martes, 31 de julio de 2012

Carta Encíclica “Mortalium Animos”: Acerca de cómo se ha de fomentar la verdadera unidad religiosa.



Acerca de cómo se ha de fomentar la verdadera unidad religiosa.
Pío P. P. XI

6 de enero de 1928


Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica

1. Ansia universal de paz y fraternidad.

Nunca quizás como en los actuales tiempos se ha apoderado del corazón de todos los hombres un tan vehemente deseo de fortalecer y aplicar al bien común de la sociedad humana los vínculos de fraternidad que, en virtud de nuestro común origen y naturaleza, nos unen y enlazan a unos con otros.
Porque no gozando todavía las naciones plenamente de los dones de la paz, antes la contrario,  estallando en varias partes discordias nuevas y antiguas, en forma de sediciones y luchas civiles y no pudiéndose además dirimir las controversias, harto numerosas, acerca de la tranquilidad y prosperidad de los pueblos si que intervengan en el esfuerzo y la acción concordes de aquellos que gobiernan los Estados, y dirigen y fomentan sus intereses, fácilmente se echa de ver -mucho más conviniendo todos en la unidad del género humano-, porqué son tantos los que anhelan ver a las naciones cada vez más unidas entre si por esta fraternidad universal.

2. La fraternidad en religión. Congresos ecuménicos.

Cosa muy parecida se esfuerzan algunos por conseguir en lo que toca a la ordenación de la nueva ley promulgada por Jesucristo Nuestro Señor. Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión, convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso numero de oyentes, e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a los infieles de todo género, a cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.

3. Los católicos no pueden aprobarlo.

Tales tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos, puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.


Cuantos sustentan esta opinión, no solo yerran y se engañan, sino también rechazan la verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios.

4. Otro error. La unión de todos los cristianos. Argumentos falaces.

Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos. ¿Acaso no es justo -suele repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones, y se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a decir que ama a Jesucristo, sino procura con todas sus fuerzas realizar los deseos que El manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola cosa?[1]. Y el mismo Jesucristo ¿por ventura no quiso que sus discípulos se distinguiesen y diferenciasen de los demás por este rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os améis unos a otros?[2]. ¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa todos los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la impiedad, que, deslizándose y extendiéndose cada vez más, amenaza debilitar el Evangelio.

5. Debajo de esos argumentos se oculta un error gravísimo.

Estos y otros argumentos parecidos divulgan los llamados “pancristianos”; los cuales, lejos de ser pocos en número, ha llegado a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la dirección, las más de ellas, de hombres acatólicos, aunque discordes entre sí en materia de fe.

6. La verdadera norma en esta materia.

Exhortándolos, pues, la conciencia de Nuestro deber a no permitir que la grey del Señor sea sorprendida por perniciosas falacias, invocamos vuestro celo, Venerables Hermanos, para evitar mal tan grave, pues confiamos que cada uno de vosotros, por escrito y de palabra, podrá más fácilmente comunicarse con el pueblo y hacerle entender mejor los principios y argumentos que vamos a exponer, y en los cuales hallarán los católicos la norma de los que deben pensar y practicar en cuanto se refiere al intento de unir de cualquier manera en un solo cuerpo a todos los hombres que se llaman católicos.

7. Sólo una Religión puede ser verdadera: la revelada por Dios.

Dios, Creador de todas las cosas, nos ha creado a los hombres con el fin de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, pues, nuestro Creador perfectísimo derecho a ser servido por nosotros. Pudo ciertamente Dios imponer para el gobierno de los hombres una sola ley, la de la naturaleza, ley esculpida por Dios en el corazón del hombre al crearle; y pudo después regular los progresos de esa misma ley con solo su providencia ordinaria. Pero en vez de ella prefirió dar El mismo los preceptos que habíamos de obedecer; y en el decurso de los tiempos, esto es desde los orígenes del género humano hasta la venida y predicación de Jesucristo, enseñó por Sí mismo a los hombres los deberes que su naturaleza racional les impone para con su Creador. “Dios, que en otro tiempo habló a nuestro padres en diferentes ocasiones y de muchas maneras, por medio de los profetas, nos ha hablado últimamente por su Hijo Jesucristo[3]. Por donde claramente se ve que ninguna religión puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra revelada por Dios, revelación que comenzada desde el principio, y continuada durante la Ley Antigua, fue perfeccionada por el mismo Jesucristo con la Nueva Ley. Ahora bien: si Dios ha hablado -y que haya hablado lo comprueba la historia- es evidente que el hombre está obligado a creer absolutamente la revelación de Dios. Y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y lo otro, para gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo Unigénito de Dios fundó en la tierra su Iglesia.

8. La única Religión revelada es la de la Iglesia Católica.

Así pues, los que se proclaman cristianos es imposible no crean que Cristo fundó una Iglesia, y precisamente una sola. Más, si se pregunta cuál es esa Iglesia conforme a la voluntad de su Fundador, en esto ya no convienen todos. Muchos de ellos, por ejemplo, niegan que la Iglesia de Cristo haya de ser visible, a lo menos en el sentido de que deba mostrarse como un solo cuerpo de fieles, concordes en una misma doctrina y bajo un solo magisterio y gobierno. Estos tales entienden que la Iglesia visible no es más que la alianza de varias comunidades cristianas, aunque las doctrinas de cada una de ellas sean distintas.
Sociedad perfecta, externa, visible. Pero es lo cierto que Cristo Nuestro Señor instituyó su Iglesia como sociedad perfecta, externa y visible por su propia naturaleza, a fin de que prosiguiese realizando, de allí en adelante, la obra de salvación del género humano, bajo la guía de una sola cabeza[4], con magisterio de viva voz[5] y por medio de la administración de los sacramentos[6], fuente de la gracia divina; por eso en sus parábolas afirmó que era semejante a un reino[7], a una casa[8], a un aprisco[9], y a una grey[10]. Esta Iglesia, tan maravillosamente fundada, no podía ciertamente cesar ni extinguirse, muertos su Fundador y los Apóstoles que en un principio la propagaron, puesto que a ella se la había confiado el mandato de conducir a la eterna salvación a todos los hombres, sin excepción de lugar ni de tiempo: “Id, pues, e instruid a todas las naciones”[11]. Y en el cumplimiento continuo de este oficio, ¿acaso faltará a la Iglesia el valor ni la eficacia, hallándose perpetuamente asistida con la presencia del mismo Cristo, que solemnemente le prometió: “He aquí que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de los siglos”?[12]  Por tanto, la Iglesia de Cristo no sólo ha de existir necesariamente hoy, mañana y siempre, sino también ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostólicos, si no queremos decir ‑y de ello estamos muy lejos‑ que Cristo Nuestro Señor no ha cumplido su propósito, o se engañó cuando dijo que las puertas del infierno no habían de prevalecer contra ella[13].

9. Un error capital del movimiento ecuménico en la pretendida unión de iglesias cristianas.

Y aquí se Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece depender toda esta cuestión,  y en la cual tiene su origen la múltiple acción y confabulación de los no católicos que trabajan, como hemos dicho, por la unión' de las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: “Sean todos una misma cosa... Habrá un solo rebaño, y un solo pastor”[14], mas de tal manera las entienden, que, según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno, nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido casi nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y tal vez algún día se consiga, mediante la  concorde impulsión de las voluntades; pero entre tanto, habrá que considerarla sólo como un ideal.
“La división” de la Iglesia. Añaden que la Iglesia, de suyo o por su propia naturaleza, está dividida en partes; esto es, se halla compuesta de varias comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes en algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los mismos derechos exactamente que las otras; y que la Iglesia sólo fue única y una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempos de los primeros Concilios Ecuménicos. Sería necesario pues ‑dicen‑, que, suprimiendo y dejando a un lado las controversias y variaciones rancias de opiniones, que han dividido hasta hoy a la familia cristiana, se formule, se proponga con las doctrinas restantes una norma común de fe, con cuya profesión puedan todos no ya reconocerse, sino sentirse hermanos. Y cuando las múltiples iglesias o comunidades están unidas por un pacto universal, entonces será cuando puedan resistir sólida y fructuosamente los avances de la impiedad...
“Esto es así tomando las cosas en general, Venerables Hermanos; mas hay quienes afirman y conceden que el llamado Protestantismo ha desechado demasiado desconsiderablemente ciertas doctrinas fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo ciertamente agradables y útiles, los que la Iglesia Romana por el contrario aún conserva; añaden sin embargo en el acto, que ella ha obrado mal porque corrompió la religión primitiva por cuanto agregó y propuso como cosa de fe algunas doctrinas no sólo ajenas sino más bien opuestas al Evangelio, entre las cuales se enumera especialmente el Primado de jurisdicción que ella adjudica a Pedro y a sus sucesores en la Sede Romana.
En el número de aquellos, aunque no sean muchos, figuran también los que conceden al Romano Pontífice cierto Primado de honor o alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que desciende no del derecho divino sino de cierto consenso de los fieles. Otros en cambio aún avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus asambleas las que pueden llamarse “multicolores”. Por lo demás, aun cuando podrán encontrarse a muchos no católicos que predican a pulmón lleno la unión fraterna en Cristo, sin embargo, hallarás pocos a quienes se ocurre que han de sujetarse y obedecer al Vicario de Jesucristo cuando enseña o manda y gobierna. Entretanto aseveran que están dispuestos a actuar gustosos en unión con la Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea de iguales a igual: mas si pudieran aduar no parece dudoso de que lo harían con la intención de que por un pacto o convenio por establecerse tal vez, no fueran obligados a abandonar sus opiniones que constituyen aun la causa por qué continúan errando y vagando fuera de¡ único redil de Cristo”.

10. La Iglesia Católica no puede participar en semejantes uniones.

Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la Sede Apostólica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos, ni de ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.

11. La verdad revelada no ahíte transacciones.

¿Y habremos Nos de sufrir ‑cosa que sería por todo extremo injusta‑ que la verdad revelada por Dios se rindiese y entrase en transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad revelada. Para instruir en la fe evangélica a todas las naciones envió Cristo por el mundo todo a los Apóstoles, y para que éstos no errasen en nada, quiso que el Espíritu Santo les enseñase previamente toda la verdad[15];  ¿y acaso esta doctrina de los Apóstoles ha descaecido de¡ todo, o siquiera se ha debilitado alguna vez en la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola y custodiándola? Y si nuestro Redentor manifestó expresamente que su Evangelio no sólo era para los tiempos apostólicos, sino también para las edades futuras, ¿habrá podido hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy conveniente tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre sí? Si esto fuese verdad, habría que decir también que el Espíritu Santo infundido en los Apóstoles, y la perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma predicación de Jesucristo, habría perdido hace muchos siglos toda utilidad y eficacia; afirmación que sería ciertamente blasfema.

12. La Iglesia Católica depositaria infalible de la verdad.

Ahora bien: cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó sus legados que enseñasen a todas las naciones, impuso a todos los hombres la obligación de dar fe a cuanto les fuese enseñado por los testigos predestinados por Dios[16]; obligación que sancionó de este modo: el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere será condenado[17]. Pero ambos preceptos de Cristo, uno de enseñar y otro de creer, que no pueden dejar de cumplirse para alcanzar la salvación eterna, no pueden siquiera entenderse si la Iglesia no propone, íntegra y clara, la doctrina evangélica y si al proponerla no está ella exenta de todo peligro de equivocarse. Acerca de lo cual van extraviados también los que creen que sin duda existe en la tierra el depósito de la verdad, pero que para buscarlo hay que emplear tan fatigosos trabajos, tan continuos estudios y discusiones, que apenas basta la vida de un hombre para hallarlo y disfrutarlo: como si el benignísimo Dios hubiese hablado por medio de los Profetas y de su Hijo Unigénito para que lo revelado por éstos sólo pudiesen conocerlo unos pocos, y ésos ya ancianos; y como si esa revelación no tuviese por fin enseñar la doctrina moral y dogmática, por lo cual se ha de regir el hombre durante todo el curso de su vida moral.

13. Sin fe, no hay verdadera caridad.

Podrá parecer que dichos “pancristianos”, tan atentos a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad, el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos de¡ Corazón Santísimo de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto Amaos los unos a otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si alguno viene a vosotros .y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, y ni siquiera le saludéis[18]. Siendo, pues, la fe íntegra y sincera, como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe.

14. Unión irrazonable.

Por tanto, ¿cómo es posible imaginar una confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir de los demás? ¿Y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias, como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran de institución divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores del altar, y los que afirman que esa jerarquía se ha introducido poco a poco por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del vino, llamada "transubstanciación", y los que afirman que el Cuerpo de Cristo está allí presente sólo por la fe, o por el signo y virtud del Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen Maria Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo?[19]

15. Resbaladero hacia el indiferentismo y el modernismo.

Entre tan grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En cambio, sabemos, ciertamente, que de esta diversidad de opiniones es fácil el paso al menosprecio de toda religión o “indiferentismo”, o el llamado "modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados, sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea, proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.
Además, en lo que concierne a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer aquella diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte. Por eso, todos los que verdaderamente con de Cristo prestarán la misma fe al dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original, como, por ejemplo, al misterio de la Augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio infalible de Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor.
No porque la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse por igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?
Pues, el Magisterio de la Iglesia, el cual, por designio divino fue constituido en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con .solemnes ritos y decretos a la definición de alguna verdad, especialmente entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben más eficazmente oponerse o inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.
Mas por ese ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce, naturalmente, ninguna invención, ni se añade ninguna novedad al acervo de aquellas verdades que en el depósito de la revelación, confiado por Dios a la Iglesia, no estén contenidas, por lo menos implícitamente, sino que se explican aquellos puntos que tal vez para muchos aún parecen permanecer oscuros o se establecen como cosas de fe los que algunos han puesto en tela de juicio.

16. La única manera de unir a todos los cristianos.

Bien claro se muestra, pues, Venerables Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos; porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno a los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen, y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual. El mismo la fundó para la salvación de todos. Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística Esposa de Cristo, ni podrá contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No puede adulterar la Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola casa y custodia con casto pudor la santidad de una sola estancia[20]. Por eso se maravillaba con razón el santo Mártir de que alguien pudiese creer que esta unidad, fundada en la divina estabilidad y robustecida por medio de celestiales sacramentos, pudiese desgarrarse en la Iglesia, y dividirse por el disentimiento de las voluntades discordes[21]Porque siendo el cuerpo místico de Cristo, esto es, la Iglesia, uno[22], compacto y conexo[23], lo mismo que su cuerpo físico, necedad es decir que el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados; quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su cabeza, que es Cristo[24].

17. La obediencia al Romano Pontífice.

Ahora bien, en esta única Iglesia de Cristo nadie vive y nadie persevera, que no reconozca y acepte con obediencia la suprema autoridad de Pedro y de sus legítimos sucesores. ¿No fue acaso Obispo de Roma a quien obedecieron, como a sumo Pastor de las almas, los ascendientes de aquellos que hoy yacen anegados en los errores de Focio, y de otros novadores? Alejáronse ¡ay! los hijos de la casa paterna, que no por eso se arruinó ni pereció, sostenida como está perpetuamente por el auxilio de Dios. Vuelvan, pues, al Padre común, que olvidando las injurias inferidas ya a la Sede Apostólica, los recibirá amantísimamente.  Porque, si, como ellos repiten, desean asociarse a Nos y a los Nuestros, ¿por qué no se apresuran a venir a la Iglesia, madre y maestra de todos los fieles de Cristo[25]. Oigan cómo clamaba en otro tiempo Lactancio: Sólo la Iglesia católica es la que conserva el culto verdadero. Ella es la fuente de la verdad, la  morada de la Fe, el templo dé Dios; quienquiera que en él no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de vida y de salvación, menester es que nadie se engañe a sí mismo con pertinaces discusiones. Lo que aquí se ventila es la vida y la salvación; a la cual si no se atiende con diligente cautela, se perderá y se extinguirá[26].

18. Llamamiento alas sedas disidentes.

Vuelvan, pues, a la Sede apostólica, asentada en esta ciudad de Roma, que consagraron con su sangre los Príncipes de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, a la Sede raíz y matriz de la Iglesia Católica[27]; vuelvan los hijos disidentes, no ya con el deseo y la esperanza de que la Iglesia de Dios vivo, la columna y el sostén de la verdad[28], abdique de la integridad de su fe, y consienta los errores de ellos, sino para someterse al magisterio y al gobierno de ella. Pluguiese al Cielo alcanzásemos felizmente Nos, lo que no alcanzaron tantos predecesores Nuestros: el poder abrazar con paternales entrañas a los hijos que tanto nos duele ver separados de Nos por una funesta división.

Plegaria a Cristo y a María.

Y ojalá Nuestro Divino Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad[29], oiga Nuestras ardientes oraciones para que se digne llamar a la unidad de la Iglesia a cuantos están separados de ella.
Con este fin, sin duda importantísimo, invocamos y queremos que se invoque la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina Gracia, debeladora de todas las herejías y Auxilio de los cristianos, para que cuanto antes nos alcance la gracia de ver alborear el deseadísimo día en que todos los hombres oigan la voz de su divino Hijo, y conserven la unidad del Espíritu Santo con el vínculo de la paz[30].

19. Conclusión y Bendición Apostólica.

Bien comprendéis, Venerables Hermanos, cuánto deseamos Nos este retorno, y cuánto anhelamos .que así lo sepan todos Nuestros hijos, no solamente los católicos, sino también los disidentes de Nos; los cuales, si imploran humildemente las luces de! cielo, reconocerán, sin duda, a la verdadera Iglesia de Cristo, y entrarán, por fin, en su seno, unidos con Nos en perfecta caridad. En espera de tal suceso, y como prenda y auspicio de los divinos favores, y testimonio de Nuestra paternal benevolencia, a vosotros. Venerables Hermanos, y a vuestro Clero y pueblo, os concedemos de todo corazón la Apostólica Bendición.

Dado en san Pedro de Roma el día 6 de enero, fiesta de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, el año 1928, sexto de Nuestro Pontificado.

Pío PAPA XICarta Encíclica “Mortalium Animos”, 6 de enero de 1928.


[1] Juan 17, 21.
[2] Juan 13, 35.
[3] Hebr. 1, 1-2.
[4] Mat. 16, 18; Luc. 22, 32; Juan 21, 15-17.
[5] Marc. 16, 15.
[6] Juan 3, 5; 6, 59; 18, 18; 20, 22.
[7] Mat. 13, 24, 31, 33, 34, 31, 47.
[8] Mat. 16, 18.
[9] Juan 10, 16.
[10] Juan 21, 15-17.
[11] Mat. 28, 19.
[12] Mat. 28, 20.
[13] Mat. 16, 18.
[14] Juan 17, 21; 10, 16.
[15] Juan 16, 13.
[16] Hech. 10, 41
[17] Marc. 16, 16.
[18] II Juan vers. 10.
[19] I Tim. 2, 5.
[20] S. Cipr. de la unidad de la Iglesia (Migne Pl. 4, col. 518-519).
[21] S. Cipr. de la unidad de la Iglesia (Migne Pl. 4, col. 519-B y 520-A).
[22] I Cor. 12, 12.
[23] Efes. 4, 15.
[24] Efes. 5, 30; 1, 22.
[25] Conc. Lateran. IV, c. 5 (Denz.-Umb 436)
[26] Lactancio Div. Inst. 4, 30 (Corp. Ser. E. Lat., vol. 19, pág. 397, 11-12; Migne Pl. 6, col 542-B a 543-A)
[27] S. Cipr. carta 38 a Cornelio 3. (Entre las cartas de S. Cornelio Papa III; Migne Pl. 3. col. 733-B).
[28] I Tim. 3, 15.
[29] I Tim. 2, 4.
[30] Efes. 4, 3.

viernes, 27 de julio de 2012

De la conversión de un “pastor evangélico”.


Mi nombre es Luis Miguel Boullón, y soy un ex-pastor Evangélico.

“El Demonio es protestante”, fue la primera frase que pronuncié, tras mi conversión, a quienes me escucharon por más de doce años como su pastor. El escándalo fue mayúsculo.... Algunos ya habían notado que mis vacaciones fueron demasiado precipitadas y quizá hasta exageradamente prolongadas. Fueron unas vacaciones raras incluso para mi familia, que me veía reticente a las prácticas habituales en casa, como la lectura y explicación de la Biblia. Ya habíamos tenido demasiadas rencillas a causa de mis nuevos pensamientos.

“Al principio fue el Verbo”.

Recuerdo vívidamente los primeros movimientos de rabia que tuve al leer un artículo en una revista. Yo encontraba que la nota era demasiado radical en sus afirmaciones, demasiado rotunda para lo que yo estaba acostumbrado a leer.
No me dejaba muchos ‘flancos’ descuidados por donde atacar. O refutaba el centro del asunto o no tenia sentido desmenuzar tres o cuatro aspectos como se me había enseñado a realizar de forma automática e inconsciente. Generalmente los católicos tienen como que una cierta vergüenza por mostrar todas las cartas sobre la mesa, y como no muestran todo con claridad, es muy fácil prender fuego a sus tiendas de campaña, porque dejan demasiados lados flojos.
En lo personal nunca recurrí a lo que ahora entiendo como “leyendas negras”, porque me parecía que era inconducente debatir basándome en miserias personales o grupales sin haber derribado la propia lógica de su existencia. Eso hice con algunas sectas o con temas como la evolución o algunos derechos humanos según se les entiende normalmente.
Reconozco que muchos de los que en ese momento eran mis hermanos caen en ese error, tratando de derribar moralmente al “adversario” diciéndole cosas aberrantes sobre su fe. Pero basta un buen argumento, y bien plantado, para que uno se vea obligado a retirarse a las trincheras de la Biblia y no querer salir de allí hasta que el temporal que iniciamos se calme al menos un poco. Pero no nos funciona a todos el mismo esquema. Muchos no se rigen tanto por la razón como por el placer de vencer en cualquier contienda.
El artículo en cuestión me obligaba a pensar sólo con ideas, porque de eso trataba. Mi manual con citas bíblicas para cada ocasión me servía poco. Cualquier cosa que dijera sería respondida con otra. No era ese el camino.
Creo haber estado meditando en el problema unas cinco o seis semanas. Hasta que resolví acudir a la parroquia católica que quedaba cerca de mi templo. El sacerdote del lugar se deshacía en atenciones cada vez que nos encontrábamos. La verdad es que él estuvo siempre mucho más ansioso de verme que yo de verle a él. En ocasiones nos veíamos forzados a encontrarnos en público por obligaciones propias del pueblo. Pero de ordinario no nos encontrábamos. Era lo que ahora se llama un cura nuevo, con una permanente guitarra en las manos y muchas ganas de acercarse a mí.

Con complejo de superioridad. 
Primera confesión de mala fe.

Yo aprovechaba –Dios me perdone– para sacarle afirmaciones que escandalizaban a mis feligreses. El pobre nunca entendió que el ecumenismo muchas veces sirve más para rebajar a los católicos que para acercar a los separados. Uno tiene la sensación de que si la Iglesia puede ceder en cosas tan graves y que por siglos nos separaron, entonces realmente no le importan tanto como a nosotros, que jamás cambiaríamos una sola jota de la doctrina.
Otra cosa que solía hacer –me avergüenzo al recordarla– era tirar a mis chicos a discutir con los de la parroquia. Los pobres parroquianos se veían en serios apuros en esas ocasiones.
En el fondo yo me aprovechaba de que los chicos católicos estaban muy mal formados. Como comentábamos a sus espaldas: sólo van a la parroquia a divertirse, para repartir cosas a los pobres y para hacer ‘dinámicas de vida’, pero de doctrina y de Escrituras no saben nada.
Nos gustaba vencerlos con las cosas más tontas posibles. A veces surgían temas más sabrosos, pero con los argumentos normales bastaba para al menos hacerles callar.

El viejo párroco le plantó cara con santa paz

Esa tarde no estaba el sacerdote de siempre. Había sido removido de la parroquia por una miseria humana comprensible en alguien tan “cálido” en su manera de ser. Cayó en las redes del demonio bajo la tentadora forma de una parroquiana, con la que ni siquiera se casó.
A cambio del párroco de siempre salió a atenderme, con una cara menos complacida, un sacerdote viejo y de mirada penetrante. Lo habían ‘castigado’ relegándolo dándole el cuidado de la parroquia de nuestro pequeño pueblecito. En los últimos treinta años la población había pasado de mayoritariamente católica a una mayoría evangélica o no practicante.
Yo generalmente acudía para refrescar mi memoria y cargarme de elementos que luego trabajaba como materia de mis prédicas, o para sondear la visión católica de alguna cosa.
El Padre M. no fue tan abierto. Me recibió con amabilidad, pero con distancia. Le planteé asuntos de interés común y me pidió tiempo para aclimatarse y enterarse del estado de la feligresía. Noté que habían sido arrancados varios de los afiches que nosotros les regalábamos cada cierto tiempo y que constituían verdaderos trofeos nuestros plantados en tierra enemiga.
En verdad quedé un poco desarmado, pero logramos charlar casi de todo. Casi... porque en doctrina comenzó él a morderme. Yo comencé a responder como de costumbre, citando con exactitud una cita bíblica tras otra, para probarle su error o mi postura.
En un aprieto que me puso, le dije: “Padre M... comencemos desde el principio” Y el varón de Dios, a quien supuse enojado conmigo, me dice: “De acuerdo: al principio era el Verbo y...”
Me largué a reír nerviosamente. Aparte de que me respondía con una frase utilizada en la Misa (al menos en la tradicional), ¡imitaba mi voz citando la Biblia!
“Pastor Boullón”, me dijo luego, “No avanzaremos mucho discutiendo con la Biblia en mano. Ya sabe usted que el Demonio fue el primero en todo crimen... y por eso también fue el primer Evangélico”.
Eso me cayó muy mal. ¡Me insultaba en la cara tratándome de demonio! Sin dejarme explicar lo que pensaba, se adelantó:

—Si... fue el primer evangélico. Recuerde que el Demonio intentó tentar a Cristo con ¡la Biblia en mano!
—Pero Cristo les respondió con la Biblia...
—Entonces usted me da la razón, Pastor... los dos argumentaron con la Biblia, sólo que Jesús la utilizó bien... y le tapó la boca.

Tomó su Biblia y me leyó lo que ya sabía: que cuando el Señor ayunaba el demonio le llevó a Jerusalén, y poniéndole en lo alto del templo le repitió el Salmo XC, II-12: “Porque escrito está que Dios mandó a sus ángeles que te guarden y lleven en sus manos para que no tropiece tu pie con alguna piedra”.
Pero el Señor le respondió con Deuteronomio VI, 16: Pero también está escrito “No tentarás al Señor tu Dios”. Y el demonio se alejó confundido.
Yo también me alejé, como el demonio, confundido. Me sentía rabioso por haber sido llamado demonio, y por lo que es peor: ¡ser tratado como el demonio en el desierto!
Creo que fue la plática más saludable de mi vida.

También los demonios creen pero no se salvan.
La táctica del demonio.

Llegué a casa rabioso. Me sentía humillado y triste. No era posible que la misma Biblia pruebe dos cosas distintas. Eso es una blasfemia. Forzosamente uno debe tener la razón y el otro malinterpreta. Busqué ayuda en la biblioteca que venia enriqueciendo con el tiempo. Consulté a varios autores tan ‘evangélicos’ como yo, pero de otras congregaciones. No coincidíamos en las mismas cosas, pese a que todos utilizábamos la Biblia para apoyar lo que decíamos y demostrar que los otros se equivocaban.
Me armé de fuerzas y a la primera oportunidad, caí sobre el despacho parroquial del Padre M. Me recibió tan amable como la vez pasada, sólo que esta vez su distancia la hacía menos tajante a causa de su mirada divertida y curiosa de la razón que me llevaba otra vez a su lado.
Le largué un discurso de media hora sobre la salvación por la fe y no por las obras. Concluí –creo– brillantemente con la necesidad de abandonar a la Iglesia. Y cerré tomando la Biblia del cura y le leí Hechos XVI, 31: “¿Qué debo hacer para salvarme?, preguntó el carcelero. Cree en el Señor Jesús –respondió Pablo– y te salvarás tú y toda tu casa”.
Bebí un sorbo del té que me había ofrecido y le miré desafiante, esperando su respuesta. Pasaron eternos minutos de silencio.
Cuando carraspeé, el sacerdote me dijo:

—¿Continuará la lectura de San Pablo?
—Ya terminé, Padre M.
—¿Cómo que ha terminado? ¡Continúe! Vaya a Corintios, XIII, 2.
—Leí en voz alta: “Aunque tanta fuera mi fe que llegare a trasladar montañas, si me falta la caridad nada soy”
—Entonces la fe...
—La fe... la fe... la fe es lo que salva.
—¡Vaya novedad! Me dice riendo. ¡No se bien quien creó la estrategia protestante de argumentar con la Biblia, pero creo que bien pudieron ser los demonios que ahora encontraron un buen medio para salvarse.
—¿Salvarse?
—Si... salvarse, amigo mío. ¿Acaso no es el apóstol Santiago quien nos dice que hasta los mismos demonios creen en Dios? Y si sólo la fe salva...
—...
—No se quede en silencio, Pastor... siéntese aquí que se aliviará un poco. Si quiere seguir como el Demonio, tentándome con la Biblia, le recuerdo que ahí mismo se nos dice que esa fe no salvará a los demonios, porque “como un cuerpo sin espíritu está muerto, la fe sin obras está muerta” (c.II) Y aún así los católicos no decimos que sea sólo fe o sólo obras. Cuando al Señor se le pregunta sobre qué debemos hacer para salvarnos, Él dice “Si quieres salvarte, guarda los mandamientos” Ahí tiene usted la respuesta completa.
Me acompañó hasta la puerta y me dijo: Le dejo con dos recomendaciones. La primera es que se cuide de sus hermanos de congregación. Ya sospechan de usted por venir tan seguido. La segunda es que vuelva usted cuando me traiga alguna cita bíblica –sólo una me basta– en que se pruebe que solo debe enseñarse lo que está en la Biblia.
Caminé a casa más preocupado por los comentarios que por el desafío. Eso sería fácil.

La Biblia no es orgullosa.
“Sólo la Biblia”.

Mientras buscaba una cita que respondiera al sacerdote, caí en cuenta de que estaba parado en el meollo del asunto que por primera vez me llevó a esa parroquia con otros ojos. “Si es sólo la Biblia”, me dije, “entonces el problema del artículo queda resuelto: se debe probar por la Biblia o no se prueba”.
Ya imaginarán ustedes el resultado. Efectivamente no encontré nada. En años de ministerio, jamás me percaté de que lo central, esto es, que sólo debe creerse y enseñarse la doctrina contenida en la Biblia, no está en la Biblia. Encontré numerosos pasajes bíblicos que le conceden la misma autoridad que a las enseñanzas escritas en la Biblia a las doctrinas transmitidas por vía oral, por tradición.
Desde este punto en adelante muchos otros cuestionamientos fueron surgiendo de la charla con el Padre M. y de la lectura de revistas y de mucha literatura escrita con fines apologéticos.

Nadando guardando la ropa y sufriendo.
El pago del mundo.

Por un momento distraeré la atención de mis incursiones a la parroquia católica. Quizás sea porque un sacerdote es esencialmente distinto a un Pastor protestante, o quizás por la experiencia de distintos ordenes (confesión, dirección espiritual, etc.), el Padre M. acertó en su advertencia sobre las miradas que me dirigían mis feligreses a causa de esas visitas no estrictamente ecuménicas.
Yo aún no me había percatado de esa desconfianza, pero observando con mayor atención notaba reticencias, censuras y reproches indirectos. Aún la guerra no se declaraba. Sólo desconfiaban.
Me decepcioné mucho, pero no me dejé vencer por la tentación. El demonio –pensaba– me estaba tentando con Roma y para eso endurecía los corazones.
Pasada una semana de angustias, me senté con mi esposa para charlar. Necesitaba desahogarme. Me encontraba en un punto tal que no quería volver a la parroquia católica pero tampoco me sentía en paz con eso.
Después de la cena, oramos con los chicos y se fueron a dormir. Me senté y abrí mi corazón a mi esposa. Ella había sido una amante confidente y mi compañera de penurias y alegrías. Me escuchó con atención.
Sus palabras fueron tan sencillas como su conclusión: debía alejarme inmediatamente del sacerdote católico y tratar de recuperar la confianza de mis feligreses. Eso era lo prioritario. Teníamos una obligación de fe y teníamos que mantener una familia. No se hablaría más. El caso estaba resuelto... para ella.
Traté de cumplir con todo. Ella siempre fue la sensatez y me refrenaba en las locuras. Dejar de ir a la parroquia fue más fácil para el cuerpo que para mi alma. Algo me atraía de ese ambiente, y por lo demás deseaba la compañía de ese sacerdote provocador y bonachón.
Más difícil fue ganarme la confianza de los feligreses. Me exigían como prenda evidente que atacase más que nunca a la Iglesia para demostrar públicamente que no les guardaba ninguna simpatía.
Esto me costó, pues tenía que predicar omitiendo aquellos puntos en los que difería ya de mi anterior pensamiento.
Con el tiempo, mi familia y mis feligreses me dieron vuelta sus espaldas y fue la gran cruz que tuve que soportar por amar a Cristo en Su Iglesia.

Entrada en la Iglesia y abandono de todos. 
Mi querido amigo se despide.

No he querido exponer aquí todas las cosas que charlé con el buen Padre M. durante semanas y semanas. Yo le visitaba furtivamente y el me acogía con amable paternalidad. Yo daba vueltas en torno al tema e intentaba responder a las sabias preguntas con las que me desafiaba. ¡Cómo detestaba tener que darle la razón!
El tiempo me fue haciendo más perceptivo a sus sutilezas e ironías. De alguna forma misteriosa este sacerdote me tenía cautivado. Me acorralaba hasta la muerte, pero me daba siempre una salida honorable. Le gustaba desmoronar todos mis argumentos.
Su estilo era único: destrozaba mis argumentos, acusaciones y refutaciones primero desde la lógica, dándome dos posibilidades... o quedar como un tonto o verificar por mi mismo esa estupidez. Luego, y sólo luego, me invitaba a revisar el punto que yo trataba –si tenía sentido– desde el punto de vista de las Sagradas Escrituras. Supongo que uno de sus mayores puntos fuertes era su sólida cultura y su gran vida de piedad.
Recuerdo perfectamente una fría mañana cuando recibí un aviso telefónico de la parroquia. Me pedía que le visitara en un hospital de los alrededores. Sin meditar en las normas de cautela que tomaba para evitar que mis feligreses se irritaran aún más conmigo, abandoné todo y partí. Ahí me enteré del doloroso cáncer que padecía –jamás dio muestras de sufrir– y del poco tiempo que le quedaba. La cabeza me daba vueltas. Sentía dolor por la partida de quien ya consideraba un amigo.
Tomé una decisión: haría pública nuestra amistad y le visitaría a diario. Pocos días después le trasladaron, a petición suya, a su residencia.
Desde ese día le acompañé a diario. Dejé muchos compromisos de lado. La tensión comenzó a crecer hasta llegar a agresiones verbales abiertas y amenazas de quitarme el cargo y el sueldo. Mi familia estaba amenazada con la pobreza.
Fueron días de mucha angustia. Sabía que caminaba por los caminos correctos. Incluso pensaba en hacerme admitir en la Iglesia. Los temores y las dudas de antes de la internación del Padre M. se disiparon. No quería arrepentirme de mis errores ni recibir el perdón y el consuelo de nadie más. Pero la situación que me rodeaba era tan compleja que me paralizaba.
Recé muchísimo y acudí a pedir el consejo del Padre M. Él me recibió con mucha amabilidad y escuchó con atención mis problemas. Él ya los conocía. Me habló de la fortaleza de esos mártires que no tuvieron en cuenta ni la carne ni la sangre ni las riquezas, sólo amaron la verdad y dieron público testimonio de su adhesión a la fe. Más vale entrar al Cielo siendo pobres que irse al infierno por comodidades, sentenció.
Como adelanté al principio, reuní a mis feligreses y les hice una declaración de mi conversión. ¡El Demonio es protestante! les dije para abrir la charla. Luego fueron abucheos y no me dejaron terminar las explicaciones.
Mas tarde reuní a mi familia y les platiqué de cada punto, y respondí a todas las objeciones de fe y de la situación. Mi esposa no discutió mucho: me expulsó de casa. Esa noche dormí acogido por el Padre M. quien me tranquilizó respecto al altercado. Desde entonces y después de pasados años de mi conversión nunca más fui admitido en casa como padre y esposo. Hoy les visito con tanta frecuencia como me permiten, pero sus corazones siguen muy endurecidos. El Padre M. tuvo muchas palabras para mí, pero las que más me llegaron fue su confesión de ofrecimiento de su vida por la salvación de mi alma... y que con gusto veía el buen negocio ya cerrado. Dios escuche las plegarias de mi buen amigo en el Cielo por mi esposa y mis seis hijos para que a su tiempo y forma vivan la vida de gracia de la santa fe.

La importancia de no tener miedo a la exigencia de la Iglesia Católica.
Roma... mi dulce hogar.

Rogué al buen sacerdote me preparara para abjurar mis errores y ser admitido en la Iglesia. Dispuso de todo y una mañana de abril de 2001 fui recibido en el seno de la Esposa de Cristo. En junio de ese mismo año mi querido amigo entregó su alma al Señor, siendo muy llorado por todos cuantos le conocimos mejor. Le lloraron los enfermos y presos que visitaba, los niños y jóvenes de catequesis, los pobres y necesitados que consolaba, los fieles que acudían a él en busca de consejo y del perdón de Dios. En tributo a él escribo estas líneas. Mi querido sacerdote y Revista Cristiandad.org fueron mis dos grandes apoyos e impulsores tanto de mi conversión como de mi impulso apostólico al trabajar especialmente con los conversos y preparados para la conversión.
Tras su partida la parroquia fue administrada por un sacerdote más cercano al estilo del predecesor del Padre M. Yo sentí mucho esto porque con su prédica y actuar desmentía muchos de esos grandes principios eternos que había conocido y amado.
A veces me pregunto por la oportunidad de muchos cambios que se hacen más para contentar a los malos que para agradar a los buenos. Recuerdo que mi sacerdote amigo no era muy afecto a ceder ante nosotros, sino mas bien a mostrarnos todas las banderas, incluso las más radicales. Y éstas fueron, precisamente, las que más me indignaron pero a un mismo tiempo me atrajeron.
Pero persevero en el amor a la Iglesia de siempre, a esa doctrina de la que el Señor dijo que pasarían Cielo y Tierra pero que ni una sola jota sería cambiada.
Bien sé por experiencia propia y por la de tantos que han compartido conmigo sus testimonios de conversión, que esos coqueteos con el error no producen conversiones. Y las pocas que se producen son de un género muy distinto –por superficiales y emocionales– de las verdaderas conversiones, esas que producen santos. La realidad es la que constataba a diario como Pastor protestante, cuando la poca preparación de los católicos y la confusión que produce el falso ecumenismo llenaban las bancas de nuestras iglesias y los bolsillos de nuestras congregaciones evangélicas. La ignorancia religiosa de los fieles es la cosa más agradecida por las sectas, porque al ser muchas veces hija de la pereza espiritual se acompaña por la pereza intelectual. Basta entonces cualquier cosa que les emocione, que les haga sentir queridos, y luego viene el sermón acostumbrado para hacerles dudar primero y luego darles respuestas rotundas. Eso los desestabiliza y luego les atrae nuestra seguridad. ¡Y luego salimos a la calle a gritar contra los dogmas!
Ahora, junto con ustedes, puedo acudir a los pies de María Santísima y pedir que por amor a la Divina Sangre de Su Hijo Amado obtenga la conversión de los paganos, de los herejes y cismáticos y que haciendo triunfar a la Iglesia sobre sus enemigos instaure la Paz de Cristo en el Reino de Cristo.


“Delenta est liturgia”; ¡La liturgia ha de ser destruída!



Tales palabras, pronunciadas por el prior de la comunidad luterana de Taizé (comunidad “ecuménica”), prueban ya sin lugar a dudas que la liturgia católica ha sufrido una transformación fundamental. Dada la íntima unión existente entre la fe y los ritos que la expresan (recuérdese el famoso adagio Lex orandi, lex credendi), el cambio substancial de uno de estos elementos implicará necesariamente el del otro, y viceversa. De allí que podamos afirmar y concluir con el pastor René BARJAVEL: “La Iglesia Católica ha quebrantado su liturgia, expurgado sus ritos, ocultado sus misterios, bajado la llama de su alegría; con toda premura se hace protestante”.

“Quien siembra el viento,
cosecha la tempestad”

Sembrando el viento
La revolución litúrgica

“Legem credendi statuat lex supplicandi”: «Que la regla de la oración estatuya la regla de la fe». Este axioma “invertible”, expresa la relación estrecha y fundamental que existe entre la fe que se profesa y el culto a través del cual se manifiesta esa fe. Es imposible atacar o modificar una sin afectar a la otra. Plenamente conscientes de ello, todos los heresiarcas y falsos reformadores que se han levantado contra la fe católica y contra la Iglesia, han intentado modificar el culto, es decir, la expresión litúrgica de los misterios de la fe, para destruir así esa misma fe.
Ejemplo clarísimo de ello es Lutero: “Destruid la Misa y destruiréis el Catolicismo”, destruid el Santo Sacrificio, modificad sus ritos venerables y portadores de gracias, y anularéis la expresión de la fe católica, o la transformaréis en otra fe, que ya no será la católica…

La subversión litúrgica en el seno de la Iglesia.

Pablo VI y los observadores protestantes del Consilium: Rev. Jasper, Dr. Shepherd, Prof. George, pastor Kenneth, Rev. Brand y el Hno. Max Thurian de Taizé
Durante su pontificado el mismo San Pío X señalaba que, des de entonces, el enemigo ya no se encontraba afuera sino dentro de la Iglesia, en los seminarios, en los conventos, en las filas del clero católico.
El antecedente más inmediato de esta penetración lo constituye el sínodo de Pistoya, convocado en 1786 por instigación del archiduque de Toscana, que quería llevar a cabo en sus estados una reforma de la Iglesia conforme a sus antojos (y sus antojos eran jansenistas). Dicho sínodo fue condenado por PÍO VI en la bula Auctorem fidei. Desde el punto de vista litúrgico, sus errores revelan una tendencia a la desacralización y a la profanación, a la disgregación y a la anarquía, tendencias que ya habían ganado gran parte de la Europa católica antes de su formulación expresa en Pistoya. Estos errores revivirán, casi idénticos, en el “Movimiento Litúrgico” desviado.
El Movimiento Litúrgico que fue iniciado por Dom Guéranger (estando Europa sumergida en plena “herejía antilitúrgica “) para devolver al clero el conocimiento y el amor de la liturgia romana y para intensificar la unión de los fieles a la liturgia; condujo final mente la restauración litúrgica realizada por San Pío X. A partir de 1920 sufre graves desviaciones a causa de los mismos hombres de Iglesia que se decían continuadores de la obra de Dom Gueranger, los cuales sientan las bases y principios directores que desembocarán en la actual reforma.
La desviación del Movimiento comienza con Dom Lambert Beauduin, con su tendencia a insistir excesivamente sobre la importancia didáctica y pastoral de la liturgia; dicha tendencia se transformará en preeminencia con los años.
Este benedictino, luego de contactos con anglicanos y con representantes de las iglesias orientales, propulsa un ecumenismo completamente desviado. Roma aún no se da cuenta del peligro y permite a Dom Beauduin fundar en Amay-sur-Meuse un “Monasterio de la Unión”, con dos comunidades paralelas, una católica y otra ortodoxa. Inspira a sus monjes tal amor al oriente que poco después muchos de ellos se pasan a la iglesia ortodoxa. Roma se alarma y Dom Beauduin debe abandonar su monasterio. Protegido por Mons. Izart, obispo de Bourges, organiza retiros (que él mismo llama “un poco canallas”) en los cuales insufla sus ideas reformistas y ecuménicas a los sacerdotes que participan, especialmente a capellanes de grupos scouts. Desde 1924, Dom Beauduin se conecta con Mons. Roncalli, que siempre lo protegerá eficazmente y que adopta, al menos parcialmente, sus ideas.
El movimiento litúrgico de Alemania también se desvía rápidamente: Dom Herwegen, abad de Maria-Laach, quiere liberar a la liturgia de “Las escorias de la Edad Media”, Dom CASEL quiere hacerla “salir de las teorías post-tridentinas de Sacrificio”. Así, ya en 1920- 1925, se trata de atenuar el carácter sacrificial de la Misa. Romano Guardini (“maestro de la intuición psicológica”) impulsa la moda de la “experiencia religiosa personal”. Estas desviaciones fueron combatidas en Alemania por Mons. Grober, arzobispo de Friburgo, pero se encontró aislado: todos los demás obispos alemanes sostenían al Movimiento.
En Francia hay multitud de innovaciones anárquicas en los campamentos scouts, en los movimientos de acción católica, y en los campos o colonias de vacaciones, en que intervienen la mayoría de los seminaristas.
En 1943 se funda el Centro de Pastoral Litúrgica, al cual Dom Beauduin fija la línea de conducta: pedir las reformas con mucha prudencia, simulando un gran respeto por la jerarquía, pero utilizando a los obispos para hacer presión sobre Roma.
Pío XII toma conciencia del peligro y expone la doctrina católica en dos encíc1icas: Mediator Dei et Hominum y Mystici Corporis Christi. Pero inmediatamente son desviadas de su sentido original por los comentarios de los innovadores.
A partir de 1950 las posiciones subversivas son abiertamente defendidas en numerosas publicaciones, mientras que en las parroquias se multiplican las innovaciones: Misa cara al pueblo, lecturas y cantos en lengua vernácula, etc. En otros países, como Estados Unidos, España, Italia, el movimiento litúrgico, inexistente o menos avanzado, sufre desde 1950 la influencia subversiva de los movimientos alemán y francés. El Movimiento Litúrgico desviado se hace mundial. Las presiones sobre Roma se hacen enormes, y Roma misma, con reticencia, se encamina por la peligrosa vía de las concesiones: nueva versión del Psalterio, simplificación de las rúbricas del Breviario, reforma de los ritos de Semana Santa, Misa vespertina…
Juan XXIII acaba la reforma litúrgica comenzada por Pío XII dando así un paso más en el sentido del Concilio. A pesar de algunas deficiencias, en esta última reforma la liturgia católica permanece sustancialmente incambiada, es decir, en los límites de la ortodoxia católica. Sin embargo se puede decir que en 1960 el Movimiento Litúrgico ha triunfado: ha sacudido la antigua estabilidad de la liturgia católica y ha insinuado una nueva concepción de ella. La tarea será definitivamente afianzada por el próximo Concilio Ecuménico, ese Concilio que, según las palabras del cardenal SUENENS, será: “el 1789 en la Iglesia”.

La Constitución “Sacrosanctum Concilium”.

“Yo creo que el culto divino, tal como lo regulan la liturgia, el ceremonial, los
ritos y los preceptos de la Iglesia Romana, sufrirá próximamente en un concilio ecuménico una transformación que, al mismo tiempo que le devolverá la venerable sencillez de la edad de oro apostólica, lo pondrá en armonía con
el estado nuevo de la consciencia y de la civilización moderna”
Canónigo ROCA (Apóstata del siglo pasado)

La Constitución conciliar “Sacrosanctum Concilium” fue aprobada solemnemente por la abrumadora mayoría de 2.147 votos a favor y cuatro en contra, el 4 de diciembre de 1963, luego de una alocución en la cual Pablo VI le dio su pública aprobación.
“Sacrosanctum Concilium” es una ley-base, es decir que solo provee las grandes líneas para la reforma litúrgica, sus principios básicos, dejando la aplicación práctica de tales principios al “Consilium” futuro y a las comisiones litúrgicas nacionales y diocesanas. El texto de la constitución conciliar (al igual que todos los demás documentos emanados del Concilio) admite dos lecturas paralelas: (a) una perfectamente tradicional, afirmando principios ortodoxos, pero que carecen de aplicación práctica; y (b) una modernista, que introduce los principios revolucionarios en germen y asegura la posterior evolución en sentido progresista. El texto, pues, en su conjunto, está lleno de equívocos “sabiamente” calculados: Los principios tradicionales son inmediatamente corregidos por un “pero” o un “sin embargo” que abren la puerta a las innovaciones. Por eso mismo el documento es en sí mismo, contradictorio: permite lo que acaba de asegurar que no puede ser permitido, afirma lo que dice no puede ni debe ser afirmado. .. Esta es la razón por la cual se pueden citar párrafos distintos de la misma constitución para defender dos posiciones opuestas. En razón de ésto, para conocer exactamente cuál de ambas partes, la tradicional o la modemista, es la verdaderamente intentada por los redactores del texto conciliar, hay que recurrir (como los mismos progresistas han hecho) al espíritu en que fue redactada.
¿Cuál era, pues, este espíritu? Lo podemos conocer a través de las intervenciones de los Padres Conciliares reconocidos como expertos en materia litúrgica. Estos fueron los que guiaron la opinión de los demás Padres.
El ala progresista del Concilio contaba entre sus miembros a gran cantidad de obispos misioneros en Asia y Africa. Entre ellos Mons. Van Bekkum, quien afirmó la importancia de la “espontaneidad” en la liturgia y propuso “cristianizar” las fiestas paganas; Mons. D’Souza (India), que destacó la necesidad de “incorporar los ritos autóctonos” (es decir paganos) en el ritual de los sacramentos (dicho anhelo se ha realizado sobradamente en el actual rito Hindú de la Misa), y asimismo, la necesidad de “hacer la liturgia inteligible”, introduciendo sin restricciones el uso de la lengua vemácula; Mons. Nagae, a su vez, protestó por la manera “demasiado occidental” en que se presentó el cristianismo en Japón, y de allí, afirmó la urgencia en simplificar los ritos, eliminar las genuflexiones “propias de la cultura occidental” (!) y los numerosos signos de la Cruz (¿también demasiado “occidentales”?). Pero la proposición más interesante fue la efectuada por Mons. Duschak (Filipinas): la necesidad de elaborar una misa “ecuménica”, modelada sobre la Última Cena (en otras palabras, reducir la misa a la cena protestante, reducir el Sacrificio verdadero a un simple memorial). Con una ejemplar falta de lógica, al ser preguntado si sus fieles le habían solicitado tal cosa, respondió: «No, incluso pienso que se opondrían, así como se oponen numerosos obispos. Pero si se la pudiese poner en práctica, creo que acabarían por aceptarla».
Un hecho basta para poner en claro cuál era el espíritu que animó estas primeras sesiones del Concilio: Al tomar la palabra el anciano Cardenal Ottaviani para protestar contra semejantes desatinos (éstos y otros más, puesto que los ya mencionados no son los peores), por orden del cardenal Alfrink, en ese momento presidente de la sesión, le fue cortado el micrófono y debió sentarse nuevamente, entre las risas y aplausos burlones de gran parte de los Padres Conciliares.
Poco antes de que acabara el Concilio, se habían aprobado, a título experimental, y como lógica consecuencia de “Sacrosanctum Concilium”, tres fórmulas de misa distintas, en las cuales la totalidad de la misa, incluso el Canon, debían decirse en voz alta, en lengua vulgar (vernácula) y de cara al pueblo.

Eerrores particulares de la constitución conciliar.

Como ya hemos dicho, constituye solamente una ley básica, cuya aplicación práctica, particularizada, será llevada a cabo posteriormente por una comisión especial creada a tal objeto. Asimismo, constituye un compromiso, un equilibrio momentáneo e inestable, entre el conservadorismo y el progresismo… Equilibrio éste que el futuro “Consilium” se encargará de destruir. Inaugura una transformación fundamental de la liturgia, anunciando la revisión del rito de los sacramentos (en especial de la Misa, del Bautismo y de la Confirmación) y de los sacramenta les, y la elaboración de un rito de concelebración.
El principio director de toda la reforma litúrgica es el ecumenismo: el mismo prefacio de la constitución habla de la Liturgia como un medio para promover el ecumenismo. De allí surge la imperiosa necesidad de reformar el rito de la Misa, abandonando el codificado por el Papa San Pío V, que es la máxima afirmación de la Fe Católica, y que justamente por ello, constituye el máximo impedimento al ecumenismo protestantizante.
Sienta el principio, asimismo, de que la liturgia debe adaptarse a los tiempos modernos, y con ello, afirma también la necesidad del cambio, la necesidad de la evolución de la liturgia; en pocas palabras, instaura la revolución permanente en el seno de la liturgia.
Otro error es destacar excesivamente, hasta darle la primacía, el carácter educativo-pastoral de la liturgia, lo cual va en desmedro del fin primordial de la misma, que es la gloria de Dios.
Se manifiesta claramente la tendencia biblista, condenada ya numerosas veces por la Iglesia.
Se consagra como principio la ultra-participación activa de los fieles en el rito litúrgico: lo cual se transforma en comunitarismo y culmina en el culto del hombre. Todo esto se encuentra envuelto en la más perfecta de las ambigüedades.

Los errores de Pistoya en materia litúrgica.

Los errores germinales de la Sacrosanctum Concilium y su explosión primaveral en la nueva liturgia son de una semejanza sorprendente con los errores condenados por PÍO VI en la Bula Auctorem Fidei. Para darse cuenta basta la simple enumeración de las proposiciones condenadas, en materia litúrgica, del conciliábulo de Pistoya:

  1.  la XXVIII, que da a entender que falta una parte esencial del Sacrificio en las Misas en las cuales nadie comulga (excepto el sacerdote), Denzinger N° 1528 ;
  2. la XXIX, que omite deliberadamente la palabra transubstanciación, Dz 1529;
  3. la XXX, que califica de error la creencia en el poder del sacerdote para aplicar el fruto especial del Sacrificio a una persona en particular, Dz 1530;
  4. la XXI, que declara conveniente y deseable que no haya en cada iglesia sino un solo altar, Dz 1531; 
  5. la XXXII, que prohíbe poner reliquias de santos o flores sobre el altar, Dz 1532; 
  6. la XXXIII, que manifiesta el deseo de ver la liturgia vuelta a una mayor sencillez de los ritos, expuesta en lengua vulgar y pronunciada en voz alta, Dz 1533; 
  7. la XXXIV, que insinúa la necesidad de reformar el rito de la penitencia “para verse libre de las sutilezas que en el decurso del tiempo se le han añadido”, Dz 1534; 
  8. las LXI, LXII y LXIII, que condenan la adoración de la humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, especialmente de Su Sacratísimo Corazón, Dz 1561- 1563;
  9. la LXIV, que tacha de superstición la eficacia que se ponga en determinado número de preces y piadosos actos (contra las indulgencias), Dz 1564; 
  10. la LXVI, que afirma que sería contra la práctica apostólica y los consejos de Dios el no procurar al pueblo modos más fáciles de unir su voz con la voz de toda la Iglesia, Dz 1566;
  11. la LXVII, que hace de la Sagrada Escritura la fuente casi exclusiva y necesaria de la vida cristiana (con las lógicas consecuencias en el ámbito de la liturgia), Dz 1567; 
  12. las LXIX y LXX, que reprueban el culto especial que los fieles tributan a las imágenes, Dz 1569-1570;
  13. la LXXI, que prohíbe distinguir las imágenes de la Santísima Virgen por algún título que no diga mención a los misterios mencionados expresamente en la Sagrada Escritura, Dz 1571;
  14. las LXXIII y LXXIV que enuncian, respectivamente, que la institución de nuevas fiestas (o sea, posteriores a la “edad apostólica “) ha sido un descuido de la Iglesia, y que se han de suprimir las fiestas de precepto, trasladándolas al domingo, Dz 1573-1574;
  15. la LXXXIV, que pretende que únicamente debe existir la orden de San Benito, uno o dos sacerdotes por monasterio y que se deben decir solamente una o dos misas cotidianas en cada convento, al mismo tiempo que se recomienda la concelebración, Dz 1584-1591.

La herejía antilitúrgica según Dom Gueranguer.

Se trata de un resumen de la doctrina y práctica de la secta antilitúrgica respecto a la “depuración” del culto por ellos pro clamada. Dichas observaciones abarcan especialmente el período que va del siglo XVI al XIX. Lo sorprendente es la correspondencia de muchos de estos principios con los contenidos implícita o explícitamente en la Constitución litúrgica y en la nueva misa.

  1. El odio de la Tradición tal como se encuentra en las fórmulas del culto divino. 
  2. Sustituir las fórmulas de es tilo eclesiástico (en el sentido más profundo de la palabra) con lecturas de la Sagrada Escritura. 
  3. Fabricar e introducir fórmulas nuevas (ya que no pueden siempre someter la Sagrada Escritura a sus propósitos). 
  4. Una habitual contradicción con sus propios principios. 
  5. Quitar de la liturgia todas las ceremonias y todas las fórmulas que expresan los misterios de la fe. 
  6. Extinción total del espíritu de oración, de la unción propia de la liturgia católica.
  7. Supresión de los intermediarios en el culto: calendario litúrgico sin Santos. 
  8. Uso de la lengua vernácula en el culto divino. 
  9. Liberación de la fatiga y molestias que imponen al cuerpo las prácticas de la liturgia. Disminución de las oraciones públicas y particulares. 
  10. Odio a la institución papal … y al poder papal. 
  11. Supresión del sacerdocio: todos, aun los “ministros”, se transforman en laicos.
  12. Sumisión del culto, así como toda la religión, al poder secular.

Todos estos principios se encuentran en la práctica actual de la Iglesia. Evidentemente no en el mismo grado y con la misma claridad (… evitemos las conclusiones simplistas). Pero están allí, dirigiendo toda la reforma.
Que los nueve primeros se encuentran, basta leerlos para darse cuenta. Que también se encuentran los tres últimos, un simple razonamiento lo demuestra.
La colegialidad, el gobierno democrático, especialmente a través de las Conferencias episcopales, han debilitado totalmente el poder papal.
La supresión del sacerdocio se opera, no por un decreto, sino gradualmente: los sacerdotes se secularizan (total o parcialmente) hasta confundirse con los laicos; o, lo que lleva al mismo término por la vía contraria, los laicos se sacerdotalizan.
Finalmente, el ecumenismo político y la Ostpolitik del Vaticano se ocupan de someter la religión y el culto a los poderes temporales, ya liberales, ya comunistas.
¿Cómo pudo llegar la Iglesia a caer en lo que durante tantos siglos combatió y condenó? Misterio de iniquidad. Pero, ¿cómo puede alguien afirmar que los principios de la reforma litúrgica contenidos ya en el Concilio son católicos? Misterio de necedad e ignorancia. El pecado y la ignorancia, los dos males con que todo hombre nace, y el rechazo de la gracia, tales son las explicaciones últimas de la liturgia actual.
«Quien siembra el viento, cosecha la tempestad».


Cosechando la tempestad

El “Consilium”, origen de todas las demás reformas litúrgicas.

Cuando se considera, aun brevemente, la evolución del Movimiento litúrgico desviado, se tiende a considerar la constitución “Sacrosanctum Concilium” como el punto de llegada, el término de aquélla evolución. ¡Nada más lejos de la verdad! Para los innovadores la constitución es, por el contrario, sólo un punto de partida bastante imperfecto, incluso “conservador”, y como tal, pronto será dejado de lado.
En efecto, la constitución es sólo el documento inicial en el cual se apoyarán para introducir las reformas siguientes. Al sucederse los documentos elaborados por el “Consilium”, cada nuevo paso se basará, no ya en la constitución conciliar, sino en el documento inmediatamente anterior de modo tal que, con sorprendente rapidez, las reformas habrán ido mucho más lejos de lo que permitía suponer la letra de “Sacrosanctum Concilium”.
Los innovadores invocarán siempre el espíritu del Concilio más que su letra. Y aunque pueda sorprender, ello es coherente: la letra es ambigua, pero el espíritu, como hemos visto, es absolutamente claro. Ateniéndose a él, sus reformas no serán más que el desarrollo extremo de los principios aceptados por los Padres Conciliares.

El “Consilium”.

Pablo VI en 1964, en el motu proprio Sacram Liturgiam, creó el CONSILIUM AD EX SEQUENDAM CONSTITUTIO NEM DE SACRA LITURGIA, la comisión para poner en práctica la constitución conciliar sobre la liturgia, encargándole la re visión de los ritos y libros litúrgicos, y en general, la aplicación práctica de los principios enunciados por Sacrosanctum Concilium.
Este Consilium, desde el comienzo de su actuación (y hasta su disolución en 1969, acabada su tarea de destrucción), irá gradualmente desposeyendo de sus poderes a la Sagrada Congregación de Ritos (pronto convertida en la Sagrada Congregación para el Culto Divino).
En su organización sus miembros se repartirán en dos grandes grupos: primero, el “Consilium” oficial, con sus integrantes elegidos por el Pontífice y en su mayor parte formado por personajes eclesiásticos reconocidamente comprometidos con el Movimiento Litúrgico; y en segundo lugar, los consultores y expertos, elegidos por el “Consilium “, quienes serán los que realicen efectiva mente las reformas, presentadas luego al Pontífice a través del “Consilium” oficial (en este grupo se encuentra la “crema” del Movimiento Litúrgico). La comisión encargada de la reforma del “Ordo Missae” contaba además con la presencia de seis observadores protestantes. Se ha negado que tuvieran alguna intervención activa en dicha reforma, pero Mons. BAUM (integrante de la conferencia episcopal de Estados Unidos y miembro del Consilium) ha confirmado lo contrario: “No están allí simplemente como observadores, sino también como consultores, y participan plenamente en las discusiones sobre la renovación litúrgica católica”.

Objetivos del “Consilium”.

El objetivo principal del “Consilium” fue fijado por el mismo Pablo VI: “Hacer la liturgia más pura, más genuina, más próxima a sus fuentes de verdad y gracia, más apta para ser patrimonio espiritual del pueblo”.
De tales errores ya condenados por sus antecesores (arqueologismo, comunitarismo, preocupación excluyente por la “inteligibilidad” de los ritos), planteados como principios rectores y como meta de las reformas, sólo podían surgir los frutos que hoy vemos.
Annibale Bugnini, secretario del “Consilium”, maestro consumado en estos menesteres, ha ex puesto claramente el método y los objetivos de los reformado res: “Para que el paso de lo viejo a lo nuevo ocurra sin solución de continuidad, sin repentinos contrastes o perjudiciales retrocesos, sino por medio de una lenta y gradual y natural evolución hasta la perfecta restauración de toda la maravillosa obra maestra, que es la sagrada liturgia”.

Toda la acción del “Consilium” se basará sobre principios erróneos:

  • -el regreso a las fuentes, el arcaísmo o arqueologismo denunciado por Pío XII en MEDIATOR DEI: destruir la Tradición viviente para reconstruir artificialmente estructuras ya muertas;
  • -La desacralización, consecuencia forzosa de ese primitivismo artificial, que en vez de revalorizar lo sagrado, conduce hacia lo profano;
  • -la obsesiva preocupación por la inteligibilidad de los ritos, que lleva implícito el desprecio hacia la capacidad intelectual de las generaciones anteriores y que bajo la apariencia de facilitar la comprensión, lleva irremisiblemente hacia una simplificación tal, que nos considera como una generación de retardados;
  • -el comunitarismo, la alteración y sobrevaloración de la importancia de la comunidad, y que en realidad es más el culto de las masas propio del comunismo que un verdadero espíritu comunitario;
  • -el activismo, las manifestaciones meramente físicas de la participación en los ritos, considerándolo lo único importante, el único signo por el cual se valora la espiritualidad de una comunidad;
  • -Todos estos errores confluyen en uno solo: la substitución progresiva del culto de Dios por el culto del hombre.

La obra del “Consilium”.

Haciéndose eco de las palabras de Lutero ya citadas, “Destruid la Misa; y destruiréis la Iglesia Católica”, los reformadores comenzaron inmediatamente su tarea: en poco menos de tres meses, ya se había elaborado un nuevo rito para la concelebración y para la comunión bajo las dos especies, a la vez que se estaban realizando las primeras concelebraciones “ad experimentum”.
¿Cómo explicar un trabajo tan veloz y prolífico? No ciertamente por un milagro de espontaneidad y esfuerzo, sino más simple mente: en realidad, son los frutos largamente madurados del movimiento litúrgico desviado, son documentos que ya muchos años antes habían sido pensados y planeados hasta en sus mínimos de talles.
Los documentos se irán sucediendo: las Instrucciones “Inter oecumenici” (septiembre de 1964) y “Tres abhinc annos” (mayo de 1967) son las más importantes por los poderes en materia litúrgica que conceden a las conferencias episcopales (reafirmando la falsa colegiali dad) y, especialmente, por las re formas que introducen en el Ordo Missae, acentuando el sentido protestante que se quiere dar a la Misa: con el canon en voz alta, se quiere convertir a la consagración en el relato de la Cena y no ya en la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz; con la supresión de los gestos de adoración (genuflexiones, ósculos) se tiende a disminuir la fe en la Presencia Real de Cristo en las especies consagradas.
Según Bugnini, todas estas reformas introducidas en el “Ordo” carecían de importancia, eran mínimas y -el mismo Bugnini lo reconoce- agradaban a los interesados en el movimiento litúrgico: (las reformas) “se refieren, por lo general, a las ceremonias que reclaman una mayor agilidad, debido a que la celebración en lengua vernácula y, frecuentemente, frente a la asamblea, hace que algunos gestos resulten anacrónicos y superfluos y que, por lo tanto, sobre todo en algunos ambientes donde ha aumentado el interés por la liturgia, provoquen incomprensión y fastidio”.
Las palabras de Bugnini son, en cierto modo, válidas: la Misa, con tantas alteraciones, mutilaciones y reformas, en sus oraciones y gestos simbólicos, con tan tos cambios físicos que la rodean (altar separado, celebración cara al pueblo, supresión del tabernáculo en los altares, etc.), se había convertido en un híbrido irreconocible, y estaban dadas las condiciones necesarias para reemplazarla por un nuevo ordenamiento del rito.
El Padre Bugnini elaboró una nueva misa que, bajo el nombre de Misa normativa, fue presentada al Sínodo de los Obispos reunidos en Roma, en octubre de 1967, y fue adoptada por una mayoría de 71 votos simple mente afirmativos, más 62 afirmativos “iuxta modum” es decir, con ciertas reservas. Tales reservas, que han hecho creer a algunos que dichos votos eran negativos, en realidad se referían a cuestiones secundarias, sin alterar de ningún modo ni el ordenamiento, ni las oraciones de la Misa.

Esta Misa normativa retocada, será el “Novus Ordo Missae” impuesto en 1969.


Este proceso de descomposición de la Misa será acompañado y completado por uno semejante en los ritos de todos los sacramentos y sacramentales.



Conclusión

Este rápido pantallazo nos ha permitido ver cómo los errores destructores de la Liturgia han entrado y señorean en la Iglesia desde los albores de la reforma de los sacramentos. Es un cáncer que ha penetrado en el cuerpo místico y se ha apoderado, a la manera de una leucemia, del flujo vital de éste, la Liturgia. Es un cáncer que progresa e intenta hacer metástasis en los órganos vitales, los sacramentos. Uno por uno estos órganos vitales irán cayendo bajo su poder.

Credidimus Caritati, Año II, Nº 5, Mayo de 1985. Visto en Ecce Christianuvs.