La vida y el apostolado en
tiempos de persecución un sacerdote ejemplar como fue el padre Pro, debe
inspirarnos para no desfallecer en esta época dónde la sociedad está impregnada
de un espíritu anticristiano. El padre Pro, fue el modelo del apóstol que no se
detiene ante las persecuciones. Animado de un espíritu sencillo y una profunda
vida de piedad y de devoción al Santo Sacrificio de la Misa, el padre Miguel
Pro, recibió lo que más deseaba en su vida, el culmen de su sacerdocio: la
corona del martirio.
A continuación, publicamos –dividida
en dos partes- la conferencia que ha dado el R.P. Alfredo Sáenz, dedicada a
este personaje ejemplar, que es parte del ciclo de conferencia dedicado a “La persecución de la Iglesia en México y la
gesta de los Cristeros”.
R.P. Alfredo Sáenz
Breve biografía del padre Miguel Agustín
Pro.
Miguel Agustín Pro nació el 13 de
enero de 1891, de una familia acomodada. Su padre era ejecutivo en una pequeña
villa minera en el estado de Zacatecas. A pesar de ello, Miguel creció con un
corazón sencillo y libre de prejuicios. Lo que más añoraba, cuando niño, era el
recorrer las minas para poder compartir con los trabajadores. Desde pequeño se
distinguió por un gran sentido del humor. Era un verdadero cómico por
naturaleza, lo cual le ayudaría enormemente en su ministerio sacerdotal.
Antes de terminar sus estudios
Miguel comenzó a trabajar con su padre en la oficina de la mina. Allí sus
talentos naturales se fortificaron y aprendió a hacer muchas cosas ya que
captaba con gran facilidad los detalles. Podía, por ejemplo escribir 100
palabras por minuto.
Se hizo amigo de los mineros y
pudo captar su modo de hablar y comportarse, que se diferenciaban mucho de los
de su propia casa. En este amor a los pobres se ve la mano de Dios, ya que,
años más tarde, siendo perseguido por las autoridades, el Padre Pro utilizaría
todo lo aprendido en la niñez para defender a Dios y a la Iglesia.
Un talento que Miguel adquirió
desde muy temprana edad fue el de caricaturista. Era capaz de captar, de
manera exagerada, las peculiaridades en las caras de la gente. También aprendió
a tocar la guitarra y el mandolín.
Miguel amaba a su familia,
especialmente a sus dos hermanas, las cuales entraron a la vida religiosa. Esto
enfureció a Miguel. Viendo cuánto había afectado a Miguel la entrada de sus
hermanas al convento, su mamá decidió invitarlo a un retiro. De allí salió Miguel
transformado y decidido a ser sacerdote jesuita.
El 11 de agosto de 1911 entró al
seminario de El Llano, Michoacán. Tenía veinte años. En esta época contrajo una
enfermedad mortal, la cual supo siempre ocultar muy bien detrás de su rostro
alegre.
A pesar de sus comedias y gran
sentido del humor, Miguel fue un novicio y religioso grandemente observador de
la Regla y de sus estudios.
La persecución no detiene su vocación.
En una ocasión fue preciso que
todos escaparan del seminario debido a la persecución contra la Iglesia. Aquí
comienza el capítulo en la vida de Miguel Pro como héroe de la fe y genio en
escurrirse de los opresores, para poder cumplir cabalmente su vocación
sacerdotal.
El riesgo se convirtió en el
estilo de vida de los sacerdotes y religiosos de México, ya que incluso se
había prohibido la celebración de la Santa Misa. Muchos fueron encarcelados,
torturados y expulsados del país. Muy pronto, Miguel junto con otros
seminaristas, recibieron la noticia de que debían marcharse y continuar sus estudios
en California. Fue entonces la última vez que Miguel vio a su mamá en este
mundo. Después de un tiempo, Miguel y sus compañeros embarcaron para España, en
donde estuvieron cinco años.
Fue ordenado sacerdote el 31 de agosto de 1925.
Regreso a una Iglesia de catacumbas.
El Padre Pro regresó a un México
devastado. El pueblo cristiano resistía los abusos de gobierno; ante lo cual el
presidente Calles había decidido gobernar con mano de hierro. Llegó, pues, a la
capital, ciudad que se convertiría en su parroquia y, cuyos parroquianos
vivirían como en catacumbas, siempre en secreto, en escondite continuo, huyendo
de la policía.
Lo primero que hizo fue encontrar
a su padre y a sus hermanos. Luego planeó la orientación del terreno y el
método de operación. Y, enseguida puso manos a la obra. Implementó cada truco
que había aprendido, cada disfraz para poder llevar a Cristo a las almas en
medio de la severa persecución. Le era necesario estar en continuas artimañas
para lograr evadir a la policía. Organizó Estaciones de Comunión a lo
largo de toda la ciudad; estas eran casas donde los fieles venían a recibir al
Señor en la Eucaristía. Los primeros viernes, el número de comuniones
sobrepasaba los 1,200.
Se celebraban Misas por toda la
ciudad antes del amanecer, se apostaban vigilantes por si llegaba la policía,
con claves que cambiaban constantemente, etc. Se juntaban los ricos y los
pobres en unos cuartos pequeños para adorar al Señor y recibirlo de manos de
los sacerdotes. Los que querían confesarse, tenían que llegar a los lugares
señalados, antes de la Misa; algunas veces a las 5:30 a.m. Era realmente una
Iglesia de catacumbas, como la de los primeros cristianos. Un verdadero
testimonio de la fe.
Respecto a la grave enfermedad
que padecía el Padre Pro y que incluso lo había llevado a hospitales y casas de
convalecencia, le escribe a su Superior Provincial: “Aquí el trabajo es
continuo y arduo. Únicamente puedo admirarme del gran Jefe que me permite
llevarlo a cabo. ¿Enfermedad? ¿Quejas? ¿Que si me cuido? Ni siquiera tengo
tiempo para pensar en semejantes cosas; y a la vez me siento tan bien y tan
fuerte, que de no ser por pequeños, pequeñísimos atrasos, bien podría seguir
así hasta el fin del mundo... Estoy disponible para cualquier cosa, pero, si no
hay objeción, solicitaría el poder quedarme aquí”.
En este escrito se nota el gran
amor que animaba el corazón del P. Pro: la dependencia de Dios; el olvido
propio en medio del dolor físico y del peligro; el celo por el Señor y por su
gente; y su obediencia a los superiores, representantes auténticos de la
Voluntad Divina para un religioso.
El presidente Calles y la policía
trataban de acabar con estas organizaciones secretas. Arrestaban a los
católicos practicantes y en especial a sus líderes, los torturaban y mataban.
Ante la persecución, el Padre Pro
nunca dejó su ministerio sacerdotal. Se valía de sus dones y, sobre todo, de su
profunda fe para continuar valientemente su ministerio. Hacía unas maniobras
que desconcertaba a la policía. He aquí algunas.
I) Mientras la policía lo buscaba de casa en casa para
matarlo, él, muy campante, estaba en un teatro dictando conferencias
espirituales a más de cien muchachas del servicio. Y ninguna de ellas contó a
nadie dónde estaba el Padre Pro.
II) Iba el Padre Pro en un taxi y, de pronto se dio cuenta
de que la policía lo venía persiguiendo en otro carro. –“Siga usted su viaje,
sin detenerse”– dijo al taxista –“que yo me lanzo a la calle”. Y así lo hizo.
Pero para disimular el porrazo que se daba, echó luego a andar por la calle con
caminado de borracho y diciendo palabras sonoras. La policía creyó que era un
verdadero borracho y siguió adelante. Sólo unos minutos después se dieron
cuenta los agentes de que el tal “borrachito” era el “Padre Pro”, y se
devolvieron corriendo, pero ya se les había escapado.
III) Un día en plena calle se dio cuenta de que unos
policías venían en su busca. Entró entonces a una farmacia y, tomando del brazo
a una hermosa señorita, le dijo: “Diga que es mi novia, porque, si no, me echan
a la cárcel”–. La señorita aceptó, y la policía al verlo del brazo con una
muchacha (él iba vestido de civil) creyó que éste no podía ser el padre que
ellos buscaban... Unos momentos después llegó el sargento y al describirle
ellos cómo era el “novio”, les grito furioso: “¡Pues ese es el cura Pro!”.
Corrieron a prenderlo, pero ya se les había escapado otra vez.
IV) Estando el Padre Pro en un alto edificio, presidiendo
una reunión de muchachos de Acción Católica, cuando menos pensaron, se hallaron
con que la policía había rodeado el edificio. El Padre se escondió en un
armario en el preciso momento en que entraba al salón el coronel, con dos
pistolas en las manos, preguntando por “El Cura Pro”. Los muchachos le dijeron
que ellos no sabían dónde estaría dicho sacerdote, pero el militar, lleno de
furia les gritó: “Tienen un minuto para que me digan dónde está ese padre, o
los mato a todos”. Más en ese momento sintió que le colocaban un cañón frío en
la nuca. Era el Padre Pro, que había salido del armario.
–“Suelte esas pistolas o muere”, le dijo el Padre. El
coronel, tembloroso, soltó las pistolas que fueron recogidas por los muchachos.
–“Ahora ustedes huyan”, gritó Miguel Pro a los jóvenes. Y éstos salieron
apresuradamente a esconderse y salir luego por los subterráneos del edificio.
Luego el Padre dijo con tono picaresco: “Y usted, señor coronel, vuélvase, para
que vea con qué lo puse manos a lo alto y lo desarmé”. El coronel dio media
vuelta y vio con gran humillación que el cañón frío que había sentido con miedo
en la nuca era el pico de una botella vacía. Con una simple botella vacía había
desarmado el padrecito a un coronel que llevaba en sus manos pistolas cargadas.
Un mártir mexicano para la Iglesia.
El movimiento tenía como líder
principal al P. Pro y como lema: “Viva Cristo Rey”. Así, en medio de
escondites, incertidumbres, luchas, miedo, fe, valentía, dolor..., transcurrió
cerca de año y medio. El presidente Calles lo mandó arrestar, acusándolo de
haber sido responsable de un complot y de atentados y acciones revolucionarias
contra el gobierno, siendo todo ello absolutamente falso.
Al final, para evitar que mataran
a varios católicos que tenían presos, el Padre Pro se entregó a la policía.
Lo encarcelaron y le dieron
sentencia de muerte. El 23 de noviembre de 1927, camino al lugar de
fusilamiento uno de los agentes le preguntó si le perdonaba. El Padre le
respondió: “No solo te perdono, sino que te estoy sumamente agradecido”.
Le dijeron que expusiera su último deseo. El Padre Pro dijo: “Yo soy
absolutamente ajeno a este asunto... Niego terminantemente haber tenido alguna
participación en el complot”. “Quiero que me dejen unos momentos para rezar y
encomendarme al Señor”. Se arrodilló y dijo, entre otras cosas: “Señor,
Tú sabes que soy inocente. Perdono de corazón a mis enemigos”.
Antes de recibir la descarga, el
P. Pro oró por sus verdugos: “Dios tenga compasión de ustedes”; y,
también los bendijo: "Que Dios los bendiga". Extendió los
brazos en cruz. Tenía el Rosario en una mano y el Crucifijo en la otra.
Exclamó: “¡Viva Cristo Rey!”. Esas fueron sus últimas palabras.
Enseguida, el tiro de gracia.
Oración: Venerable Padre Pro, que supiste vivir tu
vocación en las mas difíciles circunstancias, ayúdanos con tu intercesión a ser
católicos valientes y no ceder ante la tentaciones de este mundo. Que nuestra
vida, como la tuya, de mucho fruto para gloria de Dios y el bien de las
almas. Amén.
Bibliografía:
-Dragón, Antonio. “Vida Intima del Padre Pro”, Antonio
Dragón, S.J. (México: La Buena Prensa, 1990).
-Lord, Bob
and Penny, “Saints and Other Powerful Men in the Church”, (California:
Robert and Penny Lord, 1990).
-Sálesman, Eliecer, S.D.B.: “Lecturas Sabrosas”,
cuarta edic., (Bogotá: Ediciones Don Bosco, 1990).
Fuente: Corazones.org.