jueves, 17 de febrero de 2011

San Pío X y el Ecumenismo.


Cuando el 15 de julio de 1905, el Papa San Pío X mandó publicar el Catecismo Mayor, para la diócesis de Roma, quiso que fuera de carácter obligatorio tanto para el uso público como privado de la Provincia romana, y con el deseo de que a lo menos fuera un texto unificado para toda Italia.
En él pues, tenemos una guía segura y clara para la exposición de los rudimentos de nuestra fe, que, como ya he indicado, quiso el santo Papa que fuera de uso obligatorio en el corazón de la cristiandad.
En su apartado Breve noticia de la Historia Eclesiástica, encontramos algunos pasajes que ponen bien de manifiesto cuál es el carácter de los herejes y cismáticos y cómo ha obrado siempre la Iglesia respecto a ellos, y por lo tanto cuál debe ser el verdadero camino a seguir en el ecumenismo.
Paso a exponer algunos fragmentos de dicho Catecismo Mayor, en su versión castellana con aprobación pontificia publicada en Madrid el año 1906:

“Ya en los tiempos apostólicos había habido hombres perversos que, por interés y ambición, turbaban y corrompían en el pueblo la pureza de la fe con abominables errores. Opusiéronse a ellos los Apóstoles con la predicación, con los escritos y con las infalibles sentencias del primer Concilio que celebraron en Jerusalén”.

En el siglo V ya escribía San Vicente de Lerins: “fue costumbre muy arraigada siempre en la Iglesia, que cuanto más religioso era uno más pronto se mostraba en salir al encuentro de las nuevas invenciones” (Commo. VI, 2).
Es decir, que frente a los herejes que corrompían la fe de los sencillos, los Apóstoles se opusieron defendiendo la Santa Fe con palabras, escritos y condenas. Nada de diálogos con los “hermanos separados”.

“Desde entonces acá, no ha cesado el espíritu de las tinieblas en sus ponzoñosos ataques contra la iglesia y las divinas verdaderas de que es depositaria indefectible; y suscitando constantemente nuevas herejías, ha ido atentando uno tras otro contra todos los dogmas de la cristiana religión”.

El “espíritu de las tinieblas”. Ese es el maléfico inductor de todas las herejías.
El Protestantismo o religión reformada, como orgullosamente la llaman sus fundadores, es el compendio de todas las herejías que hubo antes de él, que ha habido después y que pueden aún nacer para la ruina de las almas”.
¡Para ruina de las almas, son las herejías!

“Con una lucha que dura sin tregua hace veinte siglos, no ha cesado la Iglesia Católica de defender el depósito sagrado de la verdad que Dios le ha encomendado y de amparar a los fieles contra la ponzoña de las heréticas doctrinas”.

La Iglesia desde siempre “lucha” no dialoga-, “defiende” –no entrega- el tesoro de la fe que Dios le ha confiado, y protege a los fieles del veneno de los herejes.

“A imitación de los Apóstoles, siempre que lo ha exigido la pública necesidad, la Iglesia, congregada en Concilio ecuménico o general, ha definido con toda claridad la verdad católica, la ha propuesto como dogma de fe a sus hijos y ha arrojado de su seno a los herejes, lanzando contra ellos la excomunión y condenando sus errores”.

Siempre en conformidad con los Santos Padres: “Anatematizar a aquellos que anuncian algo fuera de lo que ya ha sido una vez recibido, nunca dejó de ser necesario; nunca deja de ser necesario; nunca dejará de ser necesario” (S. Vicente de Lerins, Commo. IX, S)

“El concilio que condenó el protestantismo fue el Sacrosanto Concilio de Trento, denominado así por la ciudad donde se celebró. Herido con esta condenación, el protestantismo (…) encierra un amontonamiento, el más monstruoso, de errores privados e individuales, recoge todas las herejías y representa todas las formas de rebelión contra la Santa Iglesia Católica”.

Conclusión: Siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, la Iglesia siempre a condenado las herejías y expulsando de su seno a los herejes. Nada de diálogo, ni de “alabar la unidad en la legítima diversidad” del falso ecumenismo, o confraternizar públicamente en actos reprobables con los herejes.
El verdadero ecumenismo, la verdadera caridad con los que están en el error, es mostrarles la verdad plena, y rezar por ellos –no “con” ellos- para que se conviertan a la verdadera fe, tal y como rezaba toda la santa Iglesia en la sagrada liturgia del Viernes Santo:

“Oremos también por los herejes y cismáticos, para que Dios nuestro Señor los saque de todos sus errores, y se digne volverlos a la santa Madre Iglesia Católica y Apostólica”.

“Oremos también por los incrédulos judíos; para que Dios nuestro Señor aparten el velo de sus corazones, y, ellos también reconozcan a nuestro Señor Jesucristo”.

“Oremos también por los paganos, para que Dios Omnipotente quite la perversidad de sus corazones; y abandonando sus ídolos se conviertan al Dios vivo y verdadero y a su único Hijo y Señor nuestro Jesucristo”.

CONVERSIÓN de judíos, mahometanos y paganos; y RETORNO de herejes y cismáticos.
Esta sí es nuestra fe de siempre; la fe de los apóstoles; la fe que nos gloriamos de profesar.
¡Gloria y adoración sólo a Ti, Santísima Trinidad único y verdadero Dios!

José Andrés Segura Espada, Revista “Tradición Católica” nº 209. Enero-Febrero 2007.