miércoles, 21 de enero de 2015

La finalidad del Matrimonio.

Extracto que nos permitirá meditar en la vocación de los esposos, llamados a ser fecundos, a fin de que, educando católicamente a los hijos, extiendan la cristiandad por todo el orbe.


Imagen: Icono que representa a la familia de Santa Teresita de Lisieux. Gracias al matrimonio Católico y la educación santa que Louis Martín y Zélie Guérin dieron a sus hijas, hoy la grey católica puede admirar tales ejemplos de virtud, generosidad y amor, en medio de un mundo dominado por las huestes enemigas.


La finalidad del Matrimonio.

En primer lugar, se asignó a la sociedad conyugal una finalidad más noble y más excelsa que antes, porque se determinó que era misión suya no sólo la propagación del género humano, sino también la de engendrar la prole de la Iglesia, conciudadanos de los santos y domésticos de Dios, esto es, la procreación y educación del pueblo para el culto y religión del verdadero Dios y de Cristo nuestro Salvador. En segundo lugar, quedaron definidos íntegramente los deberes de ambos cónyuges, establecidos perfectamente sus derechos. Es decir, que es necesario que se hallen siempre dispuestos de tal modo que entiendan que mutuamente se deben el más grande amor, una constante fidelidad y una solícita y continua ayuda. El marido es el jefe de la familia y cabeza de la mujer, la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido, no a modo de esclava, sino de compañera; esto es, que a la obediencia prestada no le falten ni la honestidad ni la dignidad. Tanto en el que manda como en la que obedece, dado que ambos son imagen, el uno de Cristo y el otro de la Iglesia, sea la caridad reguladora constante del deber. Puesto que el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia... Y así como la Iglesia está sometida a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo. Por lo que toca a los hijos, deben éstos someterse y obedecer a sus padres y honrarlos por motivos de conciencia; y los padres, a su vez, es necesario que consagren todos sus cuidados y pensamientos a la protección de sus hijos, y principalísimamente a educarlos en la virtud: Padres..., educad (a vuestros hijos) en la disciplina y en el respeto del Señor. De lo que se infiere que los deberes de los cónyuges no son ni pocos ni leves; más para los esposos buenos, a causa de la virtud que se percibe del sacramento, les serán no sólo tolerables, sino incluso gratos.


S. S. León XIII, de la carta Encíclica Arcanum Divinæ sanpientiæ sobre la familia.