El Señor dijo a los judíos: «¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios.» Los judíos le respondieron: «¿No decimos, con razón, que eres samaritano y que llenes un demonio?» Respondió Jesús: «Yo no tengo un demonio; sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí. Pero yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y juzga. En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás.» Le dijeron los judíos: «Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: “Si alguno guarda mi Palabra, no probará la muerte jamás». ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También losprofetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?» Jesús respondió: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: “El es nuestro Dios”, y sin embargo no le conocéis, yo sí que le conozca, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero yo le conozco, y guardo su Palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró.» Entonces los judíos le dijeron: «¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?» Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.» Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo. (Jn. 8, 46-59)
El Evangelio de hoy es un fragmento de un largo diálogo dramático que ocupa casi un capítulo entero de San Juan, antes de la Pasión.
Es paralelo del otro diálogo que expliqué hace dos Domingos, cuando los judíos acusan a Cristo de estar endemoniado, después de curar Él al endemoniado mudo, en el cual hace Cristo un sermoncito sobre el Demonio [1]; aquí hace un sermoncito sobre el Pecado contra el Espíritu. En aquel sermón afirma Cristo que “el Reino de Dios ha llegado” con Él; en éste afirma su Divinidad dos veces; y a la segunda intentan matarlo por blasfemo. “En verdad os digo que Abraham, que decís es vuestro padre, deseó ver mi día, y lo vio y se regocijó —y vosotros queréis matarme, simplemente porque digo la verdad”. “¿No tienes todavía 50 años y has visto a Abraham?” “En verdad os digo, antes que Abraham existiera, YO SOY”. Yo soy Eterno. Concuerda con lo que dijo poco antes: “¿Quién eres Tú?” “El Principio, que habla ahora con vosotros” [2], el Principio de todo, el Eterno.
¿Cuál es el Pecado contra el Espíritu Santo, que no tiene perdón ni en el cielo ni en la tierra? Éste es el enigma más grande que hay en toda la Escritura —dice Juan de Maldonado. No es tanto como eso. Lo dice porque San Agustín enumeró cuatro pecados contra el Espíritu Santo, y en otro lugar los cambió, y en otro lugar enumeró siete. Pero Jesucristo no dijo que había cuatro pecados contra el Espíritu sino que había uno y que estaba allí presente, el fariseísmo.
Los cuatro pecados que asigna San Agustín son: primero, rechazar la verdad conocida; segundo, envidia de la gracia de otros; tercero, presunción de salvarse sin merecimientos; cuarto, lo contrario: desesperación de salvarse. Éstos cuatro son fariseísmo, consecuencias de esa soberbia religiosa que llamamos fariseísmo; y los cuatro los cometían los fariseos.
Rechazar la verdad conocida, y allí estaban viendo a Cristo hacer milagros y para rechazar sus milagros inventando el absurdo sacrilego de que estaba endemoniado.
Envidia de la gracia ajena, pues tenían envidia de la obra salvadora de Cristo y querían sustituirse a Él metiéndose a salvadores, endiosándose.
Presunción de salvarse sin merecimientos, pues no sólo creían se iban a salvar, sino ya salvados, santos, confirmados en gracia con esa su religiosidad externa y falsificada, que no era merecimiento sino desmerecimiento.
Desesperación de salvarse, en la cual cayó Judas, y sin duda cayeron muchos déstos, porque la desesperación es el otro extremo del engreimiento y los dos son soberbia y son como un subibaja.
Dios perdona todo pecado si el pecador se arrepiente, “aunque tus pecados sean más rojos que la sangre”. [3] ¿Por qué dice Cristo entonces que este pecado no se perdona? Porque el pecador no se arrepiente: este pecado cierra la puerta al arrepentimiento. La soberbia es el peor de los pecados; de suyo endurece el corazón; y si la soberbia toma por pábulo la religión, entonces destruye aquello que la podría sanar. Si a un enfermo la medicina misma que había de sanarlo lo enferma más, se lo puede dar por muerto —dijo Hipócrates. Por eso dijo Cristo: "Estos justos de aquí valiera más que fueran pecadores; porque es mejor el pecador que peca que el pecador que no peca”. (No lo dijo con estas palabras; estas palabras son de Lutero, pero son verdad). O como me dijo el resero Don Ciríaco Díaz, ése que sale en “Don Segundo Sombra”, al cual atendí yo antes de morir: “Será pecao, pero a veces —¡hay que pecar, si se ofrece!— siempre con buena intención”. Es decir, un hombre que tiene conciencia de pecado, puede arrepentirse; un fariseo que no tiene conciencia de pecado sino de santidad, no puede arrepentirse y es peor [4].
Eso es el fariseísmo. ¿Y el fanatismo? El fanatismo tiene atinencia al fariseísmo pero no es lo mismo. Todo fariseo es fanático pero no todo fanático es fariseo. ¿Qué es el fanatismo? El fanatismo consiste en poner arriba de todo los valores religiosos —lo cual está bien— y después suprimir o despreciar todos los otros valores, lo cual está mal. Los valores religiosos son ciertamente los más altos de todos, son la cúspide de la pirámide de los valores, pero la pirámide no es pura cúspide; la cúspide tiene que estar sustentada por la falda. Si Ud. se sube a la cúspide y después retira la falda, se cae Ud. y la cúspide; y ésta deja de ser cúspide. El fanático es muy religioso o cree serlo; pero da en despreciar todo el resto, la ciencia, el arte, la nobleza e incluso las virtudes naturales, el talento, el genio, el espíritu de empresa. Su religión se desboca, como si dijéramos. Hay religiosos que son buenos religiosos (o lo creen) y desprecian a medio mundo; desprecian, por ejemplo, a las otras Órdenes religiosas o a los casados, desprecian el Matrimonio. Son fanáticos.
Los abusos que ha habido en la Iglesia , y que le incriminan sus enemigos, son obra de fanáticos. Hace poco recibí una carta furiosa e insultante desde Vigo de un sacerdote español, José Carmina, que me insulta porque dice que yo odio a España y ataco la Inquisición. Yo amo a España y defiendo la Inquisición , pero no sus abusos. Sus abusos fueron obra de fanáticos y no fueron aprobados por los Santos. Este sacerdote es un fanático de su Patria. Se puede ser fanático de la Patria , chauvinista, como dicen los franceses.
Aquí en Buenos Aires hubo pocos abusos de la Inquisición ; esto dependía de la Inquisición de Lima. Herejes no había, mandaban a Lima a los judíos portugueses que se colaban aquí por la frontera del Brasil. Les estaba prohibido venir aquí a los judíos, lo mismo que a los abogados. El Cabildo de Buenos Aires dijo al Virrey Ceballos: "Si con dos abogados que hay en Buenos Aires hay tantos líos, ¿qué sería si entran más?" Pero en Lima hubo algunos abusos, y uno dellos bárbaro, de la Inquisición ; que ha historiado con no muy buena intención el chileno Toribio Medina.
Dirán Uds. que me he salido del Evangelio. No. Todo esto está en el Evangelio de hoy, “fariseísmo, fanatismo”. Es un caso de conciencia que se plantea al sacerdote hoy día, y también a los fieles.
R.P. Leonardo Castellani, tomado de “Domingueras Prédicas II”, Mendoza, República Argentina, 1998.
Notas:
[1] Lucas 11, 14-22.
[1] Lucas 11, 14-22.
[2] Juan 8, 25. Este texto es diversamente traducido. Castellani sigue a San Agustín.
[3] Isaías 1, 18.
[4] “El fariseísmo es un compendio de todos los vicios espirituales, avaricia, ambición, vanagloria, orgullo, obcecación, dureza de corazón, crueldad, que ha llegado a vaciar por dentro diabólicamente las tres virtudes teologales, constituyendo así el ʻpecado contra el Espíritu Santoʼ: ʻVosotros sois hijos del Diablo y el Diablo es vuestro padreʼ”. (Castellani, “Cristo y los Fariseos”. Inédito. La cita está abreviada).
[5] 23-24 de agosto de 1572.
[6] “El fanatismo es la incapacidad de concebir seriamente la alternativa de una proposición. No tiene nada que ver con la creencia en la proposición misma. Un hombre puede estar suficientemente seguro de algo como para dejarse quemar por ello, o para dar guerra a todo el mundo, y sin embargo no estar ni un milímetro más cerca de ser fanático. Es fanático solamente cuando no puede comprender que su dogma es un dogma, aunque sea verdad. No es fanatismo -por ejemplo- tratar al Corán como sobrenatural. Pero es fanatismo tratar al Corán como natural, como evidente para cualquiera y común a todos”.
”La verdadera liberalidad, en resumen, consiste en ser capaz de imaginarse al enemigo. El hombre libre no es aquél que piensa que todas las opiniones son igualmente verdaderas o falsas: eso no es libertad, sino debilidad mental. El hombre libre es aquél que ve los errores con la misma claridad con que ve la verdad”.
”La verdadera liberalidad, en resumen, consiste en ser capaz de imaginarse al enemigo. El hombre libre no es aquél que piensa que todas las opiniones son igualmente verdaderas o falsas: eso no es libertad, sino debilidad mental. El hombre libre es aquél que ve los errores con la misma claridad con que ve la verdad”.
“El fanatismo es la incapacidad de una mente para imaginarse otra mente. El fanático está entre los más pobres de los hijos de los hombres. Tiene un solo universo. Todos, por cierto, deben ver un cosmos como el verdadero; pero él no puede ver ningún otro cosmos, ni siquiera como una hipótesis” (G. K. Chesterton, “El Fanático”, en El Reverso de la Locura. La cita está abreviada).