viernes, 30 de septiembre de 2011

Décimo aniversario.


El décimo aniversario del 9/11 vino y se fue el 11 de Septiembre, hace tres semanas. Aparentemente en los medios norteamericanos hubo tal torrente de sensiblería en esta ocasión que las lluvias torrenciales recientes en la costa Este parecieron, en comparación, un pequeño aguacero. Sin embargo, antes que el sólo hecho de hablar de este tema se vuelva “antisemítico”, preguntémonos con un comentarista norteamericano de innegable inteligencia e integridad, exactamente lo que fue la realidad de este evento.
El comentarista es el Dr. Paul Craig Roberts, quien anunció hace varios meses su retiro como escritor. Él había desistido por la carencia de lectores interesados en la verdad. Afortunadamente su retiro no duró mucho tiempo. Él dice la verdad y hay demasiado pocos como él por ahí. “En América el Respeto por la Verdad está Muerto” es el título de su artículo del 12 de Septiembre publicado en infowars.com. Como él lo sugiere, la pérdida del sentido de la verdad es el drama real, tanto del 9/11 como de los diez años subsiguientes, no solamente en los Estados Unidos, sino de hecho en el mundo entero.
El Dr. Roberts tiene una formación científica y como tal dice que fue totalmente convencido por las pruebas científicas presentadas en la reunión del 8 al 11 de Septiembre que tuvo lugar en la Universidad Ryerson, Toronto, Canadá, sobre los eventos del 9/11. Durante estos cuatro días de conferencias, distinguidos científicos, estudiosos, arquitectos e ingenieros, presentaron el fruto de sus investigaciones sobre los eventos del 9/11 (sus conclusiones tal vez todavía se pueden encontrar en http://www.ustream.tr/channel/thetorontohearings). El Dr. Roberts escribe que las investigaciones de ellos “han probado que el edificio WTC7 fue una clásica demolición controlada y que dispositivos incendiarios y explosivos derrumbaron las Torres Gemelas. No queda ninguna duda al respecto. Cualquiera que declare lo contrario no tiene bases científicas que lo respalden. Los que creen en la versión oficial creen en un milagro que desafía las leyes de la física”.
El Dr. Roberts cita algunas de las muchas pruebas científicas presentadas en Canadá, por ejemplo el descubrimiento reciente de nano-termita (mezcla de aluminio pulverizado y un óxido metálico de un explosivo) en el polvo producido por el derrumbe de las Torres. Escribe pero que “la intención criminal así revelada es tan contundente que la mayoría de los lectores la encontrarán como un desafío a su fortaleza emocional y mental”. La propaganda del gobierno y los “presstitutos” medios tienen tal agarre sobre nuestras mentes que la mayoría de la gente seriamente piensa que solamente “los locos de la teoría de la conspiración” pueden poner en duda la versión del gobierno. Los hechos, la ciencia y la evidencia ya no cuentan mas para nada (¡Alguien que conozco sufrió por esto!). El Dr. Roberts cita a un Profesor de Derecho de Chicago y Harvard proponiendo incluso que ¡basarse en los hechos para dudar de la propaganda gubernamental es algo que tiene que ser silenciado!
G. K. Chesterton dijo una vez una frase famosa, que cuando la gente deja de creer en Dios, ya no creen en nada, sino creerán en cualquier cosa. Lo más grave de todo es que entre los muchos millones de perdedores de la verdad del 9/11, están los Católicos que no pueden o no quieren aceptar la evidencia de que el 9/11 fue un trabajo hecho en casa, que no pueden o no quieren ver las dimensiones verdaderamente religiosas del triunfo mundial que tal mentira como la del 9/11 representa para lavarnos la cabeza. Que tales Católicos tengan cuidado. Puede parecer una insensata exageración decir que ellos corren peligro de perder la Fe, pero, ¿no tenemos el ejemplo aterrador de lo que acaba de ocurrirnos con el Concilio Vaticano II? ¿Acaso no fue en la década de 1960 cuando un muy grande número de Católicos miraron con tanta simpatía al mundo moderno que pensaron que su Iglesia tendría que adaptarse a él? ¿No fue el Vaticano II el resultado? ¿Qué hizo éste con la Fe de ellos?

Kyrie eleison.

Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison” Nº 220, 1 de Octubre de 2011.

Por cierto, el autor mencionado por Mons. Williamson, no es el único prestigioso que cuestiona la versión oficial de los hechos. Aquí ahy otros testimonios de personaes importantes vinculados con la política:


La mentira del 11-S expuesta por el Parlamento Europeo.




Parlamento japonés expone la mentira del 11 de septiembre.

martes, 27 de septiembre de 2011

Conferencia en mp3: “El Limbo”.


Descargar en mp3:
R.P. José María Mestre Roc

¿Dónde van las almas de los que mueren sin la posibilidad del bautismo y sin el uso de razón? ¿Cuál es el destino de los niños que mueren por el aborto? La tradición de la Iglesia enseña que existe un lugar llamado Limbo, que allí van las almas que mueren sin haber recibido el santo Bautismo y que, en consecuencia, carecen de la visión beatífica. Por eso, el católico de hoy, es quién debe estar más que nunca en la lucha contra el nefasto crimen del aborto, ya que de cometerse, no sólo se mata una creatura inocente sin posibilidades de defenderse, sino que también, y mucho más grave todavía, se le cierran totalmente las puertas al Cielo, las puertas hacia la visión de Dios mismo.
Si bien no es un dogma de fe definido (aunque muy cerca de serlo), inspirado en la Tradición y siguiendo el espíritu de los Santos Padres, el Magisterio y los catecismos de la Iglesia católica, han enseñado la existencia del Limbo en varias ocasiones.
La Comisión Teológica Internacional emitió un documento titulado “Destino de los niños que mueren sin bautizar es el Cielo”, que señala afirma -entre otras cosas- que el Limbo de los niños es una “hipótesis posible” inspirada en una “visión excesivamente restrictiva de la salvación”. Si bien el documento emitido por la Comisión Teológica Internacional, dice no negar el dogma del Pecado Original, la negación de la existencia del Limbo (aunque mitigada) traería consecuencias nefastas para el Dogma del Pecado Original.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Películas sobre la crisis.


Dos películas interesantes ya han aparecido sobre el advenimiento en Estados Unidos de la crisis financiera y económica, que desde el 2008 ha estado amenazando con arruinar subrepticiamente todo el modo de vida de Occidente. Ambas películas están bien hechas. Ambas son persuasivas. Sin embargo una dice que los banqueros son héroes mientras que la otra dice que son villanos. Si la sociedad occidental debe tener algún futuro, la contradicción amerita reflexión.
La película documental Inside Job consiste en una serie de entrevistas con banqueros, políticos, economistas, hombres de negocio, periodistas, intelectuales, consejeros financieros, etc. Emerge de esto un panorama aterrador de codicia y confabulación para el fraude en la cima de la sociedad americana en todos esos campos. La libre empresa fue la justificación para abolir el control sobre actividades financieras durante las décadas de 1980 y 1990, que otorgó a los hombres de dinero constantemente más poder hasta que lograron poner bajo su control a todos los políticos o periodistas o académicos influyentes. De tal modo que todavía está en marcha el despiadado proceso de saqueo de las clases media y trabajadora. La ira de las víctimas va creciendo hacia una explosión, pero, al menos por el momento, los hombres de dinero no pueden dejar de saciarse del bebedero que ellos mismos tan bien han planeado para su propio provecho. “La codicia es buena. Hace que el mundo funcione”, dicen los banksters (banqueros-gangsters).
En la segunda película Too Big to Fail, se reproducen los eventos dramáticos del otoño 2008 nucleados en el colapso de Lehmann Brothers, uno de los principales bancos de inversión en Nueva York. Hank Paulson, entonces Secretario del Tesoro de Estados Unidos, aparece haciendo una clásica decisión de libre empresa, rechazando el salvataje gubernamental dejando así caer en bancarrota a Lehman Brothers. Pero el resultado es una sacudida tan fuerte para la comunidad financiera global, amenazando derrumbar el comercio y las finanzas mundiales, a punto tal que Paulson y sus camaradas del gobierno con la ayuda de todos los banqueros principales de Nueva York, tienen que persuadir al Congreso de Estados Unidos para que apruebe un salvataje por parte de los contribuyentes a favor de los grandes bancos a los cuales no se les puede permitir caer. Y, justo a tiempo, él lo logra. El sistema está salvado. El gobierno y los banqueros son los héroes del día. Una vez más se comprueba que el capitalismo es la maravilla que siempre sabíamos que era - ¡Gracias a la intervención socialista!
Entonces, los banqueros, ¿son héroes o villanos? Respuesta, héroes a corto plazo, lo cual es mucho decir, ciertamente villanos a largo plazo porque se necesita muy poco sentido común para comprender que debido a que toda sociedad necesita del altruismo, ninguna sociedad puede construirse sobre la codicia, es decir el egoísmo. En toda sociedad siempre habrá los que tienen y los que no tienen (ver Jn.XII, 8). Los dirigentes de la sociedad que tienen el dinero y el poder absolutamente deben  cuidar a las masas que no tienen ni el uno ni el otro, de otra manera habrá revolución y caos. Naturalmente, los globalistas están contando con el caos de mañana para que les dé el poder mundial al día siguiente, pero, aunque ellos pueden proponer, es Dios quien dispone.
Mientras tanto, los Católicos y cualquiera a quien le importe el futuro, tendrían que ver estas dos películas y entonces proponerse a sí mismos algunas preguntas incómodas acerca del capitalismo y la libre empresa. ¿Por cuál prodigio el capitalismo podía ser salvado esta vez solamente por el socialismo? ¿Es el gobierno entonces realmente tan malo? ¿Es el capitalismo realmente tan bueno? ¿Cómo una sociedad puede depender de hombres codiciosos para sobrevivir? ¿Como pudo la sociedad haber caído en tal dependencia? Y, ¿hay alguna señal en este momento de que alguien se esté haciendo tales preguntas? O, ¿es que el culto de todos al becerro de oro  -llamemos a las cosas por su nombre- prosigue desenfrenado?
A menos que Jesucristo absuelva a los hombres de sus pecados por medio de sus sacerdotes, ningún sistema de sociedad posterior a la Encarnación puede en última instancia funcionar. El capitalismo solamente se mantuvo como parásito del Catolicismo de siglos precedentes. El Catolicismo, ¿está agotado? ¡El capitalismo está muriendo!                                                                          

Kyrie eleison.

Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison” Nº 219, 24 de septiembre del 2011.

sábado, 24 de septiembre de 2011

De la Iglesia perseguida.



No soy de ver televisión pero, en ciertas ocasiones, me toca hacerlo. Hace unos días, en un programa periodístico argentino, se debatía tristemente el tema del aborto. Había un panel de tres mujeres, las cuales, sostenían tres posturas diferentes: una era la tibia, perteneciente a un partido político, que intentaba ser lo más “políticamente correcta” y que defendía la postura abortista en casos excepcionales, como en el caso de una violación a una deficiente mental. La otra panelista, era aquella radicalmente abortista que va por toda la legalización del aborto en cualquier circunstancia; y la tercera, era quién decía que cualquier tipo de aborto, se practicase como se practicase, estaba mal ¿A qué voy con todo esto, si el artículo que pretendo presentar trata de la persecución a la Iglesia? Bien, en un momento, uno de los periodistas encargados de preguntar a las diferentes posturas, atacó a la tercera panelista, la que defendía la vida desde la concepción, situando sus preguntas en torno a su postura como católica, vociferando que porqué ella se atrevía a atacar el aborto si la Iglesia tapaba abusos sexuales y muchos otros crimenes supuestamente peores. La católica supo responder que el debate era sobre el aborto y no sobre aquellas otras cosas, también condenables, que el periodista insidiosamente sacaba como tema para defender su postura.  Un crimen debe ser justificado con otro crimen… ése parecía el argumento esencialmente justificativo para intentar una defensa a la postura abortista, “si Uds. son malos, ¿porqué no podemos serlo nosotros?” Y ese es el nivel al que realmente se quiere desembocar con la ideología de turno y de moda: a la condena de lo verdaderamente molesto para el espíritu mundano, a la Iglesia católica.
Por otro lado, nos encontramos con la persecución ya no sólo en el plano moral y de orden natural, sino que también en el plano de aquello que pueda tener olor a “tradición católica”, resulte sistemáticamente perseguido por el progresista. Cualquier declaración Papal que recuerde algo de la doctrina tradicional de la Iglesia, o cualquier grupo católico que conserve la fe en su integridad, es defenestrado sistemáticamente y etiquetado con algún mote que no sea abiertamente anticatólico pero que en el fondo ataque aquello tan odiado; como por ejemplo el de “retrógrados”, “medievales”, “conservadores”, o el tan usado “ultra” delante del adjetivo para darle un tono de fanatismo y gravedad al asunto. Y ni hablar de los otros medios más abiertamente de izquierda, que se remiten al comodín de “fachista” o “nazi”.
La triste realidad es que muchos católicos se encuentran en la vereda de la persecución a quiénes deberían ser sus hermanos, entrando (algunos por ignorancia, otros por intentar congeniar con las ideas modernas y descristianizadas) en la misma persecución mediática hacia la Iglesia católica y a su Tradición bimilenaria, excomulgando, echando, expulsando o simplemente increpándolos de “fascistas”, pensando que con esa forma de actuar, hacen un bien a la Iglesia. De eso habla Leonardo Castellani en su siguiente sermón.


Domingo de la infra-octava de la Ascensión
Jn 15, 26-27; 16, 1-4.

EL evangelio de este Domingo (Jn XV, 26) da otra vez un salto atrás, al fin del capítulo XVI; pero está todavía dentro del lar­go Sermón Despedida de Cristo. Es un evangelio actual, porque trata de la “persecución”, y la Iglesia ha estado siempre perseguida de una manera u otra, conforme a la predicción de Cristo: “Si a mí me persi­guieron, a vosotros os perseguirán; no es el discípulo mayor que el maes­tro”. Y quizás está hoy más perseguida que nunca en todo el mundo, aunque no lo parezca.
En estos cinco versículos, Cristo encomienda a los Apóstoles la mi­sión de Testigos, y les promete el Espíritu Santo, que será el primer Tes­tigo, el testigo interior que nos hace sentir la verdad de lo que Él dijo; y después les predice las dos formas más terríficas de persecución “para que no os escandalicéis”, para que no tropecéis cuando ellas acaezcan.
Las dos formas más terríficas de la persecución son la de adentro y la de afuera; primero la de adentro: “seréis excomulgados”, como si dijéra­mos... (“exsynagogis facient vos-apossynagogéesete”) seréis echados de la si­nagoga o reunión de los creyentes, que equivale a nuestra “excomunión”. Y después la de afuera, “os matarán”, y en los últimos tiempos, “os ma­tarán y creerán con eso hacer un servicio a Dios”; es decir, os matarán como a criminales, como a perros rabiosos. Los mártires de los últimos tiempos, dice San Agustín, ni siquiera parecerán ser mártires. Actualmen­te en Rusia, cuando matan a un cristiano, no lo matan por cristiano, si­no por haber hecho no sé cuántas traiciones y felonías contra la patria; y se las hacen confesar primero por medio del pentotalt, o lo que sea. Lo mismo pasó en Inglaterra en tiempo de Isabel la (Sucia) Virgen, como la llaman ahora algunos historiadores: mataban a los que decían misa o es­cuchaban misa, como a Campion, Norfolk o Southwell, pero no “por decir misa” sino porque “ayudaban a los españoles contra Inglaterra”: por “traidores a la Reina”.
Lo que Cristo predijo se cumplió; todos los Apóstoles murieron már­tires -y primero los echaron de la sinagoga después de azotarlos- excep­to San Juan Evangelista, que murió en su cama a los 100 años de edad, pero fue mártir: porque lo echaron a una caldera hirviendo de hacer tor­tas fritas en tiempo de Domiciano César, de donde salió milagrosamente ileso, porque Dios quería que escribiera el Apokalypsis y el Cuarto Evan­gelio; éste que estamos comentando. Y después el Emperador lo condenó a las minas en la isla de Patmos; y las minas de los romanos eran un su­plicio peor que la muerte; como lo ha mostrado Ramsay en su erudito libro, The Letters to the Seven Churches. Allí compuso el Apokalypsis; y se salvó de la-muerte prematura, la idiotez o la demencia por pura casuali­dad; porque habiendo sido trucidado por el ejército bajo el mando de Nerva el feroz Domiciano, el Senado decretó la nulidad de todos los decretos que había dado “el tirano depuesto”; y Juan fue soltado de las minas por pura y simple burocracia; o Providencia.
El primero de los Apóstoles martirizados fue el primo carnal de Jesu­cristo, Santiago el Menor, de quien se dice que fue nieto de Santa Ana, el Apóstol calladito que no habla en todo el Evangelio, pero que habla en el primer Concilio de Jerusalén con una autoridad casi tan grande co­mo la de Pedro; y que calma y mete en razón al tempestuoso Pablo, “que vio a Cristo en el viento”, como dice Rubén romántico. Fue arzo­bispo de Jerusalén y tuvo que vérselas con los judíos. Duró poco: lo echa­ron no solamente de la Sinagoga sino también del Templo, haciéndolo rodar por la alta escalinata; y cuando estaba todo roto al pie, le hicieron saltar los sesos con el palo de un batanero: con un batán o garrote. Y así los demás fueron dando su Testimonio en diversas formas amenas: San Pedro crucificado cabeza abajo sobre la propia colina vaticana; por lo cual dicen que en el Vaticano siempre ha de haber gentes patas arriba.
“Todo esto os he dicho ahora, para que, cuando llegue la hora, os acor­déis que yo lo predije. Todo esto os harán, porque no conocieron al Pa­dre ni a Mí. Ahora hay que decirlo, porque ahora me voy. ¿Qué? ¿Aho­ra os ponéis tristes? ¿Y ninguno me pregunta adónde voy?”, concluyó el Señor; y así concluimos también nosotros. ¡Mucho ojo y mucho ánimo!
Así que es deber del cristiano tener ojo a la persecución. Ese fenómeno histórico de la persecución es una cosa digna de que un filósofo ponga sus ojos en ello y lo considere. ¿Por qué tengo yo que estar aquí en con­diciones desventajosas, extranjero en mi patria, a malas penas ganándome la vida con gran esfuerzo en medio de los parásitos opulentos, como un “ciudadano de segunda zona”?
-¡Porque eres cristiano!
-¿Es un crimen ser cristiano?
-Para el mundo ser cristiano es una agresión y una molestia. De al­guna manera u otra, el verdadero cristiano es resistido por el mundo. “Todo aquel que quiera vivir píamente en Cristo Jesús será perseguido” (II Tim III, 12).
¿Y la Iglesia Católica por ventura no ha perseguido a su vez cuando se sintió poderosa? No, rotundamente. Jamás. ¡Qué tanto! Basta.
Estamos hartos de leer en libros herejes que corren ahora a docenas entre nosotros, por culpa de los editores logreros -y de otros también, digamos la verdad, que no son editores-, estamos hasta aquí, hasta el gaznate... de la Noche de San Bartolomé, las Dragonadas, la Matanza de los Albigenses, María Tudor, Galileo; y la Inquisición Española... Son cosas fieras, desde luego; pero ni han sido persecución, ni causadas por la Iglesia en cuanto Iglesia; aunque se hayan ensuciado en ellas algunos “hombres de Iglesia”. ¿Qué han sido, pues? Han sido abusos políticos, hechos por hombres políticos, y obstaculizados y aun reprobados por los hombres religiosos; y los hombres religiosos eminentemente cons­tituyen la Iglesia, nuestra Iglesia, que nosotros conocemos por dentro y no por fuera solamente. Todas esas grandes resbaladas son simplemente casos de mundanismo dentro de la Iglesia; contra los cuales la Iglesia reac­cionó de inmediato, de una manera u otra. “Reaccionó tarde”, dicen. Reac­cionó tarde una vez de cada diez veces.
La tan traída y llevada Inquisición Española no fue al fin y al cabo -véa­se los equilibrados libros de William Th. Walsh, discípulo de Belloc, y el libro de Hoffman Nickerson- sino una defensa contra una invasión extranjera, un caso de defensa propia y de instinto de conservación co­lectivo. ¿Invasión de quién? Pues del protestantismo alemán del pavote de Lutero, que no tenía nada que hacer en España. Cuélguenle todos los abusos y errores que quieran, jamás impedirán que en el fondo haya te­nido razón. Tuvo una clara y simple -elemental- razón de ser política: pero la política siempre es un poco sucia; o mucho. Y de todos los abu­sos que he leído de ella -escritos comúnmente por autores apasionados e irresponsables, Llorente, Medina- del único que estoy seguro es del pro­ceso del arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, que leí en Menéndez Pelayo; proceso que se prolongó abusivamente ¡veinte años! al fin de los cuales el testarudo aragonés fue absuelto y puesto en libertad... poco an­tes de morir. Contra el juicio de Menéndez Pelayo, nadie me quita a mí que eso fue una barbaridad de Felipe II y una debilidad del Vaticano; pe ro al lado de las barbaridades protestantes que en ese mismo tiempo ha­cían Isabel en Inglaterra, Calvino en Ginebra y Gustavo Adolfo en Germania, la barbaridad del pobre “Demonio del Mediodía” desaparece como una astilla en un horno ardiente. No digo que se pueda aprobar; digo que hay que mirarla en su propia perspectiva. Para mí, mirada des­de el ángulo religioso, es una abominación; pero mirada desde el ángulo político, parece que es comprensible, si aprobable no. Conozcamos las cosas desde todos los ángulos, si es posible: eso es filosofía.
Filosóficamente se puede justificar la Inquisición Española; y eso tanto más fácilmente cuanto más arriba se tome; pues de hecho fue una insti­tución que decayó rápidamente. Pero yo debo ser nieto de garibaldino, porque debo confesar que sentimentalmente me crispo todo solamente de pensar en la fuerza aplicada a la defensa de la religión. Toda el alma se me levanta ante el proceso de Carranza, la retractación de Galileo, la ominosa condena de Giordano Bruno o la imbécil retractación y silencio impuesto al cardenal Petrucci, que fue un napolitano genial en psicología y moral, precursor iluminado de Charcot, Babinsky y Paul Janet en el conocimiento de las neurosis. Lo hicieron retractarse de lo que él veía claramente y retirarse a Nápoles, porque tenían miedo que llegara a Pa­pa: por política[1]. Y yo sé que todos estos errores chillones fueron obra de hombres políticos, y no de religiosos. El hombre religioso que había allí, en el tribunal de Petrucci, fue el teólogo vizcaíno Padre Pérez que disintió en casi todas las censuras.
¿Qué me importa a mí, que soy hombre religioso -o al menos deseo serlo- de las barbaridades que hayan hecho los hombres políticos, aunque sean católicos, si es que fue católico el cardenal Cybo? Ni Cristo ni yo tenemos la culpa. Yo no soy responsable de lo que hayan perpetrado Ale­jandro VI, Felipe II o María Tudor; que ciertamente no hicieron, por otra parte, todo lo que les achacan sus enemigos. Si María Tudor fuese realmente la “María Sangrienta” (“Bloody Mary”) que pintan Hume y Green, peor para ella, ella habrá dado rigurosa cuenta a Cristo, simple­mente desobedeció a Cristo: no me vengan aquí con cuentos de yonis. ¿El Papa Julio II tuvo un hijo natural? Peor para él. ¿El Papa Juan XII fue el Papa más malo y ruin de toda la Historia? Pues al lado del Rey más ruin de toda la Historia, que no fue católico y persiguió a los cató­licos, Juan XII es un angelito...
Estas cosas hay que mirarlas intelectualmente, y no sólo sentimental­mente; y eso es filosofía y sentido común. Ya sabemos de lo que son capaces los hombres, lleven jubón o lleven sotana; y los curas en jubón, hombres son. Son capaces de corromperlo todo, incluso la religión. La religión es una cosa seria; y el que peca en religión, peca seriamente.
La Iglesia es santa, no porque no haya en ella posibilidades y aún fo­cos de corrupción -como hay en un organismo sano focos de enferme­dad- sino porque conserva un sistema nervioso que la hace estremecerse delante de la corrupción. Y ese sistema nervioso son los hombres reli­giosos que en la Iglesia existen como en su centro, como contrapeso de los otros: los Mártyres, los Testigos de Cristo. Once Apóstoles mártires contrapesan a Judas Traidor. Petrucci contrapesa a Cybo.
Yo no soy responsable de lo que hayan hecho Juan XII o Alejandro VI; porque si hubiese vivido cuando ellos, con la gracia de Dios me hu­biese opuesto a lo que hacían con todos los medios a mi alcance; como me opongo ahora, dando testimonio con mis pobres medios, a lo que hacen de malo los malos clérigos, malédicos y calumniadores; los cuales no me tienen mucha simpatía, a juzgar por las cartas anónimas -o no anónimas- que recibo de vez en cuando; y que son un horror. Porque, efectivamente, un cura que no tiene fe es horroroso: no es el único ho­rror que hay en el mundo; pero es uno de los peores. “A mí me persi­guen, pero no puedo ser mártir -dijo San Basilio de Cesarea, llamado el Grande- porque los que me persiguen llevan mi mismo nombre”. Pero a Santa Inés y a Santa Bárbara, que eran tiernas niñas, las persiguieron hasta la muerte sus propios padres. La persecución que Cristo predijo a los suyos viene de cualquier parte: a veces de donde menos se piensa.
La fe en el Crucificado no invita a perseguir a nadie; invita a soportar la persecución. La fe en el Crucificado existe en este mundo mezclada a la cizaña del mundo; y así existirá hasta el Fin del Mundo.

Leonardo Castellani, “El Evangelio de Jesucristo”, Editorial Vórtice, Buenos Aires, 1997, págs. 184-188.


[1] Opinión personal del autor después de haber leído el proceso de Pier Mateo Petrucci ocurrido en 1688. Creo que las 54 proposiciones retractadas pueden entenderse ortodoxamente, pese a la ambigüedad de algunas, como opinó uno de los calificadores.


jueves, 22 de septiembre de 2011

La reforma eficaz.


“Ya no hay más moralidad pública, ni más justicia, decís. Estos resultados os asombran; era fácil preverlos. ¿Acaso no escribió un sabio del paganismo que se construiría más fácilmente una ciudad en el aire que una sociedad sin Dios? ¿Acaso no dijo el orador romano que con el respeto de la divinidad desaparecen la buena fe, la seguridad en el comercio y la más excelente de todas las virtudes, que es la justicia? ¿Acaso no declaró el Espíritu Santo, con un lenguaje más enérgico, que en todas partes donde reinan los impíos, los hombres no tienen que esperar sino ruinas: Regnantibus impiis, ruinae hominum (Prov. 28, 12)?
Añadís: todo se va, todo está acabado. También esto os asombra; hubiera sido fácil preverlo, si alguna vez hubieseis leído esa página magnífica en la que un gran rey, inspirado por Dios, narra las obras del ateísmo. Escuchad: el impío dijo en su corazón: no hay Dios. El Señor miró de lo alto del cielo, para ver si hay alguno que comprenda y que busque a Dios:

Ut videat si est intelligens aut requirens Deum. (Salmo 52, 3)

No percibió sino una generación que no lo invoca.

Dominum non invocaverunt. (Salmo 52, 6)

Ahora bien, esta generación de hombres, he aquí lo que habrá señalado su paso por la tierra: ha devorado al pueblo como un pedazo de pan y no ha dado al mundo sino el espectáculo de una gran inutilidad:

Simul inútiles facti sunt. (Salmo 52, 4)

Finalmente, os escucho todavía decir que se ha hecho un vacío inmenso en la sociedad. Ya lo creo: es todo el lugar que pertenece a Dios el que está vacante. Una reforma general es necesaria, concluís. Sí, por cierto, soy de vuestra opinión, hay que reformarla, reformarla por entero, en sus jefes y en sus miembros, esta sociedad que ya no cree en Dios o que, al menos, se gobierna como si no creyese; y el primer artículo del programa de la reforma debe ser el primer artículo del Símbolo: Creo en Dios: Credo in Deum. Enseñad de nuevo a toda esta generación de hombres a decir: creo en Dios, y a vivir en conformidad con esa creencia. Con tal título, la reforma será eficaz y saludable. De lo contrario, diré que señaláis el mal y que no abordáis el remedio. No basta haber inventado un nuevo trisagio y repetir eternamente tres veces nada; decid más bien una vez: Dios, y será renovada la faz de la tierra”.

Cardenal Pie. Contra el ateísmo práctico. Segunda conferencia sobre el Símbolo, Chartres, 1847.
 Visto en Videoteca Reduco.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Nueva conferencia para descargar en mp3: La poesía de Castellani.



Nueva conferencia para descargar en mp3:

Dr. Antonio Caponnetto

Para descargar las conferencias, recomendamos hacer “click” con el botón derecho del “mouse” y seleccionar la opción del explorador “guardar destino como” o “guardar enlace como”.

Invitación a conferencia: “El Limbo”

Virgilio y Dante en el Limbo. Ilustración de Gustave Dore.

EL LIMBO

R.P. José María Mestre Roc

Viernes 23 de Septiembre, 20 hs.
Priorato: Venezuela 1318-20, (1095)
Capilla “Nuestra Señora Mediadora de Todas las Gracias”,
Montserrat, Buenos Aires, Capital.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Poesía de Castellani.


Tuvimos la fortuna de encontrar recientemente una valiosísima y antigua nota sobre la poesía del Padre Castellani, la cual nos complacemos en reproducir debajo porque Castellani merece que se le haga justicia, y porque además el aporte de Soler Cañas apunta y dispara contra la ceguera y la mezquindad (cuando no el silencio) de los “críticos” de su época, que no faltan el día de hoy, a veces transfigurados en “biógrafos”.
En el “mamotreto” (así lo califica su mismo autor) que dio a conocer hace unos años Sebastián Randle titulado “Castellani – 1899-1949”, su autor (que en algún momento llega a meter en la misma bolsa que Tolkien, Platón, Dante, Cervantes, Shakespeare y Chesterton a... Alejandro Dolina, sic) dictamina que los versos de Castellani son “horripilantes” (pág. 544). Es llamativo que alguien que escribe tan mal, que despliega tantas torpezas, fealdades, ripios, inutilidades y contradicciones a lo largo de más de 800 páginas, diga de su biografiado, de otra forma, lo mismo que decían los “críticos” cincuenta años atrás. Y con la misma ligereza.
Si ya por entonces Luis Soler Cañas ponía las cosas en su lugar, nosotros nos sumamos para agregar algo que a esta altura es de Perogrullo, aunque el semi-biógrafo de Castellani no lo vea: Castellani como escritor tenía un talento descomunal, mayor al del resto de los escritores argentinos que por entonces gozaban del prestigio y reconocimiento oficial. Por momentos esta riqueza de estilo puede atisbarse en sus “Camperas”, trabajo de sus comienzos. Pero hete aquí el meollo del asunto: Castellani, teniendo un inmenso talento, gran capacidad de intelección literaria, profundidad de pensamiento, notable imaginación, comprensión psicológica, conocimientos lingüísticos, acerbo cultural y sustento teológico y filosófico sobresalientes, además de una vida esforzada y viril, Castellani, decimos, no quiso nunca ser un literato, un escritor o poeta profesional. Eludió de continuo esta tentación porque lo suyo era ser un sacerdote, y como tal, un profeta. Usó su arte poética y literaria para iluminar, no para deslumbrar. Sirvió a la Verdad con una Belleza libre de afectaciones o perfecciones de laboratorio de esteta. No quiso ser, v.g., un Borges ni un Lugones: prefirió “entender a Martín Fierro” con su obra y con su vida. Fue un “género único” (como dijo alguien), aunque muchos después se empeñaron en imitar hasta sus nimiedades. Dicho todo lo cual no por ello –aunque no somos críticos, desde ya- caeremos en el encomio desmesurado para oponernos a la “acrimonia” de muchos. Como decía el mismo Castellani: “Malo sería renegar de lo nuestro y aun carecer hacia ello de la humana ternura fraterna; pero mucho peor es cortarnos de la ecumenidad del pensamiento con una especie de anteojeras de barbarie egocéntrica; que nos llevaría a falsedades manifiestas y grotescas” (con Fermín Chávez, prefacio a “La cien mejores poesías (líricas) argentinas”). Y así, si se puede decir que era como él se auto-definió, un “poeta menor”, su poesía nos da mayor sustento y nos entrega mucho más que las perfecciones formales de muchos “poetas mayores”, así como a veces un pintor menor, como Van Gogh, vale más para nosotros que un pintor mayor como Rafael di Sanzio.
Los versos de Castellani que recoge Soler Cañas en su nota van aplicados también a la incomprensión (de esta y muchas otras cosas) de su semi-biógrafo. Soler Cañas fue capaz de ver mejor –y lo dice en apenas dos páginas sustanciosas- el talento y el alma del Padre Castellani, a través de su poesía.


Por sobre la crítica del merengue
Por Luis Soler Cañas.
Revista Histonium Nº 155, abril 1952.

Existe bastante gente en la Argentina que se figura pertenecer a eso que en otros países se denomina la crítica. Y existe también mucha otra gente convencida de que en la Argentina hay una crítica que merece de veras tal nombre. El autor no participa de ninguna de las dos creencias, y alguna vez ha tenido que defenderse en público (en privado lo hace todos los días) de la acusación de crítico, formulada como siempre con toda ligereza, con toda irresponsabilidad. Opina, sinceramente, que no contamos con una crítica en el sentido que se le da a este vocablo en las naciones donde la actividad intelectual creadora promueve a la vez una actividad intelectual de tipo crítico. Acá no pasamos, incluyendo a los más serios comentadores, de simples gacetilleros, de meros cronistas, que escriben con apuro y sin espacio, y que no siempre atacan su labor con la necesaria objetividad, con la imprescindible ausencia de pasiones extrañas a la obra literaria considerada en sí.
Decimos todo esto no por falsa modestia ni por menospreciar una actividad como la del gacetillero literario, en cierto modo útil si se la desempeña con honestidad, sino porque la carencia de una verdadera crítica se evidencia en la pasmosa tranquilidad con que los usufructuadores del papel impreso, las secciones bibliográficas y las revistas especializadas dejan pasar, sin reparar en ellos, o reparando con ojos miopes y astigmáticos, libros que en otras partes, apenas publicados, provocarían una de dos cosas: o tempestades de admiración o tempestades de negación, de repudio. Pero en todo caso, una actitud crítica, verdaderamente crítica.
Así las cosas, el autor siente muchísimo no ser más que un cronista, lamenta mucho no ser un crítico. Y lo siente porque un librazo estupendo como el “Libro de las Oraciones”, que acaba de publicar silenciosamente un gran poeta nuestro, el padre Castellani, merece la atención de una lectura muy despaciosa y el interés de una crítica que lo sea de veras y que abarque su contenido en toda su rica y profunda variedad. Lamentamos muchísimo no estar a la altura de esta obra que nos redime de tantos volúmenes onerosamente largados a la circulación, sin gracia ni provecho, por nuestros generosos editores de bodrios. El padre Castellani, para empezar, ha tenido que publicar el libro por su cuenta, o poco menos. Eso se advierte en seguida. Si fuera colombiano, inglés o español, las cosas serían de otro modo. Pero el padre Castellani, que honra a toda la cultura argentina y que la representa con una autenticidad de que carecen muchos de nuestros más distinguidos tinterillos literarios, es solamente un humildísimo cura argentino, que escribe con médula y raíz argentina, que escribe la Verdad, que dice la Verdad, que proclama la Verdad. Que sirve, en una palabra, a la Verdad. Es un patriota, además. Un gran patriota. ¿Podrían perdonarle todos estos defectos juntos nuestros puntillosos editores?
Leamos, sin embargo, el “Libro de las Oraciones”. Este estupendo “Libro de las Oraciones”, libro de verso y de poesía (no como los de Gonzáles Lanuza o Silvina Ocampo, pongo por ejemplo, que son de verso solo y a veces ni siquiera de eso), libro de un alma excepcional, y de una humanidad asimismo excepcional. Libro de un gran espíritu acosado por los males terrestres y que, agobiado por el dolor y la miseria de lo humano (y de los humanos), arrastrado mismamente a veces hasta los límites de la desesperación, no llega jamás a perder la fe en Dios y en lo sobrenatural. Junto a oraciones que son un clamor inmenso del alma desgarrada, leemos oraciones angélicas, de una inocencia y de una gracia que conmueven cuando se formula el paralelo, no buscado, con las otras. ¿Versos defectuosos? Puede ser que los haya. Pero sepa la retórica exigente y la pedantería de los preceptistas que, defectos, si los hay, de métrica o de estilo, o de lo que sea, no son de los que se escapan al autor sino de esos que el autor deja, o pone, a propósito.

Imaginamos las “críticas”. Las de siempre:

-¡Qué mal escribe Castellani!

-No pule, no corrige...Es muy atravesado para decir ciertas cosas...

-Y tiene sus zafadurías el cura...

-Sí. Se le escapan palabras un poco fuertes...

-Esto no es poesía. Es prosa, y no de la mejor...

-¡Qué versos inacadémicos!...

Etc., etc., etc. Los comentarios pueden seguir indefinidamente. Sí, es cierto. Castellani escribe mal. Hace unos años se lo decíamos a Fernando García Della Costa:
-La gente no entiende al padre Castellani ni a Ramón Doll. No se da cuenta de que escriben mal a propósito. De que usan un lenguaje vivo, vital, lleno de humanidad y de fortaleza, sin melindres, sin afectaciones, sin rositas rococó...

-Tienes razón. No se dan cuenta de que son dos clásicos de nuestro tiempo.

Y tenía razón él. Porque el padre Castellani, como Doll, escribe mal, como escribían mal Quevedo y Cervantes y Gracián y tantos otros de esa estupenda galería de españoles gracias a cuya audacia, a cuya falta de melindres, de puntillosidades, se fue renovando, se fue haciendo y se fue enriqueciendo el idioma que hoy usamos. Si les hubieran hecho caso a los gramáticos o a los literatuelos adocenados ¡aviados estaban y estábamos! Sí, Castellani usa un lenguaje que es como un torrente cálido y fresco a la vez de vida, un lenguaje que conmueve directamente nuestra sensibilidad, que alcanza hasta lo más profundo de ella, pero lo interesante es que, además, ese lenguaje dice, expresa, transmite algo. Castellani no sólo nos enriquece con ese estilo suyo, que a veces semeja travesura, fuertemente personal, más allá de todas las preceptivas y todas las retóricas del merengue, sino que además nos enriquece el alma. Estas “Oraciones” de su libro no son, en el fondo, más que su diario lírico. El diario lírico de un momento excepcionalmente doloroso de su vida. ¡Pero qué diario! Este es un libro sobrecogedor. Lo deja a uno pasmado. ¡Qué expresiones, qué aciertos, qué hondura, qué fe, y por sobre todo eso, cuánta poesía fuerte, vital, vitalizadora, cuánta de esa poesía que ineludiblemente necesita el hombre para no perecer de hambre espiritual y de desesperación moral en un mundo corroído por espantosas miserias de toda laya! ¡Qué libro de fe, de optimismo, de sabiduría, qué manantiales de vida renovada y esperanzada en Dios va sacando este hombre del horrible pozo de su angustia! ¡Y cómo nos enriquece! ¡Y cómo nos alimenta! Libros como ése son necesarios para la sed de amor y de fe de nuestro tiempo.
Repito que no soy un crítico ni lo pretendo. Pero siento mucho no serlo y me limito a señalar que en la Argentina ha aparecido el libro de un gran poeta, de un escritor genial que no pasará sin dejar una huella profunda, y que ese libro ha merecido el honor del sospechoso silencio de toda una “crítica” que se vanagloria de tal nombre. Con la excepción, verdad, de un gacetillero anónimo que juzgó oportuno hablar de “confuso retorcimiento”, de “dicharacho plebeyo”, de “metáfora caricatural”, que adujo una “extraña conducta estilística”, mencionó un “popularismo equivocadamente interpretado”, denunció “exasperado barroquismo” en los versos, propició “una formulación más ceñida a las normas” (¿quería un corsé literario?) y concluyó su brillante crítica aludiendo a “un sensacionalismo cuya incompatibilidad con la verdadera poesía es innecesario destacar”...
Gente como ésa cree que la poesía es labradora de encajes y puntillas, adorno de cremas y dulzura de caramelo. Para rematar al disparate añadía que todo lo objetado por él “empaña la sonoridad de una voz que parece nacida de nobles afanes”.
Le parece, nada más. A nosotros nos parece que el gacetillero paseó la mirada por el libro sin ver nada. No vio césped inglés cuidadosamente recortado, no vio rosas graciosamente decoradas y perfumadas, no vio las tersuras habituales en tanto versificador sin poesía, no vio, en una palabra, elegancias, artificios, y se dijo: “¡Cátate, qué será esto?”. Pero como tenía que escribir algo, dijo lo que mañana o pasado, cuando todos estemos ya en nuestro lugar de sombra, pueda ser el hazmerreír de las generaciones que ubiquen a Castellani y a su poesía en el sitio que por justicia le corresponde.
No soy un crítico y sólo puedo aconsejar que se lea este libro. Es UN LIBRO. Nada más y nada menos que un LIBRO, expresión de un ALMA, de una FE y de una POESÍA humanamente expresadas, demasiado humanamente expresadas, quizá...Por eso no lo entenderán ni lo gustarán los devotos del alambicamiento, los partidarios de la retórica por la retórica misma, los inefables admiradores del purismo y la vaciedad sonorificadas...Los “inteligentes”, en una palabra. O, mejor dicho, los que en nuestro país usurpan, alevosamente, el lugar de la “intelligentsia”.
Anticipándose a toda esa pobreza de espíritu, Castellani ya cantó genialmente en “Arte Poética” (número 13 de “Poesía Argentina”):


Reniega una vez más tu fortuna,
da de mano las frases bellas
y cual los perros a la luna
dí tu verdad a las estrellas.

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Acosado en brete fiero
por la Patria y la Iglesia única
¿oh Jeromio, compra un acero
aunque debas vender la túnica!

Haz sonar tu rudo montante

en vez de fina lira de oro
contra la estupidez campante
¡la estupidez testuz de oro!

Y armó su retórica viril de esa manera:

¡Ah! crén que yo soy un artista
¡ah! crén que soy un literato.
Me dan consejos, que me vista,
que me presente hecho un retrato...
¡Ah! No es un cisne nacarado
con tornasoles en el ala,
es un carancho aprisionado
mi alma que Dios acorrala.
Sea tu verso un gesto viril
y no una actitud escultórica,
de alma y carne, no de marfil...
Y todo lo demás es retórica.

Retórica. Es decir, literatura. En su inadmisible, en su peor acepción: falsedad, pose, esnobismo, elegancia de afectados. La poesía del “Libro de las Oraciones” está hecha de alma y de carne, no de marfil. No de fantasías, no de pobrecitos juguetes de la moda, estériles y perecederos. ¡Ah, qué bien conoce Castellani a sus críticos! Para ellos escribió su “Arte Poética”. Pero...¿aprovecharán la lección? Lo dudamos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Tutores para tomates.


Hace poco tiempo, una esposa y madre me dijo que estaba teniendo muchas dificultades en hablar con su esposo. Casi no podían conversar sobre lo que andaba mal sin terminar muy enojados entre sí. Acertadamente o no, percibí que el problema de ella radicaba en la negación universal, deliberada y diabólica del papel maravillosamente complementario concebido por Dios para el hombre y la mujer en el matrimonio. Lo que sigue es lo que escribí  para ella. Me dijo que le ayudó. Ojalá pueda ayudar a otras ¡Entre paréntesis, señoras, yo NO pienso que todo el problema esté  del lado de ustedes!  

Lamento que su matrimonio pase por momentos ásperos. Regla número Uno: nunca discuta dispute con su esposo frente a, o al alcance de, los niños. Ellos vienen primero. Usted no puede ayudar a la familia degradando a su esposo o disputando con él delante de ellos. Al contrario.
Regla número Dos: RESPETE a su esposo, aunque él no siempre lo merezca. Las mujeres se mueven por el amor, los hombres por el ego - una enorme diferencia. Es por ello que San Pablo -PALABRA  DE  DIOS - dice “Esposas obedezcan a sus esposos; esposos amen a sus esposas” ¡Enorme diferencia! En todo matrimonio donde el esposo demuestra amor por su esposa y donde la esposa respeta a su esposo, normalmente la esencia de un matrimonio feliz se halla allí. Y si él no demuestra amor por usted, al menos hágase digna de ser amada, lo cual nunca logrará peleándose con él.
Le cueste lo que le cueste, respete a su marido. El necesita de su respeto más de lo que él necesita su amor. Usted necesita su amor más de lo que usted necesita su respeto. Obedézcale. Nunca demuestre que le está  diciendo lo que tiene que hacer. Haga que él decida hacer lo que usted quiere que él haga. Y para la esposa, trabajar fuera del hogar no es bueno, especialmente si ella gana más  que él. Si usted necesita ganar dinero, y de hecho gana más, NUNCA lo demuestre. Disfrace el hecho. Un hombre necesita verse a sí mismo como siendo él el que gana el pan, como cabeza de la casa. Usted es el corazón, exactamente tan necesario para la familia como lo es la cabeza, o tal vez más, pero usted no es la cabeza. Y si, a veces, se ve obligada a actuar como la cabeza, no lo demuestre, SINO DISFRACELO.
Me sorprendería si usted no logra hacer funcionar su matrimonio. Habitualmente depende de la mujer adaptarse al hombre y no al revés. Proverbio ruso – “Como la planta de tomate es al tutor (alrededor del cual trepa), así la mujer es al hombre”. Si él no es un tutor, haga todo lo que pueda para que él lo sea. Y si no puede, entonces,  nuevamente, disfrace el hecho. Dios hace que el adaptarse le sea más fácil a las mujeres que a los hombres, de manera tal que ellas se adapten a su hombre.
Usted dijo una vez que la familia necesitaba dinero para educar a las niñas ¿Se le ha ocurrido que la mejor educación de las niñas y la más importante, la reciben en la cocina de su madre? Asumiendo que la madre esté en la casa. Tiene mucho más para brindarle a sus niñas con su ejemplo que cualquier escuela fuera del hogar pueda darles. Y deles a ellas el preciado ejemplo de una esposa y madre que obedece y respeta a su esposo a pesar de todo. Los niños son muy observadores. El ejemplo que usted les dé es de crucial importancia para la felicidad de sus futuros matrimonios y hogares.
Dispute con su esposo si quiere, pero tranquilamente, respetuosamente, y lejos de los niños. Y no diga “También yo he estado trabajando afuera todo el día, también yo necesito comprensión en el hogar”. Puesto que no es normal que las madres trabajen fuera de la casa, y los hombres lo perciben, aún cuando sea por su propia culpa. Los hombres son lo que son. Este es el hombre que Dios designó para que usted se case con él. Deles a sus niños el ejemplo de respetarlo. Este es un preciado regalo, especialmente para sus niñas.  

Todas las familias hoy día precisan de muchas oraciones. Madre de Dios ¡Ayuda!        

Kyrie eleison.

Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison” Nº 217, 10 de septiembre de 2011.

jueves, 8 de septiembre de 2011

De falsos profetas e idólatras.

           
EL evangelio de hoy (Mt VII, 15) está tomado del final del Ser­món de la Montaña, y es un aviso sobre los falsos profetas se­guido de la parábola de la Uva y del Abrojo, o sea de los frutos del buen y el mal Árbol; los cuales se dan como señal para conocer el Seudoprofeta.
Cristo previno muchas veces contra los Seudoprofetas que son sim­plemente los herejes; y los doctores, poetas, moralistas -que estas tres cosas eran los profetas hebreos- de la impiedad; y predijo que en los úl­timos tiempos los habría a bandadas.
Siempre ha habido en la historia de la Iglesia quienes “viniendo a vo­sotros con vestidura de oveja, por dentro son lobos rapaces”, como los describió Cristo; es decir, vienen con vestidura' de pastores, los cuales suelen usar zamarras o pellizas de piel de oveja. Todos los herejes han tomado una parte de la doctrina de Cristo; y exagerándola la han conv­ertido en una deformidad y en un veneno; muchos de ellos han tenido apariencias de hombres píos, benéficos y altruistas; y han sido hábiles en manejar las grandes palabras que -diferentes en cada época- conmue­ven el corazón del pueblo, como Libertad, Igualdad, Fraternidad, De­mocracia, Justicia, Compañerismo, Paz, Prosperidad, y toda la letanía. Contra ellos no es muy fácil precaverse. “Por sus frutos los conoceréis”, repite Cristo. Las obras no mienten.
Los amargos frutos de la bandada de seudoprofetas que se levantó desde fines del siglo XVIII a manera de manga de langostas, arbolando las palabras de “Ilustración, Tolerancia, Progreso, el Siglo de las Luces y la Mayor Edad del Género Humano”, de sobra los conocemos porque los estamos sufriendo: las consecuencias del aclamado “Siglo de las Lu­ces” fueron dos atroces guerras mundiales y una descompostura general del mundo, que anuncia una guerra peor. La “tolerancia” de Voltaire ha acabado en toda clase de persecuciones; la “libertad omnímoda para todos” ha producido despotismos, tiranías y lo que llaman el “Estado tota­litario”, teorizado por Hegel; el “concierto de todas las naciones” de Condorcet ha servido para romper la barrera defensiva de Europa (el “Río Eufrates”, que dice la Escritura) y abrir la puerta al Asia, que se yergue ahora amenazante sobre ella; y la “Paz Perpetua” de Kant ha producido la “Guerra Fría”. Las malas doctrinas, aceptadas y gritadas sin tasa por los pueblos borrachos, han descoyuntado los huesos del mundo; y el mundo se agita hoy enfermo y angustiado; y más borracho que nunca. “¿Por ventura se recogen uvas del abrojo o higos del cardal?”. Muy ma­lo era todo eso, pues ha producido tales frutos. Produjo lo contrario de lo prometido.
Los Seudoprofetas siempre prometen cosas fáciles y halagüeñas: de eso viven; y medran. Ésa es la nota que Isaías y Jeremías enrostran a sus fal­sificadores y perseguidores: que son aduladores, simplemente; de la es­tirpe de los sycofantes que tan bien caracterizó Platón en el Fedro y en El Sofista. Es fácil prometer mil años de paz, un viaje al planeta Marte -don­de el clima es mejor y hay grandes yacimientos de uranio- y la prolon­gación de la vida hasta los 150 años por medio de la penicilina. Leo en una revista alemana: “Dentro de dos millones de años, el Hombre habrá evolucionado en tal forma que nosotros a su lado pareceremos gusa­nos”. ¡Qué felicidad... para el que lo vea! ¡Que Dios te conserve la vista, m’hijo!
La “idolatría de la Ciencia” que domina a la época actual es una evo­lución de la “Superstición del Progreso” que fue el dogma eufórico del siglo pasado. Efectivamente, el famoso “Progreso”, prometido a gritos por Condorcet y Víctor Hugo, no se ha dado en ningún dominio, ex­cepto en el dominio de la técnica, que es lo que hoy día llaman “Ciencia”. Pero la técnica no puede ser adorada ni siquiera venerada: puede servir al bien o al desastre, sirve para hacer las bombas de fósforo líquido y las atómicas, lo mismo que la vacuna contra la poliomielitis; y puestos en una balanza los estragos espantables junto a los bienes que ha dado la “técnica” en nuestro siglo, yo no veo que ganen los bienes. Preservar a un niño de la parálisis infantil para que después sea quemado vivo por una bomba de fósforo, como los niños de Hamburgo; o de uranio, co­mo los de Hiroshima, no me parece gran negocio.
La veneración de la “Ciencia” es lo que ha sustituido a la religiosidad en las masas contemporáneas; y por tanto podemos decir que es lo que la ha destruido; porque, como dicen los franceses, “sólo se destruye lo que se sustituye”: por eso la hemos llamado “idolatría”. “No adorarás la obra de tus manos”, dice el segundo mandamiento. La ciencia actual es muy diversa de la ciencia de los griegos, o la ciencia de los grandes siglos cristianos. La ciencia antigua era una actividad religiosa o casi religiosa, movida por un amor y encaminada al bien. Hoy día la “Ciencia” es impersonal, inhumana, exactamente como un ídolo. Desde la segunda etapa del Renacimiento (siglos XVI y XVII) la concepción de ciencia es la de un estudio cuyo objeto está colocado fuera del bien y del mal; y, sobre todo, del bien; sin relación alguna con el bien. La ciencia estudia los hechos como tales: los hechos, la fuerza, la materia, la energía, aisla­dos, deshumanizados, sin relación con el hombre y menos con Dios: no hay en su objeto nada que el corazón del hombre pueda amar. Los mó­viles del “científico” actual no son móviles de amor a Dios o al prójimo; ni siquiera a su ciencia. Es reveladora la amarga confesión de Einstein que en sus últimos días decía que: “de poder volver a vivir sería plomero o vendedor ambulante, pero no físico”. Y sin embargo la física le dio todo lo que a ella el científico le pide: gloria, fama, honores, considera­ción, dinero. Más que eso no puede dar un ídolo.
Un sacerdote no puede admirar la “técnica” moderna de un modo incondicional, ni adularla para quedar bien con las muchedumbres, o aparecer como hombre adelantado y “de su tiempo”. Al contrario, debe mirarla con cierta sospecha, puesto que en el Apokalypsis están prenun­ciados los falsos milagros del Anticristo, los cuales se parecen singular­mente a los “milagros” de la Ciencia actual. “La-Segunda Bestia, la Bes­tia de la Tierra, pondrá todo su poder al servicio de la Primera, la Bestia del Mar; y la facultará a hacer prodigios estupendos, de tal modo que podrá hacer bajar fuego del cielo sobre sus enemigos...” (Ap. XIII, 12-13). Eso ya lo conocemos, eso ya está inventado. No sabemos quién será esa llamada “Bestia de la Tierra” pero sabemos que el Profeta la describe como teniendo poder para hacer prodigios falaces por un lado; y por otro, con un carácter religioso también falaz, puesto que dice que “se parecía al Cordero, pero hablaba como el Dragón”. Esa potestad o per­sona particular que será aliada del Anticristo y lo hará triunfar será el último Seudoprofeta, por lo tanto. Y por sus frutos habrá que conocerlo; porque sus apariencias serán de Cordero.
Pero se podría decir: “Si hemos de conocer al árbol por sus frutos da­ñinos ¿no será ya demasiado tarde, porque el daño ya está hecho? ¿Aca­so sirve de algo conocer los hongos venenosos después que uno los ha comido, por sus efectos? ¿No es mejor conocerlo por sí mismo, por sus hojas y su forma? Y de hecho ¿no conoce así la Iglesia a las herejías, por medio de sus teólogos y doctores, confrontándolas con la doctrina tra­dicional, y rechazándolas en cuanto se apartan de ella?”.
Eso es verdad; pero se aplica a las herejías antiguas, no a las nuevas. La elaboración de la ortodoxia se ha hecho poco a poco; y justamente en la lucha multiforme con nuevas y nuevas herejías. Ahora es fácil conocer a un arriano, un macedoniano, o un protestante; no así cuando aparecie­ron. Cuando una herejía es nueva, el “catecismo” no basta: de aquí la necesidad que los sacerdotes estudien; y que los doctores de la fe lean los libros heterodoxos; lo cual no es ninguna diversión, sino una ímproba labor, y hasta un “martirio”, como dijo Santo Tomás. La herejía actual que se está constituyendo ante nuestros ojos, consistente en definitiva en la adoración del hombre y “las obras de sus manos”, no es fácilmente discernible a todos; porque pulula de falsos profetas.

—¿Simona Weil fue herética o no?
—Unos dicen que sí y otros que no.
—¿Y usted qué dice?
—Por sus frutos la conoceréis.
—¿Y cuáles son sus frutos?
—No tengo lugar para decirlos aquí.

Oh Señor, quédate conmigo, porque la noche se acerca, y no me abandones.
¡No me pierdas con los Voltaire, y los Renán, y los Michelet y los Hugo y todos los otros infames!
Son muertos, y su nombre mismo después de su muerte es un veneno y una podredumbre.
Su alma está con los perros muertos, sus libros están juntos en el chiquero.
Porque Tú has dispersado a los orgullosos y no pueden estar en uno,
ni comprender, mas solamente destruir y disipar -ni poner las cosas en uno...
Sabios, epicúreos, maestros del noviciado del Infierno, prácticos de la Introducción a la Nada,
bramanes, bonzos, filósofos ¡tus consejos Egipto! vuestros consejos,
vuestros métodos, y vuestras demostraciones y vuestra disciplina.
¡Nada me reconcilia, yo estoy vivo en vuestra noche abominable, levanto mis manos en el desespero, levanto mis manos en el trance y el transporte de la esperanza salvaje y sorda...!
Quien no cree más en Dios, no cree en el Ser; y quien odia al Ser, odia su propia existencia...[1].


R.P. Leonardo Castellani, sermón para el domingo Séptimo después de Pentecostés [Mt 7, 15-21] Lc 6, 39-45. “El Evangelio de Jesucristo”, Vórtice, Buenos Aires 1997, págs., 225-228.
 

[1] Paul Claudel.