lunes, 24 de octubre de 2011

Paganos virtuosos.


Al  leer (“Comentarios Eleison” Nº 221) como la música de Brahms es prueba de cierta grandeza de alma, un joven lector brasileño pregunta si la mecha que aún humea en él, no humea mejor que en un Católico tibio (ver Mt. XII, 20). El contraste apunta a resaltar la virtud del pagano y a cuestionar la virtud de los Católicos “tibios, perezosos”. Por supuesto la virtud pagana es digna de alabanza y la tibieza Católica de censura, pero eso genera una pregunta mayor: ¿Hasta qué punto es importante ser un Católico creyente?  ¿Cuán importante es la virtud de la fe?  La respuesta debe quedar en pie, es tan importante como larga es la eternidad.
Que la virtud de fe sea de supremo valor resulta evidente a partir de los Evangelios. Cuán a menudo Nuestro Señor después de haber realizado un milagro de curación física o espiritual dice al beneficiado que su fe es la que obtuvo para ella el milagro, como es el caso de María Magdalena (Lc.VII, 50). Sin embargo la Escritura deja igualmente claro que esta meritoria fe es algo más profundo que el simple conocimiento explícito de la religión. Por ejemplo, los centuriones Romanos pueden haber conocido poco o nada de la verdadera religión en sus días, el Antiguo Testamento, sin embargo de uno de ellos Nuestro Señor dice no haber encontrado una fe tan grande en Israel (Mt. VIII, 10), otro de ellos reconoce como al Hijo de Dios al Jesús crucificado del cual los expertos en religión no hicieron más que burlarse (Mt.XXVII,41), mientras un tercero, Cornelio, marcó el sendero para todos los gentiles que entrarán en la verdadera Iglesia (Hech. X, XI).  ¿Qué tenían estos centuriones paganos que los sacerdotes, escribas y ancianos no tenían, o habían perdido?
Desde el principio hasta el fin de la vida de todos los hombres en la tierra, tanto los paganos como los no paganos, están confrontados constantemente a una variedad de cosas buenas, todas provenientes en última instancia de Dios, y de cosas malas provenientes de la maldad de los hombres. Pero Dios mismo es invisible mientras que los hombres malos son demasiado visibles, de manera que es demasiado fácil no creer en la bondad o aún en la existencia de Dios. Con todo, los hombres de recto corazón creerán en la bondad de la vida a la vez que desestimarán relativamente, pero no absolutamente, al mal, mientras los hombres de mal corazón desestimarán lo bueno que está alrededor de ellos. Ahora bien, los dos pueden no tener alguno conocimiento explícito de la religión, pero mientras que los hombres de recto corazón, como los centuriones, sujetarán ese conocimiento tan pronto como cruza su camino, los de mal corazón, al contrario, lo despreciarán, más o menos. Así, los inocentes Andrés y Juan se sujetaron inmediatamente al Mesías (Jn.I,37-40), mientras que el letrado Gamaliel necesitó más tiempo y argumentos (Hech.V,34-39). Digamos pues que en el corazón de la virtud explícita y esclarecida de fe, se encuentra una implícita confianza en la bondad de la vida y en algún Ser detrás de ella, una confianza que puede ser socavada por una doctrina errónea o quebrantada, por ejemplo, por el escándalo.
Si volvemos al caso de Brahms, la pregunta entonces viene a ser, ¿Tenía al menos esta confianza implícita en la bondad de la vida y en el Ser detrás de ella? Con seguridad la respuesta es no, porque pasó la segunda mitad de su vida en lo que era en ese entonces la ciudad capital de la música, la Católica Viena. Allí la belleza de su música debe haber llevado a muchos de sus amigos y hasta a sacerdotes a incitarlo a la realización explícita de esta belleza que existe en la profesión y en la práctica de la religión de Viena, pero él debe haber rechazado todos estos tales llamados. Por consiguiente parecería muy posible que no haya salvado su alma…Sólo Dios lo sabe.
De todas maneras agradecemos a Dios por su música. Como dijo maravillosamente San Agustín, “Toda verdad nos pertenece a nosotros Católicos”. ¡Equivalentemente toda belleza, aún la creada por paganos!

Kyrie Eleison.

Mons. Richard Williamson, “Comentarios Eleison” Nº 223, 22 de Octubre del 2011.