Al término del Capítulo
General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, reunidos en torno
a la tumba de su venerado fundador, Mons. Marcel Lefebvre, y unidos a su
Superior General, nosotros los participantes, obispos, superiores y
miembros más antiguos de la Fraternidad, queremos hacer llegar al
cielo nuestras más vivas acciones de gracias por los cuarenta y dos años
de tan maravillosa protección divina sobre nuestra obra, en medio de una
Iglesia en total crisis y de un mundo que se aleja cada día más de Dios y
de su ley.
Expresamos nuestra profunda
gratitud a todos los miembros de la Fraternidad, sacerdotes, hermanos,
hermanas, terciarios, a las comunidades religiosas amigas, así como a los
queridos fieles por su dedicación diaria y por sus fervientes oraciones
con motivo de este Capítulo, que conoció intercambios francos y un
trabajo fructífero. Todos los sacrificios, todas las penas aceptadas
generosamente contribuyeron sin duda a superar las dificultades que la
Fraternidad ha enfrentado últimamente. Hemos vuelto a encontrar nuestra
unión profunda en su misión esencial: mantener y defender la fe católica,
formar buenos sacerdotes y trabajar en la restauración de la Cristiandad.
Hemos definido y aprobado las condiciones necesarias para una eventual
normalización canónica. Se estableció que en este caso, un Capítulo
extraordinario deliberativo sería convocado de antemano. Pero nunca hay
que olvidar que la santificación de las almas siempre comienza por
nosotros mismos. Es la obra de una fe animada y operante por medio de la
caridad, según las palabras de San Pablo: “Porque no tenemos
ningún poder contra la verdad, la tenemos solamente por la verdad” (2
Cor. 13:8) y además: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó
a sí mismo a ella… para que sea santa e inmaculada.” (Ef. 5:25 s)
El Capítulo considera que el
primer deber de la Fraternidad en el servicio que tiene la intención de
prestar a la Iglesia es continuar profesando, con la ayuda de Dios, la fe
católica en toda su pureza e integridad, con una determinación
proporcionada a los ataques que esta misma fe no deja de sufrir hoy.
Por lo tanto, nos parece oportuno
reafirmar nuestra fe en la Iglesia Católica Romana, única Iglesia
fundada por Nuestro Señor Jesucristo, fuera de la cual no hay salvación,
ni posibilidad de encontrar los medios que conducen a ésta; en su
constitución monárquica, querida por Nuestro Señor, que hace que el poder
supremo de gobierno sobre toda la Iglesia recaiga sólo sobre el
Papa, Vicario de Cristo en la tierra; en la realeza universal de Nuestro
Señor Jesucristo, creador del orden natural y sobrenatural, al cual todo
hombre y toda sociedad debe someterse.
Sobre todas las innovaciones del
Concilio Vaticano II que permanecen manchadas de errores y sobre las
reformas que de él han salido, la Fraternidad sólo puede continuar
adhiriendo a las afirmaciones y enseñanzas del Magisterio constante de la
Iglesia; ella encuentra su guía en este Magisterio ininterrumpido que,
por su acto de enseñanza, transmite el depósito revelado en perfecta
armonía con todo lo que la Iglesia toda ha creído siempre y en todo
lugar.
Asimismo, la Fraternidad
encuentra su guía en la Tradición constante de la Iglesia que
transmite y transmitirá hasta el final de los tiempos el conjunto de las
enseñanzas necesarias para mantener la fe y para la salvación, esperando
que un debate franco y serio sea posible, teniendo como finalidad el
retorno de las autoridades eclesiásticas a la Tradición.
Nos unimos a los otros católicos
perseguidos en los distintos países del mundo que sufren por la fe
católica, y muy a menudo hasta el martirio. Su sangre derramada en unión
con la Víctima de nuestros altares es la garantía de la renovación de la
Iglesia in capite et membris [En la cabeza y en sus
miembros], de acuerdo con el viejo adagio “sanguis martyrum semen
christianorum” [La sangre de los mártires es semilla de cristianos].
“Finalmente nos
dirigimos a la Virgen María, tan celosa de los privilegios de su Divino
Hijo, celosa de su gloria, de su Reino en la tierra como en el Cielo.
¡Cuántas veces ella ha intervenido en la defensa, incluso armada, de la
Cristiandad contra los enemigos del reino de nuestro Señor! Le suplicamos
que intervenga hoy para expulsar a los enemigos internos que tratan de
destruir la Iglesia más radicalmente que los enemigos externos. Que ella
se digne mantener en la integridad de la fe, en el amor de la Iglesia,
en la devoción al Sucesor de Pedro, a todos los miembros de la
Fraternidad San Pío X y a todos los sacerdotes y fieles que trabajan con
los mismos sentimientos, para que ella nos proteja y nos preserve tanto
del cisma como de la herejía.
Que San Miguel Arcángel nos
comunique su celo por la gloria de Dios y su fuerza para combatir al
demonio.
Que San Pío X nos haga
partícipes de su sabiduría, de su ciencia y de su santidad para discernir
la verdad del error y el bien del mal, en estos tiempos de confusión y de
mentiras.” (Mons. Marcel Lefebvre, Albano, 19 de octubre de 1983).
Ecône, 14 de julio 2012
Fuente: Dici