creación
no fuese la obra de la caridad y que las criaturas, y sobre todo las criaturas
espirituales que Dios ha creado, no estuviesen también en esta realidad de la
caridad.
Así pues, si queremos realmente ser
semejantes a la Santísima Trinidad, estar más cerca de la Santísima Trinidad,
sólo seremos más semejantes a Dios en la medida en la que nosotros mismos
seamos caritativos, en que seamos caridad y en que se nos pueda definir como
caridad.
Es sencillo, pero es todo un programa y por
esto nuestra ley fundamental y esencial es una ley de caridad. Es la ley que
Dios ha inscrito en nuestros corazones y en nuestra naturaleza; es una ley de
caridad que nos ha enseñado Nuestro Señor. Todos los mandamientos se resumen en
dos: amar a Dios y amar al prójimo. Eso es la caridad. En la medida en que
cumplamos con esta ley de caridad que se halla en nosotros seremos realmente
una imagen de la Santísima Trinidad, que es Dios y que es caridad. ¡Ojalá
todos los hombres pudiesen comprender que tienen una misión! Tenemos que
admirarnos al pensar que Dios nos ha creado como almas inteligentes,
voluntarias y conscientes de la misión que debemos cumplir en la tierra.
Incluso si se trata de una misión muy pequeña, que parece insignificante ante
los ojos de los hombres, es una misión que ha sido querida de toda eternidad
por Dios, en la Persona del Verbo y en la unión con Nuestro Señor Jesucristo.
Es admirable.
No podemos ser nada más que caridad. Los que
no son caridad están desnaturalizados. No ser caridad es contrario a la
naturaleza. Obrar por egoísmo, para nuestra satisfacción, para darnos gusto,
por orgullo o amor propio, es contrario al fin para el que hemos sido creados
y, con mayor razón, al fin por el que hemos sido redimidos. Tenemos que volver
a poner constantemente la caridad en nosotros y colocarnos en la perspectiva
en la que Dios ha querido crearnos. Es toda la explicación de la vida
espiritual, ya que, en la medida en que no amamos a Dios suficientemente y
en que no amamos suficientemente a nuestro prójimo, nos desnaturalizamos. Es
evidente que esto proviene del pecado, que ha puesto en nosotros el espíritu de
desobediencia, de ruptura con Dios y de alejamiento de Dios. Cuando, después de
haber sido redimidos y de haber recibido el bautismo del Espíritu Santo, el
amor de Dios, el sacerdote dice: "Sal de este alma, espíritu inmundo, y
da lugar al Espíritu Santo ", hay que dejar el lugar a la caridad de
Dios, es decir, el lugar que tiene que ocupar en el alma. Se trata, pues, de
conservar esta caridad y eso es lo difícil. Esto nos da una luz verdadera de lo
que somos, de dónde venimos y a dónde vamos.
Esta caridad que nos ordena hacia Dios tiene
que tener por objeto darse. Darse primero a Dios e incluso, cuando nos damos a
nuestro prójimo, siempre en razón de Dios, a causa de Dios. En el fondo. sólo
hay una caridad. No hay dos caridades, una para Dios y otra para el prójimo. El
objeto formal de la caridad es Dios y el de la caridad al prójimo es también el
mismo Dios. En cierto troco hay ¿es objetos materiales, Dios y el prójimo, pero
un sólo mandamiento: amar a Dios. Amamos al prójimo precisamente en la
medida en la que proviene de Dios, va a Dios y está unido a Dios. No
podemos ni tenemos que amar más que en esta perspectiva.
No tenemos derecho a amarlo en la medida en
que esté separado de Dios y se halle en pecado. No podemos amarlo sino porque
es una criatura que proviene de Dios y que está destinada a Dios y porque Dios
está en ella o para que Dios esté en ella por la gracia. Por esto tenemos que
amar a quienes han recibido la gracia, más que a los que no la tienen. Tenemos
que amar a los demás para darles a Dios, puesto que es a Dios a quien amamos en
el prójimo. No amamos al prójimo por sí mismo sino que lo amamos por Dios. “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo”. Todo está en esta corriente de caridad y de
amor. Es la grandeza y la hermosura de nuestra vida.
Mons. Marcel Lefebvre, Extractos de su libro “El Misterio de Nuestro Señor Jesucristo”.