Acerca de cómo
se ha de fomentar la verdadera unidad religiosa.
Pío P. P. XI
6 de enero de
1928
Venerables Hermanos: Salud
y bendición apostólica
1. Ansia universal de paz y fraternidad.
Nunca
quizás como en los actuales tiempos se ha apoderado del corazón de todos los
hombres un tan vehemente deseo de fortalecer y aplicar al bien común de la sociedad
humana los vínculos de fraternidad que, en virtud de nuestro común origen y
naturaleza, nos unen y enlazan a unos con otros.
Porque no
gozando todavía las naciones plenamente de los dones de la paz, antes la
contrario, estallando en varias partes discordias nuevas y antiguas,
en forma de sediciones y luchas civiles y no pudiéndose además dirimir las
controversias, harto numerosas, acerca de la tranquilidad y prosperidad de los
pueblos si que intervengan en el esfuerzo y la acción concordes de aquellos que
gobiernan los Estados, y dirigen y fomentan sus intereses, fácilmente se echa
de ver -mucho más conviniendo todos en la unidad del género humano-, porqué son
tantos los que anhelan ver a las naciones cada vez más unidas entre si por esta
fraternidad universal.
2. La fraternidad en religión. Congresos ecuménicos.
Cosa muy parecida se esfuerzan algunos por conseguir
en lo que toca a la ordenación de la nueva ley promulgada por Jesucristo
Nuestro Señor. Convencidos de que son rarísimos los hombres privados de todo
sentimiento religioso, parecen haber visto en ello esperanza de que no será
difícil que los pueblos, aunque disientan unos de otros en materia de religión,
convengan fraternalmente en la profesión de algunas doctrinas que sean como
fundamento común de la vida espiritual. Con tal fin suelen estos mismos
organizar congresos, reuniones y conferencias, con no escaso numero de oyentes,
e invitar a discutir allí promiscuamente a todos, a los infieles de todo
género, a cristianos y hasta a aquellos que apostataron miserablemente de
Cristo o con obstinada pertinacia niegan la divinidad de su Persona o misión.
3. Los católicos no pueden aprobarlo.
Tales
tentativas no pueden, de ninguna manera obtener la aprobación de los católicos,
puesto que están fundadas en la falsa opinión de los que piensan que todas las
religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues aunque de
distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y
nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos
obedientemente su imperio.
Cuantos
sustentan esta opinión, no solo yerran y se engañan, sino también rechazan la
verdadera religión, adulterando su concepto esencial, y poco a poco vienen a
parar al naturalismo y ateísmo; de donde claramente se sigue que, cuantos se
adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión
revelada por Dios.
4. Otro error. La unión de todos los cristianos.
Argumentos falaces.
Pero donde con falaz apariencia de bien se engañan más fácilmente
algunos, es cuando se trata de fomentar la unión de todos los cristianos.
¿Acaso no es justo -suele repetirse- y no es hasta conforme con el deber, que
cuantos invocan el nombre de Cristo se abstengan de mutuas recriminaciones, y
se unan por fin un día con vínculos de mutua caridad? ¿Y quién se atreverá a
decir que ama a Jesucristo, sino procura con todas sus fuerzas realizar los
deseos que El manifestó al rogar a su Padre que sus discípulos fuesen una sola
cosa?[1]. Y el mismo Jesucristo ¿por ventura no
quiso que sus discípulos se distinguiesen y diferenciasen de los demás por este
rasgo y señal de amor mutuo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos,
en que os améis unos a otros?[2]. ¡Ojalá -añaden- fuesen una sola cosa
todos los cristianos! Mucho más podrían hacer para rechazar la peste de la
impiedad, que, deslizándose y extendiéndose cada vez más, amenaza debilitar el
Evangelio.
5. Debajo de esos argumentos se oculta un error
gravísimo.
Estos y otros argumentos parecidos divulgan los
llamados “pancristianos”; los cuales, lejos de ser pocos en número, ha llegado
a formar legiones y a agruparse en asociaciones ampliamente extendidas, bajo la
dirección, las más de ellas, de hombres acatólicos, aunque discordes entre sí
en materia de fe.
6. La verdadera norma en esta materia.
Exhortándolos, pues, la conciencia de Nuestro deber
a no permitir que la grey del Señor sea sorprendida por perniciosas falacias,
invocamos vuestro celo, Venerables Hermanos, para evitar mal tan grave, pues
confiamos que cada uno de vosotros, por escrito y de palabra, podrá más
fácilmente comunicarse con el pueblo y hacerle entender mejor los principios y
argumentos que vamos a exponer, y en los cuales hallarán los católicos la norma
de los que deben pensar y practicar en cuanto se refiere al intento de unir de
cualquier manera en un solo cuerpo a todos los hombres que se llaman católicos.
7. Sólo una Religión puede ser verdadera: la
revelada por Dios.
Dios, Creador de todas las cosas, nos ha creado a
los hombres con el fin de que le conozcamos y le sirvamos. Tiene, pues, nuestro
Creador perfectísimo derecho a ser servido por nosotros. Pudo ciertamente Dios
imponer para el gobierno de los hombres una sola ley, la de la naturaleza, ley
esculpida por Dios en el corazón del hombre al crearle; y pudo después regular
los progresos de esa misma ley con solo su providencia ordinaria. Pero en vez
de ella prefirió dar El mismo los preceptos que habíamos de obedecer; y en el
decurso de los tiempos, esto es desde los orígenes del género humano hasta la
venida y predicación de Jesucristo, enseñó por Sí mismo a los hombres los
deberes que su naturaleza racional les impone para con su Creador. “Dios, que
en otro tiempo habló a nuestro padres en diferentes ocasiones y de muchas
maneras, por medio de los profetas, nos ha hablado últimamente por su Hijo
Jesucristo[3]. Por donde claramente se ve que ninguna
religión puede ser verdadera fuera de aquella que se funda en la palabra
revelada por Dios, revelación que comenzada desde el principio, y continuada
durante la Ley Antigua, fue perfeccionada por el mismo Jesucristo con la Nueva
Ley. Ahora bien: si Dios ha hablado -y que haya hablado lo comprueba la
historia- es evidente que el hombre está obligado a creer absolutamente la
revelación de Dios. Y con el fin de que cumpliésemos bien lo uno y lo otro,
para gloria de Dios y salvación nuestra, el Hijo Unigénito de Dios fundó en la
tierra su Iglesia.
8. La única Religión revelada es la de la Iglesia
Católica.
Así pues,
los que se proclaman cristianos es imposible no crean que Cristo fundó una
Iglesia, y precisamente una sola. Más, si se pregunta cuál es esa Iglesia
conforme a la voluntad de su Fundador, en esto ya no convienen todos. Muchos de
ellos, por ejemplo, niegan que la Iglesia de Cristo haya de ser visible, a lo
menos en el sentido de que deba mostrarse como un solo cuerpo de fieles, concordes
en una misma doctrina y bajo un solo magisterio y gobierno. Estos tales
entienden que la Iglesia visible no es más que la alianza de varias comunidades
cristianas, aunque las doctrinas de cada una de ellas sean distintas.
Sociedad perfecta, externa, visible. Pero es lo
cierto que Cristo Nuestro Señor instituyó su Iglesia como sociedad perfecta,
externa y visible por su propia naturaleza, a fin de que prosiguiese
realizando, de allí en adelante, la obra de salvación del género humano, bajo
la guía de una sola cabeza[4], con magisterio de viva voz[5] y por medio de la administración de
los sacramentos[6], fuente de la gracia divina; por eso en
sus parábolas afirmó que era semejante a un reino[7], a una casa[8], a un aprisco[9], y a una grey[10]. Esta Iglesia, tan maravillosamente
fundada, no podía ciertamente cesar ni extinguirse, muertos su Fundador y los
Apóstoles que en un principio la propagaron, puesto que a ella se la había
confiado el mandato de conducir a la eterna salvación a todos los hombres, sin
excepción de lugar ni de tiempo: “Id, pues, e instruid a todas las naciones”[11]. Y en el cumplimiento continuo de este
oficio, ¿acaso faltará a la Iglesia el valor ni la eficacia, hallándose
perpetuamente asistida con la presencia del mismo Cristo, que solemnemente le
prometió: “He aquí que yo estaré siempre con vosotros, hasta la consumación de
los siglos”?[12] Por tanto, la Iglesia de
Cristo no sólo ha de existir necesariamente hoy, mañana y siempre, sino también
ha de ser exactamente la misma que fue en los tiempos apostólicos, si no
queremos decir ‑y de ello estamos muy lejos‑ que Cristo Nuestro Señor no ha
cumplido su propósito, o se engañó cuando dijo que las puertas del infierno no
habían de prevalecer contra ella[13].
9. Un error capital del movimiento ecuménico en la
pretendida unión de iglesias cristianas.
Y aquí se
Nos ofrece ocasión de exponer y refutar una falsa opinión de la cual parece
depender toda esta cuestión, y en la cual tiene su origen la
múltiple acción y confabulación de los no católicos que trabajan, como hemos
dicho, por la unión' de las iglesias cristianas. Los autores de este proyecto
no dejan de repetir casi infinitas veces las palabras de Cristo: “Sean todos
una misma cosa... Habrá un solo rebaño, y un solo pastor”[14], mas de tal manera las entienden, que,
según ellos, sólo significan un deseo y una aspiración de Jesucristo, deseo que
todavía no se ha realizado. Opinan, pues, que la unidad de fe y de gobierno,
nota distintiva de la verdadera y única Iglesia de Cristo, no ha existido casi
nunca hasta ahora, y ni siquiera hoy existe: podrá, ciertamente, desearse, y
tal vez algún día se consiga, mediante la concorde impulsión de las
voluntades; pero entre tanto, habrá que considerarla sólo como un ideal.
“La
división” de la Iglesia. Añaden que la Iglesia, de suyo o por su propia
naturaleza, está dividida en partes; esto es, se halla compuesta de varias
comunidades distintas, separadas todavía unas de otras, y coincidentes en
algunos puntos de doctrina, aunque discrepantes en lo demás, y cada una con los
mismos derechos exactamente que las otras; y que la Iglesia sólo fue única y
una, a lo sumo desde la edad apostólica hasta tiempos de los primeros Concilios
Ecuménicos. Sería necesario pues ‑dicen‑, que, suprimiendo y dejando a un lado
las controversias y variaciones rancias de opiniones, que han dividido hasta
hoy a la familia cristiana, se formule, se proponga con las doctrinas restantes
una norma común de fe, con cuya profesión puedan todos no ya reconocerse, sino
sentirse hermanos. Y cuando las múltiples iglesias o comunidades están unidas
por un pacto universal, entonces será cuando puedan resistir sólida y
fructuosamente los avances de la impiedad...
“Esto es así tomando las
cosas en general, Venerables Hermanos; mas hay quienes afirman y conceden que
el llamado Protestantismo ha desechado demasiado desconsiderablemente ciertas
doctrinas fundamentales de la fe y algunos ritos del culto externo ciertamente
agradables y útiles, los que la Iglesia Romana por el contrario aún conserva;
añaden sin embargo en el acto, que ella ha obrado mal porque corrompió la
religión primitiva por cuanto agregó y propuso como cosa de fe algunas
doctrinas no sólo ajenas sino más bien opuestas al Evangelio, entre las cuales
se enumera especialmente el Primado de jurisdicción que ella adjudica a Pedro y
a sus sucesores en la Sede Romana.
En el número de aquellos, aunque no sean muchos,
figuran también los que conceden al Romano Pontífice cierto Primado de honor o
alguna jurisdicción o potestad de la cual creen, sin embargo, que desciende no
del derecho divino sino de cierto consenso de los fieles. Otros en cambio aún
avanzan a desear que el mismo Pontífice presida sus asambleas las que pueden
llamarse “multicolores”. Por lo demás, aun cuando podrán encontrarse a muchos
no católicos que predican a pulmón lleno la unión fraterna en Cristo, sin
embargo, hallarás pocos a quienes se ocurre que han de sujetarse y obedecer al
Vicario de Jesucristo cuando enseña o manda y gobierna. Entretanto aseveran que
están dispuestos a actuar gustosos en unión con la Iglesia Romana, naturalmente
en igualdad de condiciones jurídicas, o sea de iguales a igual: mas si pudieran
aduar no parece dudoso de que lo harían con la intención de que por un pacto o convenio
por establecerse tal vez, no fueran obligados a abandonar sus opiniones que
constituyen aun la causa por qué continúan errando y vagando fuera de¡ único
redil de Cristo”.
10. La Iglesia Católica no puede participar en
semejantes uniones.
Siendo todo esto así, claramente se ve que ni la
Sede Apostólica puede en manera alguna tener parte en dichos Congresos, ni de
ningún modo pueden los católicos favorecer ni cooperar a semejantes intentos; y
si lo hiciesen, darían autoridad a una falsa religión cristiana, totalmente
ajena a la única y verdadera Iglesia de Cristo.
11. La verdad revelada no ahíte transacciones.
¿Y habremos Nos de sufrir ‑cosa que sería por todo
extremo injusta‑ que la verdad revelada por Dios se rindiese y entrase en
transacciones? Porque de lo que ahora se trata es de defender la verdad
revelada. Para instruir en la fe evangélica a todas las naciones envió Cristo
por el mundo todo a los Apóstoles, y para que éstos no errasen en nada, quiso
que el Espíritu Santo les enseñase previamente toda la verdad[15]; ¿y acaso esta doctrina de
los Apóstoles ha descaecido de¡ todo, o siquiera se ha debilitado alguna vez en
la Iglesia, a quien Dios mismo asiste dirigiéndola y custodiándola? Y si
nuestro Redentor manifestó expresamente que su Evangelio no sólo era para los
tiempos apostólicos, sino también para las edades futuras, ¿habrá podido
hacerse tan obscura e incierta la doctrina de la Fe, que sea hoy conveniente
tolerar en ella hasta las opiniones contrarias entre sí? Si esto fuese verdad,
habría que decir también que el Espíritu Santo infundido en los Apóstoles, y la
perpetua permanencia del mismo Espíritu en la Iglesia, y hasta la misma
predicación de Jesucristo, habría perdido hace muchos siglos toda utilidad y
eficacia; afirmación que sería ciertamente blasfema.
12. La Iglesia Católica depositaria infalible de la
verdad.
Ahora bien: cuando el Hijo Unigénito de Dios mandó
sus legados que enseñasen a todas las naciones, impuso a todos los hombres la
obligación de dar fe a cuanto les fuese enseñado por los testigos predestinados
por Dios[16]; obligación que sancionó de este modo:
el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere será
condenado[17]. Pero ambos preceptos de Cristo, uno de
enseñar y otro de creer, que no pueden dejar de cumplirse para alcanzar la
salvación eterna, no pueden siquiera entenderse si la Iglesia no propone,
íntegra y clara, la doctrina evangélica y si al proponerla no está ella exenta
de todo peligro de equivocarse. Acerca de lo cual van extraviados también los
que creen que sin duda existe en la tierra el depósito de la verdad, pero que
para buscarlo hay que emplear tan fatigosos trabajos, tan continuos estudios y
discusiones, que apenas basta la vida de un hombre para hallarlo y disfrutarlo:
como si el benignísimo Dios hubiese hablado por medio de los Profetas y de su
Hijo Unigénito para que lo revelado por éstos sólo pudiesen conocerlo unos
pocos, y ésos ya ancianos; y como si esa revelación no tuviese por fin enseñar
la doctrina moral y dogmática, por lo cual se ha de regir el hombre durante
todo el curso de su vida moral.
13. Sin fe, no hay verdadera caridad.
Podrá parecer que dichos “pancristianos”, tan atentos
a unir las iglesias, persiguen el fin nobilísimo de fomentar la caridad entre
todos los cristianos. Pero, ¿cómo es posible que la caridad redunde en daño de
la fe? Nadie, ciertamente, ignora que San Juan, el Apóstol mismo de la caridad,
el cual en su Evangelio parece descubrirnos los secretos de¡ Corazón Santísimo
de Jesús, y que solía inculcar continuamente a sus discípulos el nuevo precepto
Amaos los unos a otros, prohibió absolutamente todo trato y comunicación con
aquellos que no profesasen, íntegra y pura, la doctrina de Jesucristo: Si
alguno viene a vosotros .y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, y ni
siquiera le saludéis[18]. Siendo, pues, la fe íntegra y sincera,
como fundamento y raíz de la caridad, necesario es que los discípulos de Cristo
estén unidos principalmente con el vínculo de la unidad de fe.
14. Unión irrazonable.
Por tanto, ¿cómo es posible imaginar una
confederación cristiana, cada uno de cuyos miembros pueda, hasta en materias de
fe, conservar su sentir y juicio propios aunque contradigan al juicio y sentir
de los demás? ¿Y de qué manera, si se nos quiere decir, podrían formar una sola
y misma Asociación de fieles los hombres que defienden doctrinas contrarias,
como, por ejemplo, los que afirman y los que niegan que la sagrada Tradición es
fuente genuina de la divina Revelación; los que consideran de institución
divina la jerarquía eclesiástica, formada de Obispos, presbíteros y servidores
del altar, y los que afirman que esa jerarquía se ha introducido poco a poco
por las circunstancias de tiempos y de cosas; los que adoran a Cristo realmente
presente en la Sagrada Eucaristía por la maravillosa conversión del pan y del
vino, llamada "transubstanciación", y los que afirman que el Cuerpo
de Cristo está allí presente sólo por la fe, o por el signo y virtud del
Sacramento; los que en la misma Eucaristía reconocen su doble naturaleza de
sacramento y sacrificio, y los que sostienen que sólo es un recuerdo o
conmemoración de la Cena del Señor; los que estiman buena y útil la suplicante
invocación de los Santos que reinan con Cristo, sobre todo de la Virgen Maria
Madre de Dios, y la veneración de sus imágenes, y los que pretenden que tal
culto es ilícito por ser contrario al honor del único Mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo?[19]
15. Resbaladero hacia el indiferentismo y el
modernismo.
Entre tan
grande diversidad de opiniones, no sabemos cómo se podrá abrir camino para
conseguir la unidad de la Iglesia, unidad que no puede nacer más que de un solo
magisterio, de una sola ley de creer y de una sola fe de los cristianos. En
cambio, sabemos, ciertamente, que de esta diversidad de opiniones es fácil el
paso al menosprecio de toda religión o “indiferentismo”, o el llamado
"modernismo", con el cual los que están desdichadamente inficionados,
sostienen que la verdad dogmática no es absoluta sino relativa, o sea,
proporcionada a las diversas necesidades de lugares y tiempos, y a las varias
tendencias de los espíritus, no hallándose contenida en una revelación
inmutable, sino siendo de suyo acomodable a la vida de los hombres.
Además, en lo que concierne
a las cosas que han de creerse, de ningún modo es lícito establecer aquella
diferencia entre las verdades de la fe que llaman fundamentales y no
fundamentales, como gustan decir ahora, de las cuales las primeras deberían ser
aceptadas por todos, las segundas, por el contrario, podrían dejarse al libre
arbitrio de los fieles; pues la virtud de la fe tiene su causa formal en la
autoridad de Dios revelador que no admite ninguna distinción de esta suerte.
Por eso, todos los que verdaderamente con de Cristo prestarán la misma fe al
dogma de la Madre de Dios concebida sin pecado original, como, por ejemplo, al
misterio de la Augusta Trinidad; creerán con la misma firmeza en el Magisterio
infalible de Romano Pontífice, en el mismo sentido con que lo definiera el
Concilio Ecuménico del Vaticano, como en la Encarnación del Señor.
No porque
la Iglesia sancionó con solemne decreto y definió las mismas verdades de un
modo distinto en diferentes edades o en edades poco anteriores han de tenerse
por igualmente ciertas ni creerse del mismo modo. ¿No las reveló todas Dios?
Pues, el
Magisterio de la Iglesia, el cual, por designio divino fue constituido en la
tierra a fin de que las doctrinas reveladas perdurasen incólumes para siempre y
llegasen con mayor facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres aun
cuando el Romano Pontífice y los Obispos que viven en unión con él, lo ejerzan
diariamente, se extiende, sin embargo, al oficio de proceder oportunamente con
.solemnes ritos y decretos a la definición de alguna verdad, especialmente
entonces cuando a los errores e impugnaciones de los herejes deben más
eficazmente oponerse o inculcarse en los espíritus de los fieles, más clara y
sutilmente explicados, puntos de la sagrada doctrina.
Mas por
ese ejercicio extraordinario del Magisterio no se introduce, naturalmente,
ninguna invención, ni se añade ninguna novedad al acervo de aquellas verdades
que en el depósito de la revelación, confiado por Dios a la Iglesia, no estén
contenidas, por lo menos implícitamente, sino que se explican aquellos puntos
que tal vez para muchos aún parecen permanecer oscuros o se establecen como
cosas de fe los que algunos han puesto en tela de juicio.
16. La única manera de unir a todos los cristianos.
Bien
claro se muestra, pues, Venerables Hermanos, por qué esta Sede Apostólica no ha
permitido nunca a los suyos que asistan a los citados congresos de acatólicos;
porque la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que
procurando el retorno a los disidentes a la única y verdadera Iglesia de
Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y
verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen, y que por la voluntad de su
Fundador debe permanecer siempre tal cual. El mismo la fundó para la salvación
de todos. Nunca, en el transcurso de los siglos, se contaminó esta mística
Esposa de Cristo, ni podrá contaminarse jamás, como dijo bien San Cipriano: No
puede adulterar la Esposa de Cristo; es incorruptible y fiel. Conoce una sola
casa y custodia con casto pudor la santidad de una sola estancia[20]. Por eso se maravillaba con razón el
santo Mártir de que alguien pudiese creer que esta unidad, fundada en la divina
estabilidad y robustecida por medio de celestiales sacramentos, pudiese
desgarrarse en la Iglesia, y dividirse por el disentimiento de las voluntades
discordes[21]. Porque siendo el cuerpo místico
de Cristo, esto es, la Iglesia, uno[22], compacto y conexo[23], lo mismo que su cuerpo físico, necedad
es decir que el cuerpo místico puede constar de miembros divididos y separados;
quien, pues, no está unido con él no es miembro suyo, ni está unido con su
cabeza, que es Cristo[24].
17. La obediencia al Romano Pontífice.
Ahora bien, en esta única Iglesia de Cristo nadie
vive y nadie persevera, que no reconozca y acepte con obediencia la suprema
autoridad de Pedro y de sus legítimos sucesores. ¿No fue acaso Obispo de Roma a
quien obedecieron, como a sumo Pastor de las almas, los ascendientes de
aquellos que hoy yacen anegados en los errores de Focio, y de otros novadores?
Alejáronse ¡ay! los hijos de la casa paterna, que no por eso se arruinó ni
pereció, sostenida como está perpetuamente por el auxilio de Dios. Vuelvan, pues,
al Padre común, que olvidando las injurias inferidas ya a la Sede Apostólica,
los recibirá amantísimamente. Porque, si, como ellos repiten, desean
asociarse a Nos y a los Nuestros, ¿por qué no se apresuran a venir a la
Iglesia, madre y maestra de todos los fieles de Cristo[25]. Oigan cómo clamaba en otro tiempo
Lactancio: Sólo la Iglesia católica es la que conserva el culto verdadero. Ella
es la fuente de la verdad, la morada de la Fe, el templo dé Dios;
quienquiera que en él no entre o de él salga, perdido ha la esperanza de vida y
de salvación, menester es que nadie se engañe a sí mismo con pertinaces
discusiones. Lo que aquí se ventila es la vida y la salvación; a la cual si no
se atiende con diligente cautela, se perderá y se extinguirá[26].
18. Llamamiento alas sedas disidentes.
Vuelvan, pues, a la Sede apostólica, asentada en
esta ciudad de Roma, que consagraron con su sangre los Príncipes de los
Apóstoles San Pedro y San Pablo, a la Sede raíz y matriz de la Iglesia Católica[27]; vuelvan los hijos disidentes, no ya con
el deseo y la esperanza de que la Iglesia de Dios vivo, la columna y el sostén
de la verdad[28], abdique de la integridad de su fe, y
consienta los errores de ellos, sino para someterse al magisterio y al gobierno
de ella. Pluguiese al Cielo alcanzásemos felizmente Nos, lo que no alcanzaron
tantos predecesores Nuestros: el poder abrazar con paternales entrañas a los
hijos que tanto nos duele ver separados de Nos por una funesta división.
Plegaria a Cristo y a María.
Y ojalá
Nuestro Divino Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y
vengan al conocimiento de la verdad[29], oiga Nuestras ardientes oraciones para
que se digne llamar a la unidad de la Iglesia a cuantos están separados de
ella.
Con este
fin, sin duda importantísimo, invocamos y queremos que se invoque la
intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Divina Gracia,
debeladora de todas las herejías y Auxilio de los cristianos, para que cuanto
antes nos alcance la gracia de ver alborear el deseadísimo día en que todos los
hombres oigan la voz de su divino Hijo, y conserven la unidad del Espíritu
Santo con el vínculo de la paz[30].
19. Conclusión y Bendición Apostólica.
Bien comprendéis, Venerables Hermanos, cuánto deseamos Nos este
retorno, y cuánto anhelamos .que así lo sepan todos Nuestros hijos, no
solamente los católicos, sino también los disidentes de Nos; los cuales, si
imploran humildemente las luces de! cielo, reconocerán, sin duda, a la
verdadera Iglesia de Cristo, y entrarán, por fin, en su seno, unidos con Nos en
perfecta caridad. En espera de tal suceso, y como prenda y auspicio de los
divinos favores, y testimonio de Nuestra paternal benevolencia, a vosotros.
Venerables Hermanos, y a vuestro Clero y pueblo, os concedemos de todo corazón
la Apostólica Bendición.
Dado en san Pedro de Roma
el día 6 de enero, fiesta de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, el año
1928, sexto de Nuestro Pontificado.
Pío
PAPA XI, Carta Encíclica “Mortalium Animos”, 6 de enero de 1928.
[26] Lactancio Div. Inst. 4, 30 (Corp. Ser.
E. Lat., vol. 19, pág. 397, 11-12; Migne Pl. 6, col 542-B a 543-A)