I. Aclaración.
Queremos
ante todo aclarar que el INFIP es una asociación civil sin fines de lucro,
laica, no confesional, integrada en su inmensa mayoría por católicos,
pertenecientes a una Nación cristiana.
Esa
pertenencia no puede dejarnos indiferentes ante diversos escándalos que causan
confusión y hasta pueden hacer tambalear la fe de algunas personas. Este es el
motivo de la presente.
II. Judas, Pedro,
Tomás, nosotros.
Cristo, la segunda persona de la Santísima
Trinidad, se encarnó en el seno de la Virgen María y nos trajo el Evangelio,
la Buena Nueva que predicó durante los años de su vida pública. Eligió 12
apóstoles y los formó, los preparó para continuar su obra, para anunciar a
todos los hombres, el Reino de Dios. Sin embargo, uno de ellos, Judas,
lo traicionó, lo vendió por 30 monedas. Otro, Pedro, la piedra sobre
la cual se edificaría la Iglesia, lo negó tres veces, para luego
arrepentirse, llorar su traición y cobardía y morir mártir. Entre los dos, con
finales muy distintos, tenemos un buen porcentaje 1/6. Y si agregamos al patrono
de los positivistas, al incrédulo y después arrepentido, Tomás Apóstol,
el porcentaje se incrementa a ¼. Pero, también nosotros, con diversa
gravedad, traicionamos a Cristo todos los días cuando pecamos. Lo
traicionamos, lo despreciamos, lo negamos, lo olvidamos.
III. La Iglesia
Católica.
La
Iglesia Católica Romana es una inmensa comunidad. Es, como rezamos en el Credo,
una, santa, católica y apostólica.
La
Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo y del mismo no son excluidos los
pecadores, pues como
enseña Pío XII, “la infinita misericordia de nuestro Redentor no niega ahora un
lugar en su Cuerpo místico a quienes en otro tiempo no negó la participación
en el convite (Mateo, 9, 11; Marcos 2, 16; Lucas, 15, 2). Puesto que no
todos los pecados, aunque graves, separan por su misma naturaleza al hombre del
Cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cisma, la herejía o la apostasía”
(Encíclica “Mystici Corporis Christi”, 19).
Más
adelante, Pío XII se refiere a la Iglesia “mancillada en sus miembros”, incluso
“en los más altos miembros del Cuerpo Místico”, y si algunos “están aquejados
de enfermedades espirituales, no es esta razón para que disminuya nuestro amor
a la Iglesia, sino más bien que aumente nuestra compasión hacia sus miembros”
(57).
IV. La Iglesia Católica
en la historia.
Dentro
de la Iglesia a lo largo de la historia existieron crímenes espantosos
perpetrados por muchos “altos miembros”, pero existe uno que queremos destacar, porque entendemos
que fue la mayor injusticia judicial de todos los tiempos, después del juicio a
Cristo.
En el
año 897, con el inicuo juicio al Papa Formoso, encontramos un hito de
abominación en el Papado.
Fue su sucesor Esteban VI, quien organizó un tribunal eclesiástico para
juzgarlo. Hizo comparecer a la momia de Formoso y un diácono, como gestor de
negocios, contestaba las preguntas que Esteban VI hacía a su antecesor. Como
sucede en tantos juicios en la Argentina de hoy, se conocía el resultado antes
de la sentencia: Formoso fue condenado y su cadáver arrojado al Tíber.
Poco le
duró la victoria al vil pontífice; se sublevaron contra él los partidarios de
Formoso y lo estrangularon.
Como
comenta Ricardo García Villoslada: “Si la Iglesia no naufragó en aquella
tormenta fue porque su Fundador la hizo inmortal y le dio promesa infalible de
perpetuidad. Al ver tan patente el elemento humano y corruptible de la
Iglesia, todo cristiano que reflexione y medite verá más refulgente el elemento
divino de la misma, y en vez de escandalizarse, sentirá que se le robustece
la fe y la confianza en Dios, ni podrá menor que admirar el poder de Cristo,
que aun por medio de vicarios suyos tan indignos continúa llevando a cabo, sin
sombra de error, la redención y santificación del mundo” (“Historia de la
Iglesia Católica”, B.A.C., Madrid, 1958, T. II, p. 132)
V. Una novela de
Boccaccio.
Pasaron
muchos años y en pleno siglo XIV, Giovanni Boccaccio, escribió una novela en “El
Decamerón”, que ilustra otra época de gran corrupción en las más altas
esferas eclesiásticas.
Un
cristiano piadoso y apostólico, Giannotto de Sivigni, tenía un amigo judío
llamado Abraham, hombre recto y leal. A través de largas conversaciones el
cristiano trataba de convertir al judío, quien un día, le dijo que iría a Roma
para ver cómo funcionaba la cúpula de la Iglesia. Si comprobaba la concordancia
de la fe con las obras se convertiría.
Conociendo
la corrupción reinante en esa cúpula, Giannotto se entristeció: todos sus
esfuerzos habían sido inútiles.
Abraham
montó a caballo y fue a la corte de Roma donde pudo observar como reinaban
la lujuria, la sodomía, la gula, la ebriedad, la simonía, la glotonería;
una vez que le pareció suficiente volvió a París.
Días
después Giannotto se llevó la gran sorpresa: después de todo lo visto y oído,
el judío quería ser cristiano, con un argumento definitivo. No pudo observar en
los clérigos santidad, devoción, buenas obras o ejemplos de vida y agregó: “opino
que vuestro pastor, y por ende todos los demás, se esfuerzan con toda
solicitud, ingenio y arte, por reducir a nada y expulsar del mundo la cristiana
religión, cuando deberían ser su fundamento y sostén. Y como veo que no
ocurre lo que ellos procuran, sino que vuestra religión aumenta de continuo y
se hace más brillante y clara, me parece discernir que el Espíritu Santo es
su fundamento y sostén. Ahora, te declaro que por nada dejaré de ser
cristiano. Vamos, pues, a la iglesia, y que allá me bauticen según la costumbre
de vuestra santa fe” (Alianza Editorial, Buenos Aires, p. 27).
VI. La Iglesia Católica
y el Vaticano.
La
Iglesia, es una realidad religiosa; el Vaticano, es una realidad política, hoy un Estado, como lo fueron los
Estados Pontificios, cuyo Papa era Rey. La promesa de Cristo de perpetuidad es
para la Iglesia, según la palabras al instituir el primado: “tú eres Pedro
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella” (Mateo, 16, 18).
La “Barca
de Pedro” no se hundirá nunca, aunque pueden ahogarse sus navegantes, como
afirmó un Papa; pero la promesa de Cristo no es para el Estado del Vaticano,
que bien podría desaparecer; y menos para sus organismos, sus burócratas y sus
banqueros. No es para todos aquellos que allí y en los lugares más variados
del planeta, se sirven de la Iglesia, beben de su leche, la usan en su propio
beneficio, y muchas veces se enriquecen en perjuicio de Ella. Lamentablemente,
existen clérigos especialistas en rodearse de malandrines.
Cuando
Santo Tomás de Aquino, en la “Suma Teológica”, se ocupa del diezmo,
señala que su objeto es solventar los gastos del culto, la sustentación de
los ministros y la manutención de los pobres, pues como bien señala, “los
diezmos deben llegar como ayuda a los pobres a través de la administración de
los clérigos” (Suma Teológica, 2-2 q.87, a. 4), y cuando trata acerca de la
prodigalidad, enseña que los clérigos “son dispensadores de los bienes de la
Iglesia, patrimonio de los pobres, a quienes defraudan por sus prodigalidades”
(2-2, q. 119, a. 3).
Los
sacerdotes y a fortiori, los obispos, no deben ser ni avaros, ni
pródigos, sino generosos, practicando la liberalidad y la caridad, deben ser
medidos en sus propios gastos, ejemplos de austeridad personal, sin ser
simuladores de pobrezas. Y atención, que como ya advierte Aristóteles, “los
pródigos muy fácilmente acaban en lujuriosos”.
VII. Sacrilegios y
escándalos.
En estos
días sacrilegios y escándalos sacuden a la Nave de Pedro, algunos muy próximos.
Como miembros del Cuerpo Místico tiene que dolernos esta defección, esta
enfermedad moral de alguna de sus partes. Nuestro deber es rezar por la
Iglesia, que ya en la Antigüedad aparece como una anciana y que tiene muchas
heridas; y por nuestros Pastores, que a veces algunos de ellos, se parecen más
a lobos infiltrados en el rebaño. Y pedirle a Dios que transforme la
inteligencia y el corazón de los causantes de sacrilegios y escándalos para que
se arrepientan y vuelvan al redil.
Sin
embargo, una sencilla comparación nos debe ubicar en la realidad eclesial. Hoy
creemos que existen alrededor de 5400 obispos en todo el mundo y muchísimos
sacerdotes, religiosos y laicos consagrados, cuya inmensa mayoría son fieles a
su misión. No estamos peor que en los albores de la Iglesia; no estamos de ninguna
manera en los porcentajes antes señalados; los cristianos hoy, a pesar del
cómplice silencio mediático, enfrentan con valor la persecución en muchos
países musulmanes; crecen los mártires en África y en Asia, continentes donde
están el futuro y la esperanza de la Iglesia.
Sin
embargo, tenemos que reconocer las defecciones, las traiciones, las
confusiones, especialmente en Europa y en América toda.
VIII. Oración,
sacrificio, ejemplo.
Ante esta
realidad tan compleja invitamos a nuestros hermanos a la oración y al
sacrificio; exigimos a nuestros Pastores que se dediquen sin descanso y con
total entrega a aquello en lo que nadie los puede reemplazar: administrar los
sacramentos, celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, dar ejemplos de santidad
y valentía; que acaben con sus preocupaciones mundanas y los diálogos
estériles; que enseñen la palabra de Dios y el amor a Jesucristo; la
pedagogía de las Sagradas Escrituras es clarísima. Así, por ejemplo, donde hoy
el mundo dice “emparejamiento” o “inicio de relación convivencial”, la palabra
de Dios manda: no fornicar; así donde hoy se dice “matrimonio entre personas
del mismo sexo”, San Pablo afirma: “los entregó Dios a pasiones infames:
invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza… no solamente
las practican, sino que aprueban a quienes las cometen” (Romanos, 1, 26
y 32).
Y como
esos Pastores, “perros mudos”, en general no lo hacen, es nuestro deber
aclarar las cosas y renovar nuestro compromiso; pedirle a Dios que a través
de la Virgen María, la “Omnipotencia suplicante, que fortifique nuestra Fe y la
de tantos hermanos confundidos por los malos ejemplos y sumidos en la duda;
aumente nuestra Esperanza y avive el fuego de nuestra Caridad.
Buenos Aires, junio 25 de
2012.
Bernardino Montejano, Presidente.
Gerardo Palacios Hardy, Vicepresidente.